En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Un año después de que la covid-19 se declarara como pandemia, los científicos y facultativos tienen una imagen más clara del virus. Sin embargo, uno de los mayores desafíos que esta crisis nos ha planteado a muchos es, sin duda, la dificultad de darle sentido. Desde el origen poco claro del virus hasta la variedad de síntomas que presenta y su “invisibilidad”, a la mayoría de nosotros, la covid-19 nos ha sumido en la oscuridad.
Para comprender el modo en que una pandemia afecta a una comunidad global, como Benedict Anderson podría haber dicho, en primer lugar muchos hemos tenido que imaginar esa comunidad. Esto no quiere decir, por supuesto, que uno deba creer en una mentira o en algo que es manifiestamente falso. En su lugar, es posible reemplazar el contacto directo y la experiencia de primera mano por la interacción con imágenes a las que les atribuimos significado y veracidad, de la misma manera que nadie conoce a todos sus compatriotas y, sin embargo, tiene los mecanismos imaginativos para reconocer su existencia.
Si bien la pandemia se está concibiendo como un suceso internacional, el lenguaje en los medios y las respuestas gubernamentales sugieren que pensamos en ella desde una perspectiva nacional
Hacer un seguimiento de las estadísticas y las cifras ha permitido a los usuarios de tecnología lidiar con la pandemia. Día tras día, mes tras mes, hemos podido conocer –con distintos niveles de incredulidad, obsesión, y miedo– el número de casos positivos diarios, las tendencias de mortalidad, las previsiones, y el índice de infecciones para imaginar lo que de otro modo es un ataque invisible contra los cuerpos humanos. Hemos dado sentido a la pandemia en casa estableciendo paralelismos entre ciudades, áreas, y Estados, mientras identificábamos regiones del mundo con los mejores y peores índices, comparando las respuestas y las políticas de otras naciones con las de nuestros propios países.
Junto con los números, la avalancha de representaciones visuales ha jugado un papel crucial en nuestra imaginación respecto a la propagación del virus. Las cifras se pueden traducir fácilmente en gráficos, y los mapas de la covid nos han permitido ubicar el virus y los cuerpos que ha colonizado en el espacio a distintas escalas simultáneamente. Esto nos ha permitido comparar casos a lo largo del tiempo y sentir tanto el avance como el retroceso del virus, a la vez que vigilábamos las puertas en busca de signos de invasión. Mientras nos bebíamos el café por la mañana, mirábamos los mapas de riesgos, estudiábamos las cartografías de transmisión, y trazábamos el desplazamiento de una presencia mortal tratando de visualizar los lugares, aquí y allá, en los que el virus ya ha penetrado.
Sin embargo, el complejo panorama global que presenta esta combinación de datos y mapas esconde algo importante sobre el modo en que rastreamos e interpretamos el virus. Si bien la pandemia se está concibiendo como un suceso histórico internacional, el lenguaje en la cobertura de noticias y las respuestas gubernamentales sugieren que muchos de nosotros todavía pensamos en ella desde una perspectiva nacional. Por supuesto, es importante que conceptualicemos la covid-19 de este modo. Las restricciones de viaje entre fronteras nacionales, por ejemplo, han ayudado a acotar el avance del virus. Los protocolos de salud y seguridad pública no serán efectivos a menos que se coordinen a escala nacional. Y los esfuerzos nacionales para realizar test y vacunar a la población siguen siendo fundamentales para combatir la enfermedad. Sin embargo, asumidas sin reflexión, algunas de estas decisiones, reacciones, y actitudes aparentemente desconectadas pueden ser muy perjudiciales.
Una contención imposible
La etimología del término “pandemia” se remonta a la conjunción de estas dos formas de imaginación viral: el número de personas y los espacios globales visualizados en los que ha penetrado el virus. El prefijo “pan-” denota una vasta expansión geográfica y una dimensión planetaria totalizadora. De hecho, la presencia del virus ahora está “en todo el mundo o en un zona muy amplia, cruzando fronteras internacionales y, por lo general, afectando a un gran número de personas”. La segunda mitad de la palabra, “(en)demia”, designa el impacto del virus en “un pueblo” (del griego demos). Sin embargo, qué es “un pueblo” no es una idea tan clara, especialmente cuando se contempla a través del prisma de la nación.
Los países occidentales han experimentado un impulso populista de vincular el nuevo coronavirus con China
El problema más obvio es la combinación de la nacionalidad de los infectados y muertos por la covid-19 con el país donde han sido registrados, como si los casos positivos y los fallecimientos en Francia o India fueran automáticamente los de ciudadanos franceses e indios respectivamente. Esto pasa por alto las realidades de la inmigración. Y más importante aún, hace invisibles las dificultades a las que se enfrentan los inmigrantes indocumentados, dos tercios de los cuales tienen lo que se considera trabajos “esenciales” en Estados Unidos, al tratar de acceder a la atención sanitaria.
Otra preocupación es que el virus no ha afectado del mismo modo a todas las personas dentro de las fronteras de una nación. En EE.UU., los índices de infección y mortalidad en las comunidades nativas americanas, negras, y latinas son desproporcionadamente más elevados, al tiempo que se han solicitado estudios demográficos relativos a la raza y la etnia en zonas históricamente reacias a recopilar datos desglosados.
Los marcos nacionales también han fomentado el aumento de los sentimientos nativistas. Desde el principio, el virus se ha asociado negativamente a países concretos por varias razones. Los países occidentales han experimentado un impulso populista de vincular el nuevo coronavirus con China ya que, aunque todavía hay mucho que aprender sobre sus orígenes, el primer brote se localizó en la ciudad de Wuhan. Esto ha tenido repercusiones devastadoras, incluida la violencia xenófoba y racista contra las personas de Asia del Este en Estados Unidos y en el resto del mundo.
También se han etiquetado de manera informal nuevas variantes según los países donde se detectaron por primera vez, replicando una antigua y errada práctica de denominación (como cuando la pandemia de 1918 se atribuyó a lo que comúnmente se conoce como “la gripe española”). Referirse a ellas como la “cepa nigeriana” (B.1.1.207) o la “variante brasileña” (P.1) posiblemente reforzará las asociaciones negativas entre esos países e ideas de infección, impureza, y muerte. A medida que estas denominaciones se consoliden, indudablemente plantearán desafíos adicionales para las regiones que ya luchan contra las ideas preconcebidas y los prejuicios, como el hemisferio sur, en el mundo post-covid.
Asimismo, las políticas de muchos países han generado situaciones problemáticas con respecto al desplazamiento a través de las fronteras del “capital humano”. Un ejemplo importante es el hecho de que, como se ha informado ampliamente, los estudiantes universitarios internacionales se han enfrentado a restricciones y retrasos en sus visados, un asunto con graves repercusiones, y no solo para los propios estudiantes. Estas políticas han privado a un grupo entero de enriquecer sus vidas estudiando en el extranjero. Para muchos, una temporada en el extranjero es el resultado del duro trabajo y mucho sacrificio. Visto desde la perspectiva de las instituciones de acogida, la presencia de estudiantes internacionales en el aula es esencial para cultivar una visión del mundo tolerante y de mente abierta, incluso cuando la formación se lleva a cabo por internet. Además, reducir el número de matrículas de estudiantes internacionales perjudica a nuestras sociedades, que ganan tanto cuando los estudiantes dejan una huella positiva en sus nuevas patrias al comenzar de nuevo o regresan a sus países de origen.
El futuro no es una nación
Ahora que la fase de vacunación está totalmente en marcha en países como Estados Unidos e Israel, cada vez queda más patente que la pandemia se sigue pensando principalmente a escala nacional. El desarrollo, la venta, y la distribución de vacunas han estado muy ligadas a los países donde se producen. De hecho, el carácter nacional distintivo –la nacionalidad, incluso– de cada una de ellas ya es visible, con la vacuna Oxford-AstraZeneca asociada al Reino Unido, Sputnik V a Rusia, BBIBP-CorV a China, BBV152 a India, y Moderna a EE.UU. Sin embargo, la inoculación contra el virus revela una dinámica en la que los recursos están sujetos a las fronteras y soberanías nacionales en formas que favorecen a ciertos países y exacerban las desigualdades existentes. Puesto que la pandemia solo será vencida con un esfuerzo concertado a escala mundial, es probable que el rencor y la rivalidad nacionales constituyan un grave obstáculo para vacunar a toda la población mundial. E incluso cuando unas naciones ofrezcan a otras sus recursos de vacunación, las alianzas internacionales que dan pie al tratamiento preferencial o la exclusión solo lograrán que el virus sea más difícil de erradicar.
También ha comenzado una carrera entre las naciones del mundo para acceder a los suministros de vacunas. La lógica competitiva del mercado, que recompensa a los estados-nación por utilizar la innovación científica, el poder adquisitivo, y las tácticas de negociación para ejercer presión, obstaculiza el hecho de que hay que hacer frente al virus como un ataque de alcance global a la vida humana. Además, puesto que algunas vacunas son el resultado de investigaciones subvencionadas por el estado, mientras que otras son producto de la empresa privada, los problemas relacionados con la financiación enturbian aún más la cuestión del acceso a la vacuna. Por supuesto, la organización de los recursos y las infraestructuras varía de una nación a otra, pero hay algo seguro: fenómenos como el “nacionalismo de vacunas” permitirán que el virus continúe propagándose, mutando, y marcando el ritmo de vida en el planeta.
