Monumentos
¿Quién se puede permitir el lujo de querer vivir en el pasado?
Un recorrido por la historia y el pasado racista de una universidad americana
Ellen Mayock 6/07/2020
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Creo que fue en 2005 cuando mi madre y yo nos topamos con un desfile solemne en el barrio madrileño de Chamberí. Estábamos de camino hacia el piso de unos amigos para cenar con ellos una noche oscura de noviembre. Al acercarnos más, vimos el vacío que había donde antes hubo una estatua y observamos las caras de tristeza y luto de las personas que desfilaban, llevando velas, homenajeando a un dictador muerto. Dos años después de eso, se aprobaría la Ley de Memoria Histórica, y, con su aplicación, caerían algunas estatuas que servían para rendir homenaje a una larga dictadura.
Durante siglos, la universidad Washington and Lee logró atraer a muchos chicos blancos, sureños, adinerados y acostumbrados a conseguir todo lo que se les antojaba
Mi madre tenía 70 años –una mujer blanca de Estados Unidos, con estudios de historia de la guerra civil americana y con abundantes lagunas de datos e historias directas de la población afroamericana, información sobre leyes y viviendas y falta de comprensión de un Estado construido por y sobre cuerpos colonizados y violados. A pesar de haber vivido en su etapa ya adulta la época más visiblemente intensa de los derechos civiles en Estados Unidos (1950s-60s), no sabía lo que no sabía de la historia nacional, la que sigue siendo también el presente de una nación con una sólida fundación en los preceptos de la supremacía blanca. Yo, a su lado, me creía mucho más culta, más crítica, más conocedora de la guerra civil del país que visitábamos y del de que provenimos. Era (y soy) profesora de lenguas y culturas hispanas en una pequeña universidad del sur de Estados Unidos. Al ver el desfile franquista, capté enseguida la nostalgia expresada por una determinada supremacía (blanca, católica, masculina, militar). Pero todavía no había considerado lo suficiente la historia racista de mi propio país. Todavía, quince años atrás, creía en una cierta superioridad del norte de los Estados Unidos, el bando de los ganadores, el bando de la supuesta victoria en contra de la esclavitud de los seres humanos. La historia de la continua violencia ejercida sobre las personas africanoamericanas de mi país no se divide en la línea norte-sur, sino que se ejerce en cada rincón del país.
Les invito a acompañarme a visitar el campus universitario (Washington and Lee [W&L], Lexington, Virginia, Estados Unidos) en el que llevo 23 años impartiendo clases, enseñando a estudiantes, escribiendo libros y ensayos e intentando no ahogarme en la opresión de una universidad que se niega a cambiar de época, una universidad que glorifica su pasado como cuna de varias figuras clave de los Estados Confederados de la guerra civil. El campus invita a conocer sus monumentos y a saborear la nostalgia de este pasado-presente blanco. Y claro, es necesario reconocer que yo también me he beneficiado de ser una persona blanca contratada por una universidad de gran prestigio. George Floyd, y toda la historia violenta que precede y sucede a su muerte, por fin, ha despertado a más estadounidenses, y W&L tiene que abrir mucho más el diálogo sobre su aventura romántica y carnal con la Confederación (“Confederacy”).
Durante muchos años, la marca “confederada” vendió. No se matricularon los primeros hombres africanoamericanos hasta 1968 (aunque John Chavis, como africanoamericano libre del temprano siglo XIX, sí asistió a lo que era entonces Washington College); las primera mujeres no se matricularon hasta 1985 (aunque sí hubo varias mujeres que asistieron a la Escuela de Derecho de la universidad a principios de los años 70). Durante siglos, la universidad logró atraer a muchos chicos blancos, sureños, adinerados y acostumbrados a conseguir todo lo que se les antojaba. Como una universidad más del enorme sistema neoliberal de Estados Unidos, W&L sigue vendiéndose, de manera medianamente sutil, como un lugar seguro para “disfrutar de” la supremacía blanca. Solo tras los acontecimientos violentos de los desfiles y protestas racistas de Charlottesville (Virginia, EE.UU.) de 2017, W&L, situada a una hora de Charlottesville y con la misma historia de haberse edificado por y sobre el trabajo de personas esclavizadas, tuvo que reconocer su propia historia y empezar a tomar decisiones sobre cómo reconciliar su pasado-presente con las grandes aspiraciones no-racistas de su declaración de misión y su deseo de “atraer” a más estudiantes no “tradicionales”, como las personas de las comunidades africanoamericana, latina, asiático-americana y nativa de los Estados Unidos.
Washington (ya sabréis quién es) es uno de los generales honrados en el nombre y los edificios de mi universidad. Esto ya es polémico en sí, pero más polémica resulta aún es la ubicuidad de otro general llamado Robert E. Lee, uno de los líderes más prominentes del Sur en la guerra civil de los Estados Unidos.
Para la gente que dice que no importan los monumentos ni los nombres, sino el cambio radical, quiero decirle que cambiar estos monumentos y nombres es un acto radical. Relegar a estas figuras a un museo, que se paga por visitar si se quiere, equivale a liberar al ojo del recuerdo constante (y celebrado) de la historia colonial, violenta y brutal y a su ignorante manifestación en el presente. Equivale a abrir el espacio (privado, sí, pero un espacio al aire libre que está siempre abierto al público y, por cierto, al mercado libre) a otras posibilidades, a otras celebraciones, a voces, cuerpos y mentes que nunca han tenido acceso libre a estos espacios privilegiados. Sabemos que el derecho a nombrar siembra poder. Entonces, el derecho a cambiar los nombres lo hará también.
