“Floyd fue asesinado como un perro. Ni eso, porque ya habrían arrestado a los cuatro policías”
El abogado Bakari Sellers denuncia el racismo sistémico que asola Estados Unidos desde hace 400 años
Democracy Now 3/06/2020
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Mientras los disturbios multitudinarios se extienden por Estados Unidos, hablamos con el abogado y comentarista político Bakari Sellers, que acaba de publicar su nuevo libro de memorias My Vanishing Country.
AMY GOODMAN: Nos acompaña el abogado Bakari Sellers. En 2006 se convirtió en el funcionario afroamericano electo más joven del país cuando fue elegido miembro del órgano legislativo del estado de Carolina del Sur. Acaban de publicar su libro de memorias; se llama My Vanishing Country. Uno de los momentos centrales del libro es la masacre que tuvo lugar en Orangeburg en 1968, uno de los hechos más violentos y menos recordados del movimiento en defensa de los derechos civiles. Una multitud de estudiantes protestaba en el campus de la Universidad de Carolina del Sur por la segregación en la única bolera de Orangeburg. Docenas de policías llegaron al lugar. Policías estatales dispararon munición real contra la multitud. Cuando terminó el tiroteo, tres estudiantes negros habían muerto y 28 estudiantes habían resultado heridos. Los nueve policías que abrieron fuego fueron absueltos. Sin embargo, una persona fue a la cárcel. Era el padre de Bakari Sellers, Cleveland Sellers, miembro del Comité de Coordinación Estudiantil No Violento, conocido como SNCC. Fue condenado por alteración del orden público y pasó siete meses entre rejas. Sería indultado décadas después.
Bakari Sellers, es un honor tenerle con nosotros. Dice que el 8 de febrero fue el día más importante de su vida, pero ni siquiera había nacido. Háblenos de la relación entre lo que sucedía entonces y lo que está sucediendo hoy en este país.
BAKARI SELLERS: En primer lugar, gracias por invitarme a participar en un grupo de debate tan prestigioso y estimado.
El 8 de febrero de 1968 es, con mucho, el día más importante de mi vida. La policía no solo disparó contra una multitud y mató a Henry Smith, Samuel Hammond y Delano Middleton. No solo dispararon a mi padre, no solo fue él la única persona encarcelada, sino que el trauma persiste desde entonces. Mi hermana nació cuando mi padre todavía estaba encerrado. De hecho, la primera vez que mi padre pudo ver a mi hermana fue en el patio de la cárcel.
Pero cuando pienso en George Floyd, en dónde estamos hoy, y pienso en Ahmaud Arbery y pienso en Breonna Taylor, todo viene de mucho más lejos. Mire, mi padre empezó en el movimiento, y creo que el Dr. West reconocerá que los nombres que él mismo ha mencionado –Ella Baker, Fannie Lou Hamer– fueron parte de lo que llamamos la generación de Emmitt Till cuando, en 1955, apareció su foto en la revista Ebony y el mundo entero vio la imagen de lo que el racismo, la intolerancia y el odio le habían hecho al joven Emmitt Till. Pero hay que pensar en Emmett, hay que pensar en Jimmie Lee Jackson, hay que pensar en Medgar Evers. Hay que pensar no solo en la masacre de Orangeburg, sino en las cuatro niñas de Birmingham. Y la lista sigue y sigue y sigue.
Y mi padre hoy tiene 75 años. Yo tengo 35 años. Y el mayor problema que tenemos en este país es que compartimos muchas experiencias iguales. En My Vanishing Country no solo hablo de Orangeburg y de algunos de mis logros, sino también de la experiencia de tener que enterrar a buenos amigos, uno de los cuales fue Clementa Pinckney, que era el pastor de la iglesia Mother Emanuel AME y fue asesinado después de catequesis junto con otras ocho personas solo por el color de su piel. Ese es el país en el que vivimos. Y lo que estamos viendo hoy no habla solo de George Floyd. No quiero que nadie piense eso. Lo que estamos viendo hoy habla de la injusticia sistémica y del racismo sistémico que asola a este país desde hace 400 años.
Hasta que no empecemos a conceder a la población negra el beneficio de su humanidad, seguiremos teniendo estos problemas sistémicos
Y quisiera insistir en el punto de vista del hermano West un instante, solo para confirmar el mensaje –y que es una de las cosas que destaco en My Vanishing Country– es que soy de Denmark, Carolina del Sur, donde tenemos tres semáforos normales y uno intermitente. Y crecí en un desierto de alimentos, lo que significa que no había fruta y verdura frescas en más de 3 o 4 kilómetros, lo que significa que probablemente tienes mayor propensión a tener enfermedades como la diabetes. De donde yo soy, bebemos agua sucia, lo que significa que ingieres toxinas que probablemente provoquen cáncer a niveles superiores; inhalamos aire sucio debido a los terrenos industriales abandonados y las fábricas, lo que significa que es más probable que padezcas asma. Como no ampliamos Medicaid, mi hospital cerró. Vivimos en lo que se llama el “corredor de la vergüenza”, en el que los niños van a una escuela donde la calefacción y el aire acondicionado no funcionan y su infraestructura se cae a pedazos. Estas son las injusticias sistémicas y el racismo sistémico que estamos destacando y del que hablamos. Y además, a eso se superpone la pandemia y no hay duda de que –como dice mi padre todo el tiempo– cuando Estados Unidos se resfría, los negros contraen la gripe. Ahora Estados Unidos tiene covid y los negros se están muriendo.
Y hay que pensar en los cuerpos, en esa pornografía de muerte violenta en torno a los negros con la que estamos obsesionados en este país. George Floyd fue asesinado como un perro. Ni siquiera deberá decir “como un perro” porque si hubiera sido un perro, lo cierto es que ya habrían arrestado a los cuatro policías. Pero una rodilla estuvo presionándole la nuca entre ocho y nueve minutos. Y creo que hay muchísimas personas, entre las que me incluyo, que se estaban preguntando, como padres de niños negros en este país: “¿cómo vamos a criarlos?, ¿qué les decimos?”. Estas son las preguntas que hay que plantear en la crisis de conciencia a la que se enfrentan en estos momentos los Estados Unidos de América.
Y de este modo espero que si la gente se hace con un ejemplar de My Vanishing Country, los negros se sientan orgullosos, pero también que los blancos sean comprensivos porque antes de llegar a la expiación –y en este país la población negra siempre está en posición de perdonar–, antes de que podamos llegar a ese punto, tenemos que ser comprensivos. Tenemos que ser empáticos.
Y lo último que te diré, Amy, es que desde Orangeburg hasta Charleston, si recorremos todo el camino desde Emmett hasta George hoy, el nexo de unión, la pieza clave es esta: a la gente de color en este país y en todo el mundo no se les concede el beneficio de su humanidad. No se puede decir que esos policías vieron a George Floyd como a un ser humano. Lo vieron como algo inferior. Y así, hasta que no empecemos a conceder a la población negra el beneficio de su humanidad, seguiremos teniendo estos problemas sistémicos que ahora desbordan las calles. No le digas a mi gente que se vaya a casa, no pidas paz hasta que tú también pidas justicia. La justicia debe convertirse en un verbo en este país, no quedarse en un sustantivo.
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Esta conversación se publicó en Democracy Now.
Traducción de Paloma Farré.
Mientras los disturbios multitudinarios se extienden por Estados Unidos, hablamos con el abogado y comentarista político Bakari Sellers, que acaba de publicar su nuevo libro de memorias My Vanishing Country.
AMY GOODMAN: Nos acompaña el abogado Bakari Sellers. En 2006 se...
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