GRAMÁTICA ROJIPARDA
Pozos de excelencia
Lo insólito de los debates sobre la educación en España es que no conducen a nada salvo a la renovación periódica de los libros de texto
Xandru Fernández 31/01/2021
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Un publicista loco ha sido contratado para hundir a Ciutadans en las próximas elecciones catalanas. Si ya he captado su atención, dejen de buscar fotos de gente cuqui autoabrazándose en plena pandemia y sigan conmigo, que el tema de hoy tampoco anda falto de miga. Les voy a hablar de mí, que es lo que mejor se me da, o se me daba, antes de que prohibieran practicar la autobiografía no solicitada a pie de barra (de bar), deporte rey. Les voy a contar que me gano la vida haciendo cosas que no tienen demasiada enjundia pero algún valor tendrán cuando me pagan por hacerlas. Les voy a hablar de lo que hago la mayor parte del tiempo que no paso escribiendo, que son unas cuantas horas al día.
Es cierto, que no les engañe mi pose afectada: aunque uno comparezca aquí cada domingo cual cura de aldea oblea en ristre, el grueso de mi alimentación lo sufragan mis labores docentes. Casi un cuarto de siglo enseñando filosofía en Secundaria. He visto nuevas tecnologías hacerse viejas y desaparecer sin que nadie las echara en falta. He vivido cinco reformas educativas, he trabajado para tres administraciones diferentes en dos comunidades autónomas, he explorado nuevos territorios para la docencia en el vertiginoso mundo de la enseñanza universitaria a distancia, a cuyo lado la deriva de los continentes parece una final olímpica de cien metros lisos. No he visto atacar naves en llamas más allá de Orión, pero he visto cómo se hacían horarios sin ordenador, clavando papeles en un corcho. Me han amenazado con expedientarme tres veces, las tres el mismo inspector, para que luego digan que en estos asuntos la subjetividad no interviene. Dentro de nada, tendré que adaptarme a una nueva ley con su nuevo lenguaje, sus nuevos objetivos y su nueva metodología. Me hace tanta ilusión que me apetece llorar.
Siempre he creído que el gran problema de la educación española no es el conflicto sino el consenso. No cuestionamos casi nada de lo que tendríamos que estar cuestionando
No soy de los que aborrecen el cambio educativo en sí mismo, y nunca he creído que sea necesario un pacto de Estado por la educación. De hecho, me parece un absoluto disparate sacar esa expresión a pasear cada vez que toca reforma educativa, como si la educación fuese algo que debiéramos salvaguardar de las injerencias políticas, como si hubiera unos mínimos en los que toda la comunidad educativa pudiera ponerse de acuerdo por encima de diferencias ideológicas y partidistas. Por el contrario, siempre he creído que el gran problema de la educación española no es el conflicto sino el consenso. Que no es que estemos peleados en demasiadas cosas, es que nos peleamos demasiado poco y no cuestionamos casi nada de lo que tendríamos que estar cuestionando. Para qué la educación física, por ejemplo. Por qué los niños tienen que tocar la flauta. Qué pintan cinco horas de lengua castellana en un sistema con claros déficits de formación científica e histórica. Creo que deberíamos reducir a pulpa cada segmento del sistema educativo y empezar de cero, desde la constatación de que la educación es un arma política de primer orden y no es responsable dejarla en manos del amateurismo, la improvisación o las pseudociencias. Pero, por suerte para los amantes del consenso, nadie me hace el menor caso. Seguimos instalados en la absurda idea de que, si fuesen los profesores los que legislaran, nos quedaría un sistema educativo nivel Finlandia o mejor. Aunque la mayoría no sepamos exactamente cuáles son las virtudes de la educación finlandesa.
El consenso educativo en España se llama bipartidismo. Consiste en escenificar un conflicto inexistente entre izquierdas y derechas a propósito de la religión. Inexistente puesto que ningún gobierno supuestamente de izquierdas ha suprimido la religión. Quizá algún día lo haga un gobierno de derechas. El de ahora, por lo pronto, ha puesto sobre el tapete los conciertos educativos, que no es poco. Ya veremos en qué queda todo, pero convengamos en que de momento no se ha movido nada. El Vaticano sigue teniendo su coto privado a costa de las arcas públicas, la evangelización sigue estando protegida y mantenida por el Estado, y no hay visos de que eso vaya a dejar de ser así antes de que yo me jubile. Aún falta, pero no soy optimista. Con todo, las derechas encienden las antorchas cada vez que el PSOE alumbra una ley educativa porque la ideología de género o la educación para la ciudadanía o el derecho a elegir centro o el cheque educativo. No esperen nada a la izquierda del PSOE, a mí al menos no me consta que por ese lado del mapa se mueva un solo proyecto serio en materia de educación, más allá de exigir respeto por la memoria histórica, que bienvenida sea pero que sabe a poco.
