Diario itinerante
Un excelente entorno de precios para ‘Big Pharma’
Llama la atención lo poco que han hecho los gobiernos para evitar los abusos con las vacunas. Más aún cuando hay acuerdos de la OMC que permiten que se obligue a las empresas a ceder licencias a otros fabricantes en una “emergencia sanitaria”
Andy Robinson 10/03/2021
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Es difícil sentir simpatía por el ministro de Sanidad de Jair Bolsonaro, el militar Eduardo Pazuello, cómplice del negacionismo del presidente de ultraderecha que ha convertido Brasil en el punto negro mundial de la pandemia. Tras minimizar la importancia de firmar contratos y rechazar las vacunas de fabricación china, Bolsonaro y Pazuello son responsables de un grave desabastecimiento de vacunas. Pero Pazuello dice algo importante –tal vez infravalorado en la cobertura mediática internacional de la crisis brasileña– al destacar que se negó a firmar un acuerdo inicial con Pfizer debido a las “leoninas” condiciones exigidas por la multinacional estadounidense.
La acusación no parece descabellada cuando uno lee en el último número de Business Week el artículo titulado “La distribución rápida, tensa y lucrativa de Pfizer”. Este comenta la estrategia de la gran multinacional farmacéutica en la pandemia e incluye esta cándida declaración del director financiero de Pfizer, Frank D’Amelio, en una conferencia celebrada en enero con los inversores de Wall Street: “Estamos en un entorno de precios de pandemia así que obviamente vamos a sacar mejores precios”.
El artículo explica luego cómo Israel logró hacerse con una cantidad elevada de vacunas de Pfizer tras pagar 30 dólares por dosis, un 50% más de lo que ofrecía EE.UU. o Europa, por no decir nada de los países en desarrollo –o incluso países periféricos europeos como España si no existiera el plan europeo de compra en bloque– que, si gastaran tanto en vacunas serían castigados por los mismos inversores por indisciplina fiscal. Por mucho que se critique a los gobiernos de países como Brasil, el que ellos no lograsen vacunas es la consecuencia directa de que otros sí tengan.
“La distribución de las vacunas hace pensar en un juego de suma cero”, acierta Business Week al señalar que “cinco días después de la victoria de Netanyahu (en la contratación de vacunas), Pfizer informó a todos sus clientes –menos a EE.UU.– de que recortaría sus suministros debido al cierre provisional de su planta en Bélgica”.
Pfizer empezó pidiendo 54 euros por dosis en Europa y luego bajó a entre 15 y 30 dólares para todos los países “industrializados”, que serían casi los únicos capacitados para negociar de tú a tú con D’Amelio y con el consejero delegado de Pfizer, Albert Bourla. Los países ricos ya han comprado el 75% de las vacunas producidas a escala mundial. Canadá tiene cinco veces más de lo que necesita.
Tras comentar la perplejidad europea ante el desabastecimiento de sus vacunas y la indignación de Marcelo Ebrard, el ministro de Asuntos Exteriores mexicano, cuando Pfizer le informó de que había suspendido el suministro de 500.000 dosis en febrero, Business Week concluye: “Algún día habrá una autopsia de la pandemia y una cuestión central puede ser cómo es posible que una sola empresa llegase a tener tanto poder sobre tantas personas”.
Solo el 2% de la producción prevista de vacunas de Pfizer en 2021 se destinará al fondo Covax de la ONU, creado para garantizar una distribución equitativa de vacunas en momentos de pandemia. Los ingresos de Pfizer por ventas de la vacuna se prevé que ascenderán a 15.000 millones de dólares.
Pfizer justifica sus tácticas por el coste –unos 3.000 millones de dólares– que le supuso desarrollar la vacuna. A diferencia de otras empresas, como AstraZeneca, Pfizer no recibió subsidios directos de los gobiernos, aunque sí se benefició de pedidos anticipados y garantizados por valor de 2.000 millones de dólares del gobierno estadounidense y utilizó tecnología de BioNTech, financiada con dinero público alemán.
AstraZeneca, por su parte, se benefició de un laboratorio financiado por el Estado británico en la universidad pública de Oxford. La vacuna de AstraZeneca, tal y como explica la economista Jayati Ghosh, se ideó como una vacuna de acceso libre sin patente y con precios bajos garantizados. Pero la Fundación Bill y Melinda Gates –que había invertido 750 millones de dólares en la fase de I+D– convenció a la Universidad de Oxford para que firmase un acuerdo exclusivo con AstraZeneca que, pese a insistir en que no sacaría beneficios de la vacuna, está “cobrando precios más elevados a los países en desarrollo”, dice Ghosh.
