Imperios combatientes
Buscando culpables
El fiasco occidental, en los inicios de la crisis del virus, se dirige hacia un incremento de la agresividad contra el nuevo enemigo chino
Rafael Poch 3/05/2020
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Con la economía mundial en ruta hacia su mayor depresión desde la gran crisis de 1929 (FMI dixit) y entre nerviosas advertencias de sus propios partidarios de que la superpotencia imperial por excelencia podría estar perdiendo terreno en esta crisis ante su principal adversario, se abre paso de manera frenética la búsqueda de un culpable.
En una acción sin precedentes que ha sido calificada de “crimen contra la humanidad” por Richard Horton, director de la revista médica The Lancet, el presidente Trump ha suspendido la contribución de Estados Unidos a la OMS, acusándola de “mala gestión” y de haber “disimulado la propagación del virus”. El mismo personaje que desmintió la amenaza y cometió todas las torpezas y negligencias posibles dispara contra el pianista en la pelea de saloon que se anuncia por su comprometida reelección: “Muchas muertes han sido causadas por los errores de la OMS”, dice.
Demasiadas cosas en evidencia
La crisis pone en evidencia demasiadas cosas, así que la urgencia de desviar la atención hacia enemigos imaginarios a los que imputar la culpa es grande. Se buscan aquellos míticos judíos envenenadores de pozos de nuestra edad media. Y en este momento de la historia no hay mejor judío a mano que el chino. En abril la pandemia se ha convertido en boca del presidente imbécil en el “virus chino”, el “virus de Wuhan” o el “kung flu”. La máquina se ha puesto en marcha. El senador Ted Cruz anuncia una Ending Chinese Medical Censorship and Cover Up Act 2020 que penalice a los funcionarios chinos responsables de la supuesta ocultación de información. Su colega de Misuri, Josh Hawley, quiere una Justice for Victims of COVID-19 Act para juzgar a los dirigentes del Partido Comunista Chino. Y el de Carolina del Sur, Lindsey Graham propone castigar a China cancelando su tenencia de bonos del tesoro de Estados Unidos. Como les corresponde, las correas de transmisión mediáticas han acudido inmediatamente a la llamada.
Lanzada como la inocente filtración habitual de un “informe secreto” de la CIA, carente de toda prueba, la campaña mediática comenzó con la sospecha de la ocultación de la mortandad en Wuhan. A mediados de abril, las acusaciones de encubrimiento ya incluían la tesis de un virus creado y escapado por negligencia de un laboratorio chino, y su tono adquiría rango de simple demencia en medios de comunicación como Fox, que devuelve a los demócratas las leyendas del Russiagate. La exjueza y ‘opinadora’ Jeanine Pirro acusa, en ese canal, en tono apocalíptico a China de querer “destruir este país y su modo de vida”. “Hemos luchado demasiado y muy duramente como para perderlos por un virus de Wuhan”. “Que China responda por lo que nos ha hecho a nosotros y al resto del mundo”, clama. En la misma cadena, el exagente de la CIA Bryan Dean Wright explica que algunos dirigentes del Partido Demócrata “podrían ser agentes chinos del MSS, su servicio secreto”. De hecho, los dos aspirantes a la Casa Blanca, Trump y Biden, rivalizan en sus acusaciones a China.
En un épico informe sobre las supuestas ocultaciones de las cifras reales de muertos en Wuhan, un tema que todos los grandes medios occidentales han evocado, Radio Free Asia informó el 6 de abril de que los chinos “metían a gente que todavía se movía en las bolsas para cadáveres porque no había modo de salvarlos (…) algunos se los llevaban a los crematorios cuando todavía estaban vivos”. La emisora, viejo aparato de la CIA, añadía candorosamente que no había podido “confirmar estos informes de forma independiente”.
Europa se suma
Como no podía ser de otra manera, en Europa siguen esa misma estela. “Washington, París y Londres se preocupan por las zonas de sombra de Pekín sobre el origen del virus”, titulaba Le Monde el 17 de abril, el mismo día en que Macron declaraba al Financial Times que “hay cosas que no sabemos” (sobre la gestión china) y que sería “ingenuo” decir que ese país ha gestionado la crisis mejor que Francia. En Alemania, el principal diario, el infame Bild, se pregunta si no debería China “pagar indemnizaciones a los países afectados”.
Achacar en solitario a China las vacilaciones iniciales, los acosos a los denunciantes incómodos o los chanchullos de contabilidad con el número de afectados y muertos, prácticas que han sido, y son, generalizadas en Occidente, o caracterizar como “totalitarias”, “autoritarias”, cuando no como grotescas, cuando se aplicaron en China, las medidas de confinamiento y restricción de movimientos hoy vigentes en medio mundo, forma parte del abuso.