Recién empezado 2021, en España funciona a pleno rendimiento un sistema educativo de dos velocidades, con una red privada que, amparándose en sintagmas tan seductores como “educación por proyectos” o “excelencia educativa”, vende el capital cultural de toda la vida, y una red pública que, sacudida periódicamente por barrocas innovaciones terminológicas (“competencias clave”, “estándares de aprendizaje evaluables”, “indicadores de logro”), sigue instalada en la ficción del “ascensor social” mientras fomenta modelos medievales de esfuerzo y exigencia.
En lo que están de acuerdo izquierdas y derechas es en convertir la educación en motivo de reyerta permanente sin explicar qué modelo educativo defienden
Lo insólito de los debates sobre la educación en España es que no conducen a nada salvo a la renovación periódica de los libros de texto. Igual que nos hemos creído el bulo de las derechas de que, con el PSOE en el gobierno, peligra la religión en las escuelas (y mientras tanto la religión sigue en las escuelas sin que nadie le toque un pelo), hemos aceptado sin rechistar que el alumnado pueda finalizar la educación obligatoria sin haber cursado ni una sola hora de filosofía (exactamente igual que durante el franquismo) sin que las derechas hayan movido un músculo. En lo que están de acuerdo izquierdas y derechas es en convertir la educación en motivo de reyerta permanente sin haberse tomado la molestia de explicar qué modelo educativo defienden.
Son muchos años dándole vueltas a esta situación y solo consigo explicármela de una manera. Es la siguiente: habida cuenta de que, en el terreno ideológico, cuanto más extremas sean dos posturas, más influye su confrontación en la agenda política, en el debate educativo no hay colusión entre extrema izquierda y extrema derecha porque comparten más de lo que las separa, a saber, la desconfianza, cuando no la hostilidad, hacia el Estado; de ahí que, al no estar en desacuerdo en el fondo, ni una ni otra consideren urgente abordar la educación. Tanto la una como la otra, o bien abrazan el ideal de la desescolarización, o bien asumen que la educación es un fenómeno secundario, absolutamente condicionado por otros conflictos y en el que, por tanto, no merece la pena gastar energías. Sus razones y justificaciones son muy diferentes, pero el resultado es el mismo. Para una vez que los extremos se tocan, tocan de oído.
En cuanto al mundo posibilista y su agenda de falsos dilemas, la izquierda y la derecha más moderadas parecen haberse convencido mutuamente de que lo único que merece la pena discutir es la capacidad de los docentes para inocular ideología en las mentes de los estudiantes, como si hasta ahora esa ambición naif hubiera tenido el menor éxito. Mientras tanto, nuestros hijos e hijas pueden pasar doce, catorce, dieciséis años en centros educativos, en actividades extraescolares, haciendo deberes, presentándose a exámenes, pasando pruebas físicas y diseñando presentaciones en Power Point, y aun así llegar a la mayoría de edad sin saber cómo funciona la democracia española, ni qué leyes la rigen, ni qué compromisos, ni qué sistema de equilibrios. Les obligamos a practicar el análisis sintáctico como si tuvieran que batirse en duelo con el mismísimo Saussure, pero no les exigimos que sepan distinguir entre un delito y una falta. Luego alguno llegará a ministro y dirá en público que el gobierno puede alterar el horario del toque de queda sin modificar el decreto del estado de alarma aprobado por el Parlamento, o llegará a presidente autonómico y dirá que no vacuna porque no se fía, que va a esperar a ver si palman los de la comunidad de al lado. Estamos tan sobrados de excelencia educativa que es increíble que no nos ahoguemos con nuestra propia masa encefálica.
Un publicista loco ha sido contratado para hundir a Ciutadans en las próximas elecciones catalanas. Si ya he captado su atención, dejen de buscar fotos de gente cuqui autoabrazándose en plena pandemia y sigan conmigo, que el tema de hoy tampoco anda falto de miga. Les voy a hablar de mí, que es lo que mejor se me...
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Xandru Fernández
Es profesor y escritor.
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