El exiliado argentino que retrató a la ultraderecha en la Transición
El fotógrafo Carlos Bosch llegó a España poco después de la muerte de Franco. Su talento y su astucia le permitieron infiltrarse entre los falangistas de Fuerza Nueva durante más de dos años
Andrés Actis 4/07/2020
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Era 20 de noviembre de 1976 y Carlos Bosch, un joven fotógrafo argentino exiliado, caminaba por el centro de Madrid con sus tres cámaras al cuello. De casualidad, en una esquina, se encontró con una hilera de hombres y mujeres falangistas de Fuerza Nueva. Hacían fila para subirse a un autobús que los llevaría hasta un acto en homenaje al dictador Francisco Franco –aquel día se cumplía el primer aniversario de su muerte– en Paracuellos.
Como si hubiese estado siempre en sus planes, se mezcló entre los fascistas. “¿Usted quién es?”, le preguntó el encargado de repartir los asientos. Bosch lo miró a los ojos, enseñó sus cámaras y lanzó una mentira: “Soy argentino y vengo porque mi padre peleó en la batalla del Ebro y ahora tiene un cáncer terminal. Se está muriendo, pobrecito, y a mí me gustaría llevarle un recuerdo”. “Por supuesto, camarada. Ubíquese en el fondo, donde encuentre un lugar”, respondió, complacido, el organizador.
Una vez arriba recordó el himno falangista que había aprendido de niño en el colegio de curas en Argentina para neutralizar las miradas desafiantes de los hombres de seguridad que viajaban con bates de béisbol. Se puso de pie y gritó: “¡Camaradas! ¡Todos a cantar Cara al sol!”. A pleno pulmón, todos cantaron.
Ya en el acto, pidió hablar con el jefe de prensa. Repitió la coartada y solicitó autorización para hacer fotos. La respuesta lo descolocó: “Estoy justo necesitando un fotógrafo para la revista”. Bosch le aclaró que trabajaba para una agencia francesa (otra mentira), por lo que no le podía garantizar la exclusividad de las fotos. No importó. Desde ese día, se convirtió en el fotógrafo oficial. Estas anécdotas sobre cómo logró introducirse en uno de los grupos principales del fascismo español en la Transición las contó el propio Bosch en un reportaje que en 2018 publicó la revista Gatopardo.
Foto incluida en la exposición El huevo de la serpiente. Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti (Buenos Aires, 2014).
El protagonista de esta cinematográfica historia murió la semana pasada a los 75 años, en su casa de Buenos Aires, donde regresó en 2007, tras un largo exilio de 32 años. Nació en el seno de una familia patricia, de derecha y antiperonista. Estudió Sociología, Antropología y Técnicas Audiovisuales. “Yo era de derecha mientras estaba en la universidad. Empecé a tomar conciencia con mi cámara de foto”, reconoció en el documental que se estrenó en 2018 sobre su vida profesional (Sombra de luz, del director Daniel Henríquez).
Su primera escuela de fotoperiodismo fue la redacción clandestina de Noticias, en 1973, vinculada a la organización Montoneros, el brazo armado del peronismo de aquellos años. Quedó al frente de un equipo de fotografía que marcó un salto en la historia de la prensa gráfica argentina.
Armó las maletas en noviembre de 1975, cuatro meses antes del golpe de Estado (14 de marzo de 1976). Su padre, con quien tenía una muy mala relación, lo llamó para tomar un café. Cuando llegó al bar tenía sentado a su lado a un excomandante del Ejército. “En homenaje a la amistad que me une con su padre, que es un caballero, no como usted, más vale que se vaya del país, y rápido”, le dijo sin titubear.
Sacó pasajes para volar el 19 de noviembre a Venezuela. Pero cambió sus planes por la muerte de Franco. Llegó a Madrid con sus cámaras de fotos al hombro. La capital española le pareció una ciudad gris, con “poco movimiento fotográfico”. Al día siguiente compró un billete de tren a Roma con escala en Barcelona. Nunca llegó a irse de España.
