UN VERANO FATAL (III)
Conquistadores
Yo, que llego a las playas pidiendo perdón a los habitantes de las sombrillas situadas a más de cinco metros, me quedo observando al conquistador y sus pasos sobre este terreno gaditano que entiende como una extensión de sus posesiones en Madrid
Gerardo Tecé 13/08/2020
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Nunca he terminado de aclararme. No sé si leer un libro en la playa bajo la sombrilla es un gran placer, un gran incordio o una pequeña dosis de ambas cosas. Me temo que, como suele pasar con casi todo en la vida, la respuesta correcta tiene mucho que ver con dosis pequeñas y mezcladas y casi nada con grandes certezas. Saco de la mochila Riña de gatos, de Eduardo Mendoza. Un thriller ibérico con un cuadro de Velázquez, desconocido hasta el momento, como protagonista del Madrid de la primavera de 1936, a punto del golpe de Estado militar y de que estalle la Guerra Civil. Cuando llegan las vacaciones, y con ellas el tiempo para derrochar a la carta, un libro que no tenga nada que ver con la actualidad –material de trabajo en mi caso– es siempre mi elección, sin necesidad de leer el resto de la carta. Como ir a un bar, leer croquetas y desechar el resto.
Abro el libro con esa cosquillita del que va a cometer un crimen, del que va a hackear el sistema aportándole cero productividad mientras escucha las olas del mar sin sentir remordimiento. La sensación de impunidad debe de ser parecida a esto. Las cosquillas desaparecen en un instante. El tiempo en que la página blanca, ultra iluminada por el sol y cegándome a pesar de las gafas, tarda en ponerse a bailar violentamente por culpa del viento de levante, que hoy tiene molestas a todas las sombrillas situadas estratégicamente, en este verano de la pandemia, en esta playa de Zahara de los Atunes. Cuando a la luz excesiva y al viento se le unen las ráfagas de disparos de la familia de al lado, que ha decidido que mi cuerpo es un lugar mejor que su apartamento para depositar la arena de su toalla, cojo aire, me repito eso de las pequeñas dosis sin creérmelo demasiado y vuelvo a viajar de la Cádiz de 2020 al Madrid de 1936.
Eduardo Mendoza escribe y describe muy bien. Tanto que su descripción de la aristocracia española del momento, temerosa de que la coalición de izquierdas recién llegada al gobierno de la República les quite algunos de sus privilegios, me hace pensar que me he equivocado de libro si lo que pretendía era leer algo alejado de la actualidad. La española es una aristocracia que, al contrario que otras aristocracias europeas, se moja el culo, viene a decir Mendoza en boca del protagonista de la novela. Con raíces de conquistadores, la clase alta española tiene en el ADN que, para mantener y aumentar privilegios, hay que sacar el machete. Y lo hacen sin que se les caigan los anillos, sin importarle demasiado que las formas les hagan parecerse a la clase trabajadora cuyas formas desprecian. Los cuadros de Velázquez, pintor de cámara de un Felipe IV que supo dejarle hacer, reflejan ese aspecto de una aristocracia a la que no le importa no parecerlo en sus formas, si esto es necesario, para seguir siendo la clase dominante. Se me viene a la mente el Barrio de Salamanca en pie de guerra gritando libertad mientras golpea señales de tráfico con una escoba y levanto la cabeza de la lectura.
La familia de al lado ya debe de haber dejado su toalla impecable a juzgar por la sequedad que tengo en la boca después de comerme un kilo y medio de arena. Mientras mastico pensando en esa descripción de Mendoza, aparece en la playa una familia de conquistadores que decide instalar su sombrilla en el mejor lugar de la zona. Una conquista no recomendada por las autoridades sanitarias, ya que requiere ignorar por completo todas las recomendaciones de separación e instalarse en un hueco libre pero demasiado apretado en la orilla de la playa. El padre es un corredor de bolsa de unos 45 años, fantaseo lleno de prejuicios al analizar un peinado que me recuerda al Aznar de cuando se dejó melenita. El peinado, unido a la pulserita con bandera, la tabla de surf y la actitud del que está más acostumbrado a ganar que a perder, me hacen olvidarme del libro. En este caso, claramente, esta familia de padre, madre y dos hijos ha ganado colosalmente esta batalla por el espacio. La mujer, rubia y también equipada con la identificación de ciudadana española en la muñeca, directora de un bufete de abogados del Paseo de la Castellana, según mis prejuicios y su acento, aplaude a su marido el tino al colocar, de una estacada digna de Hernán Cortés cortando cuellos en México, la sombrilla en la zona más privilegiada de la playa a pesar de la OMS.
Yo, que llego a las playas en el verano covid pidiéndoles perdón por existir a los habitantes de las sombrillas situadas a más de cinco metros, me quedo observando al conquistador y sus siguientes pasos sobre este terreno gaditano que entiende como una extensión de sus posesiones en Madrid. Su ocupación del espacio y también la de sus hijos es asombrosa. Al contrario que otros niños atados en corto por sus padres debido a las circunstancias, estos amplían el terreno conquistado por sus mayores con una habilidad y soltura innatas. Aprendo de esa actitud que tantos beneficios proporciona a nivel individual y creo que la clave de una forma de ser insolidaria, indolente e incluso ridícula a ojos de la mayoría: es ignorar a la mayoría y despreciarla. La clave es sentir como propio en lo más íntimo el derecho divino, la obligación moral, porque tu condición y ADN, mitad conquistador mitad aristócrata, te exige ocupar el mejor lugar en esta vida. Boquiabierto, observando a esta familia de bien, le comento mis conclusiones a Eduardo Mendoza, que me da la razón y me sugiere que cierre un poco la boca y vuelva a la lectura porque, aparte de babear el libro, me está entrando arena.
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Un verano fatal (I): La azotea.
Un verano fatal (II): El Maxibon (mini).
Nunca he terminado de aclararme. No sé si leer un libro en la playa bajo la sombrilla es un gran placer, un gran incordio o una pequeña dosis de ambas cosas. Me temo que, como suele pasar con casi todo en la vida, la respuesta correcta tiene mucho que ver con dosis pequeñas y mezcladas y casi nada con grandes...
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Gerardo Tecé
Soy Gerardo Tecé. Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto. Es autor de 'España, óleo sobre lienzo'(Escritos Contextatarios).
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