EL SALÓN ELÉCTRICO
Calumnia con “perfil delincuencial”
‘El caso Wanninkhof-Carabantes’ denuncia uno de los errores judiciales más vergonzosos de nuestra historia reciente y un letal juicio mediático. Dolores Vázquez era una asesina por ser lesbiana
Pilar Ruiz 3/08/2021
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El caso Wanninkhof-Carabantes (Tània Balló, 2021) es una obra de denuncia, estricto documento recordatorio de uno de los errores judiciales más vergonzosos de nuestra historia reciente. Con tres protagonistas: Rocío y Sonia, las dos mujeres asesinadas por el serial killer Tony King y la inocente encarcelada Dolores Vázquez. Un documento audiovisual certero al desenterrar una España noventera repleta de contradicciones, el país de la democracia supuestamente ejemplar pero donde los linchamientos homófobos y machistas dejan sin garantías judiciales a una persona por su orientación sexual. En la historia terrible, demoledora, se echa de menos un análisis pormenorizado –periodístico– de la actuación de policías, jueces, fiscales y el ministro del Interior del momento, culpables que llevaron a Dolores Vázquez a la cárcel y dejaron en la calle al verdadero asesino en serie.
Y junto a ellos, los partícipes de un letal juicio mediático. Los medios españoles no habían aprendido nada de las vergüenzas en Alcásser y fueron incontables los “comunicadores” que señalaron a Vázquez desde las tribunas públicas con juicios de valor, declaraciones acusatorias y ristras de epítetos en televisiones, radios y prensa escrita, de las ignotas provincianas a las supuestamente de postín, con firmas “aplanetadas” como la de Juan Manuel de Prada señalando a la lesbiana como una encarnación del mal.
Si alguien se pregunta cómo es posible que todas estos indignos jamás hayan pedido disculpas ni recibido ninguna reprobación por agitar los más bajos instintos de la opinión pública e incendiar papelotes –ahora redes–, la explicación es sencilla: les pagan para eso. Su oficio, de larga tradición hispana, es levantar piras en las plazas públicas donde quemar brujas y herejes. No solo no hay castigo para ellos sino que el ejercer de forma torticera su profesión tiene premio y les asegura una tribuna público-privada en cualquiera de los muchos medios que la ultra inmoralidad tiene a su disposición. Han medrado tan bien que incluso tienen herederos en las siguientes generaciones, son más que nunca y campan por las redes cosechando hordas de pirómanos. Algunas, desconfiadas por naturaleza, con un visceral rechazo a los juicios populacheros y las persecuciones mediáticas, asistíamos al tratamiento –no periodístico– de todos aquellos casos de asesinatos televisados con un asco irremediable. Pero reconozcámoslo, en las facultades y escuelas de periodismo de por aquel entonces jamás nos hablaron de sensacionalismo, ese elefante invisible. Hoy cualquier debate sobre el asunto ha quedado obsoleto y de lo más vintage, la prueba es la miríada de firmantes y medios que medran al calor ya no del amarillismo sino directamente del bulo, la manipulación y las financiaciones de alcantarilla. La máquina del fango.
Dolores Vázquez era una asesina por ser lesbiana. Así lo decidieron unos incompetentes funcionarios con uniforme y toga, señores a los que nunca se les pidió responsabilidad por haber llevado a la cárcel a una inocente. La homosexualidad es de por sí una condición criminal, al menos así lo creía el ministro del PP Ángel Acebes al acusarla –en sede parlamentaria– de tener un “perfil delincuencial”. Puesto que Vázquez no tenía antecedentes penales previos, ¿en qué consistía ese perfil? No hay respuesta, solo recordar el nivel de iniquidad de nuestros más altos gobernantes. De Acebes no olvidamos su actuación estelar culpando a ETA del atentado en el 11M. Cuentan algunos políticos de entonces cómo aquel ministro intentó dar gato etarra por liebre islámica al ahora Emérito cuando los propios servicios de información ya le habían dado el queo de la verdadera autoría del atentado, provocando uno de aquellos sonoros cabreos del Campechano jamás relatados por la prensa afín, como sus demás asuntos. En el giro de guion habitual, A.A pasó del gobierno mendaz a Bankia, de la mano de Rodrigo Rato, y al caer este, fichó como consejero por Iberdrola –300.000 euros anuales–. Este legionario de cristo imputado en el caso Bárcenas y patrono de la FAES debería de llevar el sobrenombre de “el magnánimo” por su récord de indultos: en un solo día del año 2000 indultó a 1.328 reos porque, al parecer, se lo había pedido el Papa. Sin embargo, Dolores Vázquez pasó 17 meses en la cárcel, nunca ha sido indemnizada y tuvo que exiliarse a Gran Bretaña. Nadie le ha pedido perdón. La calumnia triunfó.
La calumnia (The Children’s Hour), estrenada en 1934, es el más sonoro éxito de Lillian Hellman, una de las periodistas, escritoras y dramaturgas más famosas de su época, aunque convertida posteriormente en “mujer de”, en su caso, Dashiell Hammett. La obra teatral cuenta el acoso y persecución a dos profesoras acusadas de lesbianismo por una alumna, aunque en la posterior adaptación al cine (Wyler, 1961) pasó por el filtro censor del Código Hays cercenando el amor no correspondido de una de las maestras por la otra. Hollywood abrió sus puertas a Hellman en los años 40 siendo nominada tres veces al Oscar por mejor guion adaptado, pero su carrera acabó con la caza de brujas. Activista de izquierda antifascista, estuvo en España durante la Guerra Civil para documentar junto a Dos Passos y Hemingway la película a favor de la República Tierra de España (Joris Ivens, 1937); antinazi, apoyó a la revolución soviética aunque luego se desmarcaría de Stalin. Es decir, una biografía apetecible para el senador McCarthy. Hammet fue a la cárcel por no revelar información de la asociación para los derechos civiles en la que militaba y la Hellman se negó a delatar a nadie ante el Comité de actividades antiamericanas: “Hacer daño a gente inocente que conocí hace años para salvarme a mí misma es, en mi opinión, un acto inhumano, indecente y deshonroso. No voy a recortar mi conciencia para adaptarla a la moda de este año”. El FBI les vigiló durante el resto de sus días.
Lillian Hellman (1905-1984)
Antes del Código Hays, que prohibía cualquier referencia a las “perversiones sexuales” (sic), el lesbianismo pudo colarse en las pantallas incluso en forma de Garbo: Cristina de Suecia (Mamoulian, 1933), el famoso beso en la boca entre dos mujeres y la frase "moriré soltero" de la reina, convirtieron a Greta Garbo en el icono lésbico más potente de la Historia del cine.
Pero a pesar de GG –de conocida bisexualidad en su vida íntima– en la tradición fílmica el personaje lésbico suele aparecer como oscuro, maligno y locatis, que solo enseña las uñas en el terror, subgénero asesinas-vampiras, o el de estricta gobernanta con perfil terrorífico del tenor de la directora de La residencia (Ibáñez Serrador, 1969) que tiene su culmen en Rebeca (Hitchcock, 1941) y su ama de llaves lesbiana encerrada en un armario del tamaño de Manderley. Un personaje muy del gusto del retorcidísimo Hitch, quien cuidó especialmente las escenas entre Joan Fontaine y la gran Judith Anderson. Por cierto; la autora de la archifamosa novela y de otras adaptadas al cine como Los pájaros o La posada Jamaica, Daphne du Maurier, se consideraba “un chico dentro de una chica” y en la intimidad se hacía llamar Eric.
Daphne du Maurier (1907-1989)
Venganza, muerte y destrucción. El delito siempre está ahí, mucho más con la recreación de casos criminales reales como en las chicas de Criaturas celestiales (Jackson, 1994) y la asesina en serie de Monster (Patty Jenkins, 2003). Tuvieron que pasar décadas para que el personaje de mujer homosexual se retratara sin connotaciones delincuenciales saliendo del territorio festivalero hasta llegar a la comercialidad y las estrellas protagonistas: Go fish (Rose Troche, 1994), Fucking Amal (Modysson, 1998); La vida de Adelle (Kechiche, 2013), Habitación en Roma (Medem, 2010) Carol (Haynes, 2015), Disobedience (Lelio, 2017); La favorita (Lanthimos, 2018); Retrato de una mujer en llamas (Céline Sciamma, 2019) junto a series liberadoras como Xena (1995) o Glee (2009) y abiertamente lésbicas como The L Word (2004); Feel Good o Gentleman Jack (2019).
Historias de mujeres enamoradas que hacen de la pantalla un territorio abierto, seguro y libre. Algo que todavía no ocurre fuera de ella, por mucho que se empeñen ciertos discursos rearmados en los últimos tiempos al amparo de una reacción con una agenda mediática, judicial y política muy clara. Con indecencia, se acusa de intolerancia o privilegio a las víctimas de siglos de represión, violencia y agresiones. Quienes con esos discursos han desatado un clima de amenaza, persecución y violencia callejera contra los homosexuales de medio mundo, son los verdaderos delincuentes.
El caso Wanninkhof-Carabantes (Tània Balló, 2021) es una obra de denuncia, estricto documento recordatorio de uno de los errores judiciales más vergonzosos de nuestra historia reciente. Con tres protagonistas: Rocío y Sonia, las dos mujeres asesinadas por el serial killer Tony King y la inocente...
Autor >
Pilar Ruiz
Periodista a veces y guionista el resto del tiempo. En una ocasión dirigió una película (Los nombres de Alicia, 2005) y cada tanto publica novelas. Su último libro es "La Virgen sin Cabeza" (Roca, 2003).
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