En primera persona
Chile: memorias del plebiscito de 1988
Recuerdos de infancia entre lacrimógenas, apagones, la radio a pilas, panita de pollo y un padre en la clandestinidad. En este orden
Daniela Farías 20/10/2020
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Todo nos pasa en octubre. Una dictadura que se acaba en octubre de 1988, la revuelta que inician los estudiantes el 18 de octubre de 2019 y a la que se adhieren más de tres millones de personas en la manifestación pacífica más grande de Chile el 25 de octubre del mismo año, y cuyas demandas derivan en el plebiscito del próximo 25 octubre para escribir una nueva Constitución que esperemos deje en el olvido la de Pinochet.
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Noche del 4 de octubre de 1988. Apagón general en la Región Metropolitana, que suma más tensión al ya enrarecido ambiente de la jornada previa al plebiscito que decidirá la permanencia o no de Pinochet hasta 1997. Los partidos políticos de la Concertación por el No llaman a la tranquilidad y a asistir libremente a las elecciones del día siguiente, mientras que el Gobierno, fiel a su estilo hasta el final, busca sembrar el terror en torno al proceso electoral, señalando este corte de luz como apenas el principio de lo que puede pasar si gana la opción No, es decir, si el país queda en manos de marxistas, según ellos. Días antes, momentos previos a otro apagón, Pinochet decía sobre el No: “Votar por esa opción no es políticamente neutro. Es permitir la llegada al poder de sectores marxistas, quienes en una votación competitiva ocuparían el sillón presidencial”.
Pese a su juventud, mi mamá ya era muy previsora, y así como en su cartera nunca faltaba un limón para defendernos de las lacrimógenas que lanzaba la policía, tampoco faltaban las velas en casa y una radio a pilas que conserva hasta hoy como una reliquia. “Esta ha aguantado todas las mudanzas”, dice ahora con una sonrisa de oreja a oreja, a pesar de todo lo vivido y con una vitalidad que envidio. Yo era muy chica pero como tengo buena memoria me acuerdo de algunas cosas, a veces más que ella. Me acuerdo por ejemplo de estar juntas en nuestra casa en la villa Providencia de Macul, en la comuna de La Florida, al suroriente de Santiago, con la radio sobre la mesa, escuchando la Cooperativa a la luz de las velas que una noche alumbraba mi plato de panita de pollo; la siguiente, croquetas de jurel; otra, fritos de coliflor, que antes detestaba y ahora adoro. En los ochenta los apagones eran algo común. Y siempre las dos. Probablemente esa noche antes del plebiscito también fue de esas así, aunque con la expectación por el día siguiente.
El mismo mes, pero muchos años antes, en 1959 y en otra dictadura, la franquista, a Gil de Biedma también lo envolvía una velada enrarecida en Noche triste de octubre:
En la noche de octubre,
mientras leo entre líneas el periódico,
me he parado a escuchar el latido
del silencio en mi cuarto, las conversaciones
de los vecinos acostándose,
todos esos rumores
que recobran de pronto una vida
y un significado propio, misterioso.
Con una economía hundida, a España le quedaban aún varios años de dictadura. Nosotros ya nos despedíamos de la nuestra, pero esa noche aún no lo sabíamos, ni durante la jornada siguiente. Había incertidumbre. Para algunos este era un plebiscito arreglado por Pinochet, quien no podía ser tan necio como para dispararse en un pie convocando a elecciones en las que corría el riesgo de perder, que lo hacía para dar buena imagen en el extranjero porque ya había demasiados ojos fiscalizadores puestos en él, pero que, de todas formas, si ganaba el No, desconocería el resultado y permanecería en el poder. También corrían rumores de autogolpe para sacar a los militares a las calles.
Al día siguiente, los adultos fueron a votar desde muy temprano, lo que al principio causó bastante desorden. Hasta esa fecha, en Chile, no se había visto tal participación de la gente en elecciones. Todo indica que lo mismo ocurrirá en el nuevo plebiscito este 25 de octubre, en el que se decidirá si se aprueba o rechaza iniciar un proceso constituyente para escribir una nueva Constitución y la manera en que esta será generada, para dejar por fin atrás la de 1980, la de Pinochet, hecha en plena dictadura y sin padrón electoral.
Mi abuelo me dice que nos fuimos a seguir las elecciones desde su casa porque ahí había tele, pero al final, igual pusimos la radio, porque “ya eran como las ocho de la noche y el Cardemil (subsecretario del Interior) no quería dar los recuentos. Contaban los votos de unas pocas mesas de los barrios pitucos (pijos) donde ganaba el Sí”, me cuenta en videollamada, cual corresponsal octogenario.
Mientras el gobierno se negaba a entregar los conteos oficiales, en Televisión Nacional de Chile empezaron a transmitir el Correcaminos. Sólo unas cuantas emisoras: la Cooperativa, Radio Chilena, Radio Carrera, Nuevo Mundo, Radio Santiago, dieron a conocer un primer cómputo sobre una cifra de mesas escrutadas mucho más significativa en comparación con la que había entregado el Gobierno. Ganaba el No.
Gazi Jalil, editor general de prensa de Televisión Nacional de Chile en 1988, dice: “Un día se me acercó el director de prensa y me dice: ‘Mira, por favor, comunícale a los editores y a los reporteros que desde hoy no se utiliza más la palabra No en los encabezados de las notas’. Nosotros sabíamos que era complicado, que iba a ser tenso en Televisión Nacional, que no teníamos credibilidad. El público, los momentos trascendentes los iba a seguir o en otro canal o a través de las radios”.
En el plebiscito de este 25 de octubre se decidirá si se aprueba o rechaza iniciar un proceso constituyente para escribir una nueva Constitución y la manera en que esta será generada
“El Pinocho quería sacar a los milicos a la calle y desconocer el resultado, pero nadie lo apoyó. Y a eso de las dos de la mañana salió hablando el general Matthei (miembro de la Junta Militar del Gobierno) diciendo que había ganado el No”, relata mi abuelo.
Al día siguiente, nos fuimos a celebrar el triunfo del No en el Toyota marrón por la ex plaza Baquedano, ahora Dignidad, como varios preferimos llamarle después de la revuelta social de octubre de 2019. Me dejaron sacar la cabeza por la ventana y sostener junto a una mano adulta, creo que la de mi tía, la bandera chilena, cuya exposición, a diferencia de la española, no tiene una connotación especialmente nacionalista. Bajamos por la calle Alameda hasta llegar a Ahumada, pleno centro de la capital.
La opción del No había ganado con el 55,99% de los votos, contra el Sí, con un 44,01%, en el plebiscito que ponía fin a la permanencia de Pinochet en el poder tras 15 años de una dictadura sangrienta que dejaba 28.459 víctimas de tortura, 2.125 muertos y 1.102 desaparecidos. Además de 200.000 exiliados y un número indeterminado de personas que pasaron por centros de detención y tortura[1].
“Después nos fuimos a escuchar a la Gladys[2]. Tu mami aplaudía como loca. Yo a la Gladys la conocí personalmente porque era la mujer de un amigo mío, el Jorge. Habíamos sido compañeros de universidad de la Escuela de Ingeniería. Antes del 73, cuando yo trabajaba en ENAMI (Empresa Nacional de Minería), nos juntábamos a almorzar en el centro. Yo lo pasaba a buscar a la sede del Partido Comunista y a veces estaba ella. Me invitaban a participar, pero yo en esa época era más de los radicales. Fui delegado de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile de la Escuela de Ingeniería por el Partido Radical”, me explica mi abuelo con sus ojitos rasgados demasiado cerca de la cámara del celular. En el año 1976, la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), la policía secreta de Pinochet, secuestró a Onofre Jorge Muñoz Poutays junto a otros cuatro altos dirigentes comunistas en el llamado caso Calle Conferencia. Mi abuelo no lo volvió a ver. “Como colegas ingenieros y amigos, todos nos preocupamos, lo buscamos, pero nunca más supimos. Fue detenido desaparecido.”
Después de escuchar a la Gladys, seguimos la ruta de carnaval al ritmo de La fiesta del No!!!, del músico Florcita Motuda. Mi mamá se había comprado ese casete que pusimos en la radio del auto. Corre el rumor de que el hit llamado “El vals imperial del No” versión cantada del “Danubio Azul” de Strauss era tan pegajosa que hasta la ponían en bodas militares, quienes, nunca muy pillos en cosas de la lírica, al principio no advertían en el “No No No No” de la letra y la tarareaban con la gracia propia de los uniformados. Por supuesto, luego hicieron lo que mejor saben hacer, prohibirla en sus propios festejos nupciales.
A pesar del triunfo, mi mamá seguía un poco temerosa por ir escuchando la música “a todo chancho” (a volumen muy alto). Quizás tenía un mal presentimiento, y el miedo no es algo que se vaya de un día para otro. Sobre todo, porque aún cuando había ganado el No, al dictador le quedaba aún un año en el poder. Las elecciones democráticas a presidente y parlamentarios habían quedado fijadas para 1989.
El plebiscito no fue parecido a un videoclip vintage ni el triunfo del No dependió del buen desempeño de los publicistas a cargo de su campaña, como deja entrever la película No (2012), dirigida por Pablo Larraín, en una simplificación que no sé si me enoja o me da vergüenza ajena –cosa que me ocurre cada vez que he visto alguna de sus películas– y que, por cosas del destino, fue grabada frente a la casa de mis papás.
—¡Vi a Gael[3]! —me dijo mi mamá una noche—. Venía en patineta, pero dejaron la calle toda cochina —agregaba medio triste medio preocupada, pensando en quizás hasta cuándo se extendería esta alteración en la vereda, ansiosa por recuperar su verdadero momento de paz en el día, después de tanto trabajo, tantos años de preocupaciones, pérdidas, encontrando siempre la felicidad en regar. Regar su magnolio del antejardín, ahora en Ñuñoa. Décadas atrás era el ficus, planta ochentera por excelencia (y de consulta de dentista, como se indigna mi amiga Coni cada vez que ve una), en La Florida. Pasara lo que pasara, no abandonaba su ritual, interrumpido un día de diciembre, a meses del triunfo del No, por una llamada que le hizo perder el equilibrio y dejar la manguera corriendo.
—El Pato cayó preso —dijo la voz al teléfono.
Mientras nosotras y parte del país celebrábamos, mi padre, el Pato, como le llamábamos, junto al Frente Patriótico Manuel Rodríguez, brazo armado del Partido Comunista, al cual pertenecía, fraguaban otros planes. Por ese entonces no sabíamos mucho de él, pero esto era lo habitual, acostumbradas a la vida con un padre y un marido a ratos visible, a ratos en la clandestinidad.
Ellos no se creían lo de “Chile la alegría ya viene”, slogan de la campaña del No. Bien que hacían, pero el Pato lo pagó con un balazo en el estómago y un dedo menos en un “incidente”, quedando registrado, años después, como víctima en el Informe de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura (Valech) creado para esclarecer la identidad de personas que sufrieron daños en manos de agentes del Estado, o de personas a su servicio, durante la dictadura. Estuvo dos días incomunicado y después de su recuperación en el hospital fue trasladado a la cárcel de presos políticos.
En esos años hay numerosas acciones armadas del Frente. El Partido Comunista chileno no logra ponerles freno. Tras el fallido atentado contra Pinochet en 1986 y el fracaso de la internación de armas en Carrizal Bajo, el Partido veía como única salida de la dictadura el camino institucional. En 1987, el Frente ya se había desligado de ellos y quienes seguían creyendo en la vía armada conformaron el Frente Patriótico Manuel Rodríguez Autónomo, liderados por emblemático comandante José Miguel (Raúl Pelegrini), que había sido relevado por el Partido.
La recomendación que da a los guerrilleros Luis Corvalán, viejo lobo de mar comunista, secretario general del Partido durante más de treinta años, aviva el fuego: “Que guarden los fierros por si las moscas[4]”. Hoy diríamos que su polémica frase se viralizó y causó indignación en la derecha y en la Concertación. El Frente no estaba dispuesto a aceptar las concesiones que estaban haciendo estos últimos con Pinochet para avanzar hacia la Transición, en que no se hablaba ni de los desparecidos ni de los torturados ni de los presos políticos ni menos de las leyes de amarre que el gobierno estaba haciendo a la Constitución de 1980 y que son las que ahora, después de treinta años, veremos si es posible desamarrar y escribir otras, más justas y que honren de alguna manera la memoria de quienes tanto en dictadura como en los primeros años de la “democracia” no ocuparon cargos políticos y lucharon desde las trincheras, en silencio, por un país mejor que no alcanzaron a ver en vida, como mi padre. Como canta Camila Moreno en “Quememos el Reino”:
Siempre supe que no hay tierra de Dios
Esta tierra es de las dos
de indígenas y de marginales
Esta tierra es de mi hijo
el paganismo, el erotismo salvaje
Esta rebelión que ahora viene hacia mí
Yo la voy a recibir entre mis piernas
que ahora tiemblan y arden
Yo la voy a recibir con este fuego
para poder amarte.
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Notas:
1. Según los informes de la Comisión de Verdad y Reconciliación (Rettig), la Corporación Nacional de Reparación y Reconciliación y la Comisión Nacional Sobre Prisión Política y Tortura (Valech).
2. Gladys Marín, en ese entonces subsecretaria del Partido Comunista de Chile y elegida en 1994 Secretaria General.
3. Gael García Bernal, actor mexicano protagonista de la película chilena No (2012), de Pablo Larraín.
4. Ascanio Cavallo, La historia oculta de la transición: Memoria de una época 1990-1998, Uqbar, Santiago, p.140.
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Daniela Farías
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