ALMA COLCHONERA
Aunque cueste creerlo, somos así
Ningún ideólogo de comunicación provocó que miles de personas anónimas viajasen a Valladolid para animar desde un aparcamiento. Nadie nos ha enseñado a ser felices con lo que tenemos. Lo hemos aprendido viendo a los que teníamos más cerca
Ennio Sotanaz 27/05/2021
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Si hay algo en lo que todos los aficionados colchoneros coincidimos después de terminada la Liga es en que la temporada ha sido agotadora. Si la exigencia física de los jugadores rojiblancos ha tenido que ser extrema para llegar hasta donde han llegado, la exigencia emocional de todos los involucrados en la causa ha resultado ser muy similar. ¿Por qué? Pues porque si ya es difícil liderar un pelotón durante muchos kilómetros sabiendo que los mejores ciclistas están pedaleando a rebufo tuyo, si ya es complicado mantener el equilibrio cuando tu posición de ariete te hace estar constantemente sobreexpuesto, mucho más difícil es hacerlo siendo víctima de eso que algunos pensadores llaman relativismo cultural.
Hasta los menos objetivos son conscientes de la presión mediática que el entorno del Atleti ha tenido que soportar en los últimos meses. Y todo parte de una anomalía inesperada: el hecho de que el equipo hiciese una primera vuelta fabulosa y que liderara el campeonato al comenzar el nuevo año. Los científicos suelen intentar explicar ese tipo de fenómenos insólitos desde la ciencia, el rigor o los datos. Los teólogos, o los ministros del régimen dominante, lo que hacen es reinterpretar lo que no es compatible con la creencia monoteísta.
No tiene sentido repetir aquí lista interminable de desagravios, matices puntiagudos o explicaciones esotéricas que han monopolizados las tertulias futbolísticas de este curso. Desde juzgar fracasos con varios meses de antelación hasta pedir la cabeza de Simeone de forma reiterada, hemos pasado por ITVs caducadas, vaticinios apocalípticos, interpretaciones del reglamento dignas de estudiosos de la Cábala, milagrosas pausas de deshidratación, manos anticonstitucionales, directores de informativos enfadados o extraños pactos pucelanos. Cada domingo era un drama. Cada espacio periodístico era una buena ocasión para dudar, herir o explicarle al pueblo que lo bueno era malo.
Por alguna razón, hemos dado por válido que, en el mundo de la información deportiva e independientemente de la realidad, solamente existe lo que vende. O bueno, lo que nos dicen que vende, que, para el caso, es lo mismo. Y es obvio que podemos encontrar una gran variedad de medios de comunicación diferentes, pero no es menos obvio que, más allá de matices regionales, todos ellos tienen ese mismo punto de vista.
El etnocentrismo es tan asfixiante que no se precisa de mala fe. Basta con que los agentes oficiales apliquen su juicio atendiendo a sus propios parámetros
La presencia del Atlético de Madrid como un equipo solvente, serio y ganador encaja muy mal en ese modelo de negocio. No se puede cambiar de héroe a mitad de película y por eso hay que llevar la realidad hacia un sitio que sea más amable con el que (dicen que) compra. Y ni siquiera hace falta trazar un plan sofisticado para ello. Basta con dejar las esclusas en la misma posición que ya tenían prefijadas y dejar que el río fluya. El etnocentrismo es tan asfixiante que no se precisa de mala fe. Basta con que los agentes oficiales, cortados todos por el mismo patrón, apliquen su juicio atendiendo a sus propios parámetros. No hay lugar para culturas diferentes porque no hay culturas diferentes. Lo que hay son culturas “inferiores”. Está la buena y el resto. Si veo a un japonés que se agacha de forma exagerada para saludarme no pienso que aquello pueda tener sentido. Lo que pienso que está haciendo el ridículo. Si “esa gente” adora a un entrenador que cobra mucho y no gana la Champions no lo hacen porque puedan tener razones poderosas para ello; lo hacen porque son idiotas y así hay que decírselo.
Asumo que, para una gran cantidad de consumidores, lo lógico sea insultar a un jugador que falla un gol cantado o echar con deshonra a un entrenador que no lo gana todo. Asumo que, para el cliente mayoritario, solamente tenga sentido animar cuando se recibe algo a cambio y que no ganar implique exigir sacrificios humanos. Lo que no asumo es que esa misma lógica se aplique a todo el mundo. Yo pertenezco a un lado de la vida en el que no se insulta a un jugador que se ha vaciado en el campo. Ni siquiera fallando un gol cantado. Es un lugar en el que cambiar la historia del club o dotar al equipo de una identidad poderosa es infinitamente más importante que ganar un título. El que sea. Allí no se anima a unos jugadores profesionales; allí se formar parte de la idea.
Y no descarto que exista algo de envidia también. No de títulos, ni de estrellas rutilantes, evidentemente, sino de algo mucho más complejo. Tienen todas las pelotas del mundo, pero quieren también esa pelota de trapo con la que el vecino parece feliz. O al menos quieren que el vecino no la tenga y deje de serlo. Digo esto porque he escuchado varias veces despreciar el mal llamado “relato” rojiblanco como si fuese un producto de laboratorio construido por un erudito de forma artificial. Como si se tratase de una secuencia de distracción que ocultase el hecho de que, en el fondo, todos somos como ellos.
Nadie ha obligado a Simeone a que sus hijas se aprendan el himno del Atleti y lo canten por televisión
No es así. Lo que algunos llaman relato, por mucho que cueste entenderlo, es la realidad. Nadie apuntó con una pistola a los aficionados colchoneros para que batieran el récord de abonos cuando el equipo bajó a la segunda división. Nadie organizó a todo el estadio Vicente Calderón para que se pusiesen a cantar bajo la lluvia el día que su máximo rival les estaba eliminando de la Copa de Europa. Ningún ideólogo de comunicación provocó el que miles de personas anónimas viajasen a Valladolid para no ver el partido y para animar desde un aparcamiento desolado, tras una valla, a muchos metros del muro de hormigón que rodeaba el estadio. Nadie obligó a Torres a poner una bandera del Atleti en el autobús de la selección el día que celebraba la Copa del Mundo y era jugador del Liverpool. Nadie obligó a Leiva a que su nombre artístico estuviese basado en un jugador del Atleti (Leivinha, por si no lo saben). Nadie le obligó a Felipe a chillar que el Atleti era una familia justo cuando acababa de ganar la Liga. Nadie ha obligado a Simeone a que sus hijas se aprendan el himno del Atleti y lo canten por televisión. Esas niñas dicen que son un equipo y yo intento inculcar a las mías que encaren la vida partido a partido. Y lo hago porque me lo creo.
Nadie nos ha enseñado a ser felices con lo que tenemos. Lo hemos aprendido viendo a los que teníamos más cerca. Y aunque cueste creerlo, somos así, pero para entenderlo, además de los ojos, hay que abrir también el corazón. Porque ya lo dijo aquel, lo esencial es invisible a la vista.
Si hay algo en lo que todos los aficionados colchoneros coincidimos después de terminada la Liga es en que la temporada ha sido agotadora. Si la exigencia física de los jugadores rojiblancos ha tenido que ser extrema para llegar hasta donde han llegado, la exigencia emocional de todos los involucrados en la causa...
Autor >
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí