Memoria y futuro
Los jóvenes que perdieron el miedo en Chile siguen en pie
La madurez de Luis Poirot, un referente de la fotografía chilena de los últimos 50 años, y la efervescencia de Víctor Chanfreau, un joven dirigente estudiantil, cara a cara, para hablar del pasado y del presente del país andino
Francesc Relea Santiago , 29/11/2020
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— “Nosotros, en la Unidad Popular, teníamos una utopía, un sueño de país, que nunca se cumplió. ¿Tú y la gente de tu generación tenéis un sueño? ¿Una idea de lo que debería ser Chile?”, pregunta Luis Poirot, 79 años, fotógrafo.
— “Nosotros queremos construir una sociedad digna”, dice Víctor Chanfreau, 18 años, estudiante recién salido de secundaria.
— “¿Qué significa dignidad, la palabra con mayor eco hoy en Chile y tan adulterada por los políticos?”
— “Nos referimos a una sociedad sin explotación ni opresión. Y esto no será posible mientras siga en pie el capitalismo y el patriarcado”.
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Sesenta y dos años separan a Poirot, a punto de cumplir los 80, de Chanfreau, que acarició la mayoría de edad en enero. A pesar de la distancia generacional entre ambos, sus puntos de vista no están tan lejos, sobre todo cuando hablan de sueños e ilusiones.
Los dos estaban entre los miles de chilenos que celebraban la noche del 25 de octubre en Santiago el esperanzador resultado del plebiscito a favor de una nueva Constitución, que entierre para siempre la Carta Magna redactada en tiempos de Pinochet. Poirot se sumerge con su Leica entre la multitud, en plan reportero, tal y como ha hecho en las grandes manifestaciones de la revuelta que estalló en octubre de 2019.
El encuentro tiene lugar una tarde soleada de la primavera austral en una casa de Bellavista, uno de los barrios más bohemios de Santiago. La conversación trascurre a lo largo de una sesión fotográfica, en la que Poirot da esporádicas indicaciones a Chanfreau antes de disparar con su Rollei.
Poirot fue el fotógrafo de la campaña electoral de Salvador Allende en 1970, y testigo excepcional de la victoria, hace 50 años, del primer presidente que propuso una inédita vía pacífica al socialismo. El gobierno de la Unidad Popular fue barrido a sangre y fuego por el golpe militar del general Augusto Pinochet, al que siguió una dictadura de 17 años. El archivo de Poirot contiene fotografías únicas de aquella etapa, y de personajes legendarios como Víctor Jara, Pablo Neruda o Salvador Allende.
Víctor Chanfreau, líder de los estudiantes de secundaria que hace un año prendieron la mecha de la revuelta que incendió el país, nació cuando Chile había recuperado la democracia y apenas tenía 4 años cuando murió Pinochet. No ha vivido nunca en dictadura, pero sabe desde niño lo que significó el régimen militar. Su abuelo, Alfonso Chanfreau, desapareció cuando apenas tenía 23 años, después de pasar 14 días detenido.
— “¿De qué manera te marca el recuerdo de tu abuelo?”, inquiere Poirot.
— “Para mí, mi abuelo siempre fue un desaparecido… Siempre pregunté y nunca fue un tema tabú. Le agradezco mucho a mi familia y a mi madre su actitud. Y el ver que mi generación se vaya topando con compromisos parecidos, y que también estamos dispuestos a muchas cosas, dispuestos en cuerpo y alma en el proyecto en el que creemos. Vivir de cerca que si hay generaciones que estuvieron dispuestas a dar la vida, cómo hoy día nosotros no vamos a estar dispuestos también a lo mismo”.
“¡Somos un país con poca memoria!”, exclama Poirot. “Creo que esa poca memoria ha sido forzada, ha sido planificada”, precisa Chanfreau. “A los poderosos les conviene que sea así. Y así han construido el relato. El relato lo construyen los vencedores”. Pero el joven estudiante no olvida: “Cuando el Gobierno sacó a los militares a la calle el 18 de octubre de 2019 fue superfuerte. Dos días después tuvimos asamblea de secundaria en Londres 38 (antiguo centro de represión y exterminio) y fue muy fuerte, porque sé desde chico que allí torturaron a mi abuelo y a mi abuela”.
Alfonso Chanfreau, abuelo de Víctor, dirigente del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), fue detenido el 30 de julio de 1974. Fue torturado en el cuartel Yucatán, centro de detención conocido como Londres 38, junto a su esposa, Erika Hennings, con quien tenía una hija, Natalia. Un día sus verdugos se lo llevaron y nunca más se supo de él.
Erika es hoy, 46 años después, directora del Sitio de Memoria Londres 38, el mismo lugar donde fue torturada junto a su marido.
“Antes del gobierno de la Unidad Popular (1970-1973), Chile era un país donde nunca pasaba nada, los cambios se vivían en Europa y Estados Unidos”, recuerda Poirot. “Éste era un país de viejos, triste, pobre, donde no se les pedía opinión a los menores de 35 años”. Al comparar el Chile de la UP y el que emerge hoy, Poirot redescubre a los estudiantes y su lucha por la utopía. Porque, ciertamente, suena a utopía una educación gratuita en Chile.