La pandemia, que de momento consagra la eficacia de la gobernanza en Asia Oriental frente a la negligencia occidental, incrementa la ansiedad
En lugar de adoptar rápidamente aquellas medidas eficaces –entre las diferentes y aplicadas a primera hora de la crisis– en lugares de Asia como Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong o China, se prefirió perder un tiempo precioso y negar o desmentir la utilidad de ciertas prácticas –el uso de mascarillas o la masificación de los test– únicamente porque no se disponía de los medios para aplicarlas. En lugar del simple y franco agradecimiento por la ayuda recibida de China (a 15 de abril; casi 4.000 millones de mascarillas, 38 millones de trajes de protección, 2,4 millones de termómetros infrarrojos y 16.000 respiradores), muchos gobiernos europeos –y el propio responsable de la política exterior de la UE, Josep Borrell– han preferido responder con la sospecha de una maligna “diplomacia de la mascarilla” de Pekín. En definitiva, en lugar de concentrarse en las propias insuficiencias y los propios errores, se invita al público a sumarse a un necio y estéril ejercicio de denigración de China.
El mismo coro de siempre
Frecuentemente los protagonistas mediáticos de este gran rebuzno colectivo son los mismos que durante décadas han estado machacándonos con la necesidad de destruir el sector público. “Quienes durante treinta años han ocupado todo el espacio mediático, loando las bondades de la feliz mundialización, de la Europa de los mercados y del recorte de los déficits públicos” son llamados “a callarse en nombre del pluralismo y de la decencia más elemental”, clama un manifiesto francés que da los nombres y apellidos de los principales “héroes nacionales” de esta liga (uno de ellos con altavoz en este mismo medio), fácilmente trasladables a la editocracia de cualquier país occidental.
Mientras en Estados Unidos se constata un gran aumento de veinte puntos en tres años de la opinión desfavorable hacia China (66%), una encuesta italiana de este mes identifica a China como “país amigo” (52%), y a Rusia con un apoyo considerable (32%), mientras Estados Unidos solo recibe el 17% en esa consideración y un 45% considera “país enemigo” a Alemania.
Más de lo mismo
Los motivos de esta fullera búsqueda de culpables son mucho menos histéricos de lo que sus formas sugieren. Y son bien conocidos. La emergencia de China como potencia y en particular su entendimiento con Rusia (hay que decirlo, entendimiento forjado por la estupidez de Estados Unidos), fueron designados hace años como la principal amenaza para la seguridad nacional de la primera potencia. El desarrollo económico y tecnológico de China es visto como el gran peligro. La pandemia, que de momento consagra la eficacia de la gobernanza en Asia Oriental frente a la negligencia occidental, incrementa la ansiedad. No sabemos si esta crisis acelerará los procesos de auge y caída de grandes potencias, pero lo que se lee en toda una serie de instituciones imperiales, desde la revista Foreign Policy hasta en los documentos del Council on Foreign Relations, por no hablar de las previsiones del propio FMI, así lo sugiere. El último World Economic Outlook del FMI, de abril, prevé para este año una caída del PIB del 5,9% en Estados Unidos, del 7,5% en la eurozona y un crecimiento del 1,2% en China, basándose en la hipótesis de que la pandemia llegue a su culminación en este segundo trimestre del año. Si fuera así, el año que viene podría registrarse un crecimiento del 4,7% en Estados Unidos y la eurozona y de un 9,2 en China. Ya sabemos que esta contabilidad, que no cuenta lo esencial, vale lo mismo que la del Gosplan de la URSS, pero es en la que ellos se basan. Y no es tranquilizadora. Por eso hacen lo mismo que con el 11-S neoyorkino: aprovechar una crisis para acelerar su loca y agresiva carrera.
“Lo menos que podrían hacer los dirigentes de las grandes potencias sería recortar el gasto militar para financiar la seguridad humana y colectiva (solo suprimir los planes de rearme de la OTAN brindaría 400.000 millones a los 29 Estados miembros en los próximos cuatro años), repensar todo el concepto de seguridad y enfocarlo hacia los retos del siglo: proporcionar alimento, agua, un medio ambiente limpio y asistencia sanitaria”, dice el anciano y ya frágil Mijail Gorbachov. El primer paso hacia una “nueva civilización” podría ser un recorte del 10% o el 15% del gasto militar, ha dicho este ruso universal. Pero no. A lo que se dedican es a incrementar la presión contra el adversario aun a riesgo de convertirlo en enemigo militar. No estamos muy lejos de ese desastre global, al lado del cual la actual pandemia sería anecdótica.
Con la economía mundial en ruta hacia su mayor depresión desde la gran crisis de 1929 (FMI dixit) y entre nerviosas advertencias de sus propios partidarios de que la superpotencia imperial por excelencia podría estar perdiendo terreno en esta crisis ante su principal adversario, se abre paso de manera...
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Rafael Poch
Rafael Poch-de-Feliu (Barcelona) fue corresponsal de La Vanguardia en Moscú, Pekín y Berlín. Autor de varios libros; sobre el fin de la URSS, sobre la Rusia de Putin, sobre China, y un ensayo colectivo sobre la Alemania de la eurocrisis.
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