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Mundo virtual

NFTs: un paraíso de la especulación que agrava la crisis ecosocial

Esta nueva forma de comercialización del arte a través de blockchain consume grandes cantidades de energía eléctrica y ha dado lugar a la expansión de un mercado inquietante

Diego Delgado 10/05/2021

<p>El Nyan Cat.</p>

El Nyan Cat.

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Hace tan solo unas semanas, un archivo de imagen digital se convirtió en la tercera venta más alta en la historia de la reconocida casa de subastas Christie’s. Vignesh Sundaresan, también conocido como Metakovan, pagó algo más de 69 millones de dólares por una serie de metadatos que aseguran que es el poseedor del archivo original de la obra Everydays – The first 5000 days, un collage que recoge el trabajo del artista Beeple durante 13 años. Sin embargo, cualquier persona del mundo con acceso a internet puede tener, en su ordenador o dispositivo móvil, una réplica absolutamente exacta de la pieza de forma gratuita.

Unos días después, Jack Dorsey (CEO de Twitter) recibió más de 2,5 millones de dólares por una imagen del primer tuit de la historia. Puedes hacer una pausa en la lectura y, tras una búsqueda rápida en Google y una captura de pantalla, obtendrás un archivo aparentemente idéntico al que recibió Sina Estavi tras pagar esa cantidad desorbitada. Yo ya lo he hecho.

El 24 de marzo, Kevin Roose publicó una columna en The New York Times hablando sobre este nuevo mercado, el de los llamados NFT, y anunció que subastaría el propio texto. Horas después, fue vendido por unos 560.000 dólares. Contra toda lógica, la pieza sigue siendo de acceso gratuito para todo el mundo –si no lo crees, aquí la dejo– : lo que adquirió el comprador fue una especie de certificado de propiedad de una imagen en PNG de la columna que aporta la capacidad de revenderla.

En febrero de este mismo año, el famoso meme Nyan Cat fue vendido por 300 ether, una cifra que, en el momento en que se escriben estas líneas, equivale a 612.914 euros. Sin embargo, la archiconocida imagen animada sigue vagando por el mundo virtual exactamente igual que lo ha hecho siempre. Quizá mañana un familiar la envíe al grupo de WhatsApp, haciendo que todos los participantes podáis disfrutar de su diseño colorido sin pagar ni un solo céntimo por ello.

Llegados a este punto, es muy probable que no entiendas nada de lo que has leído, así que empecemos por el principio.

¿Qué es un NFT?

NFT son las siglas de Non-fungible token o, en castellano, token no fungible. Según la Real Academia Española, token es una voz inglesa con “varias equivalencias según contexto: clave, marca, muestra, señal, ficha, segmento, testigo, prueba, palabra, registro, forma, ejemplo...”; en este caso, nos quedaremos con ficha y registro, por ser los acercamientos más precisos al significado que nos interesa. Ambos denotan una suerte de representación de algo externo, algo más real. Las fichas son un trasunto del dinero, mientras que un registro hace referencia a una realidad más grande.

“Fungible”, por su parte, alude a la susceptibilidad de un bien de ser consumido con el uso y, más importante aún, reemplazado por otro que cumpla la misma función. El mejor ejemplo de esto son las monedas de un euro: si utilizas una, te quedas sin ella, pero cualquier otra te servirá igual.

Un NFT, o token no fungible, es un elemento que sirve como representación de otra cosa, no se gasta y no puede ser intercambiado por ningún equivalente

Es decir, un NFT, o token no fungible, es un elemento que sirve como representación de otra cosa, no se gasta y no puede ser intercambiado por ningún equivalente. En realidad, lo que compraron aquellos cuatro acaudalados inversores son los tokens de una obra de arte, un tuit, una imagen animada y una columna periodística. En tanto que archivos digitales, pueden ser replicados ad infinitum con una exactitud milimétrica, pero gracias a la tecnología blockchain –encargada también de dar vida a criptomonedas como Bitcoin– se puede establecer una trazabilidad que identifique cuál de todas las copias es la “original”. Simplificándolo mucho, existe un registro, a priori imposible de falsificar, que contiene una cantidad abrumadora de datos sobre el NFT en cuestión –quién lo creó, con qué IP, en qué momento exacto, a quién se lo traspasó, etc.– que hacen que este sea único.

