Política ecologista
Naranjas para todas antes de que llegue el invierno
Las élites económicas intentan convencernos de que la crisis climática se solventará con tecnologías más eficientes. Frente a ello debemos apostar por modelos de ciudad, región, país y planeta donde prime el cuidado de nuestras vidas
Samuel Romero Aporta 8/12/2020
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Los cambios culturales se antojan imprescindibles para abordar otros de verdadero y profundo calado. Resultan elementos necesarios pero, evidentemente, no suficientes.
Si quisiéramos recoger naranjas (coman naranjas, tienen mucha vitamina C), sería imprescindible disponer de un suelo poco calizo y poco salino y un ambiente húmedo. Lógicamente, además, necesitaríamos plantar naranjos y cuidar su crecimiento. Sin embargo, sin abundante agua, el sol suficiente y unas temperaturas no muy frías sería poco probable que nuestro fruto creciese. Por no hablar de esas fuertes rachas de viento que provocarían la caída del fruto de forma prematura y la pérdida de la cosecha. Son muchos los factores.
Puede además que nuestro suelo, con la fuerza de algunos fenómenos meteorológicos y de imparables procesos geológicos, vaya poco a poco descomponiéndose y comience a ser ya menos calizo y más rico en nutrientes.
Traslademos el símil a la toma de conciencia colectiva sobre la necesidad de construir un mundo habitable y sostenible donde nuestras vidas, todas, merezcan la pena ser vividas: por plenas, íntegras, con los servicios básicos cubiertos y respetando al mismo tiempo los límites físicos y biológicos de nuestro planeta. Suena complejo, ¿verdad? Lo es. Pero la complejidad no puede ser pretexto para el pasotismo y el abandono, ni para la renuncia a avanzar. Queremos naranjas, sí. Pero con el equilibrio necesario entre las que nuestro terreno y nuestro clima pueden ofrecer y las que nuestra sociedad necesita para alimentarse, garantizando, además, unas condiciones dignas para quienes las trabajan. Viene el invierno. Cuidémonos.
La base para la asimilación de medidas políticas y económicas completas ha cambiado sustancialmente en la última década. Aquellos planteamientos ecologistas tachados de demencias quiméricas y desatinadas predicciones en los años setenta han pasado a tener un espacio propio en el panorama mediático y a considerarse con la seriedad merecida. Sin embargo, los debates mediáticos también han acogido los planteamientos negacionistas como si de dos posiciones legítimas se tratara confrontando el rigor, la investigación y la ciencia a posturas que defienden privilegios económicos sin un ápice de soporte científico. Como si la verdad y la farsa fueran dos caminos válidos. Al mismo tiempo, la maquinaria de producción de nuevos mecanismos que perpetúen la rueda del consumo ilimitado se viste de sus mejores galas.
El problema central de este escenario radica en la absoluta contradicción entre perpetuar este modelo, que lleva intrínsecos los privilegios de una minoría, y los cambios que necesitamos para salir de la profunda crisis ecológica y social que atravesamos. Esta minoría negacionista abraza cualquier salida que permita mantener la posición de poder que hoy ostentan. Greenwashing llaman a lo que no es otra cosa que vestir de verde monstruos grises. Pintar piedras de naranja.
Paremos un momento: el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la acidificación de nuestros océanos, la destrucción del hielo de los polos vienen provocados por la desmedida utilización de recursos naturales y por la emisión de los residuos que genera ese insostenible ritmo de producción y consumo, inevitable para el mantenimiento de este sistema económico. Es más, aun imponiendo ese inasumible ritmo consumista, cada poco quiebra, si bien se sabe amparado y beneficiado por rescates multimillonarios. Al mismo tiempo, impone condiciones de vida indignas, denigra a millones de personas, fuerza migraciones por cuestiones sociales y climáticas, e ignora las condiciones socioeconómicas mínimas necesarias para vivir. Toca hacer algo, ¿verdad?
Volvamos al greenwashing. Pues bien, las principales élites económicas y potencias mundiales (en consumo de materia prima y producción de nuevas supuestas necesidades) están dirigiendo su potente política mediática a intentar convencernos de que las medidas que solventarán este escenario se basan en tener nueva tecnología más eficiente. Si revisamos el escenario planteado, ¿de verdad podemos pensar que todo pasa por ofrecer energías renovables, el coche eléctrico o dejar de usar bolsas de plástico? Cuando además no se plantea como una transición, sino como una realidad de futuro estable. Ante este escenario, merece poner el foco en dos riesgos que hoy ya vislumbramos.
Por un lado, el control absoluto de una minoría sobre los recursos del planeta. No es un planteamiento distópico ni una amenaza inconsistente. Ojalá. Estos planteamientos cobran cada vez más relevancia y las posturas supremacistas pretenden controlar quiénes tendrán el privilegio de disponer de recursos esenciales y la capacidad de generar residuos. La lucha por el agua es ya una realidad en muchos países donde se prima la extracción de minerales necesarios para nuevas tecnologías mientras se priva de esa misma agua a poblaciones enteras. Observando cómo se repiten escenarios podemos tener una idea de la magnitud del problema y de cómo la solución a la crisis climática debe pasar indispensablemente por una solución social: cuidar el suelo, el agua y los naranjos y garantizar las condiciones de vida digna de quienes los siembran, cuidan y recogen sus frutos.
