Cambiar de plano
Contra el insondable nihilismo que prevalece, precisamos una cultura gaiana
Lo ecológica y socialmente necesario es cultural y políticamente imposible. Scranton tiene razón: nos hemos metido en una trampa de la que no podremos salir. Y Greta Thunberg tiene razón: hay que pelear hasta el final
Jorge Riechmann 23/11/2020
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I
Si es que queda algo más que desechos y detritus. Anotaba José Jiménez Lozano hace años, a propósito de la cultura europea, en sus Cuadernos de letra pequeña: “Primero hablemos, muy en serio y muy despacio, de Auschwitz y Gulag, y sus entornos culturales, y luego hablamos de cultura, si es que, después de aquello, queda algo más que desechos y detritus de ella”. Es un buen criterio, que deberíamos actualizar –en una situación histórica que aún se ha ensombrecido mucho más–: hablemos muy en serio y muy despacio de caos climático, de Sexta Gran Extinción, del Mediterráneo como cementerio marino, del ecocidio más genocidio que estamos organizando, del carácter exterminista del capitalismo; y luego hablemos de cultura española y europea –“si es que queda algo más que desechos y detritus de ella”–.
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II
Nihilismo insondable. Subraya el escritor alemán Reinhard Mohr que todos los esfuerzos por alcanzar los objetivos de protección del clima (esfuerzos mucho más serios y continuados en su país que en España, por insuficientes que resulten) “chocan una y otra vez con la realidad de una sociedad industrial, de servicios y de consumo altamente compleja”, donde los intereses no pueden armonizarse de la noche a la mañana. Y concluye: “Por cínico que parezca, hasta dentro de varias décadas no se sabrá si se puede hacer lo bastante para evitar que el clima evolucione hacia la catástrofe”. En realidad el adjetivo adecuado no es cínico, sino nihilista. No acabamos de calibrar la profundidad del nihilismo de la cultura dominante, antes dispuesta a la inhabitabilidad de la Tierra y la extinción de la especie humana que a cuestionar el capitalismo.
III
Sería triste que desapareciéramos como especie. Preguntan a la astrónoma Priyamvada Natarajan a qué tiene miedo una cosmóloga como ella, y la científica de origen hindú responde: “No tengo miedo a ningún fenómeno cósmico. Temo el cambio climático y el hecho de que, a pesar de que vamos entendiendo lo que le estamos haciendo al planeta, no movemos un dedo para revertirlo. Estamos paralizados. Siento mucha decepción con EEUU. No sé cuántas catástrofes hacen falta para que actuemos. No me gustaría que desapareciéramos como especie…” Claro, amiga, a quién le gustaría: pero vamos encaminados hacia ello (¿3, 4, 5ºC por encima de las temperaturas preindustriales?). No deberíamos temer a nada más que a nosotros mismos –pero ni siquiera nos atrevemos a mirarnos en el espejo… Da igual que seamos Homo sapiens con capacidad de raciocinio. A efectos sistémicos, nos comportamos con la inteligencia de una ameba (la Gran Ameba de Nate Hagens). Esto ha hecho de nosotros el capitalismo.
IV
Creer antes que juzgar. “Aún no es tarde” ¿responde al análisis de la realidad, o es básicamente una frase motivacional?
Señalaba el ecólogo Vitousek (en su artículo “Beyond global warming: ecology and global change”) que somos la primera generación que, de forma consciente, sufre las consecuencias del “cambio global” (eufemismo por la crisis ecológico-social), pero somos también la última generación con herramientas para cambiar significativamente buena parte del proceso de degradación, si pasamos a la acción. Eso lo escribió en 1994… hace una generación (o más, según cómo echemos las cuentas).
Bernard Charbonneau advirtió en El Jardín de Babilonia (1969): “La única oportunidad que tiene el espíritu humano es mirar al sol directamente y optar, si es preciso, por una verdad aparentemente mortal antes que por una mentira salvadora”.
Vaclav Smil, el famoso investigador checo-canadiense sobre energía y sociedad, declaró –en una entrevista a Science en 2018– que él nunca se había equivocado en cuestiones de energía y medio ambiente, porque no tenía nada que vender. Es una lección que tendríamos que poder asimilar: no mezclar análisis con gustos y preferencias, en la medida de lo posible.
“Todo el mundo prefiere creer antes que juzgar”, decía ya Séneca, mucho antes de la Ilustración europea del XVIII. Pero en el esfuerzo por superar nuestra pereza cognitiva nos jugamos lo que significa ser humano.