Bien, ahora llega la pregunta del millón: ¿para qué sirve ese certificado de autenticidad? Rompiendo todas las reglas del antiperiodismo, voy a ofrecer la respuesta aquí mismo: para especular. Simple y llanamente.

Una burbuja especulativa

Si bien se trata de un fenómeno que está todavía dando sus primeros pasos, ya ha recibido numerosas críticas desde sectores especializados y concienciados con los peligros de la especulación. Los principales valedores de este nuevo mercado digital han lanzado una serie de argumentarios defensivos que, aunque puedan parecer convincentes en lo superficial, contienen una cantidad de contradicciones sonrojante.

La multimillonaria operación alrededor del collage creado por Beeple atrajo todas las miradas, así que Vignesh Sundaresan, el comprador, decidió dar la cara. Solo hay que comparar sus palabras en enero, cuando su identidad real todavía era un secreto tras el alias Metakovan, con las respuestas que ofreció al medio singapurense The Business Times dos meses después, para encontrar una incoherencia muy sospechosa viniendo de alguien tan ducho en el tema. El día 19 de marzo advirtió, en la mencionada publicación asiática, de que “tomarse los NFT como una forma de hacer dinero es muy, muy arriesgado”; para él, “la mejor forma de coleccionar NFT es como lo harías con los objetos de los videojuegos o con un coche que te encanta. Debería estar más guiado por la pasión y no porque mañana será más caro”. Un espíritu que choca frontalmente con la declaración de intenciones que había lanzado desde la plataforma Substack el 4 de enero, tras haber gastado 2,2 millones de dólares en adquirir un conjunto de 20 obras de arte de primera edición de la colección Everydays: The 2020, también de Beeple. “Tenemos un plan de juego. Estamos decididos. Y tenemos una visión loca de lo que viene después”, escribió Sundaresan. Por cierto, lo hizo a modo de presentación de Metapurse, su fondo de inversión especializado en NFT; una forma muy curiosa de enfocar lo que, para él, es puro coleccionismo “guiado por la pasión”.

Parece evidente la situación de burbuja que vive este nuevo mercado digital. Ni siquiera sus principales beneficiarios se atreven a negarlo. El propio Beeple, cuya cuenta se ha llenado de ceros gracias a la emergencia del arte NFT, aseguró en conversación con El Universal que se están pagando cantidades desorbitadas por “cosas que casi puedo garantizar que van a ser inútiles”. “La gente debe ser cuidadosa. Es muy especulativo. Es muy temprano”, concluyó.

Un sueño neoliberal: convertirnos a todas (también a los niños y niñas) en agentes de bolsa

El hecho de que los NFT se abrieran paso dentro del mundo del arte no es una casualidad. Se trata de un sector altamente colonizado por prácticas especulativas de todo tipo, así que su porosidad para con esta clase de nuevos métodos de manipulación de precios es total. Además, es cierto que la tecnología blockchain podría aportar alternativas valiosas en términos de incremento de la capacidad de los y las artistas para ser dueños de sus propias obras, eliminando algunos eslabones de intermediación que pueden resultar conflictivos. Ignorar esa potencial utilidad sería injusto a la hora de buscar las razones que han despertado tanto interés hacia este nuevo mercado digital. No obstante, lo que estamos viendo es mucha –muchísima– especulación y poca revolución artística.

El éxito rotundo y el ruido mediático –69 millones de dólares tienen la culpa– cosechados por algunos artistas han supuesto el impulso que necesitaba el fenómeno NFT para dar el salto a nuevos mercados en busca de un mayor lucro.

