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Lectura

La reconstrucción del socialismo durante el franquismo

Fragmento del libro ‘Hombres sin nombre. La reconstrucción del socialismo en la clandestinidad (1939-1959)’

Gutmaro Gómez Bravo 28/04/2021

<p>Construcción de la cárcel de Carabanchel (1940-1944), donde estuvo encerrada gran parte de la primera Ejecutiva socialista.</p>

Construcción de la cárcel de Carabanchel (1940-1944), donde estuvo encerrada gran parte de la primera Ejecutiva socialista.

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Los días de visita, María y Francisca quedaban en Plaza de España para coger el autobús que iba hasta la nueva cárcel de Carabanchel. Sólo había una parada, por lo que todos los que estaban allí eran familiares o amigos de presos con los que todavía tenían que compartir varias horas de cola antes de poder entrar en el recinto. Tras la inspección rutinaria, una esperaba en el locutorio mientras otra iba a la ventanilla del correo. Una vez allí, tenían que preguntar por “Alfonso” y entregarle unos vales de economato con varios números de teléfono al dorso y un paquete de ropa. Dentro, doblada entre las camisas, se escondía esta hoja con grandes letras de imprenta:

“Estamos plenamente seguros que las Naciones Unidas atenderán a resolver el caso de España cual en justicia corresponde, pero si así no fuese, los trabajadores tendrían que decidir entre morir como hombres o vivir como borregos”

A la salida les estaba esperando un policía de la Brigada Político Social que conocía a la perfección los procedimientos de las organizaciones políticas: Ricardo Conesa, antiguo miembro de las JSU, que llevó a las detenidas a los calabozos de la Puerta del Sol. Aquella misma tarde, víspera del 1º de mayo de 1946, comenzaron a prestar declaración. Francisca Margarit Olcina, 52 años, natural de Alicante, soltera (aunque estaba divorciada), oficinista. Maria Díaz Sanz, 44, sus labores, (en realidad era maestra depurada), natural de Madrid. Las dos habían estado en la guerra, primero en el frente, luego en la retaguardia, más tarde en la cárcel y después en la clandestinidad. Eran, como Julia Vigre, Maria Lacambre y tantas otras, “maestras subterráneas”, mujeres invisibles, que se incorporaron a la reconstrucción.  En el registro de la casa de Francisca la policía encontró esta carta firmada por “Luis y Lola” desde Torrejón:

Queridísima Margarita

Recibí tu deseada carta y enterados de todo para decirte lo siguiente:

Referente a lo de la niña (República) deseamos por momentos su pronta recuperación. Luis en su trabajo pasándolo regular, yo desgraciadamente también regular, tengo algún indicio de hemorragia (detenciones) alguna vez, aunque muy poco, el médico dice que estoy bien pero no me quedo tranquila. Tengo muchas ganas de abrazarte, estuve un día en Madrid pero no puede verte por mi enfermedad (policía), para todo nos convendría vivir en Madrid pero no tenemos donde meternos.

Buena parte de la militancia y de los cuadros de las organizaciones clandestinas estaban en las cárceles, donde se seguía librando la batalla por la hegemonía de las alianzas antifranquistas

La policía sabía que los socialistas acababan de realizar una importante reunión en febrero. Amonestado por haber dejado escapar al Comité Nacional del PSOE, con el que podían haber desmantelado prácticamente la organización al completo, el Director General de Seguridad encargó al comisario Juan Francisco Gilabert que redoblara la actividad. En tan solo tres días consiguieron desarticular toda la estructura en torno a una nueva Comisión Ejecutiva, la segunda, que llegó a ser considerada “la organización más potente del interior”.

