Apagón
La cultura, ese invento de Youtube
Érase una vez un país donde las elites creyeron un día que era posible compaginar el modelo fascista de Cultura / Educación y Descanso con la extracción gama alta de plusvalías sin criterio formativo. Les costó, pero lo consiguieron
Xandru Fernández 13/04/2020
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Érase una vez un país confinado cuyos “creadores” decidieron ponerse en huelga.
No lo decidieron los trabajadores de la sanidad, ni de los supermercados, ni de la limpieza viaria, ni de la policía. Lo decidieron así los “creadores de cultura” porque “su” ministro les había traicionado.
Rezongó el ministro, citando a Orson Welles (que hablaba de otra cosa, pero qué más da, quién se acuerda de Orson Welles), que lo primero es salvar vidas y luego la cultura, y que ya iremos al cine y al teatro cuando todo acabe. De donde se deduce que: a) la cultura para el ministro es el cine y el teatro, b) el ministro no va al teatro y las pelis se las baja como cualquier pater familias con carné del partido, y c) este ministro es ministro de Cultura porque era el que quedaba (el Ministerio) y no lo quería nadie (al ministro).
Los sedicentes creadores culturales serían buenos vasallos si tuvieran buen señor, o viceversa. Es el caso que viceversa: han hecho bueno al señor a fuer de ser buenos vasallos y apuntalar con sus prácticas, sus discursos y sus ocurrencias los pensamientos (sic) del ministro.
Durante tres semanas de confinamiento, los llamados creadores culturales han grabado vídeos recitando a Lorca, recitándose a sí mismos, versioneando a Gershwin, versioneándose a sí mismos, recomendando películas de Yorgos Lanthimos y películas propias; han escrito artículos riéndose de los filósofos y apostando por la reflexión filosófica amateur, presumiendo de cultura literaria y recomendando todos la misma novela de Albert Camus, afeando el ombliguismo del vecino y diversificando su oferta de Mis Mejores Chistes De Gangosos en veinte canales y redes sociales al mismo tiempo. Los directos de Instagram son arqueología: el Tik Tok ha llegado para quedarse. Hasta Juan Cruz ha vuelto a Twitter.
Naturalmente, los mismos creadores culturales, o sus compis, o compas, o panas, o carnales, se han llevado las manos a la cabeza porque ahora todo está lleno de cultura, estamos saturando las redes, el mundo va a implosionar de tertulias sobre Schopenhauer, moriremos todos de una pandemia de metáforas mucho antes de que el coronavirus haya siquiera arañado la barrera reproductiva de nuestra especie. Adiós a mis planes de dar cera / pulir cera: ahora que sale mi libro y pensaba aprovechar la astenia primaveral para hacer publi, llega el confinamiento y todo dios está en las redes promocionando sus libros / videochats / expos virtuales / cosas al clarinete. Hasta Pedro Sánchez cita memes de Facebook. Cómo es posible.
La moneda cultural se devalúa, las librerías se quejan de las previsibles pérdidas, las editoriales se quejan de las previsibles pérdidas, las megalibrerías se enfadan por la competencia de Amazon y las pequelibrerías se ofenden por el enfado de las megalibrerías y por Amazon. Algunas megaeditoriales contraatacan distribuyendo su propio catálogo sin recurrir a Amazon y algunas megalibrerías y unas pocas pequelibrerías se enfadan porque quiénes se creen esas megaeditoriales que son para suplir su (de las librerías) derecho a vender solo los libros que ellas consideran idóneos para su selecta clientela: aquí no tenemos eso, si lo quieres píllalo en Amazon. Tampoco les mola la idea a las editoriales menos mega, cuyos libros no están en las megalibrerías pero sí en Amazon, ay, pero y las librerías, ay, pero y las editoriales, ay, ay, ay, si al final esto parece un oligopolio, cómo nadie nos avisó antes. Gracias, Covid-19.
Érase una vez un país confinado cuyos “creadores” decidieron que lo mejor para frenar la sobresaturación cultural, el ninguneo ministerial y el dumping empresarial era ponerse en huelga. Apagón cultural: dejemos al país sin cultura, ya verás cómo aprenden que somos esenciales. Justo ahora que habíamos logrado aplanar la curva de las sesenta mil reproducciones diarias del Resistiré, justo ahora que en los balcones florecían mil versiones del Mikrokosmos de Béla Bartók, videoinstalaciones y lecturas poéticas colectivas, justo ahora que en mi patio interior habíamos llegado a un consenso para aprender primero armenio y luego sánscrito y no al revés como pretendía la insolidaria del tercero izquierda, precisamente ahora que la corrala cita a Shakespeare, ¡me vas a dejar sin tus creaciones, creador! ¡Serás culpable de embrutecimiento pandémico, bitch! ¡Por el Dúo Dinámico que me las pagarás!
Érase una vez un país donde las elites creyeron un día que era posible compaginar el modelo fascista de Cultura / Educación y Descanso con la extracción gama alta de plusvalías sin criterio formativo. Les costó, pero lo consiguieron: las sociedades anónimas deportivas, los patronatos y las fundaciones hicieron posible que el ministerio de Cultura quedara reducido a la holgazanería in vigilando, a soltar de cuando en cuando unas limosnas para la industria del cine, a hacer la vista gorda con la concentración de capitales en la industria editorial y a favorecer a los amiguetes con cargos en el Instituto Cervantes. Lo sorprendente es que en España siga habiendo cine, literatura, música y arte; lo que merece un aplauso es que la creación artística, musical y literaria en España no haya quedado reducida a lo que fue durante la dictadura, y vale que es indignante tener un ministro de Cultura no solo preconstitucional sino pre-Fraga Iribarne, pero dejémonos de cuentos y de cánticos, que esto no se arregla dejando de enseñarnos tus dibujitos en Instagram durante cuarenta y ocho horas. Esto solo se arregla tejiendo redes de complicidad y colaboración, no replicando inercias cortesanas para montarte tu propio book y que te lo compren luego Harvey Weinstein o Andrew Wylie. Los que crecimos en ecosistemas culturales pequeños, machacados y precapitalistas ya lo hemos vivido: se nos oye cuando los gigantes dejan de hacer ruido. Ahora todos jugamos en la misma liga y hay que jugar duro. Bienvenidos al desierto de lo irreal.
Érase una vez un país confinado cuyos “creadores” decidieron ponerse en huelga.
No lo decidieron los trabajadores de la sanidad, ni de los supermercados, ni de la limpieza viaria, ni de la policía. Lo decidieron así los “creadores de cultura” porque “su” ministro les había traicionado.
Rezongó el...
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Xandru Fernández
Es profesor y escritor.
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