“Una utopía en el sentido de un pensamiento generoso, que va más allá de uno mismo. Un sueño colectivo frente al sueño individual que se predicó durante años: comprar, consumir, gastar, un auto más potente, una casa más grande, ropa más cara…” Se refiere Poirot a los jóvenes como Víctor Chanfreau, “que rescatan sueños y la memoria colectiva, y alimentan también sueños comunes de futuro”.
La dictadura militar, a la que progresivamente se incorporaron civiles, destronó la tradición liberal parlamentaria, impuso la Constitución de 1980, y allanó el camino para 30 años de pacto democrático que ha perdurado inmutable hasta la revuelta del 18 de octubre de 2019. Han sido 50 años en los que la sacralización del individualismo y del paradigma neoliberal ha impregnado la sociedad chilena, hasta tal punto que hoy es inconcebible una experiencia como la de Unidad Popular.
Chanfreau habla del período de transición de la dictadura a la democracia. La revuelta, el “estallido” como la denominan en Chile, tiene que ver con la rabia que se ha ido acumulando durante más de dos décadas. “Los estudiantes de secundaria siempre nos organizamos y dinamizamos las luchas sociales, no sólo lo que tiene que ver con la educación. Fuimos los secundarios los que en 2016 hicimos barricadas y tomamos los liceos en la huelga nacional del 4 de noviembre para protestar contra las AFP (sistema privado de pensiones)”.
Dicho sistema es uno de los ejes del modelo económico neoliberal, en vigor desde 1980, cuando el régimen militar instauró por decreto la capitalización individual de un fondo de jubilaciones, administrado por empresas privadas denominadas Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP). Dichos fondos privados representan el 83% del PIB, y los aportes mensuales de los trabajadores en activo se invierten en la capitalización de grandes empresas. El resultado para los jubilados de un sistema tan perverso es que el 80% cobra una pensión inferior al salario mínimo, unos 350 euros al mes.
El movimiento estudiantil tiene una larga tradición de lucha en Chile. Los secundarios protagonizaron en 2001 el llamado Mochilazo, una protesta contra el aumento del precio del transporte escolar, que se extendió por todo el país. La Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios (ACES) asumió un nuevo liderazgo, más dinámico por su estructura de portavoces, que respondían a asambleas de liceo. Víctor Chanfreau era el vocero de la ACES en la revuelta de hace un año.
Las reivindicaciones de corte gremial dieron paso a cuestiones estructurales, como acabar con la Prueba de Selección Universitaria, caballo de batalla desde hace años por considerar que la PSU, lejos de medir objetivamente el mérito personal de los aspirantes, refleja la diferencia abismal entre alumnos de altos y bajos ingresos y los que proceden de colegios privados y los que estudiaron en centros municipales o subvencionados. Poner fin a la educación como negocio ha sido la bandera de las distintas revueltas estudiantiles de los últimos años.
Ante el abrumador desprestigio de los partidos políticos, los jóvenes son hoy la esperanza de cambio en América Latina, como ha quedado de relieve en las recientes protestas en Perú, a raíz de la destitución del presidente Martín Vizcarra. La llamada “generación bicentenario”, por coincidir con la conmemoración de los 200 años de la independencia de Perú, ha sido la protagonista principal de las protestas callejeras. Jóvenes peruanos, como los chilenos, que canalizan el malestar y el cansancio de muchos años de injusticia y de políticos corruptos.
Buena parte de estos jóvenes que se rebelan contra el actual estado de cosas son hijos del modelo neoliberal, que supuestamente debía mantenerlos adormecidos por el individualismo. Contra todo pronóstico, han roto esquemas y están dispuestos a poner el sistema patas arriba. “Yo estoy casado con una mujer muy joven, que creció en un hogar de derecha, y se dio cuenta de que todo lo que le habían contado era mentira”, comenta Poirot. “Y cambió radicalmente. Son los hijos que se han sentido engañados por los padres”.
Chanfreau recuerda que el aumento del precio del billete del metro que desencadenó la revuelta en octubre de 2019 no afectaba a los estudiantes de secundaria. “Saltar los torniquetes del Metro no era el acto individual de no pagar…Abrimos las puertas para todos y nos pusimos como fuerza de choque allí. Queríamos contribuir al aumento de una conciencia de clase”.
Nadie esperaba que aquella consigna “¡Evadir, no pagar, otra forma de luchar!”, que coreaban varios cientos de imberbes en los accesos de las estaciones de Metro, se convirtiera en la mayor explosión social desde la recuperación de la democracia hace tres décadas. No son los 30 pesos de incremento del Metro la causa de la furia colectiva, sino 30 años de desigualdad estructural de la sociedad chilena, de abusos y alzas en los servicios públicos, luz, transporte, salud, vivienda. Son lo que resume el elocuente título Las largas sombras de la dictadura, editado por el historiador Julio Pinto Vallejos.
