Tecetipo
Un negocio redondo
Gracias a la complicidad de nuestros representantes públicos, gracias a lo que algunos amantes de la libertad económica llaman colaboración público-privada, la salud del mundo, la suya, la mía, está en manos de las farmacéuticas
Gerardo Tecé 3/02/2021
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Vive usted en un mundo gobernado por un puñado de conceptos ganadores que conoce bien. Ideas que se repiten machaconamente, como tazas de Mr. Wonderful, desde el desayuno a la cena. Productividad, competitividad, rentabilidad, libertad económica… Una serie de conceptos a los que continuamente se le pide a usted que se una. Sea productivo en su empresa, trabaje mejor; sea eficiente y hágalo más rápido; sea competitivo y quédese a hacer horas extra. Es el libre mercado, un juego de méritos en el que triunfan los dispuestos a dar lo mejor de sí mismos. Un juego que basa su éxito en una serie de conceptos –productividad, competitividad, rentabilidad, libertad económica– que, sin embargo, no debe usted aplicar en todos los casos. De hecho, solo debe aplicarlos en un caso: si es usted una pequeña ficha dentro de la partida de otro jugador. Nunca –y nunca es nunca– debe usted aspirar a la rentabilidad, la competitividad o la productividad como jugador protagonista de la gran partida. Nunca.
Como jugador protagonista del juego del libre mercado está usted vetado. Usted, pequeño accionista de un potente fondo de capital llamado presupuesto público, tiene terminantemente prohibida la aplicación de todo tipo de fórmulas ganadoras. Tiene usted prohibido ser competitivo, su dinero no puede ni debe nunca ser productivo, ni rentable y mucho menos puede su dinero salir al mercado a competir en libertad. Su papel en el juego del libre mercado se limita a una función que describen muy claramente las normas del gran juego de la libertad: hacer de prestamista con pérdidas. Con su dinero, puede usted comprar las empresas ruinosas que desee, salvándole así la partida a otros jugadores. Puede usted hacer préstamos a fondo perdido a capitales privados, aunque esto le cueste arruinarse. Pero nunca, nunca, puede usted aspirar a la rentabilidad, a hacer inversiones con potencial económico o social. Su papel en el juego del libre mercado es crucial y necesario para que la economía –de otros– funcione correctamente: tiene usted que perder siempre, ronda tras ronda y sin posibilidad de tirar el dado.
La mayor partida económica que se disputa en estos momentos es la de las vacunas que deben devolverle la salud al planeta y permitirnos dejar atrás la pandemia mundial. No sé si lo sabe, pero usted también está en este juego como accionista necesario. Durante este último año, usted y yo, accionistas del mismo fondo público de capital vía impuestos, hemos invertido grandes cantidades en la investigación de las vacunas. Y lo hemos hecho con las reglas del juego aplicables a nosotros, esas que nada tienen que ver con la productividad, la competitividad o la rentabilidad de nuestra inversión. En caso de que nuestra inyección de capital en la búsqueda de una solución a la pandemia fuese un éxito, la explotación y los beneficios del producto vacuna irían a parar a los bolsillos de otros jugadores. Eso fue lo que firmamos. Cuando entramos con nuestro dinero en esta partida, a usted y a mí se nos prohibió la posibilidad de ser productivos y competitivos con nuestra inversión, por lo que ahora no podemos producir vacunas a menor coste, a pesar de necesitarlas con urgencia y tener la fórmula. Por supuesto, se nos aseguró también nula rentabilidad y beneficio, así que nos vemos ahora, a pesar de haber invertido en la vacuna, participando en la cola del mercadeo, en la subasta opaca al mejor postor para el sálvese quien pueda del bicho. ¿Quién podría decir no a estas condiciones tan ventajosas, a este negocio redondo?
Gracias a la complicidad durante décadas de nuestros representantes públicos, gracias a lo que, aguantándose la risa como pueden, algunos amantes de la libertad económica llaman colaboración público-privada, la salud del mundo, la suya, la mía y la de personas que ni usted ni yo conocemos, está hoy en manos del sector de las farmacéuticas. Un sector con un gran y reconocido currículum en crímenes contra la humanidad. Como ejemplo, cualquier epidemia en África para la que había vacunas disponibles, pero no el porcentaje de beneficio económico suficiente. Esperemos que, esta vez, con una pandemia que afecta a países con buenas capacidades económicas, las farmacéuticas tengan los beneficios óptimos que hagan rentable salvar nuestra salud. Pagaremos por nuestra salud lo que haga falta, como ya pagamos para que estas farmacéuticas diesen con las vacunas y se quedasen con las patentes. Entre que la subasta continúa, entre que la vacuna llega y no, deberíamos aprovechar el rato de espera para al menos reflexionar.
¿En qué momento decidimos que la renuncia a la eficacia y a la competitividad propias era el estado natural de lo público? ¿Qué pasó para que nos pareciese aceptable que las normas de un juego trucado se antepusieran al instinto natural de cuidarnos? Si con una pandemia que deja ya millones de muertos no basta, ¿qué tiene que pasar para que entendamos que no puede ser que lo público, el bien común, trabaje como fiel escudero de intereses privados y no al revés?
Vive usted en un mundo gobernado por un puñado de conceptos ganadores que conoce bien. Ideas que se repiten machaconamente, como tazas de Mr. Wonderful, desde el desayuno a la cena. Productividad, competitividad, rentabilidad, libertad económica… Una serie de conceptos a los que continuamente se le pide...
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Gerardo Tecé
Soy Gerardo Tecé. Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto. Es autor de 'España, óleo sobre lienzo'(Escritos Contextatarios).
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