Verano, óleo sobre lienzo (II)
Las vacunas son para el verano
Como buen hipocondriaco, llego a casa y de mi cabeza no sale la idea de los efectos secundarios habituales con la segunda dosis. Somos gente muy preocupada por nuestro bienestar, aunque fumemos y comamos chuletones que harían babear a Zoido
Gerardo Tecé 22/07/2021
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El de 1967 pasó a la historia como el verano del amor y el de 2021 lo hará como el de las vacunas. Una forma de amor, la surgida del cariño a la bata blanca y a las probetas, como otra cualquiera. Pasarán los años y nuestras cabezas quizá no estructuren los recuerdos de este periodo en viajes a la playa, sino en citas para el pinchazo. Qué bien se estaba en el chiringuito después de una dosis de Pfizer fresquita y bien tirada.
Ya tengo mi segunda dosis. De Moderna, como no podía ser de otra forma, según me indican algunos conocidos con una dosis, en este caso, de mala leche. Segunda cita en la Facultad de Matemáticas, vacunódromo público al no tratarse de Madrid. En la capital del Reino la segunda cita, además de con retraso, quizá hubiera sido en la planta de caballeros de El Corte Inglés. “Pues a mí no me importaría que en Sevilla se vacunase en el Primor nuevo que hay en la calle Sierpes”, puntualiza mi novia, que a veces me hace acompañarla a ese lugar repleto de cientos de miles de millones de cremas y productos químicos embotellados que me provocan visión de túnel. Ni sé para qué sirven ni me interesan. Motivo por el cual, según ella, viviré menos años de los que debería.
Llega mi turno y, tras pasar por la mesa para presentar mi DNI, me hace gestos para que me acerque un chico joven. “Yo soy el que doy la estocá”, me dice dibujando en el aire un espadazo taurino con la vacuna en la mano. Mientras me acerco, se me ocurre responderle que, como me duela, le voy a cortar las orejas y, de paso, quizá el rabo. Decido callarme. La vida no es Twitter. Sonrío. Me pincha. Me da consejos para el uso del paracetamol cuando los efectos de esta segunda dosis, como es previsible, aparezcan. Se despide con un “ea, pues inmunizao”, le doy las gracias por el pinchazo –menos mal que no ha sido como los de Curro Romero, pienso decirle, pero no le digo– y le vuelvo a sonreír, contento por haber acabado la pauta. Con esta segunda dosis es la primera vez que en esta Facultad de Matemáticas, en la que pasé unos buenos años de cafetería y en la que no terminé la carrera, acabo lo que empecé. Mientras espero sentado los 15 minutos de precaución, saco el móvil y empiezo a escribir este genial tuit que, seguro, se hará trending topic en el grupo de Whatsapp de mi familia: “Por fin acabo algo en esta Facultad”. Decido no enviarlo y ahorrarme los insultos de mis padres. Bastante tuvieron. Comento en el grupo de CTXT que ya tengo mi segunda dosis. Una compañera me recomienda que me tome el paracetamol antes de los síntomas: tómate uno y te entonas, así el bicho llega con menos fuerza.
Como buen hipocondriaco, llego a casa y de mi cabeza no sale la idea de los efectos secundarios, muy habituales con la segunda dosis de Moderna. Los hipocondriacos somos gente muy preocupada por nuestro bienestar físico, aunque fumemos, comamos chuletones con patatas que harían babear al mismísimo Zoido o no queramos ponernos cremas del Primor que hidratan la piel. La hipocondría es una forma de estupidez como otra cualquiera. Dolor de brazo, fiebre, dolor de cabeza, escalofríos, pinchazos, fatiga… Intento concienciar a mi cuerpo de lo que le viene para que no le pille por sorpresa mientras me tomo el paracetamol recomendado por mi compañera. La hipocondría es una especie de UCI mental permanente, con y sin vacuna, con y sin pandemia mundial. ¡Leve pinchazo en el pecho, rápido, traigan un desfibrilador! ¡Un poco de dolor de cabeza, posible tumor cerebral, repito a todas las unidades, posible tumor cerebral! Es estresante. Hoy es distinto. Lo que hoy suceda, tendrá una explicación, lo cual es un gran alivio para cerebros como el mío.
