España, sol y playa
Auge y caída del “país de camareros”
Antes de la covid, el turismo suponía el 12,3% del PIB y el 12,7% del empleo. El sector arrastra males como la masificación, el trabajo precario y la financiarización. ¿Es esta crisis una oportunidad para un cambio de rumbo?
Mar Calpena 31/05/2020
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Uno de los sectores económicos, si no el sector, que en España más rápidamente ha notado el embate de la covid es el turismo. No es de extrañar: el “país de camareros” debía a esta industria, a finales de 2019, el 12,3% de su PIB, y un 12,7% de sus puestos de trabajo. Un peso económico que, sin embargo, se traducía en un salario medio un 17,4% inferior al de otros sectores.
El turismo es, además, un sector que depende de la movilidad y de la sociabilidad, dos intangibles que ahora mismo están más que racionados. Si se cumplen las previsiones del World Travel and Tourism Council, uno de sus foros principales, este sector perderá cien millones de empleos en todo el mundo a causa de la pandemia y dejará de contribuir un 2% al PIB mundial. En esta tesitura, es lógico preguntarse si esta crisis no es la proverbial oportunidad para el necesario cambio de rumbo. Pero no se puede entender este desastre turístico –ni plantear soluciones– si no entendemos antes cómo hemos llegado hasta él.
El auge: de Torremolinos a Wall Street
El principal propietario de hoteles en España es el fondo buitre Blackstone. Un dato muy ilustrativo de lo que ha sido la economía turística de los años entre crisis: de esos polvos, estas llegadas masivas, esta especulación inmobiliaria, este empleo precario, y esta finaciarización desatada del país. Un panorama de postal postapocalíptica que se ha ido superponiendo como una capa de ceniza sobre el paisaje cotidiano de los destinos de playa y de las grandes ciudades –en especial, las de la costa mediterránea–, pero que no ha repartido sus beneficios –que también los tiene, ojo– sobre la España despoblada.
“Muchas cuestiones del turismo están lejos del control de las comunidades locales, e incluso de municipios y comunidades autónomas, como puertos y aeropuertos”, comenta Macià Blázquez, profesor de Geografía en la Universitat de les Illes Balears y militante ecologista. “Ha faltado profundización democrática en una industria dominada por capitales transnacionales, y cuyo modelo además hemos exportado en España a periferias emergentes, y que son los caciques de hoy en día. Está muy desregulado. En segundo término, hay que pensar en indicadores concretos como el transporte aéreo, la dignidad del trabajo turístico y otros… Es una actividad sin chimeneas, relacionada con el ocio, como si no tuviera que tener nada malo. Ese el discurso dominante en las escuelas de turismo. Se enseña solo a servir al cliente, y tiene que haber un cambio, enseñar a trabajar para el orgullo y la dignidad de los profesionales”, señala. Concuerda con él Asun Blanco, geógrafa de la UAB y presidenta del grupo de trabajo de Turismo de la Asociación de Geógrafos españoles, quien además recuerda que la Organización Mundial del Turismo –la única agencia de la ONU en manos privadas– llegó a afirmar que “el turismo es la última alternativa de los pobres”.
Blanco, como Blázquez, como los otros entrevistados de este reportaje, pertenecen a una creciente corriente de académicos –geógrafos, antropólogos, sociólogos– que investigan cómo fomentar otros modelos turísticos, y que, en algunos casos, luchan desde el activismo en asociaciones como la Assamblea de Barris pel Decreixement Turístic o Grup Balear d'Ornitologia i Defensa de la Naturalesa. Algunos, como Iván Murray, también geógrafo en la UIB, centran su mirada en la historia económica del turismo. Su libro Capitalismo y turismo en España. Del milagro económico a la gran crisis es un ensayo, pero se lee como una novela de terror. Por él desfila la cadena de sucesos que nos convirtió en el proverbial “país de camareros”: desde la incorporación de España al capitalismo moderno por la vía del sol y playa fordista de la mano de la peseta barata, pasando por una transición y modernización marcadas por la transición al neoliberalismo, en el que la economía del país, y más después de la entrada en el Mercado Común, tiende a ser cada vez más financiera y menos productiva, y más precarizadas las condiciones de trabajo, pese a los fastos del 92.
