CARTA A LA COMUNIDAD
Ojalá un 2021 mejor… para salvar el mundo
Necesitamos volver a construir un nosotras y nosotros sobre el que asentar la lucha más importante que nos tocará librar: preservar la tierra en la que habitamos. Lo bueno es que ahora sabemos que es posible
Vanesa Jiménez 3/01/2021
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Echo de menos el olor de la gente. Estar tan cerca de alguien como para aspirar el aroma de su champú o de su ropa, el sudor incipiente, el calor de las pieles. Echo de menos las risas, las sonrisas, las arrugas en los labios, el carmín descolocado, las barbas ya blancas, las barbas que empiezan. Echo de menos los hoyuelos en las mejillas, los granos, las pieles tersas, los surcos de la vida, las caras que iluminan. Echo de menos las barras atestadas de los bares, las cañas que no llegan, los codazos, las esperas. Echo de menos a Gloria, a la que no veo desde marzo, y a toda la gente que no conocí este año. Echo de menos los días sin planificar, los días en los que todo era posible. Echo de menos a mis colegas de CTXT, el autobús que me llevaba a la Redacción, el puchero de la fiambrera, los zapatos de tacón tirados cada noche en la entrada de casa. Echo de menos las manos sobre mi hombro, en mi cintura, en mi espalda, los abrazos, y los besos. Echo de menos las noches largas. Echo de menos los aeropuertos, las expectativas, el aire ajeno en la cara. Echo de menos Cádiz a todas horas. Echo de menos mi piso en Madrid como trinchera final de los días. Echo de menos perder la idea del tiempo, en las calles o en mi cabeza. Echo de menos celebrar, cantar, bailar. Echo de menos las reuniones absurdas. Echo de menos a las personas que han muerto, aunque no sepa sus nombres. Echo de menos tener padres, para echar de menos verlos. Echo de menos no estar alerta.
Me pesa que, mientras nos salvamos como individuos, las luchas colectivas se diluyen. Y hay una que está por encima de cualquiera
2020 no ha sido un año fácil. Yo echo de menos sin haber perdido casi nada. Tengo un trabajo con el que me alimento el cuerpo y alma y la gente que quiero resiste, en el sur, en el centro y en el norte. Pero supongo que como a vosotras me pesa este mundo. Me pesan las miles de ausencias ajenas, porque sé lo que duelen. Me pesa que, mientras nos salvamos como individuos, las luchas colectivas se diluyen. Y hay una que está por encima de cualquiera, porque sin ella no existiremos.
Hace unos días terminé El murciélago y el capital. Coronavirus, cambio climático y guerra social, del escritor y periodista Andreas Malm. El activista sueco arranca el ensayo con la pregunta nuclear: ¿por qué los Estados del Norte global actuaron contra el coronavirus pero no contra el cambio climático? La respuesta recorre el libro, pero puede resumirse en una frase: “Resulta improbable que un estado capitalista haga algo así por voluntad propia, jamás... Seguirá tratando los síntomas, que acabarán llegando a un punto crítico”.
Los síntomas críticos de la crisis ecológica y social son esta pandemia, “que aunque diese un salto cuántico, alcanzase las proporciones de peste negra y matara a la mitad de la población de Europa o de cualquier otro continente se detendría a una distancia prudente de ese punto final”. El cambio climático desbocado no se detendrá, “arrasará los cimientos de la vida humana (y también los de un sinfín de especies)”.
Mientras el mundo se sumía en la covid, miles de millones de toneladas de hielo seguían cayendo sobre el océano. Las mayores plagas de langostas de las que se tiene recuerdos asolaban el este de África y el oeste de Asia, matando todo lo verde a su paso. Los bosques de Australia continuaban ardiendo… Si el gradualismo, la creencia en que el calentamiento global obedece las leyes de la causalidad lineal, ya no sirve, ¿a qué estamos esperando para salvar al planeta?
En agosto me escapé dos semanas a Huelva, sin reservas, a la aventura. Cada momento era un regalo después del encierro casi absoluto de Madrid. Uno de aquellos días, en una playa de distancias pandémicas, ocurrió algo. Un grupo de delfines perdió el rumbo y llegó a la orilla. En aquel trozo de arena que nos dejaba la marea alta nos juntamos todas a verlos saltar de cerca. Éramos felices por lo que estábamos viendo, pero, sobre todo, porque lo estábamos compartiendo. Éramos, por fin, nosotros, habíamos dejado de ser uno.
Al 2021 le pido que nos permita dejar de echarnos de menos. Que nos deje ser otra vez un nosotros capaz de cambiar las cosas
Hoy recuerdo aquel instante porque necesitamos volver a compartir el mundo para poder salvarlo. Necesitamos volver a construir un nosotras y nosotros sobre el que asentar la lucha más importante que nos tocará librar: preservar la tierra en la que habitamos. Lo bueno es que ahora sabemos que es posible. Hemos visto –y vivido– cómo muchos millones de personas quedaban recluidas en sus casas durante semanas. Hemos visto países que quedaban prácticamente paralizados. Hemos asistido a una guerra de vacunas que ha permitido que en menos de un año exista una herramienta de prevención contra el coronavirus. Se puede cambiar el mundo en un segundo. Y eso ya no lo vamos a olvidar.
Hay muy pocas cosas en la balanza de lo bueno de este 2020 que por fin acabó. Espero que las y los que me leeis seáis capaces de poner algunas en la vuestra. La nuestra, la de las gentes que hacemos CTXT, está llena de vuestro apoyo, de vuestros ánimos, y del convencimiento de que estamos vivas, aunque de milagro, gracias a vosotros.
Al 2021 le pido que nos permita dejar de echarnos de menos. Que volvamos a tocarnos, a olernos, a sentirnos. Que nos deje ser otra vez un nosotros capaz de cambiar las cosas. También le pido que sigan ahí y que seamos cada vez más. Tenemos muchas cosas aún por hacer.
¿Saldremos mejores? Sí, porque ya no somos los mismos. Somos millones de personas en todas las partes del mundo que sabemos que cualquier cosa es posible. Incluso salvar el mundo. El capitalismo salvaje se paró un poco, el aire se limpió y pudimos vislumbrar otro futuro posible. Pongámonos a ello con más fuerza que nunca. La única vacuna para el planeta saldrá de nuestras manos.
Feliz 2021 lleno de besos,
Vanesa
Echo de menos el olor de la gente. Estar tan cerca de alguien como para aspirar el aroma de su champú o de su ropa, el sudor incipiente, el calor de las pieles. Echo de menos las risas, las sonrisas, las arrugas en los labios, el carmín descolocado, las barbas ya blancas, las barbas que empiezan. Echo de menos...
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Vanesa Jiménez
Periodista desde hace casi 25 años, cinturón negro de Tan-Gue (arte marcial gaditano) y experta en bricolajes varios. Es directora adjunta de CTXT. Antes, en El Mundo, El País y lainformacion.com.
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