Pasan las horas y nada. Ni un mísero dolor en el brazo en el que recibí el pinchazo. Me empiezo a preocupar. ¿Qué está pasando ahí dentro? ¿Por qué no pasa nada? Según algunos foros de Internet, ese médico de confianza, ya debería estar notando cierto dolor, aunque fuese en el hombro. Que no me duela rompe mis esquemas, el guion para el que me había preparado. No me tenía que haber tomado el paracetamol preventivo. ¿Llamo a urgencias y digo que han pasado varias horas y aún no me duele el brazo? Ante esta problemática mi novia me da dos opciones a elegir: la separación o conseguir que me duela el brazo por la vía de la violencia física. Así que, como con el novillero de las vacunas y con el chiste en el grupo de whatsapp, decido que mejor me callo. Mientras espero que mi cuerpo dé las señales de debilidad que ya debería estar dando, me fumo un cigarro. Repito: ser hipocondriaco es una forma de estupidez como otra cualquiera. Fumo como quien espera a las puertas del hospital novedades sobre la operación de urgencias de un ser querido. En este caso el ser querido es uno mismo. ¿Se sabe algo? Nada, de momento ni dolor, ni fiebre ni nada. Ufff, qué mala pinta. Según crece la preocupación, disminuye el tabaco del paquete.
Pongo una serie para distraer la espera. Modern Family, además de adaptarse al nombre de mi vacuna, es una serie maravillosa. En su momento me la encontraba por algún canal situado más allá de número 12 y me quedaba viendo alguna escena que me hacía gracia. Como en los últimos años he aprendido algunas cosas sobre la escritura de guión, hace unos días decidí tratar a esta serie con el respeto que intuía que merecía, viéndola en condiciones, capítulo a capítulo. No me equivocaba. Es una obra de arte de la comedia. El formato de falso documental siempre va bien para el humor. En mi caso también funcionaría. Primer plano sentado en el sofá, viendo una serie de humor, con cara de sentida y profunda preocupación: “De momento sigo bien y ya han pasado demasiadas horas, estoy empezando a angustiarme”. Me voy a la cama agotado. ¿Cuántas horas llevo en la UCI pendiente del paciente, es decir, de mí mismo? Pienso que dormir me vendrá bien, pase lo que pase. Si no aparecen síntomas, pasaré buena noche. Si aparecen, mejor que me pillen en estado de somnolencia. O, como diría el novillero del vacunódromo, manso.
Los síntomas no aparecen y tampoco el sueño. Eso sí, aparece un mosquito del tamaño de un Boeing, según calculo por el sonido que hace al planear a la altura de mi oreja. Enciendo la luz y el Boeing, como pasó en Lost, ha desaparecido del mapa. Empieza un juego que conozco bien después de muchos veranos sevillanos: la caza del mosquito invisible. Como siempre, pierdo y decido asumir las consecuencias porque estoy agotado y muerto de sueño. Que me pique si me tiene que picar. Mientras me quedo dormido, a mi yo hipocondriaco le ha tocado guardia de noche. Es lo que tiene el sacrificado trabajo de sanitario de uno mismo. ¿Y si el mosquito es uno de esos del Nilo y su picadura se mezcla de una forma extraña con la vacuna? Busco en Internet si hay información sobre este tema. Nada. Cero información sobre los efectos de la picadura del mosquito del Nilo mezclada con una dosis reciente de vacuna Moderna. Suena el teléfono de madrugada. Es el fundador de Google, que me da la enhorabuena. No es fácil encontrar un tema sin tratar en un buscador que lleva controlando el mundo 22 años con miles de millones de búsquedas diarias, chico. Le doy las gracias por saber apreciar mi arte y me invita a su isla del Pacífico para conocerme. Rechazo la oferta. Estoy potencialmente enfermo, no estoy para viajar. Creo que era un sueño. Lo de la llamada, no lo de la búsqueda. Vuelve a sonar el mosquito y decido emigrar al sofá. Por fin me quedo dormido, agotado, durante varias horas. Me despierto con el cuerpo algo dolorido. No es la primera vez que me pasa tras pasar la noche en ese sofá, pero prefiero hacerme el loco y achacarlo a la vacuna. Gracias a dios no es grave, informo al paciente que soy yo mismo en la ventanilla de urgencias. Dolor muscular en la espalda y también en las piernas, que se han pasado horas mal colocadas sobre el reposabrazos, además de un ligero dolor de cabeza. Por fin.
El de 1967 pasó a la historia como el verano del amor y el de 2021 lo hará como el de las vacunas. Una forma de amor, la surgida del cariño a la bata blanca y a las probetas, como otra cualquiera. Pasarán los años y nuestras cabezas quizá no estructuren los recuerdos de este periodo en viajes a la playa, sino en...
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Gerardo Tecé
Soy Gerardo Tecé. Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto. Es autor de 'España, óleo sobre lienzo'(Escritos Contextatarios).
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