Si bien crear un Ministerio de Transición Ecológica apunta en la dirección adecuada, este debe marcar las líneas políticas y los indicadores a seguir para el resto de políticas públicas
Por otro lado, el greenwashing. Debemos identificar esta herramienta como la solución generada por el propio sistema y que esconde una dinámica peligrosa. El greenwashing sale a la palestra una vez la élite económica ha entendido cómo este le ofrece una ‘salida’ de la crisis climática, quitándole eso sí importancia a sus efectos e ignorando por completo los motivos reales que la provocan. Es una pieza nueva del puzle del actual sistema económico, en el que la inversión pública hace de sostén de las reiteradas caídas de un sistema económico agotado y que, ante cada descenso, lanza su propuesta salvadora para que quede inalterada la relación de privilegios. Y, si hablamos de recursos naturales, tener el control de esos privilegios es tremendamente peligroso.
Esta nueva política de marketing ha calado de lleno en la imagen y el discurso de las instituciones. Sin embargo, a poco que nos paremos para comprobar cuáles son sus competencias y nos fijemos en las directrices y actuaciones del resto de políticas, podremos deducir que es apenas un disfraz y que debajo asoma una realidad ya conocida. Las políticas de transición ecológica y social deben ser transversales y universales. Si bien crear un Ministerio de Transición Ecológica apunta en la dirección adecuada, este debe marcar las líneas políticas y los indicadores a seguir para el resto de políticas públicas. De igual forma que el Ministerio de Economía marca los límites e indicadores económicos, debe trasladarse esa capacidad a medir el impacto ecológico. Es decir, cada política pública debe contribuir a reducir las causas primarias del cambio climático y la desigualdad social. Además, las soluciones que se aporten deben poder colectivizarse. Solo así conseguiremos abordar la crisis sistémica actual. Aunque a la piedra pintada de naranja le pongan una pegatina bio piedra se queda.
Habrá comprobado quien esté leyendo este artículo que no aporta datos. Es totalmente intencionado. No se trata de eso, esta vez. Son numerosas las publicaciones con rigor científico que hablan de los problemas derivados del cambio climático, de cómo los recursos básicos para la vida se agotan de una forma mucho más rápida de lo que la tierra es capaz de generarlos y de cómo las emisiones de residuos son infinitamente más elevadas que lo que la tierra es capaz de asumir. De cómo se alteran los metabolismos del planeta, en definitiva. Hay también cientos de publicaciones que ilustran cómo se invierte dinero público para perpetuar el modelo económico actual y cuánto se gasta para manipular la información y ocultar las devastadoras consecuencias de esas políticas sobre nuestros ecosistemas y sobre las inhumanas condiciones de millones de vidas.
Es altamente probable que quien siga leyendo este artículo conozca a alguien que esté dando por perdida la batalla a nivel individual. Que se esté planteando lo insignificante de las medidas individuales si las grandes emisiones continúan y los grandes consumidores de recursos finitos siguen perpetuando su modelo de negocio. Y, aunque ese planteamiento parezca incuestionable, puede que se escape una pieza tan potente como fundamental: olvidamos cómo la conciencia individual puede dejar de serlo para organizarse y transformarse en motor colectivo de cambio, con capacidad para determinar la agenda política, propiciar el desarrollo de un nuevo marco cultural y generar el clima preciso para la transformación. Tenemos que concienciarnos de que somos capaces de dar solución colectiva a nuestros problemas y que, si bien el foco de los conflictos sociales y la crisis climática es compartido, la solución a estos escenarios también debe serlo. Las políticas de cuidados deben centrarse en identificar ese potencial humano transformador y dejar, de una vez, de lado el potencial humano como consumidor.
Que llueva, de forma suave, sin vientos fuertes, con temperaturas agradables, que las gotas resbalen por los frutos, empapen la tierra y calen hasta las raíces.
Las reflexiones en torno al mundo que queremos construir llegan en una bifurcación delicada: la inacción nos llevará a situaciones de mayor extrapolación de realidades y vidas centradas en intentar sobrevivir por las paupérrimas condiciones materiales a las que nos conduce una minoría privilegiada. Sin embargo, la organización en torno a la exigencia de medidas que garanticen condiciones de vida concretas y la protección de nuestros ecosistemas, partiendo de nuestra enorme dependencia del planeta y de otros seres humanos, conseguirá que avancemos en el modelo social que responda a ambas premisas. Son muchos los recursos colectivos puestos a disposición de perpetuar un sistema económico caduco, que destroza nuestro entorno y defiende los privilegios que se sustentan en la miseria de muchos y muchas. Toca mover el foco y destinarlo a construir modelos de ciudad, región, país y planeta donde prime el cuidado de nuestras vidas.
Naranjas para todas. Que llega el invierno.
Los cambios culturales se antojan imprescindibles para abordar otros de verdadero y profundo calado. Resultan elementos necesarios pero, evidentemente, no suficientes.
Si quisiéramos recoger naranjas (coman naranjas, tienen mucha vitamina C), sería imprescindible disponer de un suelo poco calizo y poco...
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