MUJERES, RACISMO Y CAPITALISMO (IV)
“Para ellos somos como las jeringas, descartables”
Las vidas de limpiadoras, auxiliares, cuidadoras, enfermeras... importan. Estas mujeres, eslabones más precarios de la atención sanitaria, se movilizan desde Madrid a Buenos Aires para reclamar sus derechos
Josefina L. Martínez 22/08/2020
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Limpiadoras, celadoras, auxiliares, cuidadoras, enfermeras... sus cuerpos exhaustos son los eslabones más precarios en la cadena de la atención sanitaria. Quienes se han expuesto en primera línea para combatir una pandemia que nadie esperaba, y para la que no estábamos preparados. Desde Madrid a la provincia de Buenos Aires, en Argentina, ellas se organizan contra privatizaciones y recortes, porque las vidas de las trabajadoras también importan y la sanidad no debería ser un negocio.
“Somos esenciales. Sin una buena limpieza, un hospital no funciona”
Durante la primera ola de la pandemia, las limpiadoras sanitarias estuvieron en el centro de la tormenta. En Madrid, epicentro de la crisis, arriesgaron sus vidas para desinfectar salas de urgencia, fregar suelos y quirófanos, sin contar con la protección adecuada. ¿Y cómo les pagaron? El gobierno de Díaz Ayuso anunciaba el 3 de junio la privatización del servicio de limpieza del Hospital Gregorio Marañón (el único hospital de la ciudad que hasta ahora mantiene a las limpiadoras en plantilla). Gracias a la lucha de las trabajadoras y las denuncias presentadas por los sindicatos, la licitación se ha frenado, pero puede retomarse en cualquier momento. Por eso, ellas se han organizado y siguen en pie de guerra. En pleno verano, durante julio y agosto, se las podía ver con sus batas verdes y amarillas frente a las puertas del hospital, acompañadas por vecinos, estudiantes y organizaciones solidarias. Ahora preparan una gran manifestación para septiembre.
María Villa Fuentes Sánchez empezó a trabajar en el Gregorio Marañón hace 15 años. Primero haciendo suplencias, y con un puesto estable desde el 2015. “La pandemia la vivimos con susto, era algo que no conocíamos, y nadie nos explicaba nada. No teníamos materiales para enfrentarnos a desinfecciones, con personas que habían contraído el virus e incluso que habían fallecido”. Cuenta que los protocolos cambiaban todos los días, la incertidumbre era total y terminaban agotadas. Son 553 limpiadoras, entre el Hospital Central y la Maternidad, incluyendo el personal que se contrató para reforzar la lucha contra el coronavirus.
“Todas las compañeras nos mirábamos sin decir nada y con una gran tristeza. Y luego la vuelta a casa era lo más duro, porque no sabíamos lo que podíamos llevar a nuestros hijos o nuestros padres, personas mayores”. Su relato es estremecedor: “Fue como el peor de los sueños, como una película de ciencia ficción, donde por un simple virus la gente va muriendo y hay un caos tremendo. Pues eso es lo que vivimos allí. Y después de todo lo que hemos pasado, que fueron meses muy duros y agotadores, nos dan la noticia de que quieren privatizar el servicio de limpieza de este hospital”, dice con indignación. “En el servicio de limpieza somos las grandes olvidadas, las invisibles, pero nos hemos dado cuenta de que somos muy importantes. Somos esenciales. Porque si en esta pandemia no hubiera habido una limpieza profesional, exhaustiva y minuciosa, hubiera muerto muchísima más gente.”
A Elvira Díaz Maroto también te la puedes encontrar en cada concentración, megáfono en mano, cantando a viva voz: “Con nuestras bayetas y fregonas hemos luchado, ahora vosotros nos dais un palo”. Es limpiadora en el Gregorio Marañón hace poco más de un año, donde cubre la baja de una compañera. La pandemia la vivió como una pesadilla, lo recuerda y no puede evitar la emoción: “He llegado a estar limpiando una cama y que un abuelo que me agarre la mano y me diga: ‘¿Me estoy muriendo, ¿verdad?’. Y tener que mirarle, sonreírle y decirle: ‘No, hombre, usted tranquilo, que va a salir de esta’. Y saber que no tenía a nadie de su familia”.
Al miedo y la inseguridad se sumó el maltrato de parte de la gerencia del hospital. “Nos empezamos a dar cuenta que las de limpieza estábamos totalmente desprotegidas, porque solo había mascarillas para el personal sanitario, como lo llaman ellos, y nosotras no entrábamos dentro de su proyecto de personal sanitario. De hecho, no entrábamos porque el señor gerente y la señora Ayuso ya tenían en vista que la limpieza iban a privatizarla, se la iban a entregar a una empresa privada”.
Empresas como Clece de Florentino Pérez o Ferrovial podrían quedarse con la gestión de la limpieza del Gregorio Marañón. Grupos privados que gestionan la salud como un negocio, con fatales consecuencias para la población, como ya se vio en las residencias de mayores en Madrid –focos del contagio, con la mayor cantidad de muertos–. Estas grandes empresas que proveen servicios de limpieza a hospitales, oficinas y universidades tienen como marca registrada la precariedad de una mano de obra feminizada y racializada.
En el Gregorio Marañón, las trabajadoras aseguran que, si hay privatización, la ecuación es simple: se reducen los puestos de trabajo, se pierden derechos y se trabaja más, en peores condiciones. ¿Y quién quiere ser ingresado en un hospital que no garantice un buen servicio de limpieza? En las privadas “el personal no es profesional ni está cualificado para atender limpieza de hospitales y mucho menos frente a una pandemia como la que estamos volviendo a sufrir”, asegura María Villa. Por eso “no es bueno para la salud de los madrileños, si consentimos que esta señora siga privatizando”. Elvira piensa igual: “Nuestra lucha no es solo por nosotras, es por todo el mundo, porque nos merecemos una sanidad pública. No se merece nadie que jueguen con nuestra salud, que nos metan empresas privadas y haya un mal funcionamiento.”
“Ayer nos aplaudíais, hoy necesitamos que nos apoyéis y luchemos juntos por una sanidad 100% pública"”, piden las trabajadoras.
Las vidas de las trabajadoras importan
“El papel de la mujer en los servicios de salud puede considerarse como una extensión de sus funciones de cuidado en el ámbito doméstico; la división del trabajo en el hogar por sexo se traslada al lugar de trabajo”. Así explica Natalia Aguilera la relación entre feminización del trabajo en los hospitales y la precariedad que viven cada día las trabajadoras sanitarias. Ella es enfermera en el Hospital San Martín de La Plata, en Argentina, e integra la Corriente de Izquierda por la Salud Pública. En este país, como en gran parte de América Latina, la sanidad se cae a pedazos, y solo se sostiene gracias al esfuerzo de sus trabajadores y trabajadoras.
La precariedad se ha profundizado en la última década, con mayores recortes en todas las áreas, lo que afecta en especial a las trabajadoras: “Con condiciones laborales sumamente precarias, sin derechos de ningún tipo y horarios flexibles, para poder amoldar los horarios de trabajo en el hospital (el salario no llega a cubrir la canasta básica y muchas somos cabezas de hogar) y las tareas domésticas en nuestros hogares y de cuidados que demandan nuestros hijes”, señala.
“En momentos de pandemia corremos de un trabajo al otro, con los riesgos que esto implica, aumentando más la posibilidad de contagio. Esta sobrecarga laboral nos lleva a un lógico estrés y agotamiento, no sólo físico sino emocional. Sumado a que quienes trabajamos en el ámbito de la salud nos enfrentamos todos los días a ganarle una carrera a la enfermedad y la muerte”.
La crisis de la covid está golpeando por múltiples vías a la población más vulnerable en Argentina. A la emergencia sanitaria y el contagio de quienes deben salir a trabajar para comer, se suma el aumento de la pobreza y la indigencia, algo que no ha cambiado bajo los diferentes gobiernos. “Quienes trabajamos en la salud y sobre todo la salud pública somos quienes recibimos y percibimos en forma directa el deterioro en el que se encuentra la salud de los trabajadores y el pueblo, que son quienes acuden al hospital público. Somos nosotros muchas veces con nuestro propio esfuerzo sorteando la falta de insumos, de personal, cansados por dobles jornadas los que le ponemos el cuerpo cotidianamente para que de alguna manera la salud pública funcione”.
En medio de esta catástrofe, las trabajadoras y trabajadores del hospital están poniendo en pie una nueva organización, eligiendo representantes desde todos los sectores, para coordinarse. “Si hay algo que les trabajadores tenemos es imaginación y este momento no fue la excepción. Les trabajadores de la Salud nos organizamos también en Pandemia”, apunta con entusiasmo Aguilera.
“Ahí no importa si sos de terapia, de maternidad, clínico, de la guardia, camillero o administrativo, médico, enfermero, higiene, residente, cuidador, estamos todos unidos en una misma lucha, construyendo una herramienta que nos permite la coordinación entre los sectores, y desde no solo exigimos nuestras demandas, sino también controlamos que se efectivicen”. De este modo, han logrado superar las divisiones entre diferentes sectores y entre los diversos sindicatos. “Sacamos la conclusión de que debíamos construir una herramienta de base, que tuviera la expresión de todo el equipo de Salud junto a los sindicatos que están en la Salud, es decir nuestro primer cuerpo de delegados y delegadas”.
Al igual que las limpiadoras madrileñas, las enfermeras y el personal sanitario de muchos hospitales en Argentina están luchando contra recortes y privatizaciones de los gobiernos y contra los grupos económicos que especulan con las clínicas privadas, mientras se deteriora la sanidad pública: “Actualmente son los mismos quienes ganan, esos poderosos que no tienen escrúpulos en llenarse sus bolsillos a costa no solo de nuestra salud sino de nuestras vidas”.
Aguilera sostiene que es importante transformar toda esa indignación y el cabreo en fuerza para seguir luchando “no solo por nuestros puestos de trabajo, condiciones de vida, sino para atacar nuestro verdadero enemigo: un sistema social que genera hambre, familias en la calle, discriminación, maltrato, miseria, pobreza para nosotros los trabajadores, mientras unos pocos se la siguen llevando en pala”.
“Por eso la construcción de una herramienta política de los trabajadores, las mujeres y la juventud se hace imprescindible”, agrega. “Somos esenciales, pero para ellos somos como las jeringas, descartables. Es ahí donde se hace fuerte y se impone la idea de que las vidas trabajadoras importan, que es un sentimiento que nos sale de las entrañas y que recorre el mundo. ¡Porque esta crisis la tienen que pagar quienes la generaron, exigimos que dejen de hacer negocios con nuestras vidas!”, afirma Natalia Aguilera desde el otro lado de la línea que une –mucho más de lo que parece– Madrid con Buenos Aires.
Limpiadoras, celadoras, auxiliares, cuidadoras, enfermeras... sus cuerpos exhaustos son los eslabones más precarios en la cadena de la atención sanitaria. Quienes se han expuesto en primera línea para combatir una pandemia que nadie esperaba, y para la que no estábamos preparados. Desde Madrid a la...
Autora >
Josefina L. Martínez
Periodista. Autora de 'No somos esclavas' (2021)
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