Misoginia
Joan Harrison, la brillante cineasta oculta tras Hitchcock
El tan publicitado estilo del “maestro del suspense” se creó, en buena medida, gracias a esta hoy desconocida guionista y productora. En 1941 logró dos nominaciones al Óscar por los libretos de ‘Rebeca’ y ‘Enviado especial’
Iván Reguera Pascual 27/07/2021
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Muchas mujeres de valía han sido ocultadas por la historia, y la historia del cine no es una excepción. Si hablamos de Alfred Hitchcock, nos viene a la mente su mujer y gran colaboradora de toda la vida, Alma Reville. También sus discusiones con David O. Selznick y Raymond Chandler, su amistad con el guionista Ernest Lehman y sus actrices rubias. Pero nadie piensa en una desconocida Joan Harrison (Guildford, 1907 – Londres, 1994), guionista, productora y una belleza que nada tuvo que envidiar a las estrellas femeninas de Hitchcock.
Harrison fue una brillante cineasta a la que le encantaba lucir elegantes trajes de las mejores tiendas de Beverly Hills. Fue amante de Kirk Douglas, Gilbert Roland y Clark Gable, precursora del thriller moderno y también una de esas mujeres de cine que fueron olvidadas por la historia, una historia contada por hombres que ocultó durante décadas a cineastas como la francesa Alice Guy, la primera persona en dirigir una película de ficción, o directoras y guionistas como la japonesa Kinuyo Tanaka, la rusa Larisa Shepitko, la belga Agnès Varda o la española Ana Mariscal.
En Hollywood, la mayor industria de cine del siglo XX, no solo hubo brillantes actrices, guionistas, modistas y maquilladoras, también hubo mujeres productoras, ejecutivas, representantes, publicistas, montadoras, lectoras y correctoras de guion e investigadoras. Mujeres que, además, participaban en gremios, sindicatos, protestas y huelgas en pro de las reivindicaciones del sector.
Una de ellas fue la británica Joan Harrison, íntima amiga de Billy Wilder, Charlie Chaplin, John Huston, David Niven y Marlene Dietrich y nominada al Oscar en dos ocasiones el mismo año, 1941. Fue por los guiones de Rebeca y Enviado especial, la primera escrita junto al Premio Pulitzer Robert E. Sherwood y la segunda junto a Charles Bennett. Harrison empezó de guionista y acabó siendo una gran productora-autora con un universo particular lleno de ambigüedad moral, humor elegante y socarronería contra la familia tradicional y la pareja.
Antes de lograr, con tan solo 34 años, el reconocimiento de la Academia, su vida siempre estuvo enfocada al cine, su gran pasión. Empezó, por supuesto, acudiendo a los cines (su preferido era el londinense Electra Cinema) y escribiendo en el periódico de su colegio. Más tarde, logró publicar críticas de estrenos de cine en el diario Surrey Advertiser, lo que le permitió ampliar sus conocimientos cinematográficos además de pases gratuitos para cada sesión.
Tras estudiar en la Sorbona y en Oxford, en 1933 su vida cambió por completo. Harrison leyó un anuncio en el que se buscaba una secretaria para trabajar en los estudios Lime Grove de la compañía Gaumont, en West London. No tenía ni idea de secretariado, pero vio en ello una manera de entrar en el mundo del cine. Lo que no sabía es que el que había publicado el anuncio era el mismísimo Alfred Hitchcock, el director más célebre de Gran Bretaña, aunque todavía no el Hichcock mundialmente conocido tras el éxito de Rebeca. El maestro del suspense ya había rodado películas mudas como El enemigo de las rubias o Vida alegre y sonoras como Asesinato.
No era fácil que la eligieran, competía con decenas de aspirantes. Al más puro estilo Hitchcock, como en una de esas escenas en las que el protagonista improvisa para salir de un grave apuro, Harrison se acercó al encargado y le susurró al oído.
—Perdone, caballero. Mi hermana va a tener un bebé y debo regresar corriendo al hospital. ¿Podría ser la próxima en ver al señor Hitchcock?
—Está bien, póngase la tercera en la fila —dijo el encargado sin pensárselo demasiado.
Harrison tenía dos hermanas, pero ninguna estaba de parto. Era mediodía y Hitchcock estaba frustrado, cansado y hambriento. Observó a la candidata.
—Quítese el sombrero.
Harrison mostró sus rubios cabellos. Hitchcock los observó deslumbrado antes de continuar.
—Estoy trabajando en una película que se llama El hombre que sabía demasiado. Necesitó a alguien para comunicarse con Peter Lorre y el director de arte Alfred Junge. ¿Habla alemán?
—No, pero hablo francés —contestó rápida, pero intuyendo que no tenía nada que hacer.
—Da igual, está contratada siempre que almuerce conmigo. ¡Me muero de hambre!
