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Cualquiera que haya intentado organizar una fiesta de cumpleaños sorpresa alguna vez sabrá que las grandes conspiraciones son inviables. Está en la naturaleza de las cosas. Una se va de la lengua, otro se equivoca de salida en la carretera, esta apuntó mal la fecha, aquel simplemente se olvidó de que tenía que comprar hielo. Al final ocurre una fiesta, pero no es sorpresa, no hay hielo, no está todo el mundo y empieza a otra hora. Por eso una idea de conspiración que incluya virus, países diferentes, desarrollos impensables en laboratorios remotos y el acuerdo proactivo de una supuesta élite mundial ya nos resulta rematadamente improbable.
Pero algo tiene que haber entre la gran conspiración y la chapuza total, y esto es el gamberrismo institucional. Tiene la ventaja de que participa de ambos mundos: de la conspiración toma el objetivo de hacer imposible la vida cotidiana y de la chapuza el que cuanto más se meta la pata, mejor. Una parte importante de la judicatura, cuyo órgano de gobierno está fuera de plazo desde hace dos años y medio, que se dice pronto, se ha instalado de forma decidida en esta actitud que ya digo que puede ser percibida como conspiración, pero que no llega.
El CGPJ en funciones considera de repente, por ejemplo, que la apología del franquismo es libertad de expresión, y tan felices. No hace falta tener mi edad para recordar el franquismo, afortunadamente los regímenes asesinos cuentan con un cuerpo oficial de sociópatas que apuntan minuciosamente sus crímenes, de modo que podemos acceder al relato en primera persona del horror de una dictadura. Y luego están los campos de concentración, los cadáveres boca abajo en fosas de seis metros de profundidad, y la memoria, claro, siempre la memoria. No existe forma humana, o humanitaria, de justificar la apología del franquismo como libertad de expresión, no hay por dónde.
Una mujer joven con una camisa azul y el brazo derecho extendido proclama en un acto público, bendecido por la Delegación del Gobierno, o el gobernador civil, yo ya no sé, que “el enemigo es el judío” y una jueza estima que no se trata de un delito de odio. La figura del delito de odio se creó específicamente para ese tipo de manifestaciones: si eso no es un delito de odio nada lo es. Proclamar públicamente que “el enemigo es el judío” es el delito de odio por antonomasia. Y la jueza lo sabe, claro que lo sabe, pero en eso consiste el gamberrismo institucional, en redactar informes contrarios a la aplicación de indultos a gente que has metido en la cárcel un poco con calzador cuando el indulto es una medida que queda fuera de tus competencias, el gamberrismo institucional es ordenar a toda prisa el ingreso en prisión de Juana Rivas mientras los condenados por el ataque a la librería Blanquerna no reciben esa orden nunca. La idea del gamberrismo institucional es convertir la chapuza en conspiración. O por lo menos alcanzar los objetivos de una buena conspiración, que es inviable, recurriendo a la chapuza, que sí está a nuestro alcance, para lograrlo.
Esta semana se ha confirmado la absolución de Cristina Cifuentes de un delito por el que otras personas que no obtenían ningún beneficio de él sí fueron derechitas al trullo. Podríamos pensar que hay una conspiración, que lo del master no era importante, pero lo de las cremas sí, porque cuando ingresas en una organización mafiosa te obligan a hacer algo delictivo para tenerte agarrada y que sacarle lo del hurto significaba que había perdido el favor de la organización, que es a quien realmente se debe, y no a la ley: ¡tonterías! ¡Delirios! Es mero gamberrismo institucional, un puro sujétame el cubata.
Y claro, ya se vienen arriba y se pican a ver quién hace la trastada más descarada y acaban por no admitir a trámite una denuncia contra una líder de extrema derecha por reproducir ilegalmente un sello del Colegio de Arquitectos porque la falsificación era “grosera y burda”. Perderemos nuestro tiempo pensando que hay una connivencia entre la judicatura y la deriva antipolítica que esta mujer representa, pero no. Es un “supérame eso” dirigido al resto de la profesión instalada en esa parra.
Pero la judicatura no está sola en esta estrategia, no. Se les suma el líder de la oposición que, penosamente, intenta poner el grito cada vez en un cielo más alto, pero siempre se le adelanta la repipi de la clase con una burrada todavía mayor, ¿que si no sé qué de la ley sin democracia y la democracia sin ley? Le pongo un piso en la Gran Vía a Toni Cantó y me llevo yo todos los titulares, petimetre.
El gamberrismo institucional no está al alcance de cualquiera, hay que valer.
Cualquiera que haya intentado organizar una fiesta de cumpleaños sorpresa alguna vez sabrá que las grandes conspiraciones son inviables. Está en la naturaleza de las cosas. Una se va de la lengua, otro se equivoca de salida en la carretera, esta apuntó mal la fecha, aquel simplemente se olvidó de que tenía que...
Autora >
Alicia Ramos
Alicia Ramos (Canarias, 1969) es una cantautora de carácter eminentemente político. Tras Ganas de quemar cosas acaba de editar 'Lumpenprekariat'. Su propuesta es bastante ácida, directa y demoledora, pero la gente lo interpreta como humor y se ríe mucho. Todavía no ha tenido ningún problema con la Audiencia Nacional ni con la Asociación Española de Abogados Cristianos. Todo bien.
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