Lo que llama poderosamente la atención de todo esto es lo poco que han hecho nuestros gobiernos para evitar los abusos de precios y de control del mercado de las empresas de Big Pharma.
Solo el 2% de la producción prevista de vacunas de Pfizer en 2021 se destinará al fondo Covax de la ONU
Se han tomado decisiones extraordinarias y necesarias como cerrar las economías con el fin de evitar muertes, es la primera vez que una depresión mundial es resultado de decisiones tomadas intencionadamente por los gobiernos. Los gobiernos han intervenido correctamente, sacrificando sus objetivos de contención de deuda, para evitar un colapso económico. Todo eso fue necesario.
Pero no han intervenido para garantizar el suministro de las vacunas para todos los países en desarrollo –ni tan siquiera en el caso de Europa para ellos mismos–. Podrían haber aceptado la propuesta de Suráfrica y la India de forzar a las grandes farmacéuticas como Pfizer a ceder sus derechos de propiedad intelectual y permitir la producción masiva de sus vacunas.
Es especialmente llamativo porque en tiempo de “emergencia sanitaria”, los acuerdos multilaterales permiten la adopción de medidas que obliguen a las empresas privadas a ceder licencias a otros fabricantes bajo los acuerdos sobre protección de propiedad intelectual TRIPS de la Organización Mundial de Comercio. “Si esto no es una emergencia sanitaria, que me diga qué es”, ironiza Ghosh en esta entrevista que le hice hace un mes
¿Por qué no se hizo? Obviamente es el resultado del inmenso poder de lobby de empresas como Pfizer y su control directo sobre muchos políticos. Como explica Matt Taibi: “El modelo de negocio de Big Pharma es brillante. Una parte importante del gasto en I+D lo paga el Estado que regala su ciencia a las empresas privadas que luego pueden extraer pingües beneficios del mismo gobierno”.
Hay otro misterio en esta pandemia: ¿cómo puede ser que en medio del cabreo y hartazgo por la corrupción y del odio generalizado a la clase política, etc., tan poca gente se haya lanzado a la calle, o al menos a sus redes sociales, para protestar contra la gran industria farmacéutica y exigir medidas? Un buen ejemplo de que el crispado populismo de protesta de la nueva derecha es puro aire caliente es que, cuando se propuso forzar a las farmacéuticas a ceder sus derechos de propiedad intelectual, “los países ricos derrotaron la propuesta con el apoyo del.... gobierno brasileño”, según me explicó el exdirector de la reguladora brasileña Anvisa, Claudio Maierovitch.
Mientras, las redes bolsonaristas y de la derecha latinoamericana –sin olvidar a sus aliados en los medios españoles– logran encender a sus bases con campañas contra el “castrochavismo”, el comunismo y la amenaza china.
Esto pese a que China es el único país cuyas farmacéuticas, Sinovac y Sinopharm, tienen capacidad de producción para abastecer de vacunas a los países en desarrollo y concretamente a los latinoamericanos que han quedado marginados por Pfizer, AstraZeneca y las demás (Chile, por ejemplo, ha logrado garantizar la vacunación de toda su población gracias a Sinovac). También Rusia, con la vacuna Sputnik, fabricada por el Estado, ha abierto una posible salida de la crisis para Venezuela aunque Biden no levante las sanciones.
Sin olvidar la extraordinaria hazaña de Cuba, cuyo sector biotecnológico en La Habana –compuesto por un conjunto de laboratorios gestionados por el Estado– está desarrollando cuatro vacunas y la que se encuentra en fase más avanzada, la Soberana 02, está a punto de entrar en la tercera fase de pruebas. Los ejecutivos de BioCubaFarma, el grupo empresarial estatal responsable de investigación y desarrollo de las vacunas calculan que –siempre que las pruebas vayan bien– Cuba puede fabricar este año 100 millones de dosis, suficiente para proteger a los 11 millones de ciudadanos cubanos y exportar lo que queda a países como Irán, India, Pakistán, Venezuela, Bolivia y Vietnam. Hasta se ofrecerá vacunas a todos los visitantes de la isla a partir del verano.
Es difícil sentir simpatía por el ministro de Sanidad de Jair Bolsonaro, el militar Eduardo Pazuello, cómplice del negacionismo del presidente de ultraderecha que ha convertido Brasil en el punto negro mundial de la pandemia. Tras minimizar la importancia de firmar contratos y rechazar las vacunas de fabricación...
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Andy Robinson
Es corresponsal volante de ‘La Vanguardia’ y colaborador de Ctxt desde su fundación. Además, pertenece al Consejo Editorial de este medio. Su último libro es ‘Oro, petróleo y aguacates: Las nuevas venas abiertas de América Latina’ (Arpa 2020)
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