“Hice tiempo en el puerto y en un mapa vi que estaba sentado en un lugar que se llamaba Bosch y Alsina, fue toda una señal. Empecé a caminar y me topé con una manifestación antifranquista. Saqué la cámara y grité que se tapasen la cara con la bandera para no ser identificados, como hacíamos en Buenos Aires. Salió una foto maravillosa: la bandera catalana y los ojos. Con esa foto me fui a un diario, les gustó y me la compraron”, recordó en el documental.
Las imágenes salieron publicadas en El Correo Catalán. Su talento, su creatividad y su desparpajo le abrieron rápido paso en la prensa española. Fue cofundador de El Periódico de Barcelona, y editor en Cambio 16 y en Interviú.
“Cambió la concepción oficialista de la fotografía de prensa vigente en esos años y nos enseñó cómo había que construir unas secciones de fotografía modernas”, lo recordó el fotógrafo Pepe Baeza, durante muchos años jefe de fotografía de La Vanguardia, al enterarse de su muerte. Lo mismo hizo Pepe Encinas, con quien compartió años de trabajo en El Periódico. “Le decíamos en broma que no hacía falta que nos enseñara la foto, que nos bastaba con que nos contara qué había hecho para lograrla”, escribió en una columna que salió publicada días atrás en el medio catalán.
Era el único fotógrafo con credenciales, al único que dejaban entrar a los actos. Llegó a codearse con los principales líderes del fascismo europeo
Su infiltración entre los falangistas duró más de dos años. Alternaba sus trabajos en Barcelona con los viajes esporádicos a Madrid cada vez que Fuerza Nueva requería de sus servicios. Era el único fotógrafo con credenciales, al único que dejaban entrar a los actos. Por aquellos meses llegó a codearse con los principales líderes del fascismo europeo. Participaba en reuniones junto a Giorgio Almirante (presidente del partido de ultraderecha italiano MSI), Blas Piñar (presidente del Frente Nacional) y el hijo de Mussolini, entre otros referentes regionales de la extrema derecha.
Para el segundo aniversario de la muerte de Franco, Bosch se llevó una silla y una mesa al acto de la Plaza de Oriente de Madrid. Sacó un cuaderno y empezó a ofrecer fotos. Enseguida se armó una fila: hacía click y anotaba nombre, apellido y dirección para mandarles las fotos: “En la puta vida mandé una pero los tenía fichados a todos”, contó en la entrevista que le concedió al portal argentino Infojus al regresar del exilio.
En esas fotos salían los jóvenes falangistas que, algunos años más tarde, se reciclaron en las filas del Partido Popular (PP). Muchos de ellos, según pudo reconstruir Bosch con el tiempo, tuvieron que renunciar a sus cargos cuando se publicaron sus imágenes juveniles, con el brazo en alto y haciendo el saludo fascista.
El engaño terminó a principios de 1979. Los falangistas le pagaron un pasaje a Núremberg, Alemania, para visitar al exmiembro de las SS Karl Hoffman, que tenía un club deportivo y estaba entrenando a un grupo de mercenarios para invadir Laos. Bosch fue el primer fotógrafo del mundo en entrar a ese club.
Hizo el trabajo, volvió a Barcelona, y reveló las fotos, pero se arrepintió al momento de entregarlas. Sintió que podían funcionar como mera publicidad. “Si publico esto mañana va a haber 20.000 jóvenes españoles que van a querer sumarse a ese club de mercenarios”, pensó. Las imágenes nunca se publicaron. En Fuerza Nueva se dieron cuenta de que los había traicionado. Se fue varios meses a la isla de Cerdeña, en Italia, ante las amenazas de los líderes del partido.
La represalia llegó a principios de 1980 en una manifestación en Barcelona. Unos falangistas habían metido una bomba en la redacción de una revista de izquierda y los socialistas habían convocado una movilización para reclamar que fueran enjuiciados. Del otro lado estaban los falangistas exigiendo la liberación de los detenidos. Bosch estaba haciendo fotos en el medio y uno gritó “ahí está el hijo de puta”, se le fueron encima y lo golpearon entre varios.
