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Cada cierto tiempo llegan a España declaraciones de Angela Merkel que escuchamos con la envidia del niño de pueblo que escucha a los primos de la capital hablando de la variedad y tamaño de las salas de cine en la ciudad. En ambos casos, la misma conclusión melancólica: ojalá hubiera aquí eso. Hace unos días, la referente de la derecha europea y canciller del Gobierno alemán alertaba sobre las intenciones de la ultraderecha. Merkel los llama fuerzas antidemocráticas. Las fuerzas antidemocráticas, decía Merkel, están deseando que llegue una fuerte crisis económica para poder alimentar su discurso de odio. No es la primera vez que la lideresa alemana se planta sin complejos ante los ultras para sorpresa de los que andamos al sur de los Pirineos. Tiempo atrás les pegó un buen revolcón en el Bundestag explicándoles que no podían ir por ahí lloriqueando porque alguien les recordase que lo suyo no era libertad de expresión, sino odio contra el diferente. Es lo que tiene vivir en países que en su momento superaron el virus del fascismo: allí se puede ser de derechas y demócrata.
En España, la poca derecha con conciencia democrática que tenemos vive silenciada por el ruido de los ultras. Castigada a guardar silencio. Lo vemos en la política con gente como Feijóo, escondido en un segundo plano a pesar de una buena gestión de la crisis sanitaria, mientras gente como Díaz Ayuso se lleva el aplauso y los focos del partido. Es normal que pase esto con una dirección que, en lugar de enfrentar el fascismo, decidió pactar con él para más tarde imitarle en cada movimiento. Hasta los andares. Esos andares erráticos consistentes en qué más dará ocho que ochenta si el incendio me beneficia. Ayuso llorando, Ayuso sirviendo cañas, Ayuso presumiendo de gestión y Ayuso negando haber gestionado es un buen ejemplo reciente de que la desfachatez se convierte en normalidad cuando los ultras marcan el ritmo. Cuando esto pasa no sólo hay retroceso democrático en la derecha, también hay retroceso intelectual.
Lo vemos en la prensa. Hace unos meses, José Antonio Zarzalejos, un periodista conservador, uno de esos tipos con los que podrías tomarte una caña sin que te llamase terrorista o bolivariano por pensar diferente a él, contaba lo que le había ocurrido caminando por Madrid. Un tipo de unos 35 años lo reconoció y empezó a insultarlo: “Rojo, cabrón, traidor”. Ante la parálisis del periodista, el tipo se alejó, contaba Zarzalejos, y tras los insultos se despidió con el típico grito, siempre afectuoso de “Viva España”. Mientras periodistas como Zarzalejos y sus opiniones pasan inadvertidos en el día a día, el argumentario de los medios de derechas lo marcan tipos como Javier Negre, convertidos en referencia para una buena parte de la derecha española. El pasado fin de semana, Negre decidió vomitarle encima al oficio entero del periodismo yéndose a Galicia a molestar a un mantero que vendía gorros en la playa. “Pero eso es ilegal, eso que haces no está bien”, se dirigía Negre interpelando al vendedor de origen africano. “No te gusta Vox porque te cortaría el grifo de la ilegalidad”, acababa su brillante trabajo como reportero de guerra este periodista condenado tiempo atrás por inventarse entrevistas y acusado de coacciones. Cuánta razón tenía Kapuscinski cuando decía que para ser buen periodista antes había que ser buena persona.
La derecha española vive secuestrada por lo que Merkel llama fuerzas antidemocráticas, vendedoras de odio. Una parte de ella lleva el secuestro con gusto, casi como una liberación. La llegada de Vox al panorama nacional les brindó la oportunidad de poder salir del armario de una corrección democrática que tuvieron que fingir durante décadas como estrategia para que su origen fuera olvidado. Otra parte de la derecha, los Zarzalejos, los Feijóos, las Pastor viven el secuestro como tal. Con resignación y con la soledad que supone no tener ni política ni mediáticamente apoyos para construir algo medianamente decente. También con cierta cobardía intrínseca al conservadurismo español que les impide enfrentarse abiertamente al fascismo. Un fascismo que cada día que pasa hace metástasis en toda la derecha española. La visión ultra le ha ganado la partida a los moderados. Cuando el odio de los ultras vaya a por ellos, entenderán lo grave que era esta situación.
Cada cierto tiempo llegan a España declaraciones de Angela Merkel que escuchamos con la envidia del niño de pueblo que escucha a los primos de la capital hablando de la variedad y tamaño de las salas de cine en la ciudad. En ambos casos, la misma conclusión melancólica: ojalá hubiera aquí eso. Hace unos días, la...
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Gerardo Tecé
Soy Gerardo Tecé. Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto. Es autor de 'España, óleo sobre lienzo'(Escritos Contextatarios).
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