Las alianzas internacionales que dan pie al tratamiento preferencial o la exclusión solo lograrán que el virus sea más difícil de erradicar
Otro motivo de preocupación guarda relación con los peligros de la desinformación pública. Las teorías de conspiración y las campañas de desinformación (incluidas las impulsadas por los gobiernos) han proliferado, acusando a actores internacionales (ya sea un estado o algún otro representante con suficiente influencia mundial) de trabajar para desestabilizar los esfuerzos para combatir el virus. Otras conspiraciones afirman que los “enemigos internos”, los actores extranjeros, o los conciliábulos internacionales están conspirando mediante una serie de pretensiones, falsedades, y ficciones para ejecutar proyecto corruptos. Esto pone al descubierto un tipo de autodefensa nacionalista que puede tener consecuencias nocivas, a la vez que las narrativas conspiratorias utilizan el virus como vehículo para articular antagonismos nacionales y el miedo al otro.
Por su parte, las agencias y medios de comunicación atienden los intereses de sus consumidores en la producción y difusión de la (des)información. Del mismo modo que la información sobre sucesos funestos en el extranjero, como accidentes aéreos, a menudo identifica y separa a los ciudadanos del país del resto de víctimas, gran parte de la cobertura sobre la pandemia en todo el mundo se ha centrado en los efectos de fronteras adentro. Al mismo tiempo, los proveedores de contenidos en línea utilizan la personalización y la geolocalización para dirigirse a los usuarios, lo que a menudo determina cómo conceptualizan la pandemia y el papel que desempeñan.
Pensar en la covid-19 a través de dicho prisma nacional no es accidental. Los gobiernos tienen el mandato de promulgar políticas que conciernen a los territorios dentro de sus fronteras. Como ya he señalado, se trata de un paso bastante lógico teniendo en cuenta el carácter urgente de la pandemia, al menos en lo que respecta a la gestión inmediata de la emergencia. Sin embargo, no debemos pasar por alto el hecho de que las respuestas nacionalistas al virus por parte de los gobiernos probablemente tendrán una influencia tangible en el desarrollo de conflictos nacionales e internacionales.
Una humanidad compartida
Estas y otras formas de enmarcar la covid-19 a escala nacional establecen en nuestra imaginación una separación artificial entre países que choca con el hecho de que el virus “no sabe de fronteras”. Al reflexionar sobre este fenómeno, es posible replantear la crisis actual a pesar de las disparidades existentes entre las naciones respecto a su capacidad para combatir el virus. En un sentido más amplio, la covid-19 nos ha obligado a repensar qué significa el ser humano al presentarlo como una forma de vida mucho más vulnerable de lo que se imaginaba anteriormente. Únicamente si se ocupan de la población mundial –en lugar de porciones específicas demarcadas por diferencias nacionales– los gobiernos y las instituciones podrán superar el reto de volver a cualquier versión de normalidad que permita una pandemia controlada.
No hay que olvidar que el coronavirus es una fuerza absolutamente determinante que, paradójicamente, nos une y separa a todos, como demuestran muchas de las entradas del nuevo léxico de la covid-19. La “propagación comunitaria”, la controvertida “inmunidad colectiva”, y el “distanciamiento social”, por nombrar algunas expresiones, presentan un panorama comunitario de contagio y aislamiento, proximidad y separación, dolor compartido y supervivencia individual. Estos términos ilustran las formas en que el virus juega cruelmente con los cuerpos individuales y colectivos, obligándonos a enfrentarnos a nuestra propia humanidad y a la de los demás.
A pesar de la aparente distancia que podría existir entre un resultado positivo de una prueba PCR y uno negativo, estamos inevitablemente vinculados los unos a los otros, dado que el virus ya ha alcanzado dimensiones planetarias a través de sus huéspedes humanos mientras amenaza con infiltrarse en más territorios. Las fronteras nacionales desempeñan un papel fundamental en la batalla por superar la pandemia, pero no pueden determinar la forma en que entendemos la covid-19, especialmente cuando somos testigos de cómo, día tras día, los seres humanos son los vehículos biológicos de un virus que, hasta donde sabemos, está aquí para quedarse.
Imagen de portada: Estación de tren del aeropuerto de Copenhague durante la COVID-19. Foto de Sigfrid Lundberg, 2020.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en Edgeeffects.net. Es el segundo de la serie 2020 Visions: Imagining (Post-) COVID Worlds, cuyo objetivo es reflexionar sobre las dispares repercusiones del “año de la pandemia” y plantear los nuevos futuros que se podrían propiciar a partir de este. Editores de la serie: Weishun Lu, Juniper Lewis, Richelle Wilson y Addie Hopes.
Juan Meneses es profesor de literaturas globales, teoría crítica y estudios visuales en la Universidad de Carolina del Norte, Charlotte, y traductor. Su trabajo se centra en el rol de la cultura en cuestiones relacionadas, entre otras cosas, con la erosión de lo político, la globalización, el potscolonialismo, y el medio ambiente. Es autor de Resisting Dialogue: Modern Fiction and the Future of Dissent.
Traducción de Paloma Farré.
Un año después de que la covid-19 se declarara como pandemia, los científicos y facultativos tienen una imagen más clara del virus. Sin embargo, uno de los mayores desafíos que esta crisis nos ha planteado a muchos es, sin duda, la dificultad de darle sentido. Desde el origen poco claro del virus hasta la...
Autor >
Juan Meneses
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí