Correlación de fuerzas
¿Está tan cerca el papa Francisco de la extrema derecha?
Respuesta al artículo ‘¿Está tan lejos el papa Francisco de la extrema derecha?’ de Nuria Alabao
Gorka Larrabeiti / Santiago Alba Rico 14/10/2020
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El pasado 18 de septiembre el secretario de Estado de EE.UU., Mike Pompeo, publicó un artículo en la revista ultraconservadora First Things, titulado “Los católicos de China y el testimonio moral de la Iglesia”. Tras anunciar que diplomáticos vaticanos y chinos iban a negociar la renovación del acuerdo secreto y provisorio de dos años entre la Santa Sede y China, relativo exclusivamente al nombramiento de obispos, Pompeo acusaba al Vaticano de haber desamparado a los católicos chinos, quienes, a juicio del Departamento de Estado, son objeto de maltrato y depravaciones por parte del Partido Comunista Chino. Pompeo recuerda a la Santa Sede que a finales del S.XX el testimonio moral de la Iglesia inspiró a quienes liberaron Europa del comunismo y desafiaron regímenes autocráticos y autoritarios en Asia y Latinoamérica. En el tuit que enlazaba al artículo, Pompeo fue aún más lejos: “De renovar el acuerdo [con China], el Vaticano estaría poniendo en peligro su autoridad moral”.
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El 30 de septiembre, en plena campaña electoral estadounidense, el máximo responsable de la diplomacia visitó Roma y participó en un simposio celebrado en la Embajada de Estados Unidos ante la Santa Sede bajo el título “Fomentar y defender la libertad religiosa a través de la diplomacia”. En el discurso que pronunció en dicha ocasión, Pompeo afirmó que “la misión de defender la dignidad humana –y en particular la libertad religiosa– sigue siendo el núcleo de la política exterior estadounidense”. Al final del discurso Pompeo saludó afectuosamente al cardenal ultraconservador Raymond Leo Burke, uno de los cabecillas de la oposición interna al papa. Francisco, en cambio, se negó a recibir al representante estadounidense porque, según admitió Mons. Richard Gallagher, secretario para las Relaciones con los Estados, el papa Bergoglio no quería ser instrumentalizado electoralmente.
No se conoce un momento histórico de mayor tirantez política entre Estados Unidos y el Vaticano. En su guerra fría contra China, los EE.UU. precisan –sí o sí– de la autoridad moral de la Santa Sede para combatir con armas iguales la poderosa autoridad moral del Partido Comunista Chino. Bergoglio se la niega porque su combate es otro. Bergoglio, por desgracia para Trump y suerte para el orbe, no es Wojtyla. En el Vaticano se recibió con “sorpresa” el tono conminatorio del artículo de Pompeo, que el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado vaticano, comentó con finezza vaticana: “Es significativo también el lugar donde se publican los artículos. Sabemos que la interpretación viene no solo del texto, sino también del contexto, que dice ya algo sobre las intenciones de quien escribió el artículo y lo publicó precisamente ahí”. El 3 de octubre Francisco publicaba su encíclica Fratelli tutti sobre la fraternidad y la amistad social.
¿No hubiera sido más coherente con el momento escribir algo a favor de la encíclica papal y aprovechar luego para recordar sus políticas de género?
Este es el contexto en que se publicó, precisamente en la Revista Contexto, el artículo ‘¿Está tan lejos el papa Francisco de la extrema derecha?’. Basta una línea, en negrita, para conceder que la compañera Nuria Alabao lleva toda la razón al criticar el inmovilismo de Francisco en las cuestiones relacionadas con el control de la capacidad reproductiva de las mujeres. Ahora bien, ¿es ello suficiente para asociarlo, aún lejanamente, a la extrema derecha cuando Francisco actúa, de facto y de iure, como el mayor freno de la extrema derecha mundial?
