Funeral
Extranjera
La juventud se ha sacrificado a cambio de nada durante mucho tiempo
Gabriel Méndez-Nicolas 17/05/2021
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Hoy ha muerto la juventud. O quizá ayer. No lo sé. Lo leí en Twitter: “Miles de jóvenes irresponsables salen de fiesta por el fin del estado de alarma en España”. Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer.
La funeraria está a las afueras de Madrid, a treinta kilómetros de aquí. Cogeré el coche a las siete y llegaré por la noche. De esa manera podré tomar algo a la salud de la difunta, y regresaré de madrugada sin toque de queda. Pedí el coche a mis padres y no pudieron negármelo ante una excusa semejante. Pero no parecían satisfechos. Llegué a decirles: “No es culpa mía”. No me respondieron. Pensé entonces que no debía haberles dicho esto. Al fin y al cabo, no tenía por qué excusarme. Más bien les correspondía a ellos presentarme las condolencias. Pero lo harán sin duda pasado mañana, cuando me vean de luto. Por ahora, es un poco como si la juventud no estuviera muerta. Después del entierro, por el contrario, será un asunto archivado y todo habrá adquirido aspecto más oficial.
Me subí al coche a las siete y media. Hacía mucho calor, pero además llovía a cántaros. Tuve que bajar un poco la ventanilla, las gotas que caían en mi brazo eran mucho más agradables que el clima tropical que había dentro. Puse la radio para escuchar las noticias. La juventud ha muerto. La estaban liquidando allí mismo: “Son egoístas que no piensa en los demás”. “Son vagos e individualistas”. “Es la generación de cristal”. “Las imágenes que vimos ayer muestran bastante bien la actitud de los jóvenes”. Me incorporé a los túneles de la M-30 justo antes de llegar a Madrid Río. La radio se quedó sin señal y me alegré. Tuve que subir la ventanilla, el olor a tubo de escape era inmundo. Antes prefiero clima tropical que vivir en el cenicero de Philip Morris. “La generación de cristal”. No podía parar de pensar en eso. Seguí todo el recorrido de la M-30 hasta desviarme hacia la funeraria.
Aparqué en el parking de la funeraria y me dirigí hacia ella caminando bajo la lluvia. El de recepción me dijo que era necesario ver al director. Como estaba ocupado, esperé un poco. Mientras tanto, el de recepción me estuvo hablando, y en seguida vi al director. Me recibió en su despacho. Era un viejecito. Me miró con sus ojos claros. Después me estrechó la mano y la retuvo tanto tiempo que yo no sabía cómo retirarla. Consultó un legajo y me dijo: “La juventud lleva aquí bastante tiempo”. Creí que me reprochaba alguna cosa y empecé a darle explicaciones. Pero me interrumpió: “No tiene usted por qué justificarse, hijo mío. Ya he visto la situación”. Dije: “Sí, señor director”. El agregó: “Frente a ese futuro lo único que le quedaba era pensar en el presente”.
Era verdad. Ante ese futuro tan complejo y aterrador lo que quedaba era el presente. Y el presente se truncó aquel día. Desde entonces la juventud nunca fue la misma. Triste, ansiosa, desanimada; se juntaban todos los problemas a la vez. La generación de cristal. La juventud que va a llevar el peso de décadas de decadencia. Una parte de ella seguía luchando mientras otra se daba tristemente por vencida. Cuando te dejan de lado y te ignoran es normal volverse apático.
El director me habló aún. Pero casi no le escuchaba. Luego me dijo: “Supongo que usted la quiere ver”. Me levanté sin decir nada, y salió delante de mí. Caminó delante de mí. En la puerta de un pequeño edificio el director me abandonó: “Le dejo a usted. Estoy a su disposición en mi despacho. En principio, el entierro está fijado para las diez de la mañana. Y, otra cosa: les he dicho a todos que fue un suicidio, para no aterrar a los demás”. Dije: “Sí, señor director”.
Entré. Era una sala muy clara, blanqueada a la cal, con techo alto. Estaba amueblada con sillas y una mesa con los efectos personales. En el centro de la sala, dos caballetes sostenían un féretro cerrado con la tapa. Pensé: “Un suicidio”. Aquello no era un suicidio. Lo que habían hecho con la juventud era un homicidio. Entre 1985 y 2000, el gasto en la tercera edad en España fue 34 veces superior al de la infancia, juventud y educación. Un 30% de los menores de edad no termina el Bachillerato. El paro juvenil se sitúa en un 40%. El 71,2% de los empleos son temporales. Crisis económica, ecológica, sanitaria. Pocas perspectivas de mejora. Un año y medio encerrados. Y claro, algunos no aguantan. Cuando te tratan como un extranjero es normal la falta de empatía. La juventud se ha sacrificado a cambio de nada durante mucho tiempo. Se ha sacrificado por los que hoy la quieren matar. No se trata de excusar sino de entender. Ellos no quieren entender. Estaban esperando otro fallo y el momento llegó. Algunos se pasaron de la raya y fue a la juventud entera a la que mataron.
Hoy han matado a la juventud. O quizá ayer. No lo sé. O quizá resucite. Con la juventud nunca se sabe.
Hoy ha muerto la juventud. O quizá ayer. No lo sé. Lo leí en Twitter: “Miles de jóvenes irresponsables salen de fiesta por el fin del estado de alarma en España”. Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer.
La funeraria está a las afueras de Madrid, a treinta kilómetros de aquí. Cogeré el coche a...
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