V
Historia de nuestras izquierdas en los dos últimos siglos. Absortos en los importantes debates sobre si socializábamos o no los principales medios de producción, se nos olvidó la cuestión esencial: cómo habitar la Tierra.
VI
Fractura metabólica y extralimitación. Con la Revolución industrial capitalista, fractura metabólica (en el intercambio de estas sociedades con la naturaleza) y puesta en marcha de un dispositivo fosilista de crecimiento que conduce inexorablemente a la extralimitación (overshoot). Éstas son las dos cuestiones clave para nuestra “trampa del progreso” (Ronald Wright), las dos nociones básicas para explicar en el plano material el ecocidio (sin entrar en el complejo asunto de los valores y cosmovisiones).
VII
Cuatro años. Supongamos que llenamos el depósito de un automóvil con cuarenta litros de gasolina (más o menos equivalentes a cuarenta de petróleo), dispuestos a “quemar kilómetros” –como tanta gente hace por simple aburrimiento–. Pues bien, la energía que contiene ese precioso líquido equivale casi a cuatro años de trabajo físico humano, en semanas laborales de cinco días. (Un barril de petróleo, 159 litros, equivale a 1.700 kWh, y una jornada de trabajo pone en juego 0’6 kWh de energía metabólica.) El ensayista Nate Hagens llama a menudo, con razón, la atención sobre la abundancia energética casi inimaginable (e irrepetible) sobre la cual hemos construido nuestras muy frágiles sociedades.
Se podría decir también de esta manera: la gran mayoría de los recursos sobre los cuales hemos construido nuestro Progreso no tienen que ver con la inteligencia, sino con la fuerza bruta (energética). Y la inteligencia no nos da ni siquiera para percatarnos de ello, y asumir las (duras) consecuencias de esta Trampa del Progreso. Antonio Turiel nos ilustra sobe todo esto en Petrocalipsis (2020).
VIII
Ecofeminismo de subsistencia. “Muchos son los problemas, una la solución: economía mapuche de subsistencia” (reza uno de los ARTEFACTOS del poeta chileno Nicanor Parra). Pero no hemos hecho el menor caso a las personas sabias que nos han señalado caminos practicables de ecosofía decrecentista. También María Mies y Vandana Shiva (su libro Ecofeminismo se reeditó en castellano en 2016) apuntan a eso: de forma sustentable, podríamos estabilizar economías de subsistencia modernizadas, con energías renovables y tecnologías intermedias… pero no las economías industriales hipertecnológicas que parecen el único horizonte posible a la cultura dominante.
IX
Nadie quiere oír hablar de campesinización. El sentido común dominante da por sentado que el trabajo se convertirá en una suerte de bien escaso, y que el problema será la inexistencia de demanda solvente para consumir lo que produzcan los robots. Y sin embargo será menester trabajar cada vez más, a medida que avancemos en el descenso energético (el pico del petróleo crudo de mejor calidad se alcanzó hacia 2005, y probablemente ya estamos en el pico de todas las clases de petróleo y sucedáneos del mismo). Ciertamente, eliminar producciones superfluas puede ayudar a restablecer un equilibrio; y en cualquier caso necesitamos repartir el empleo y redistribuir los tiempos (de trabajo, de cuidado, de ocio, de participación sociopolítica) como un proyecto de sociedad. Pero eso no cambia el fondo del problema… Las sociedades agrarias preindustriales destinaban alrededor de un 80% de su fuerza de trabajo a la producción de alimentos; no cabe asegurar que un escenario de descenso energético vaya a dar en una relación muy diferente. Emilio Santiago Muíño, a partir de su intenso y extenso análisis de la experiencia cubana en el “período especial” (Opción Cero, 2017), estima que una sociedad industrial que tuviese que abandonar bruscamente la agricultura industrial petrodependiente y realizar una transición agroecológica que prescindiera de combustibles fósiles debería dedicar un 60% de su población activa a la producción de alimentos (y contar con suficientes animales de labor, cabe suponer).
X
Nuestro extravío. El concepto clave no es “electromovilidad”: es menos movilidad. No es “turismo consciente”: es menos turismo. No son “finanzas solidarias”: es expropiar la banca privada. No es “economía verde”: es contracción económica de emergencia. No es “desarrollo sostenible”: es construir resiliencia ante el colapso ecosocial, decrecer de forma justa y ordenada.
El planeta Tierra da para ocho mil millones de Homo sapiens viviendo, en lo material, ascéticamente. No da para generalizar los lifestyles de clase media occidental que el capitalismo nos induce a apreciar (y, por descontado, encandilarse con el modo de vida criminal del 1% en la cúspide es trabajar para el crimen). ¿Cambiamos de sistema económico y de forma de vida? ¿O nos dejamos ir al ecocidio más genocidio, a la inimaginable tragedia?
XI
Todos en la Resistencia. Mary Beard pregunta a veces a sus estudiantes: “Si hubieseis vivido en la Francia ocupada por los nazis, ¿qué hubierais hecho?” Todos contestan: formar parte de la Resistencia, claro. Pero nada de eso, basta repasar las estadísticas: hubieran sido indiferentes o colaboracionistas. “Y eso no nos convierte en peores seres humanos”, observa la profesora especialista en el mundo clásico grecorromano. Necesitamos la libertad de esa mirada compasiva y necesitamos también no engañarnos a nosotros mismos. Ni olvidar que esa parte vil –la que nos empuja a la comodidad de ser peores personas– está ahí, y que hay que hacer algo con ella: tanto a escala social –buenas instituciones– como personal –conversión–. Suelo aunar esas dos escalas en el término autoconstrucción: una tarea humana irrenunciable. Y menos que nunca en el Siglo de la Gran Prueba.
XII
Fracasando, que es gerundio. Los movimientos ecologistas han luchado durante más de medio siglo para evitar que sucediese lo que está sucediendo, para evitar que llegásemos donde ahora nos hallamos: el calentamiento global en camino de convertirse en hecatombe climática, el agotamiento de los recursos minerales (comenzando por el petróleo), la destrucción masiva de ecosistemas, suelo fértil, especies, poblaciones y seres vivos; la degradación, el empobrecimiento y el envenenamiento de la biosfera. Han luchado no por “salvar el planeta” (Gaia cuida de sí misma) sino para preservar las opciones de vida buena (para los seres humanos y las demás criaturas), y para evitar el ecocidio. Y los movimientos ecologistas han fracasado, hemos fracasado en esa lucha. El ecocidio (que va de la mano del genocidio humano) está consumándose. Hemos de partir de la constatación de ese fracaso: todo se hizo para intentar evitar lo que está sucediendo, que era perfectamente previsible hace medio siglo. Y ese fracaso tiene consecuencias catastróficas –no para los movimientos, sino para los seres humanos y para el conjunto de la vida en la Tierra.
XIII
Anticapitalistas, como es obvio. El ecologismo (el ecologismo consecuente, no el ambientalismo banal) cuestiona los supuestos básicos de la sociedad en que nos encontramos: el antropocentrismo, el extractivismo, el consumismo, el productivismo, la mercantilización expansiva, la cultura de la competitividad, la tecnolatría, la espectacularización, la hybris humana… Es el más contracultural de los movimientos sociales realmente existentes. Por eso, también el más anticapitalista de estos movimientos.
Salvarse exigiría dejar de pensar en términos de compatibilidad con el capitalismo y hacerlo considerando la compatibilidad con la biosfera. Necesitamos una cultura gaiana (lean por favor Reencontrando a Gaia de Carlos de Castro). Algo que, por desgracia, parece quedar completamente fuera de nuestro horizonte.
XIV
Tanto él como ella tienen razón. Lo ecológica y socialmente necesario es cultural y políticamente imposible. Roy Scranton tiene razón: nos hemos metido en una trampa de la que no podremos salir. Y Greta Thunberg tiene razón: hay que pelear hasta el final.
XV
Cambiar de plano. Pero hay que recordar enseguida las palabras de aquel sabio que fue Jesús Ibáñez: “Cuando algo es necesario e imposible hay que cambiar las reglas de juego: para inventar nuevas dimensiones.”
Algo muy similar, decenios antes, había apuntado Simone Weil: “Cuando algo parece imposible de obtener, se hagan los esfuerzos que se hagan, significa que se ha llegado a un límite infranqueable en ese plano, e indica la necesidad de un cambio de plano, de una ruptura del techo. Esforzarse hasta el agotamiento en ese plano, degrada. Más vale aceptar el límite, contemplarlo y saborear toda su amargura”.
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Si es que queda algo más que desechos y detritus. Anotaba José Jiménez Lozano hace años, a propósito de la cultura europea, en sus Cuadernos de letra pequeña: “Primero hablemos, muy en serio y muy despacio, de Auschwitz y Gulag, y sus entornos...
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