Los partidos políticos han tenido una presencia escasa en la revuelta, y han emergido nuevos movimientos sociales y colectivos de un marcado carácter espontáneo y asambleario.
El Gobierno derechista de Sebastián Piñera, después de sacar a los militares a la calle y reprimir sin miramientos (más de 40 muertos y 3.700 heridos, balance global de la revuelta), acabó sentándose a negociar con los partidos parlamentarios. Y aceptó afrontar por primera vez la raíz del problema: la tremenda desigualdad, consagrada en la Constitución heredada de la dictadura.
El acuerdo alcanzado fue la convocatoria del plebiscito del pasado 25 de octubre, en el que los chilenos votaron masivamente (78,27%) a favor de una nueva Constitución, que será redactada en un máximo de un año por una Convención Constituyente que será elegida en abril de 2021.
Esta agenda apenas coincide con la de los jóvenes que provocaron la chispa. Como Víctor Chanfreau: “Sentimos que los excluidos en la revuelta popular fueron los partidos y la casta política. Y ahora ellos figuran como protagonistas. El protagonista era el pueblo y los estudiantes de secundaria hemos sido excluidos. Es parte de las trampas de los partidos institucionales. Claro que es necesaria una nueva Constitución, pero vemos con mucho recelo todo este proceso”. La mayor desconfianza tiene un nombre: los partidos políticos. “Están completamente desplazados del escenario. Intentaron colgarse de la campaña del apruebo en el plebiscito, pero ni siquiera les funcionó, porque la mayor campaña fue de las organizaciones sociales y territoriales”. La crítica adquiere mayor calado cuando describe a los partidos como “los administradores del régimen posterior a la dictadura cívico-militar. También son parte del problema”.
Los chilenos elegirán el próximo 11 de abril a los 155 miembros que integrarán la Convención Constituyente encargada de redactar la nueva Constitución, que deberá ser aprobada o rechazada en plebiscito (alrededor de agosto de 2022). Formalmente, podrán postularse como independientes ciudadanos de prestigio en distintos ámbitos, que cuenten con el respaldo de un número determinado de firmas. No lo tendrán fácil para competir con la maquinaria de los partidos, salvo que se integren en alguna de las listas partidarias. El temor es que un buen número de actuales cargos políticos pueda convertirse en constituyente, lo que echaría por tierra el sueño de una convención de caras nuevas. “Será prácticamente imposible que salgan elegidos independientes”, vaticina Chanfreau.
“Es una situación de suspense lo que va a pasar en dos años. ¿Cómo vamos a llegar? Me da alegría escucharte, pero al mismo tiempo me da vértigo…”, confiesa Poirot. “Sí. Es una apuesta. Pero la política no se juega sólo a decir nosotros les dijimos”, replica el estudiante. “Como que dentro de tres años les digamos, nosotros ya advertimos de que éste no era el camino. No podemos permitir más errores, ni más fracasos. Estamos en momentos decisivos”.
— Poirot: “Lo que más echaba de menos es la solidaridad, el país que construyó la dictadura es un país individualista y egoísta. Y ustedes lo que están desarrollando es justamente lo solidario”.
— Chanfreau: “En tiempos de crisis es cuando se ve más la solidaridad. Por ejemplo, el fenómeno de las ollas comunes. En sí mismo, la olla común no es revolucionaria, pero sí es un ejemplo de solidaridad de clase y el contenido político que implica. A los de arriba no les importamos nada. Si no nos ayudamos entre nosotros…”
P: “Yo no tengo miedo de los militares, no creo que estén para intervenir. Es distinta a la situación de 1973. Porque el contexto internacional también es distinto. Ningún país importante a nivel global, ni Estados Unidos, ni Rusia, ni nadie están pensando que en Chile se está jugando algo importante para ellos, como ocurría en el 73. Aquello era un experimento que no podían permitir. Ahora les importa un bledo lo que está pasando en Chile.”
Para Víctor Chanfreau, lo que está viviendo Chile es un aprendizaje individual y colectivo. “He aprendido a resignificar la justicia. Cuando hablamos de justicia por los detenidos-desaparecidos-ejecutados políticos, ¿a qué nos referimos? Justicia no es sólo que paguen con cárcel efectiva; justicia es retomar el proyecto político, vencer como no pudieron vencer las generaciones pasadas”.
La revuelta chilena ha dejado las paredes de Santiago y de otras muchas ciudades repletas de grafitis. Uno de ellos contiene un mensaje inequívoco, que conviene tener en cuenta: “Nos quitaron todo, hasta el miedo”.
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— “Nosotros, en la Unidad Popular, teníamos una utopía, un sueño de país, que nunca se cumplió. ¿Tú y la gente de tu generación tenéis un sueño? ¿Una idea de lo que debería ser Chile?”, pregunta Luis Poirot, 79 años, fotógrafo.
— “Nosotros queremos construir una sociedad digna”, dice Víctor Chanfreau, 18...
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Francesc Relea
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