Las cárceles seguían siendo el centro de la toma de decisiones en un momento, política y emocionalmente, decisivo. Buena parte de la militancia y de los cuadros de las organizaciones clandestinas seguían estando en ellas, donde se seguía librando la batalla por la hegemonía de las alianzas antifranquistas. En Carabanchel, por ejemplo, estaba todavía la mayor parte de la primera Ejecutiva socialista, desmantelada entre febrero y marzo de 1945 como se ha visto en el capítulo anterior. En la primera reunión “oficial” celebrada después de su caída, un pleno a mediados de septiembre, se acordó mantener sus cargos hasta que salieran en libertad, “aunque sin responsabilidad sobre los actos de la segunda”. Una decisión que señalaba la voluntad de continuar y profundizar su modelo de base, formado por las Juventudes, los Círculos de barrio y una marcada impronta sindical, sobre el que los socialistas habían asentado su reconstrucción inicial. Seguían unidos por ese mismo hilo invisible con el que parecían estar cosidos: militantes antes de la guerra que, a pesar de desempeñar tareas o cargos directivos durante el conflicto, se mantuvieron en Madrid, la zona Centro o Levante hasta el final, por lo que fueron condenados a muerte o a largas penas de prisión. La mayoría, casi sin solución de continuidad entre una condena y otra, formaron parte activa de la reorganización política desde los comités de cárcel y salieron en libertad condicional tras redimir pena por el trabajo. María y Francisca, por ejemplo, enseñaron a leer a las presas de Gerona, Comendadora y Ventas, entre algunas de las prisiones por las que pasaron. Al salir de prisión, no dudaron en integrarse en la reconstrucción, manteniendo, a pesar del riesgo que corrían con ello, la comunicación dentro y fuera de la cárcel. Muchas más hicieron lo mismo. Mujeres como Miguela Díez, que tenía que ir a la cárcel de Ocaña desde Madrid, o muchas otras que se habían incorporado en la reorganización desde una “parte secundaria”, como lamentaba Carmen Cueli, detenida en la gran redada anterior y que ya en 1944 había pedido crear una sección propia de mujeres dentro del PSOE.

Todas ellas habían pasado por la cárcel y siguieron activas en la clandestinidad una vez que obtuvieron la libertad condicional. Algunas, como Sara López, no dudaron en prestar su vivienda de la calle Noviciado para que se guardara parte de la propaganda socialista y se celebraran las reuniones del Distrito Centro de Madrid. La mayoría de los que asistían eran amigos de su marido, fusilado en 1940, como Juan Blanco, Presidente del Sindicato de Peluqueros de Señoras antes de la guerra, en cuyo establecimiento de la misma calle se guardaba la prensa y la propaganda clandestina; o Manuel Palomares, mozo de laboratorio de sesenta años, que pasó seis en Yeserías y que una vez al mes la repartía en el Café Español, en plena Glorieta de Bilbao, a los distintos enlaces. Vínculos y experiencias compartidas que asentaron la reconstrucción de forma segura y que les permitieron potenciar, por encima de todo, su necesidad de reunirse, expresarse y tomar decisiones colectivamente: en poco menos de un año celebraron dos plenos en el interior, una reunión de la Comisión Ejecutiva y un Comité Nacional dentro de España e iban camino de otro a Francia cuando fueron detenidos. Un despliegue de medios y un nivel organizativo, en definitiva, con el que la dirección del interior trataba de mostrar que encabezaba la iniciativa política, sobre la base de un Partido unido y fuerte que funcionaba en toda España. La etapa de dispersión y reagrupación había terminado y estaban decididos a imponer la disciplina como base de la unidad que tanto había costado recomponer desde la cárcel. Su núcleo emergía de nuevo desde allí, con su prestigio intacto tras no haber emigrado cuando podían haberlo hecho, presentándose como la fuerza fundamental para crear un gobierno del interior.

A diferencia de los comunistas, socialistas y anarquistas, mantuvieron sus ejecutivas dentro de España y muchas de ellas siguieron actuando dentro de prisión