Seguidme por el campus, donde vamos a ver los esfuerzos sinceros por conocer la historia de esta institución blanca. Hace poco, la universidad contrató a una historiadora y le encargó meter la historia en el museo y dar contexto a los múltiples lugares sagrados de la Confederación que se encuentran dentro del campus. Ella es sabia y sabe lo que está haciendo, pero el progreso racial en Blanquilandia siempre es lento, a veces eterno. Aquí (véase foto a continuación) tenemos un obelisco construido para honrar a John Robinson, el dueño de al menos 84 personas negras esclavizadas. Ahora se puede ver una placa con la explicación de quién era John Robinson, lo que nos prepara para ver la exposición más grande sobre las 84 personas esclavizadas por este “héroe” de la universidad. De hecho, Robinson era el nombre del edificio de la Facultad de Matemáticas, que ya se ha cambiado por Edificio Chavis, para honrar al primer estudiante negro de lo que era en aquel entonces “Washington College”. (Hay pruebas de que Chavis, como hombre sureño de la época, pero probablemente a diferencia de la mayoría de los hombres negros, era anti-abolicionista, un hecho que sigue dando problemas a la cuestión de los nombres y monumentos).
Si seguimos, la próxima parada es la exposición, recién inaugurada, de las 84 personas esclavizadas, un paréntesis en este recorrido que muestra la dificultad que tienen las instituciones de mayor tradición y privilegio para soltar los fuertes lazos con el pasado. Avanzando nos toparemos con una piedra rectangular, montada dentro de los típicos ladrillos de esta zona, de legado neoclásico (columna blanca tras columna blanca, realidad y metáfora de la supremacía blanca). La piedra honra a Warren Stephens, exalumno de la promoción de 79 y donante generoso de la universidad. Este ilustre señor, que también formó parte de la importantísima Junta de la Universidad, donó gran parte del dinero que permitió la renovación del “Colonnade” (paseo de edificios augustos y columnas blancas que ha llegado a ser el elemento arquitectónico más icónico de la universidad; véase foto a continuación). Resulta también que, hace ocho años, un reportero grabó al señor Stephens en una elegante fiesta patrocinada por la gente de Wall Street. Allí, el club de élite (todos hombres, todos blancos, todos de una enorme riqueza) intentaba divertirse con un par de números cómicos. En uno de ellos, Stephens aparecía vestido de mujer y con una bandera confederada cubriéndole la cabeza, cantando una canción, usando la melodía de “Dixie” (la canción más conocida de la Confederación sureña y un apodo de la zona), en la que básicamente mandaba al carajo al “99%”. De un solo golpe, Stephens logró el triplete de la discriminación: raza, clase, género.
Esta piedra rectangular enmarca el Colonnade. Pronto nos daremos cuenta de que no hay solo una, sino dos piedras para conmemorar al señor Stephens. Su presencia a los dos lados del Colonnade constituye un doble honor, y la doble señal de ser él el dueño de la universidad. Yo siempre he querido montar una campaña de “centavitos” (cada persona pone sus moneditas en las piedras con la periodicidad que pueda) para comprarle al señor Stephens el Colonnade, pero la protesta por aquí cuesta mucho, en muchos sentidos.
¿Todavía estáis por aquí? Pues, por fin podemos visitar la exposición de las 84 personas que poseía John Robinson y que legó a la universidad. Esta exposición no está en la parte central y más visible del Colonnade, sino que se ha colocado en un paseíto entre edificios, en una zona menos transitada. Pensadlo un poco: Stephens tiene dos placas en el lugar más simbólico de la universidad, mientras la historia de 84 personas se arrincona en un lado. La señal oficial nos indica, de manera torpe y reticente, “Historical Marker Acknowledging Enslaved People” (“Inscripción histórica reconociendo a gente esclavizada”; véase foto a continuación).
La exposición incluye varios informes sobre las 84 personas, lo que representa un verdadero avance en la historia de la universidad –un paulatino reconocimiento de su pesada historia racial y racista–.
Si bajamos por la colina hacia la Capilla Lee, encontramos la estatua de Cyrus McCormick, nativo del condado local, inventor, con un hombre esclavizado por su familia, de la segadora y miembro de la Junta de la universidad en el siglo XIX.
Antes de terminar la visita al campus, las flores frescas que dejan los turistas fans de la Confederación, delatan la nostalgia de algunas personas por este pasado racista de la universidad. Mirad aquí las flores en las rejillas de la entrada al Museo Lee, justo al lado de la tumba del querido caballo de Lee, Traveller. Aquí se quiere más al caballo que a las personas que fueron forzadas a construir la universidad.
Al concluir la visita, nos damos cuenta de las enormes brechas en la enseñanza, los conocimientos y el análisis histórico del campus y de nuestra formación como habitantes de este país, sobre todo desde el punto de vista de raza, de clase y de género. Tenemos que preguntarnos: ¿quién(es) tiene(n) el lujo de querer vivir en el pasado? ¿Quién(es) tiene(n) el lujo de no querer o no tener que cambiar el presente?
------------------
Ellen Mayock es profesora de lenguas románicas en W&L University.
Creo que fue en 2005 cuando mi madre y yo nos topamos con un desfile solemne en el barrio madrileño de Chamberí. Estábamos de camino hacia el piso de unos amigos para cenar con ellos una noche oscura de noviembre. Al acercarnos más, vimos el vacío que había donde antes hubo una estatua y observamos las caras de...
Autora >
Ellen Mayock
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí