Gramática rojiparda
Queremos saber más
La ciudadanía, cada vez más consciente de estar sirviendo de tropa prescindible en el frente vírico, no tardará en responsabilizar a una ciencia que poco tiene que decir en cuanto a cómo debemos vivir
Xandru Fernández 27/09/2020
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El pasado 10 de septiembre, varias decenas de científicos, investigadores y profesionales de la salud publicaban en Francia una tribuna titulada “COVID-19: no queremos que nos siga gobernando el miedo”. Entre los firmantes había profesores universitarios, directores de investigación del CNRS (“el CSIC francés”) y un buen puñado de médicos, epidemiólogos, psiquiatras y genetistas. Pongo primero la cualificación de los firmantes que sus argumentos porque de eso trata este artículo, de cualificaciones y autoridades.
¿Quiere saber más?
Desde que la covid-19 alcanzó el estatuto de pandemia, los llamamientos a confiar en la ciencia y en el dictamen de los científicos han sido constantes, unánimes y, con bastante frecuencia, sorprendentemente agresivos. La prensa, en general, se refiere a “los científicos” como si estos constituyeran una raza diferente, biológicamente segregada del resto de los seres humanos y segregada también geográficamente, al vivir todos juntos en una zona remota, ingrávida, fría y montañosa. Se supone que entre ellos no hay discusiones ni conflictos, todos tienen una opinión unánime sobre la pandemia y, si les hiciéramos caso, ganaríamos la guerra contra el virus en unos pocos meses. Pero se enfrentan a los prejuicios y los hábitos de pensamiento de una mayoría social de descerebrados a la que hay que mantener a raya con medidas de control extraordinarias, de modo que podamos concentrar todas nuestras energías, toda nuestra disciplina y voluntad de sacrificio, en derrotar a los monstruos.
Más de un lector habrá caído en la cuenta del parecido entre la caricatura del párrafo anterior y la trama de una película de ciencia ficción de Paul Verhoeven, Tropas del espacio, vagamente inspirada en la novela homónima de Robert A. Heinlein. En ella, los monstruos a los que hay que derrotar no son virus, sino insectos procedentes del espacio exterior. Los terrícolas conviven en una sociedad platónica en la que, o produces bienes para la subsistencia, o existes solamente para luchar contra el enemigo, ya sea con armas de fuego, ya sea investigando de qué manera derrotar a los bichos, analizando sus estrategias, estudiando su composición celular. O soldados o científicos. Y a los científicos no se les rechista. Sin ellos, los soldados estarían sacrificando sus vidas al azar, en una exhibición de testosterona sin sentido. Gracias a los científicos, la victoria está cada vez más cerca. Las autoridades de ese no tan lejano siglo XXII difunden constantemente unas píldoras publicitarias en las que, después de preguntar “¿Quiere saber más?”, se emite una y otra vez el mismo mensaje alentando a los jóvenes a alistarse en esas tropas de reemplazo. Si uno quisiera saber más, se quedaría con las ganas: en esos anuncios siempre se repite lo mismo.
Los firmantes de la tribuna francesa acusan a las autoridades de insuflar el miedo en la ciudadanía mediante la exageración sistemática
Los firmantes de la tribuna francesa acusan a las autoridades políticas y sanitarias de su país de insuflar el miedo en la ciudadanía mediante la exageración sistemática de los peligros de la covid-19 “sin explicar sus causas ni mecanismos”. Piden que no se confunda la responsabilidad informada con la culpabilización moralizante, “ni la educación ciudadana con la infantilización”. Constatan que el confinamiento general fue una medida traumática y que es irresponsable jugar con la amenaza permanente de adoptarla por segunda vez. Y exigen que no se apele a la ciencia para fomentar la aceptación sumisa de cualquier norma extraordinaria, pues la ciencia tiene como condiciones necesarias la transparencia, el pluralismo, el debate contradictorio, el conocimiento preciso de los datos y la ausencia de conflictos de interés.
¿Quiere saber más?
En su Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, Galileo pone en boca de su alter ego Salviati el siguiente reproche dirigido a Simplicio, representante de la tradición aristotélica y de la fe en la autoridad revelada: “Ya empiezo a darme cuenta de que hasta ahora habéis sido uno de esos que para entender cómo suceden estas cosas y enterarse de los efectos de la naturaleza no suben a las embarcaciones ni van junto a las ballestas y cañones, sino que se retiran al estudio a hojear los índices y repertorios para ver si Aristóteles ha dicho algo al respecto, a asegurarse de que han captado el verdadero sentido del texto, y ya no desean otra cosa y estiman que no se pueda saber más”. Observando cómo se discute en ciertas redes sociales sobre las características de la covid-19 y los métodos empleados en combatirla, en más de una ocasión he tenido la impresión de estar rodeado de Simplicios que enarbolan, en lugar de las obras de Aristóteles, infografías y artículos de la prensa digital como si en ellos estuviera contenida toda la verdad de la pandemia. No presupongo que esos artículos carezcan de afirmaciones verdaderas, pero en ningún artículo del mundo puede contenerse una verdad revelada y absoluta ni sobre este tema ni sobre ningún otro: la ciencia consiste precisamente en construir esas verdades mediante la observación, la experimentación, la discusión racional, el peritaje experto y la crítica constante. Lo contrario, esto es, la fe ciega en un depósito de afirmaciones más o menos coherentes o verosímiles, está muy lejos de lo que en nuestra tradición cultural se considera científico. Se parece mucho más a la fe religiosa.
A eso se refieren los investigadores y profesores de la comunidad científica francesa, razonablemente sensibilizados contra el uso de la palabra “ciencia” para imponer de manera acrítica, cuando no despótica, medidas que no soportan un examen racional sostenido durante más de cinco segundos. Y eso que lo hacen en un país cuyo gasto en I+D aumentó, entre 2009 y 2018, un 12%. En España, durante el mismo período, el aumento fue de un 2,5%. La apelación a la ciencia tiene en España el agravante de que aquí ni el Estado ni la iniciativa privada confían en los científicos.
La primera medida debería haber consistido en evitar que las posibles víctimas tuvieran que moverse para subsistir. Esto se podría conseguir con una renta básica universal
Tampoco lo hará por mucho más tiempo una ciudadanía que, cada vez más consciente de estar sirviendo de tropa prescindible en el frente vírico, no tardará en responsabilizar de la ineficacia de las medidas sanitarias a una ciencia que poco tiene que decir en cuanto a cómo debemos vivir o a qué cantidad de rostro podemos exhibir. Y que, de hecho, no ha decidido nada al respecto: si la única manera de reducir el número de contagios es limitar los movimientos de la población, la primera medida debería haber consistido en evitar que las posibles víctimas del virus tuvieran que moverse para subsistir, algo que se podría conseguir fácilmente con la introducción de una renta básica universal. Si no se ha hecho no es porque la ciencia lo desaconseje, sino porque esa medida perjudicaría a las cuentas de resultados de las grandes empresas. Y si en ciertas comunidades autónomas las unidades de cuidados intensivos empiezan a estar otra vez saturadas, quizá no sea porque los ciudadanos se ponen mal la mascarilla, sino por no haber dotado a los hospitales de los medios suficientes, que es lo que reclama el personal sanitario.
¿Quiere saber más?
Al final de Tropas del espacio, Paul, uno de los científicos, se encara con uno de los cerebros de los insectos alienígenas. Se trata literalmente de un cerebro, no es una manera de hablar. Paul, que a su manera es también un “cerebro”, lee el estado mental de la criatura y descubre que esta tiene miedo. Es el momento de júbilo de las tropas terrícolas, el triunfo de su maquinaria militar expansionista. Lo que diferencia a la ficción de la realidad es que, en esta última, los virus no tienen cerebro ni pueden, por tanto, sentir miedo, pero sí nosotros, sus víctimas. La exageración de un peligro, por muy real que sea este, no promueve el debate sereno ni permite que fluya la información, solo añade ruido. Si tanto confiamos en la ciencia, hagámonos la pregunta de por qué los grandes científicos que figuran en nuestros libros de historia estaban tan orgullosos de sus ojos y oídos mientras que nosotros hemos renunciado a nuestros sentidos para volver a creer en los Simplicios de turno. Preguntémonos por qué no queremos saber más.
El pasado 10 de septiembre, varias decenas de científicos, investigadores y profesionales de la salud publicaban en Francia una
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Xandru Fernández
Es profesor y escritor.
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