Tras la victoria aliada el centro de gravedad estaba de nuevo en el interior de España. El 9 de mayo de 1946, la agencia Reuter de Londres anunciaba varias detenciones “por ostentar cargos en actividades socialistas”. El 10 abril también fue detenido y herido en una pierna Juan Costa, de CNT. La policía ha intensificado la vigilancia sobre la oposición política a consecuencia de la investigación de Naciones Unidas. En efecto, la presión policial sobre los enlaces con las cárceles había precipitado una nueva caída en cadena de toda su estructura: jefes de sector, cotizaciones, tesoreros, aparato de propaganda y finalmente, la directiva. Para entender por qué los socialistas se exponían de aquella manera casi suicida al mantener la actividad y los contactos con las prisiones, hay que situarse de nuevo en las diferentes tradiciones organizativas del movimiento obrero español. A diferencia de los comunistas, socialistas y anarquistas, mantuvieron sus ejecutivas dentro de España y muchas de ellas siguieron actuando dentro de prisión. Ya se ha señalado cómo en la cárcel se había fraguado uno de los instrumentos más potentes de la unidad antifranquista: Alianza Nacional de Fuerzas Democráticas (ANFD), a la que, se fue adhiriendo prácticamente todo el espectro de la oposición política, de izquierda a derecha. Una cuestión, la de las alianzas, que, reabrió viejas heridas en el seno del socialismo. La Segunda Ejecutiva trató de aplazar la polémica hasta que los aliados echaran a Franco y pudiera celebrarse un congreso que solucionara todos los problemas derivados del final de la guerra, deseo que también expresó el propio Largo Caballero poco antes de morir en Francia en febrero de 1946.

Los Hombres sin nombre, como por primera vez los designó su principal responsable en esta etapa, Eduardo Villegas, comenzaron a establecerse en el imaginario colectivo y organizativo de forma claramente diferenciada del exterior: residían En un lugar de España y dirigían la organización en contacto con todas las federaciones. Solo desde dentro podían llevar el peso de la estrategia clandestina con las otras fuerzas políticas y sindicales. Su actividad fue incesante, muestra de su extensión territorial y de haber dejado atrás la cuestión de la legitimidad de origen desde el final de la guerra, problema que, sin embargo, seguía fraccionando al exilio y motivó numerosas tensiones que terminaron pagando los más débiles y expuestos: ellos mismos, los del interior de España. La respuesta del franquismo fue aumentar de forma significativa el ritmo de detenciones y de Consejos de Guerra, cerrando un ciclo abierto con el cambio de signo de la II Guerra Mundial. Las páginas siguientes muestran ese excepcional momento de Hombres sin nombre, a través de la documentación que generaron e intercambiaron dentro y fuera de España, la mayor parte incautada por la policía, que no había salido a la luz o era desconocida hasta el momento.

2 Trágico balance de una cultura política

La prensa de los años cincuenta aireó las sentencias ejemplares de los Consejos de Guerra, dando por extinguido el “virus socialista” que llegó a tener ocho Comisiones Ejecutivas (la última apenas tuvo tiempo de funcionar) dentro de España. Toda luz de esperanza, como la huelga de Vizcaya de 1947 o la de tranvías de Barcelona de 1951, era apagada con la contundencia habitual de la Brigada Político Social, en la que existió una sección especializada en “socialistas” durante toda la dictadura. Dirigida por inspectores como Pérez Gobernadó o Saturnino Yagüe, y los comisarios Conesa o Polo, todos sus expedientes colectivos fueron instruidos por el Coronel Eymar, Juez Especial para los llamados “delitos políticos” en todo el territorio nacional.

La persecución fue implacable, sin treguas, ni paliativos. En marzo de 1945, la policía abatió a tiros en su casa a Antonio Donoso, en cuyo sótano, bajo una trampilla, se escondía la imprenta clandestina. Poco después y procedente de esa misma detención moría en la cárcel de Alcalá de Henares, Antonio Martínez Vecino; su mujer no pudo pagar las veinte pesetas que costaba el traslado del cadáver a Madrid. Sara López, del mismo “expediente”, fue maltratada en comisaría, sufrió un infarto en el consejo de guerra que la condenó por “enlace” y terminó internada en un psiquiátrico. Tras sufrir sucesivas caídas, en febrero de 1953 era desarticulada una vez más la organización con más de 50 registros simultáneos en toda España. Tomás Centeno, su principal dirigente, murió en las celdas de la Dirección General de Seguridad de la madrileña Puerta del Sol. Oficialmente se había "desangrado tras lesionarse con los alambres del colchón de su celda". Un año más tarde, por último, era desmantelado el grupo de comunicaciones que distribuía los correos y los fondos a las federaciones. A partir de ese momento, el exilio en Francia se hizo cargo de la dirección de España hasta prácticamente 1970, tiempo en que la brecha existente entre ambos mundos se fue ampliando considerablemente.