Registró la primera manifestación del orgullo gay de toda Europa, cubrió la invasión soviética en Afganistán, hizo reportajes clandestinos con dirigentes de ETA
Su último trabajo en España fue en El País. Primero en la delegación de Barcelona y luego, tras ganar el premio World Press Photo por una captura del presidente de la Generalitat de Cataluña Jordi Pujol durmiendo en un acto militar, en la sede central de Madrid por expreso pedido del director, Juan Luis Cebrián.
Dejó España en 1987 para instalarse en una granja en Luxemburgo con su mujer, traductora para la Comunidad Europea. Su “segundo exilio”, como lo define en el documental, duró 21 años. No volvió a sacar una foto hasta su regreso a Buenos Aires.
Bosch justificó su extenso paréntesis profesional por su “locura” –en el Líbano le pagó a un chico, que estuvo a punto de morir, para que cruzara por un lugar lleno de francotiradores con la idea de forzar una foto– y por el viraje en el modelo de negocio de los medios de comunicación: “Para esa época, las empresas empezaron a comprar muchos periódicos. No se podía publicar aquello que iba en contra del poder económico. Fue un momento ideal para alejarme de la profesión”.
Su ojo capturó muchísimos instantes históricos durante los once años que vivió en España. Registró la primera manifestación del orgullo gay de toda Europa, cubrió la invasión soviética en Afganistán, hizo reportajes clandestinos con dirigentes de ETA, fotografió a Salvador Dalí postrado en la cama de un hospital, y fue uno de los últimos en retratar al escritor Julio Cortázar antes de que muriera en París.
El regreso a su tierra natal, a Argentina, fue en las sombras. “En Europa tenía fama de fotógrafo capaz de cualquier cosa y en España me decían el guerrillero. Tenía prestigio, me compraban fotos en todos lados. Cuando volví no me conocía nadie. No fue nada fácil”, contó en reiteradas ocasiones. Abandonó la fotografía periodística, de calle, para dedicarse al autorretrato de sus propios miedos: la muerte, el geriátrico, la pobreza y la cárcel. Imprimió una serie que fue premiada y galardonada.
Bosch donó todo su archivo a la Asociación de Reporteros Gráficos de Argentina (Agra).Sus antiguos compañeros lloraron la partida “del mejor de todos”, como lo definió Eva Cabrera, vicepresidenta de la organización. “Era un tipo tan divertido como cabrón. Todos rescatamos su generosidad como profesional. En lo personal, creo que hubo un antes y un después de mi carrera. Me enseñó a ver detalles que yo no veía en las fotos y a confiar en mi producción, lo que pocos maestros hicieron”, recuerda.
En 2014, autorizó a exponer las fotos que sacó entre los falangistas. La muestra, titulada El huevo de la serpiente, se presentó en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, ubicado en la ex Esma, la antigua Escuela de Mecánica de la Armada, donde funcionó el centro clandestino de tortura y detención más grande de la dictadura militar argentina. Tenía pensado viajar en septiembre de este año a Barcelona para replicar esa exposición.
En la ceremonia de inauguración, Bosch entregó una respuesta premonitoria cuando le preguntaron por qué había convivido tanto tiempo con los fascistas: “Trabajé esos años para poner de manifiesto lo que era el real peligro de esa gente. Mi obsesión vino del miedo. El peligro más fuerte de todo es el extremo de la derecha. Todo lo que proponen es negativo, es destructivo. Son el odio y eso a mí me da terror”.
Foto incluida en la exposición El huevo de la serpiente. Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti (Buenos Aires, 2014).
Era 20 de noviembre de 1976 y Carlos Bosch, un joven fotógrafo argentino exiliado, caminaba por el centro de Madrid con sus tres cámaras al cuello. De casualidad, en una esquina, se encontró con una hilera de hombres y mujeres falangistas de Fuerza Nueva. Hacían fila para subirse a un autobús que los llevaría...
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Andrés Actis
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