Estados Unidos
Se abre el telón: ha ganado la democracia
Entre tópicos y lugares comunes, el compromiso de paliar el racismo estructural destacó en el discurso de Biden. Sus primeras medidas anuncian un programa político social con la economía y la sanidad en el centro
Azahara Palomeque Filadelfia , 21/01/2021
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Alegría, júbilo, enormes dosis de ferviente patriotismo y unos protagonistas exultantes. Lady Gaga entra deslizándose en la pomposidad de una falda roja, lista para cantar el himno nacional. Jennifer López hace lo propio: esta tierra está hecha para ti y para mí, entona, justo antes de gritar en español: “libertad y justicia para todos”. Aplausos entre el aterido público –nadie lleva un abrigo adecuado a los tres grados de Washington–. Al otro lado del Zoom (porque es día laborable), una compañera de trabajo llora, emocionada, mientras cuenta que ella y su hija se han puesto collares de perlas para honrar a Kamala Harris. La cara de felicidad de esta: Sonia Sotomayor, la primera jueza latina del Tribunal Supremo, oficia el juramento que la convierte en la primera mujer vicepresidenta de Estados Unidos. Su marido: el second gentleman (acostumbrémonos a ese título). Por la noche, Tom Hanks y los fuegos artificiales. Charanga. Espectacularidad. Boato y mucha unidad, a juzgar, sobre todo, por el discurso del presidente, Joe Biden: “Mi alma está en esto”, afirma. En sacar al país de la peor crisis –sanitaria, política, económica– en su historia reciente. Y con el alma y una biblia de más de 100 años ordena terminar “con esta guerra incivil”. Reza. Ha ganado la democracia, dice. Repasa problemas que van desde el racismo sistémico hasta la catástrofe climática, llama a los enemigos por su nombre: “terroristas domésticos”, pero se compromete a ser un presidente para todos. Hay que colaborar, ponernos en la piel de los demás, escuchar al prójimo… De nuevo, las almas hacen su aparición –debemos abrirlas– y, al rato, se cierra el telón.
Podría seguir enumerando lo que de performance contiene esta serie de actos destinados a reforzar un nacionalismo anclado en el Sueño Americano: elementos religiosos y seculares, amalgama fina de celebrities con plegarias y hasta una poeta, Amanda Gorman, recitando patrióticamente que creció en una familia monoparental, como el mismísimo Obama, y mira dónde ha llegado, porque aquí, en América –metonímicamente hablando–, todo es posible. Sin embargo, teniendo en cuenta las cifras de muertos y contagios por la pandemia, la pobreza y la violencia rampantes, parecería que nada lo es, y esa es precisamente la razón por la que Biden debe enfatizar su mensaje, proyectando una confianza que multitud de ciudadanos han perdido. Además, el presidente comienza su mandato con un estigma que sus predecesores no han tenido que soportar: casi el 80% del electorado republicano sigue cuestionando el resultado de las elecciones, y 147 representantes de este partido votaron en contra de su confirmación. La disidencia, tanto en el aparato legislativo como en el engranaje ciudadano, puede pasarle factura y lo sabe, a pesar de que su partido cuente con ventaja en ambas cámaras y eso vaya a facilitarle el trabajo, al menos hasta las elecciones de mitad de mandato (en 2022). Tal vez resulte exagerada su comparación con Abraham Lincoln –presidente durante la Guerra Civil–, pero lo cierto es que Biden se ha encontrado una patria en profunda decadencia, achacada de males que anteceden al ya expresidente, así que todos los esfuerzos son pocos para recalcar esa unidad necesaria, sea por Dios o por Jennifer López.
Primeras iniciativas
Pero no nos engañemos: Biden no es un político de bambalinas. Aunque su llegada la esperaban muchos como si de un mesías se tratase, su escaso carisma solo ha podido movilizar a las masas porque competía con Trump y, si bien fue uno de los senadores más jóvenes de la historia –con 29 años–, se muda a la Casa Blanca siendo el presidente más viejo, con 78. El triunfo le ha costado el equivalente a la esperanza de vida nacional y, aún así, los ojos del mundo están puestos en este señor de carrera irregular, cuya oratoria es mediocre pero que, frente a la tragedia, ha conseguido aglutinar a un electorado diverso con una mezcla de moral cristiana y propuestas políticas contundentes. Nada más tomar posesión del cargo, firmó órdenes ejecutivas para paralizar temporalmente los desahucios y los pagos de préstamos universitarios, retornó el país a la Organización Mundial de la Salud y al Acuerdo del Clima de París, reinstauró una serie de medidas medioambientales que Trump había derogado, e impuso el uso obligatorio de mascarillas en todos los edificios federales –hasta donde alcanzan sus competencias–. Por otra parte, su equipo ya tenía elaborado un plan de inmigración que, si se aprueba en el Congreso –lo cual es probable–, supondrá la mayor legalización de inmigrantes indocumentados en la historia de Estados Unidos: unos once millones. El plan incluye asimismo ampliar la protección para los inmigrantes adscritos al programa DACA –que protege de la deportación a unos 700.000 jóvenes inmigrantes llegados a Estados Unidos en su infancia, los conocidos como dreamers–, así como incrementar el número de refugiados admitidos.