Sorare marca el camino a seguir para colonizar espacios demográficos antes ajenos a inversiones de este tipo. Se trata de un juego online en el que cada participante debe configurar su propia plantilla de fútbol con una serie de cartas de jugadores reales, cuya puntuación dependerá del rendimiento que tengan esos futbolistas en cada partido. La mecánica es idéntica a la de Comunio, Futmondo o LaLiga Fantasy; de hecho, el CEO de Sorare afirmó para El Confidencial que su público objetivo es el mismos que el de “otras ligas de fantasía más tradicionales”. El problema es que tras el eufemismo “tradicionales” se oculta una diferencia sustancial: aquellos juegos funcionan con dinero virtual, mientras que en Sorare las cartas son tokens que deben comprarse con transferencias reales.

Con su proyecto NBA Top Shot, la gran competición de baloncesto estadounidense se sube al carro comercializando NFT de vídeos cortos con canastas memorables que se han llegado a vender por cientos de miles de dólares. Estos y otros ejemplos apuntalan lo que se puede considerar una tendencia bien definida: la mercantilización de los últimos reductos de ocio “gratuito”.

El éxito y el ruido mediático cosechados por algunos artistas han supuesto el impulso que necesitaba el fenómeno NFT para dar el salto a nuevos mercados 

“Preocupación entre los padres por el nuevo proyecto de NFTs del ‘youtuber’ Willyrex”, titulaba La Vanguardia el pasado 23 de marzo, haciéndose eco de las alarmas que habían saltado en redes sociales tras un anuncio del famoso gamer. En él, hizo público que lanzaría una colección con tokens de diferentes precios, desde 1€ hasta 2.000€, según la escasez de los mismos. Es imprescindible destacar que una parte mayoritaria del público de Willyrex no alcanza la mayoría de edad, así que hablamos de ofrecer una inversión especulativa, en plena burbuja, a niños y niñas que verán en estos NFT una forma de acercarse a su ídolo.

Quizá por el revuelo causado, Guillermo Díaz –así se llama– concedió una entrevista en el podcast Emprende Aprendiendo, dedicado a los negocios. Uno de los momentos más representativos de lo que supone este nuevo mercado se produjo cuando Willyrex quiso explicar qué es lo que hace valiosos a los NFT. “¿Cuántos, de pequeños, hemos comprado un póster? Te gastas 20 o 30 dólares y te lo pones en tu casa, ¿para qué? ¿Cuántos hay? ¿Cuánto valdría ahora si tu póster, ese que todos teníamos de pequeños, de Dragon Ball o Pokémon, estuviese en perfectas condiciones y se pudiese vender? Imagínate que solo hay mil pósteres como el que tú compraste y se lo puedes vender con un click a alguien de Japón”, explicó. La lógica utilizada es demencial: pretende convertir el rédito económico en la única motivación incluso durante la infancia, ese rincón (casi) libre de corrupción capitalista en el que importa más el valor sentimental que el monetario.

En esa misma entrevista, el youtuber habló sobre Decentraland, una plataforma de realidad virtual que lleva la burbuja cripto al siguiente nivel. Para poder participar de ese mundo digital es necesario adquirir una parcela, y los precios de estas han llegado a alcanzar los 30.000 dólares. El objetivo del juego es permitir que se genere una suerte de sociedad paralela, en la que los dueños y las dueñas de dichas parcelas puedan organizar conciertos, hacer exposiciones o proyectar películas.

Acudir a lo virtual no es solo una forma excéntrica de buscar la exclusividad, sino que responde a un impulso de huida animal de las élites ante lo que es ya una realidad incontestable: la vida en el planeta Tierra se va a parecer cada vez más a una distopía futurista, con un aumento de los problemas ecológicos y civilizatorios. Douglas Rushkoff habló sobre ello en CTXT, con su artículo La supervivencia de los más ricos y cómo traman abandonar el barco. De hecho, tanto las criptomonedas como los NFT pueden incrementar drásticamente el ritmo de destrucción de los ecosistemas que sostienen la existencia humana.

Otro paso hacia el desastre ecosocial

Según los cálculos del Centro para Finanzas Alternativas de la Universidad de Cambridge, el consumo energético del minado de criptomonedas es equiparable al de países como Ucrania o Suecia. El hecho de que los NFT utilicen la misma tecnología que Ether, actual competidora de Bitcoin por el trono de las divisas digitales, los convierte en una gran amenaza para el medioambiente.