La llegada de Aznar consolida lo que ya venía haciendo el gobierno de González, y el ladrillo (a golpe de reurbanizaciones) y la banca se convirtieron en los ejes de la carreta
La llegada de Aznar consolida lo que ya venía haciendo el gobierno de González en este sentido, y el ladrillo (a golpe de reurbanizaciones) y la banca se convirtieron en los ejes de la carreta (mientras las cadenas hoteleras españolas ‘redescubrían’ América plantando su bandera a pocos metros de donde lo hizo Colón, en la República Dominicana). El euro tapará muchos pecados: allá donde la peseta era débil, este permitió que entrara capital de todo el mundo encantado de especular con todo ese nuevo suelo disponible. Cuando Zapatero llegue a la Moncloa, poco variará en política económica, excepto que los vientos volverán a soplar a favor gracias a, tristemente, el terrorismo islámico, y a la entrada de algunos ilustres exmiembros del gobierno en la industria turística. La costa española se convierte en la tierra podrida que retrata Rafael Chirbes en Crematorio, una orgía de construcción donde, cito a Murray, “el 80% de los billetes de 500 euros que circulaban por el Estado (y el 20% de los de la UE) se localizaban en la Costa del Sol, Madrid y el Levante peninsular”. Muchos de ellos, procedentes de capital internacional. El turismo ya no iba desde hacía décadas al hotelito familiar en la playa, y, de hecho, puede que si viajaba a un hotel lo hiciese a un “todo incluido”, donde el grueso del presupuesto no se gastará nunca fuera del recinto hotelero. Pero la lógica, al menos hasta la covid-19, era la de hacer crecer el turismo residencial –las segundas residencias– o, más aún, la mercantilización turística de espacios urbanos. Vamos, la escapada con estancia en airbnb, excepto en los archipiélagos, donde los touroperadores seguían en pleno esplendor.
Una pandemia a las puertas de otra
Las imágenes de las Ramblas vacías o de los aeropuertos desiertos no pueden hacernos olvidar cuál era el estado de las cosas en la última década y media. Los intereses del lobby turístico habían ido de la mano de los del sector inmobiliario. Sin embargo, y a veces, el uno se había enfrentado al otro en algunas comunidades, si bien finalmente siempre han tendido a converger. Exceltur, el principal grupo de presión de la industria, pedía en 2007 una especie de plan Renove, el Pridet (Proyectos de Reconversión Industrial de Destinos Turísticos), a base de créditos blandos. El reajuste llegó por la vía de reducir los costes, y en particular, los laborales. De hecho, se sigue insistiendo en ello. Hace apenas unos mes el presidente de Exceltur y consejero delegado de Melià Hoteles, Gabriel Escarrer, advertía de que derogar la reforma laboral y aumentar el salario mínimo podía tener “consecuencias muy graves”.
La lógica, al menos hasta la covid-19, era la de hacer crecer el turismo residencial o, más aún, la mercantilización turística de espacios urbanos
Ernest Cañada, investigador especializado en turismo responsable y coordinador del grupo Albasud, ha centrado buena parte de su trabajo en describir los mecanismos que sustentan la precariedad del empleo turístico. “Existen dos discursos sobre esto. Uno dice que la precariedad es una leyenda negra, otro que no existe alternativa a ella para que siga habiendo turismo. Ambos son erróneos. La precariedad se da por las propias dinámicas del sector –oscilaciones de la demanda, anclaje a un territorio muy concreto, teóricas pocas necesidades formativas–; por una transformación del sector –donde antes solo había un hotel, ahora alguien gestiona la marca, otra empresa los servicios, y otra las dirige a todas controlando las finanzas con mirada cortoplacista–; y por la irrupción del capitalismo de plataforma que erosiona las relaciones laborales”. Cañada, quien ha escrito por ejemplo sobre las reivindicaciones de las kellys, pone de manifiesto que esta precarización se ha dado en casi todos los niveles de la cadena, y señala como ejemplo que en determinadas empresas turísticas en ciudades con escuelas potentes de hostelería, la plantilla puede estar formada hasta en un 80% por alumnado en prácticas.
Blanco, a su vez, recuerda que el turismo participaba también de las dinámicas polarizadoras que se vivían en otros ámbitos. “Se hablaba por ejemplo del overtourism, la masificación, que antes era la idea del sol y playa sin planificar, y que parecía que ya no existía porque se había focalizado en unos enclaves muy concretos tipo Lloret o Magaluf, aunque en realidad se estaba desplazando al turismo cultural, urbano y rural. Este daba la sensación de que no iban a provocar problemas, pero se estaba masificando igual que el resto. Con el añadido de que en este tipo de destinos los turistas están mezclados con el día a día de los residentes. Es entonces cuando se comenzó a hablar de ‘turismofobia’, aún cuando el conflicto estuviera en zonas muy localizadas”.
La… ¿caída?
Este era el panorama. Y llegó la pandemia. El motor de movimiento perpetuo se caló, prácticamente de un día para otro. Ahora que lentamente se vuelve encender, cabe preguntarse cómo e incluso si no hay alternativas a él. Han abundado estos días los artículos sobre cómo serán los hoteles postcovid, sobre los cambios en los gustos de los turistas, sobre las medidas higiénicas que se deberán adoptar en restaurantes y aviones. Y vuelven también las dinámicas antiguas. El gobierno de Baleares ya ha pedido una fase piloto para poder acoger a tres mil turistas desde mediados de junio, algo que preocupa a Blázquez, así como otras iniciativas desreguladoras en el ámbito medioambiental. “Nos podemos encontrar una gran desigualdad tanto en condiciones sanitarias como en laborales. Podemos atraer por un lado a turismo de borrachera, sin ninguna preocupación ni responsabilidad por la situación sanitaria, y que ocupa enclaves de explotación intensiva, y por otra a turismo de lujo encerrado en sus villas, lo que tampoco es óptimo”. Concuerda con él Blanco, quien recuerda que “el turismo de golf se percibía como la panacea, cuando en realidad no gasta apenas y produce una enorme cantidad de externalidades negativas”.
Pese a la crisis, el mismo día que se anunció que las fronteras españolas se reabrirían al turismo sin una cuarentena obligatoria, las acciones de Meliá Hoteles se revalorizaron en un 26,5% y las de NH Hoteles un 27%. Y la banca Goldman Sachs ha recomendado comprar acciones de Aena, que considera un valor sólido. “Se intenta vender como decrecimiento, pero en realidad se busca el ‘business as usual’”, comenta Blázquez.
Cuando se anunció que las fronteras se reabrirían al turismo sin cuarentena obligatoria, las acciones de Meliá Hoteles se revalorizaron en un 26,5% y las de NH un 27%
Tampoco se muestra optimista Murray, quien apunta que “las posibilidades de que esta crisis suponga un cambio real son prácticamente nulas, porque todo el capital turístico está entrelazado con una estructura organizada de capital financiero. Esperar que a partir de una crisis el propio capital reflexione y rectifique es extremadamente ingenuo. Tenemos sobre la mesa un ejercicio de presión enorme por parte de los poderes económicos, y los territoriales, que los representan para que el Estado rescate a las grandes empresas, como estamos viendo por ejemplo con las compañías aéreas. Y tampoco veremos una bajada de los alquileres porque entren ahora más pisos en el mercado: al contrario, lo que veremos es una estrategia de los inversores para pasarse al circuito residencial haciendo más vulnerables a los inquilinos, con cambios normativos que todavía reforzarán más esto”. Murray cree que la razón es que “el sector sabe que se aproximan más crisis. Hay zonas turísticas que desaparecerán en veinte años por el cambio climático”. Y advierte también contra la tentación de trasladar los problemas del turismo a zonas que aún no los viven.
El turismo doméstico, por otra parte, no parece tampoco mucho más que un parche, en un escenario en el que su potencial cliente posiblemente esté pisando por primera vez una cola del hambre. “En las zonas turísticas hay que contar con la subsistencia de los trabajadores. No se les puede decir que el turismo debe decrecer si su única vía de empleo es limpiar en un hotel o tener una pequeña tienda de souvenirs”, comenta este investigador.
Blanco añade otras preocupaciones a la maleta: “En las zonas no turistificadas, el turismo se sigue percibiendo como una alternativa, y se reconvierten los enclaves buscando algún punto de interés, no siempre de manera ordenada ni coordinada. Ni unos ni otros quieren oír hablar de decrecimiento, pero es que además las ciudades no tienen incidencia en los reguladores, en puertos y aeropuertos, por ejemplo. Si se quiere gobernar de un modo distinto, esto implica que se den procesos de gobernanza desde abajo. La planificación, aunque pueda parecer intervencionista, funciona. El sector al final solo acaba proponiendo siempre ampliar infraestructuras para crecer más, y es lo que intentará hacer ahora. Me da miedo la tentación del laissez faire”. Cierto es que los hoteleros habían entonado ya antes de la covid un leve mea culpa, apuntando a la necesidad de ir a un modelo más sostenible, tanto porque los resultados ya no era tan buenos como por los propios signos de fatiga del sector. Pero nada apuntaba que la senda del decrecimiento se fuera a tomar en breve. “Sería el momento idóneo para terminar con la turismodependencia”, dice Blanco, “pero sinceramente no creo que ocurra”.
Uno de los sectores económicos, si no el sector, que en España más rápidamente ha notado el embate de la covid es el turismo. No es de extrañar: el “país de camareros” debía a esta industria, a finales de 2019, el 12,3% de su PIB, y un 12,7% de sus puestos de trabajo. Un peso económico que, sin embargo, se...
Autora >
Mar Calpena
Mar Calpena (Barcelona, 1973) es periodista, pero ha sido también traductora, escritora fantasma, editora de tebeos, quiromasajista y profesora de coctelería, lo cual se explica por la dispersión de sus intereses y por la precariedad del mercado laboral. CTXT.es y CTXT.cat son su campamento base, aunque es posible encontrarla en radios, teles y prensa hablando de gastronomía y/o política, aunque raramente al mismo tiempo.
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