Biden está actuando con una urgencia que ha expresado innumerables veces y se corresponde con la gravedad de la situación actual. Cauteloso y evitando crispar los ánimos en cuestiones que puedan provocar más división –apenas se ha pronunciado sobre el impeachment, actualmente en manos del senado–, sus propósitos pasan por revitalizar la economía y atajar la imparable progresión del virus. De próxima aparición en el Congreso será un plan de estímulos por valor de 1,9 billones de dólares destinado a proporcionar ayudas a los desempleados y propietarios de pequeños negocios, así como una ronda de cheques de 1.400 dólares por persona. Parte de los fondos se destinarán también a una campaña de vacunación masiva que intente compensar la ineficiente gestión de Trump, cuyos 20 millones de dosis prometidas para finales de 2020 todavía no se han administrado. Es importante destacar que buena parte de las medidas anunciadas lo han sido con el compromiso de paliar el racismo estructural que sigue arrasando el país. Consciente de que han sido los votantes de minorías étnicas los que, hasta cierto punto, han facilitado su victoria electoral, Biden ha mencionado en ocasiones su acceso desigual a servicios sanitarios, cómo la covid les afecta más que a los blancos, las dificultades económicas y la violencia policial que enfrentan, todo ello acompañado de posibles soluciones. Junto al enfoque social de su programa político, la elección de muchos miembros de su gabinete busca añadir una representatividad que satisfaga la demanda identitaria: a la emblemática Harris –afroasiática–, se sumarían otros aún por confirmar como Lloyd Austin –el primer Secretario de Defensa negro–, Alejandro Mayorkas –el primer latino e inmigrante en liderar el Departamento de Seguridad Nacional–, o Janet Yellen –la primera mujer Secretaria del Tesoro–.
El teatro en marcha
La función promete, y hasta Bernie Sanders ha mostrado su apoyo incondicional al presidente en lo que aparenta ser un pacto tácito por reflotar el país a cambio de la pérdida de su medida estrella: el Medicare for all. Lo que sería el equivalente a una sanidad pública ha quedado sepultado a favor de otras iniciativas progresistas que siguen formando parte de las promesas electorales, como la subida del salario mínimo a 15 dólares por hora. El viejo Bernie, gruñón por excelencia y poco dado a la fanfarria, se presentó en la inauguración ataviado con unas manoplas artesanas y se apartó ligeramente de las multitudes, dando lugar a una foto que ha sido ya carne de meme. Quizá en pro de la unidad deseada, lleva tiempo sin tuitear sobre el Medicare for all, se le escucha cada vez menos y, como tantos, ha debido de conformarse con un guiño sutil pero vacío anunciado por Biden: habrá “sanidad segura para todos”, sin que sepamos muy bien a qué se refiere. Y es, que aquí, en América –metonímicamente hablando–, solo algunas cosas son posibles pero, por ahora, la representación teatral complace; el guión apunta hacia una dirección más favorable de lo que podríamos haber soñado hace varios meses; los protagonistas son menos siniestros; la platea ríe, llora, ora… La fiesta está servida.
Alegría, júbilo, enormes dosis de ferviente patriotismo y unos protagonistas exultantes. Lady Gaga entra deslizándose en la pomposidad de una falda roja, lista para cantar el himno nacional. Jennifer López hace lo propio: esta tierra está hecha para ti y para mí, entona, justo antes de gritar en español:...
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Azahara Palomeque
Es escritora, periodista y poeta. Exiliada de la crisis, ha vivido en Lisboa, São Paulo, y Austin, TX. Es doctora en Estudios Culturales por la Universidad de Princeton. Para Ctxt, disecciona la actualidad yanqui desde Philadelphia. Su voz es la del desarraigo y la protesta.
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