El artista francés Joanie Lemercier aprendió la lección por la vía dolorosa. Su decisión de internarse en el mundo del arte tokenizado fue todo un éxito, con una recaudación de miles de dólares en la primera venta, pero no tardó en darse cuenta de su error. Gracias a la web Cryptoart.wtf, descubrió que la operación de traspaso de sus NFT había consumido, en unos segundos, el equivalente a la cantidad de energía utilizada por su estudio en dos años. Este golpe de realidad concienció a Lemercier sobre la necesidad de demostrar al mundo el peligro que entraña todo lo relacionado a las criptomonedas y la blockchain; pero, por desgracia, se trata de una excepción.

Se abre una nueva espita de gasto energético brutal, con un agravante: los NFT no aportan absolutamente nada a la mejora de las condiciones de vida

De nuevo, las declaraciones de Willyrex van a servir como reflejo perfecto del cinismo imperante entre las grandes fortunas involucradas en el fenómeno de los NFT. Al comienzo de la entrevista en Emprende Aprendiendo, el youtuber madrileño habla sobre cómo se obsesionó con este nuevo mercado virtual, hasta el punto de admitir lo siguiente: “Me despertaba a las cuatro de la mañana y tenía que ponerme a ver vídeos de NFT, cripto y demás”. Sin embargo, esas ansias por convertirse en un experto en la materia desaparecen de súbito al mencionar la cuestión ecológica. “Dicen también, por ejemplo, que lo que cuesta una transacción de un NFT contamina igual que un humano en 3.000 años… O 300… Bueno, no sé los números, no miré mucho porque al final es algo que acaba de empezar y, en el futuro, ya no se minará… Entiendo yo… No me he puesto mucho en el tema porque no me ha interesado”. De pronto, lo que era una dedicación obsesiva para con los potenciales beneficios millonarios torna en desidia total en lo referente a los costes que ello puede suponer para el resto de la humanidad.

Cuestionado acerca de la huella de carbono, Beeple quiso sacarse de encima la responsabilidad social por el dramático nivel de consumo energético que conllevan sus ventas de NFT acudiendo a un recurso cada vez más común: el tecnofetichismo. Aseguró que pretende que sus obras alcancen la “neutralidad”, en términos de emisiones de carbono, compensando estas con inversiones en energía renovable, proyectos de conservación o tecnologías que absorban el CO2 de la atmósfera. Se trata de un argumentario tan ridículo que enumerar todas las falacias que contiene daría para otro artículo muy extenso, así que me limitaré a parafrasear una de las múltiples conclusiones alcanzadas en este informe del Fern sobre el coste de la bioenergía con captura y almacenamiento de carbono (BECCS, por sus siglas en inglés): “el desarrollo de BECCS para alcanzar el objetivo de 2°C requeriría más del doble de la cantidad de agua que se utiliza actualmente en la producción alimenticia”.

En un momento en el que todas las evidencias científicas apuntan hacia el decrecimiento en los niveles de producción y consumo como única vía hacia una posible transición sostenible, se abre una nueva espita de gasto energético brutal, con un agravante que convierte todo esto en una insensatez: los NFT no aportan absolutamente nada a la mejora de las condiciones de vida. El sendero por el que transitan estos nuevos mercados digitales nos marca, por oposición frontal, la dirección que debemos tomar: una reducción drástica del ritmo de vida que, necesariamente, tiene que ir acompañada de un reequilibrio en el reparto de los recursos. Consumir muchísimo menos y reenfocar todo ese consumo hacia la construcción de unas condiciones de vida dignas para las grandes mayorías.

Hace tan solo unas semanas, un archivo de imagen digital se convirtió en la tercera venta más alta en la historia de la reconocida casa de subastas Christie’s. Vignesh Sundaresan, también conocido como Metakovan, pagó algo más de 69 millones de dólares por una serie de metadatos que aseguran que es el...

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Autor >

Diego Delgado

Entre Guadalajara y un pueblito de la Cuenca vaciada. Estudió Periodismo y Antropología, forma parte de la redacción de CTXT y lee fantasía y ciencia ficción para entender mejor la realidad.

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