Hitchcock descubrió que Harrison había visto muchas películas en el Electra Cinema y en Oxford. Y también que su tema favorito era el crimen, había seguido juicios de macabros sucesos gracias a que su tío Harold trabajaba en el londinense tribunal de Old Bailey, un lugar que el director conocía muy bien porque también había sido testigo de sórdidos juicios. Hitchcock acabó de convencerse del talento de Harrison al saber que, además, había leído decenas de libros sobre todo tipo de asesinatos. Los dos compartían doble pasión: el cine y el crimen. De hecho, cuando ella decidió casarse, en 1958, no lo hizo con alguien del cine, sino con el escritor de novela policíaca Eric Ambler, autor de Topkapi e inventor del thriller de espías moderno.
Su familia, de Guildford, un pueblo al sur de Inglaterra cuna del matemático Alan Turing y del escritor P. D. Wodehouse, veía con recelo su trabajo en Londres. Eso del cine no les parecía nada serio. Harrison no estaba hecha para las labores de secretariado, pero tenía talento y mucho olfato para encontrar y corregir buenas historias, algo que también intuyó la escritora y mujer de Hitchcock, Alma Reville, conocida como Lady Hitchcock, que había conocido al director al trabajar con él en el Famous Players-Lasky Studio de la Paramount. Alfred, Alma y Joan se llevaron tan bien que hasta compartieron vida privada. Iban a cenar juntos, de viaje o al cine con total naturalidad.
El talento de Harrison empezó a destacar asesorando a Hitchcock en Inocencia y juventud (1937), la típica historia de falso culpable que al director le encantaba, y repitió en Sabotaje (1942), Falso culpable (1956) o Con la muerte en los talones (1959), y en el thriller Alarma en el expreso (1938). Su primer trabajo como guionista acreditada fue Posada Jamaica (1939), última película británica de Hitchcock antes de su salto a Hollywood. El guion estaba basado en una novela de Daphne Du Maurier, la misma autora de Rebeca y Los pájaros.
La guionista debutó en Hollywood por todo lo alto, a lo grande: con Rebeca y Enviado especial logró dos nominaciones al Oscar en un solo año, algo totalmente insólito. Curiosamente, fue su único momento de gloria académica porque Harrison no volvió a ser nominada al Oscar ni a ningún otro premio cinematográfico en toda su carrera.
El tan bien publicitado estilo del “maestro del suspense” se creó, en buena medida, gracias a Harrison. Las siguientes películas en las que trabajó como guionista y asesora junto a Hitchcok y Alma fueron Sospecha (1941) y Sabotaje (1942). Tras aprender muchos aspectos de la producción de una película de estudio y tras trabajar en nueve películas de Hitchcock, Harrison se pasó a la producción, en concreto de policiales como La dama desconocida, Nocturno o Persecución en la noche. En esta nueva etapa, se convirtió en la mujer productora más conocida de Hollywood y ayudó al cineasta alemán Robert Siodmak a ser reconocido como el gran director de cine que era.
Fue en una película de Siodmak, Pesadilla, en la que sacó a relucir su insobornable personalidad. Universal Pictures organizó un preestreno con cinco finales diferentes y los ejecutivos eligieron uno que nada tenía que ver con la obra de Thomas Job en la que estaba basado el film. La decisión se tomó por razones de censura y por la respuesta popular en la proyección, pero Harrison, a pesar de tener otras dos películas firmadas con el estudio, abandonó Universal Pictures para siempre. No fue el único estudio que abandonó. Cuando el magnate Howard Hughes emitió una directiva general a los empleados de RKO declarando que a partir de ese momento todas las películas del estudio serían solo “sobre lucha y fornicación”, Harrison también abandonó el estudio. Sabía que aquella nauseabunda directiva del multimillonario estaba escrita para ella.
Tras producir las series Janet Dean, Registered Nurse y Suspenso, a mediados de los años cincuenta, Harrison se reencontró con su amigo y descubridor en Alfred Hitchcock presenta y La hora de Alfred Hitchcock. Las dos series se hicieron famosas por las bufas presentaciones del director, que realizó nada menos que diecisiete episodios. Uno de ellos iba a ser Psicosis, pero el maestro prefirió convertirlo en largometraje y acabó siendo el mayor éxito de taquilla de su larga carrera: 50 millones de dólares de recaudación con un presupuesto de 806.947 dólares.
Harrison fue una de las tres únicas mujeres, con Harriet Parsons y Virginia Van Upp, que trabajaron como productoras para los estudios entre 1943 y 1955. Y fue un referente para las productoras que trabajarían en Hollywood a partir de los años sesenta. Además, fue un referente porque logró decirle a muchas jóvenes que la industria del cine no solo necesitaba costureras, maquilladoras, peluqueras y actrices. También había hueco para guionistas, montadoras, productoras y diseñadoras de producción. Y, por supuesto, para directoras. En definitiva, una pionera a reivindicar.
Muchas mujeres de valía han sido ocultadas por la historia, y la historia del cine no es una excepción. Si hablamos de Alfred Hitchcock, nos viene a la mente su mujer y gran colaboradora de toda la vida, Alma Reville. También sus discusiones con David O. Selznick y Raymond Chandler, su amistad con el guionista...
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Iván Reguera Pascual
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