TECETIPO
Debate 4M: dato contra trumpismo
Nada de lo ocurrido en él marcará la agenda durante los próximos días ni cambiará demasiado la intención de voto. Eso sí, que millones de personas escucharan un discurso fascista como una opción válida más es un drama
Gerardo Tecé 22/04/2021
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Primer y único debate electoral entre los seis candidatos a las elecciones madrileñas. Dicho de otro modo: único debate en el que, a regañadientes, la presidenta Isabel Díaz Ayuso ha aceptado participar. El lugar de la cita es la sede de TeleMadrid. Ciudad de la Imagen, un polígono a las afueras de la capital. Sitio hostil para Ayuso por dos motivos. El primero es que en los polígonos industriales apenas suele haber terrazas. El segundo es menos conocido. En las autonómicas de 2019, la cadena pública madrileña se negó a ceder ante una exigencia del equipo de la candidata popular: alejar al máximo la fecha del día de las elecciones. Desde aquella negativa, la relación de Ayuso con esta cadena es la misma que la del Imperio Romano con Espartaco cuando al esclavo le dio el capricho de querer ser libre: tensa.
Dos años después, ahora con Ayuso convertida en baronesa del PP y condesa de la hostelería, TeleMadrid ha preferido tragar a quedarse sin debate. El encuentro se celebra a 13 días de las elecciones. Trece días, en la era política del meme y el tuit, son trece siglos. Dentro de dos semanas, cuando el votante acuda a la urna, tendrá tan fresco el recuerdo de este debate como quien iba de número 13 en la lista de los reyes godos. Un tal Teudisclo, según Google. No tengo el placer. En los detalles suelen esconderse las claves y esta pequeña maniobra de Ayuso separando el debate de la urna nos ayuda a entender el escenario ante el que estamos. El de una candidata favorita absoluta a pesar de que no controla la esencia de la política y la democracia: la confrontación con argumentos. Como la inteligencia consiste en conocer las limitaciones propias y como Ayuso de tonta no tiene un pelo, la presidenta de la Comunidad de Madrid salió al ring sabiendo perfectamente lo que tenía que hacer: si la batalla iba de argumentos, saldría perdedora.
Del cerdo se aprovechan hasta los andares y de los debates se aprovecha hasta la llegada. Pablo Iglesias, con la chaqueta y camisa de las grandes ocasiones, llegó en taxi, empeñado en ese asalto a los cielos consistente en seducir al gremio que mayoritariamente escucha la COPE. Edmundo Bal, vestimenta similar a la de Iglesias, llegó, obligado a la épica según las encuestas, ni más ni menos que en moto. Ángel Gabilondo llegó. Lo que, de alguna manera –y él como catedrático de Metafísica compartirá este diagnóstico–, demostró que Gabilondo existe. Mónica García y la presidenta Díaz Ayuso llegaron vestidas iguales, al menos en la parte visible sobre el atril: chaqueta roja y camisa blanca. Rocío Monasterio, por Vox, eligió una chaqueta morada, tal vez por el mismo motivo por el que los ultraderechistas eligieron Vallecas para arrancar la campaña. Las reglas, las ya conocidas de capítulos anteriores. Formato pactado de bloques por temáticas, moderadores que lanzan preguntas y cronómetro que los tres candidatos de izquierdas y Edmundo Bal respetaron escrupulosamente en su presentación de 30 segundos y que tanto Ayuso como Monasterio se pasaron por el forro mandando un mensaje claro desde el primer momento: libertad.
Pablo Iglesias usó su primera intervención para recordarles a los trabajadores que el 4M, aun siendo día laborable, tienen derecho a parar unas horas para ir a votar. Rocío Monasterio dedicó su presentación a la principal preocupación de los españoles o, al menos, de los españoles con carnet de Ultrasur: los menas. Ese nombre en clave para deshumanizar a niños. Mónica García centró su primera intervención en los familiares de las víctimas de la covid-19, y Ayuso, pulsera de España en la muñeca derecha –por la escuadra, Monasterio– se centró en dirigirse concretamente a todos los madrileños igual que un concursante de OT le agradece concretamente a España haber pasado de ronda. Gabilondo, anticipando lo que sería la tónica general de sus intervenciones, hizo un breve análisis del daño que, según él, le habían hecho a Madrid 26 años de gobiernos del PP. Edmundo Bal, último en presentarse y sabiendo que la vida de candidato puede ser muy corta para él, fue al grano: mejor Cs en el gobierno de Madrid que Vox.
Roto el corsé de las presentaciones, el debate comenzó y los candidatos de PSOE, Más Madrid y Podemos se giraron contra Ayuso. Los papeles estaban claros. Descartada la posibilidad de ganar el debate, la tarea de la presidenta era que no ganase nadie. Es decir, que el argumento y el dato no ocupasen ese espacio central que sería letal para ella. Su némesis mediático, Pablo Iglesias, que acudía al debate con la tarea de seguir siéndolo al final de la cita sin que Mónica García le robase ese lugar, sorprendió en su estrategia. Quien tiene su mejor arma en la oratoria se centró en leerle datos a Ayuso. Una apuesta arriesgada en un marco trumpista como el que ha instalado la presidenta de Madrid. Recordemos que, en el epicentro europeo del virus, Ayuso triunfa en las encuestas hablando de los bares como si tomarse una caña fuese un invento madrileño y ella su creadora. Graham Bell presumió menos del teléfono. En ese escenario, quizá la única posibilidad de tumbar el marco de irrealidad impuesto por Ayuso y sus medios afines era aprovechar la señal en directo para devolvernos al terreno de la realidad con datos. Con datos logró Iglesias acorralar en un par de ocasiones a Ayuso, que se zafó como se zafa el trumpismo. A falta de realidad, barro. Personaje, ridículo, pantomima y mezquino fueron los adjetivos con los que la candidata del PP le respondió a Iglesias cuál había sido el número de fallecidos y hospitalizados por covid en Madrid. El duelo Iglesias-Ayuso fue el más tenso de la noche, pero no el único. Tanto Mónica García como Ángel Gabilondo acudieron una y otra vez a la confrontación directa con la candidata del PP. También con datos. En el primer bloque, una Ayuso incómoda se defendía del aluvión de realidad con dos armas que iba modulando según el interlocutor que le lanzara las cifras. A veces respondía con lanzamiento de barro, otras con la sonrisa Pantoja: dientes, dientes, que es lo que les jode.
Pasada la primera hora, Ayuso volvió con nueva estrategia. Mucho más eficaz. No entrar en la batalla de argumentos y centrarse en las consignas, lugar en el que se siente cómoda. Para ello, en el bloque económico la presidenta guardó silencio mientras el resto hablaba. Cuando los demás candidatos ya habían consumido su tiempo y no había posibilidad de réplica, Ayuso dio su speech sobre el milagro económico madrileño. Nos llaman de toda Europa para saber cómo lo hemos hecho, decía, a pesar de que la realidad, como suele pasar cuando está Ayuso de por medio, suele ser otra. A estas alturas del debate comenzaron las pequeñas batallas secundarias. Cuando Gabilondo se lanzó a por el voto de centro, Edmundo Bal declaró que no entraría a responder más insultos ni provocaciones y el resto de candidatos se giraron descubriendo que Edmundo estaba allí. El candidato de Ciudadanos tenía un papel complicado: el de Chenoa en el portal diciendo que Bisbal es un cabrón, pero pidiendo volver con Bisbal. Bal tenía un objetivo y lo cumplió: recordar que no es lo mismo que los asuntos sociales los lleve Vox que Cs. Siendo convincente en sus argumentos de que no es lo mismo Cs que Vox, el partido naranja tiene un problema para el que ya no valen buenos argumentos: a estas alturas de connivencia en el blanqueo de la ultraderecha, uno ya está devorado.
Ayuso, obligada por los moderadores, se mojó sobre el asunto de los menas, niños extranjeros que están en España sin familiares y que son acosados por Vox. Son doscientos y pico y lo que pasa es que la ley nos obliga a integrarlos, respondió resignada la presidenta de Madrid en un derroche de humanidad que no se conocía desde que el monstruo de Amstetten les lanzaba comida a las niñas en el sótano. Vox acudía al debate a lo mismo que aquellos nazis acudieron a una charla de políticos catalanes en Blanquerna. El esperpento y sudapollismo de Monasterio tocó techo cuando aseguró saber más de sanidad que la profesional sanitaria y candidata de Más Madrid, Mónica García. En el eterno debate entre responder o no a las barbaridades e idioteces de la ultraderecha, los tres candidatos de la izquierda optaron por ignorar a Monasterio. Mientras la ignoraban, ella ejercía, como definió bien en redes el periodista Juanlu Sánchez, de comercial de Securitas Direct. Millones de personas escuchando un discurso fascista como una opción válida más es, lo mires como lo mires, un drama.
Como Madrid es pura fantasía, el titular de la noche lo dejó en los últimos minutos quien menos podíamos esperar que dejara un titular: Ángel Gabilondo. “Pablo, tenemos doce días para ganar las elecciones”. Tras oponerse durante el debate a la subida de impuestos a las rentas más altas y mostrar sus dudas sobre la regulación de los alquileres, el candidato del PSOE le tendió esta extraña mano a un Pablo Iglesias al que no le ofreció, como sí hizo con Mónica García, formar gobierno. El debate acabó con la sensación de que nada de lo ocurrido en él marcará la agenda durante los próximos días ni cambiará demasiado la intención de voto. En un momento político en el que el argumento y la realidad cuenta menos que lo identitario, las cartas hace tiempo que están repartidas.
Primer y único debate electoral entre los seis candidatos a las elecciones madrileñas. Dicho de otro modo: único debate en el que, a regañadientes, la presidenta Isabel Díaz Ayuso ha aceptado participar. El lugar de la cita es la sede de TeleMadrid. Ciudad de la Imagen, un polígono a las afueras de la capital....
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Gerardo Tecé
Soy Gerardo Tecé. Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto. Es autor de 'España, óleo sobre lienzo'(Escritos Contextatarios).
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