En marzo de 1945, la policía abatió a tiros en su casa a Antonio Donoso, en cuyo sótano, bajo una trampilla, se escondía la imprenta clandestina

Esta es su historia, la de la gente que protagonizó y sufrió la reconstrucción. Un relato que ha llegado a nuestros días con grandes lagunas propias de la clandestinidad y del exilio, que la ordenación y recopilación de la información política, diplomática y militar desclasificada en los últimos años permite hoy analizar desde otra óptica. Un trabajo de investigación que cuestiona, en primer lugar, la visión, dominante todavía hoy en día en la historiografía española, de una oposición al franquismo monopolio exclusivo del Partido Comunista. Al mismo tiempo, trata de desmitificar el discurso transmitido por la dirección socialista del exilio, que rara vez incluía la contribución de personas anónimas del interior que se jugaron la vida y la de los suyos durante tantos años de dictadura. La mayoría de las historias del socialismo durante el período franquista, por estos y otros motivos, se han centrado en las directivas y ejecutivas dentro y fuera de España, mostrando siempre al interior como una entidad pasiva. La cuestión, como trata de mostrar este estudio, es más compleja, sobre todo porque la militancia del interior compartió una experiencia determinante como fue la represión franquista hasta el final de la dictadura. Una tensión que les obligó a superar viejos faccionalismos, potenciar la capacidad organizativa y buscar las alianzas con todas las fuerzas opositoras. Se trataba, en definitiva, de mantener la organización a toda costa para poder salir a la luz el día en que Franco dejara el poder.

Desde los primeros esbozos en torno a Besteiro, Madrid y la zona Centro emergieron como espacios fundamentales en el mantenimiento y recuperación del tejido social tradicional socialista. El resultado inicial fue una estructura orgánica más reducida y flexible, en la que Partido, Sindicato y Juventudes estuvieran siempre presentes en unos órganos de decisión más vitales que nunca ya que estaban proscritos. La guerra y, sobre todo, la cárcel, forjaron los verdaderos vínculos de sangre en los que se asentó la reconstrucción. Una historia social, en definitiva, de bases y de apoyos locales, que aislados y en un ambiente fuertemente degradado y hostil, trataron de restablecer en vano su vida anterior a la guerra. En ese medio, casi gremial, de círculos y barrios, de tiendas, talleres y fábricas, sobrevivió su cultura política, especialmente en la geografía industrial tradicional y en las grandes ciudades.  La reconstrucción se fraguó allí, en el seno de unas clases trabajadoras urbanas, castigadas por el régimen y la penuria económica que, en contra del criterio mayoritario de la cúpula del exilio, terminaron abriendo la organización a las capas medias, profesionales liberales y jóvenes intelectuales, que alcanzaron ya puestos principales en sendos congresos de PSOE y UGT de 1970 y 1971, respectivamente. Comenzaba así un nuevo ciclo, el de la renovación y la transición a la democracia, que aunque sirva de cierre cronológico a este estudio, no pudo ser nunca un punto y final. La fórmula empleada en la posguerra, la del apoyo de los viejos militantes a la actividad y empuje de los jóvenes, volvió a reeditarse a finales de los años sesenta, cuando el prestigio de Hombres sin nombre, forjado en décadas  de clandestinidad, fue invocado de nuevo para tratar de influir entre las nuevas formas de oposición al franquismo que alcanzaban su madurez en la recta final de la dictadura.

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Fragmento de Hombres sin nombre. La reconstrucción del socialismo en la clandestinidad (1939-1959). Madrid, Cátedra, 2021, 362 págs.


Los días de visita, María y Francisca quedaban en Plaza de España para coger el autobús que iba hasta la nueva cárcel de Carabanchel. Sólo había una parada, por lo que todos los que estaban allí eran familiares o amigos de presos con los que todavía tenían que compartir varias horas de cola antes de poder...

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Autor >

Gutmaro Gómez Bravo

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