Nunca nos ha gustado esa izquierda que renuncia a criticar a sus partidos o sus líderes so pretexto de que “no es el momento”. Siempre es el momento, desde luego, para criticar la política de género de la Iglesia y Nuria Alabao tiene todo el derecho de hacerlo mientras no cambie esa política. Ahora bien, también se puede criticar que se escoja precisamente uno de esos momentos –rarísimos a lo largo de su historia– en los que la Iglesia hace algo que hay que celebrar. Cualquier momento es bueno para criticar a la Iglesia. Son muy pocos los momentos en que merece aplausos. ¿No hubiera sido más coherente con el momento, y con el estado del mundo, escribir algo a favor de la encíclica papal y aprovechar luego para recordar sus políticas de género e incluso llamar la atención sobre la ausencia de mujeres en el texto pontificio? Creemos que de esa manera se habría facilitado el diálogo, no con el papa Francisco, no, sino con las miles y miles de mujeres que mantienen una doble batalla dentro del catolicismo: contra la ultraderecha –esa sí– que trata de derrocar a Francisco por todos los medios y contra los políticas de género de la Iglesia. ¿Se puede ser feminista y estar contra el abolicionismo? Alabao sabe muy bien que sí. ¿Se puede ser feminista y musulmana? Alabao sabe muy bien que sí. ¿No se puede ser feminista y católica? ¿No se puede ser católica y estar a favor de la despenalización del aborto? Aún más: ¿no se puede ser feminista y estar personalmente en contra del aborto? Criticas de este tipo no facilitan precisamente el diálogo con todos esas cristianas que se consideran a sí mismas de izquierdas y feministas y, al mismo tiempo, apoyan con más o menos reservas al papa Francisco. En lugar de acompañarlas en la batalla compartida, se les dice que su papa, al que ellas están defendiendo de los Pompeo, Bolsonaro, Salvini, Abascal o Bannon, así como de los cardenales más ultraderechistas –ellos sí– del sector eclesiástico más retrógrado, es de ultraderechas; y que allá ellos y que jamás gloria. Aparte del carácter políticamente falaz del argumento, nos parece poco inteligente renunciar a millones de aliados potenciales en un mundo que se hace jirones. A veces la izquierda prefiere un enemigo fácil que un aliado difícil.
¿Cómo es entonces que vemos a Francisco tan igual y tan distinto? Pues es que discrepamos en el objeto de debate. Para Alabao, el “principal ámbito de influencia” de la Iglesia serían las cuestiones de género; para nosotros, en cambio, el ámbito de influencia de la Iglesia es la Historia misma. El historiador Giaime Pala lo explicaba muy bien: “Cuando se habla de la Iglesia, no se puede coger una parte (cuestiones de género) para deslegitimar el todo. Se dialoga con ella para que el todo avance, incluso en sus partes más reaccionarias, apoyándose en los católicos más avanzados. Es lo que ha hecho históricamente la izquierda”.
Alabao y CTXT, nos parece, han escogido mal el momento y el enfoque. Uno tiene la sensación de que el artículo se sitúa más ante la encíclica Amoris Laetitia que ante Fratelli tutti, despachada someramente en un párrafo y mediante una concesión un tanto cínica. “Vale”, dice la autora, “podemos estar contentas” cuando Bergoglio señala los males de la globalización neoliberal, el consumismo, la especulación financiera, la mercantilización, la guerra, cuando alerta sobre el maltrato a los migrantes o critica la propiedad privada cuando no sirve a un fin social, el “populismo irresponsable” o los “nacionalismos cerrados, resentidos y agresivos”.
Nos parece que hay un sector de la izquierda que prefiere ignorar los cambios en la Iglesia y que, si se alegra de ellos, lo hace a regañadientes
No se trata solo de “estar contentos” sino de valorar la relevancia de su contenido. Más allá de las frases contundentes sobre el “dogma neoliberal” o la propiedad privada como “derecho secundario”, esta encíclica tiene, al igual que el documento sobre la fraternidad, mucho de inspiración ilustrada. Para empezar, el tema: la “fraternidad”, que antepone en importancia a la libertad e igualdad. Y luego, las 87 menciones al derecho como regulador de las relaciones entre las personas, los pueblos y las religiones. Eso es republicano. Como republicana es la negativa a que se explote la “cristiandad” como arma en la política exterior global.
El reduccionismo intelectual tiene consecuencias políticas. No es ni riguroso ni eficaz definir a la ultraderecha y, en consecuencia, por contraste, a la izquierda en virtud de un único rasgo: su posición a favor o en contra del aborto. Con arreglo a esta lógica, estaríamos obligados a decir, por ejemplo, que Oscar Arnulfo Romero, asesinado en San Salvador por la ultraderecha mientras daba misa, era de ultraderecha; y que Stalin, que era desde luego un criminal pero de otra clase, era también de ultraderecha; y que el expresidente de Ecuador Rafael Correa –con independencia de que nos guste más o menos– es de ultraderecha. E incluso que Leonardo Boff, el conocido teólogo de la liberación, anticapitalista y cercano al marxismo, entusiasta defensor de este papa (y que consideró un gran paso sin retorno la decisión de Francisco en 2016 de pedir la absolución para las mujeres que hubieran abortado) es, según esta ley asociativa, también de ultraderecha. De la misma manera, y al revés, podríamos decir que, puesto que Hitler era vegetariano y animalista, los vegetarianos y animalistas son todos próximos al nazismo, sin considerar que la mayor parte de ellos no son racistas ni antisemitas ni belicistas ni ambicionan conquistar Polonia (rasgos que, al contrario que el vegetarianismo, sí definen el nazismo). Estar a favor o en contra del aborto no es lo que define a la ultraderecha, como no era el animalismo lo que definía al nazismo. Pensar que no hay ninguna diferencia entre Wojtyla y Francisco porque ambos comparten posición en este terreno (olvidando además mil matices al respecto) es una actitud que recuerda mucho a la de ese antiimperialismo sumario que afirma que da igual quién gobierne en EE.UU. Creemos que la presidencia de Trump debería bastarnos para desterrar esa idea; de hecho, todos nos resignamos a apoyar mentalmente al elitista y conservador Biden como un mal menor. Pero ocurre que Francisco no es Biden: Francisco es más bien Sanders. ¿No debería alegrarnos mucho que una persona mucho más próxima a Sanders que a la ultraderecha gobierne uno de los Estados política y moralmente más influyentes del mundo?
Los sínodos de la familia de 2014 y 2015 demostraron que Francisco no contaba con la mayoría para acometer reformas de calado
Nos parece que hay un sector de la izquierda que prefiere ignorar los cambios en la Iglesia y que, si se alegra de ellos, lo hace a regañadientes y como menospreciando la novedad de que “el papa progre”, pobre y menos malo (en muchísimo tiempo) vaya por el mundo frenando a la extrema derecha, consolidando el diálogo con China y el Islam, o abrazando con fuerza la causa de la ecología social y el cuidado de la casa común. No es suficiente. Francisco sigue alineado con la doctrina social de la Iglesia –y, por extensión, con la extrema derecha– en lo tocante a los derechos de las mujeres y los derechos de los trans. El resultado es que no se valora suficientemente el hecho de que Francisco haya desplazado del foco de su agenda los “valores no negociables” y los haya sustituido por otros: la justicia social, la dignidad humana, la ecología, la fraternidad.
Los sínodos de la familia de 2014 y 2015 demostraron que Francisco no contaba con la mayoría para acometer reformas de calado. Para hacernos una idea: Francisco consiguió meter en una nota a pie de página una ventana que daba la posibilidad de que los divorciados pudieran comulgar. Los reaccionarios de todo el mundo, que cuentan con mucho, mucho dinero y muchos medios, se lanzaron contra él. Lo acusaron de hereje. Pidieron su dimisión. ¿Justifica ello algo? Para nosotros, no. El inmovilismo de la Iglesia católica en cuestiones de género tiene mucho de ensañamiento. Hay que cambiarlo porque es justo hacerlo y porque ofrece, como bien dice Alabao, una base ideológica que otros utilizan. Ahora bien: no valorar y no entender las coyunturas reales, los márgenes de actuación histórica, las correlaciones de fuerzas en las que se mueve este papa es un tremendo error. Los papas pasan y la curia se queda. Muy necio sería no aprovechar que tenemos un papa progre en un momento crítico. “Internacionalismo o extinción”, avisa Chomsky, que reconoce en el trabajo de Francisco “una señal de alarma para afrontar esta crisis”. Esta encíclica papal habla al mundo y constituye, según el historiador Massimo Faggioli, “un documento clave en términos del viraje en la Iglesia hacia un catolicismo global”. El internacionalismo de izquierda hará muy bien en tener presente la mirada y la conciencia socioambiental que emana tanto de la Laudato sì (“todo está conectado”) como de la Fratelli tutti (“todos estamos conectados”) para hacer frente compacto contra un internacionalismo de derecha belicosamente operativo desde hace tiempo.
En las cuestiones de género, que nos indignan tanto como a la compañera Alabao, no se trata sólo de que la Iglesia les preste más atención: demos todas más voz a las teólogas católicas. Dialoguemos en lo difícil. No caigamos en las “recetas inmediatistas de marketing que encuentran en la destrucción del otro el recurso más eficaz” (FT, 15).
“Los hombres no son más perfectos que el sol”, decía el poeta y revolucionario cubano José Martí; y añadía: “el sol tiene manchas”. En pleno eclipse civilizacional, conviene ser implacable con las sombras, sí, pero también celebrar, sostener y alimentar la poca luz que aún nos queda. Aunque la linterna la lleve un cura.
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Gorka Larrabeiti
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Santiago Alba Rico
Es filósofo y escritor. Nacido en 1960 en Madrid, vive desde hace cerca de dos décadas en Túnez, donde ha desarrollado gran parte de su obra. Sus últimos dos libros son "Ser o no ser (un cuerpo)" y "España".
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