No ni ná
‘Al liqui’ contra el odio
Cuando nos digan que la violencia machista no existe, que no existen los ataques homófobos, que los menores no acompañados no merecen amparo, que las personas no tienen derecho a buscar vidas mejores en otros lugares… tendremos que gritar no ni ná
Vanesa Jiménez 19/09/2021
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No ni ná. Así se llaman estas columnas que hoy estreno. Una triple negación que encierra una afirmación absoluta, un sí total, una verdad incuestionable. Aprendí a decirla donde aprendí a decir casi todo, en Cádiz, pronunciada muy rápido, como una sola palabra. Si alguien allí te suelta un no ni ná, mejor no rebatirle, es intútil. Los especialistas lo llaman anáfora, yo prefiero bastinazo, virguería, una joya del idioma como pocas. Verán, caso práctico. ¿Quilla, tú vas a ir hoy al concierto? No ni ná. Dos segundos en los que te han respondido, a la vez: no tengas dudas de que allí estaré; ni aunque me rompa una pierna me lo pierdo; nada puede hacer que no vaya. Si alguien lo mejora, le regalo una suscripción vitalicia a CTXT.
Yo me crié con palabras gaditanas. Aprendí la vida cogiendo burgaíllos, metida en aguatapá, viendo cortapichas, y pescando mojarras; entre gente malahe, gente jartible, y gente con ange (o aje); yendo al refino, haciendo mandaos; siempre cerca de niños con chocaúras y madres esmulabás; rodeada de cosas que podían ser una morterá, o estar como de aquí a La Habana, o tener más edad que el Pópulo.
Las palabras importan y todas tenemos unas. Algunas de las mías no las entenderán. Son esas que evocan mis olores y rincones, mis risas, mis mares, mi infinito. Pero hay otras muchas que compartimos y que cuentan el mundo que habitamos, y por eso van cambiando. Hace algunos años, no tantos, la violencia contra las mujeres se contaba en la prensa como violencia doméstica. En aquel entonces, las personas migrantes que no tenían documentos eran ilegales en la grandísima mayoría de los medios de comunicación de este país.
Son solo dos palabras, adjetivos, doméstica e ilegal, pero escondían una forma de entender el mundo, y sus violencias, violenta a su vez. Usar la palabra doméstica omitía el gravísimo problema estructural de la violencia machista, cerraba tanto el foco que la historia terminaba narrándose siempre en términos de posesión, celos y el algo habrá hecho ella. Y también normalizaba de alguna forma agresiones, violaciones, muertes. Ya saben, lo que pase en casa, en casa se queda. Usar la palabra ilegal para referirse a una persona implicaba vileza, y nos separaba en castas, en la que una estaba lo más abajo posible, aún más abajo, porque además de todo vulneraban la legalidad solo por estar, por ser.
La llegada de la ultraderecha al Parlamento recrudeció la batalla por las palabras que la sección más trumpista del PP llevaba ya tiempo empeñada en librar. Se empezaron a negar con más fuerza aún verdades conquistadas. Los consensos básicos en derechos humanos, que habían sido fruto de peleas largas, comenzaron a tambalearse y, de pronto un día, sin darnos ni cuenta, era posible que nos cuestionásemos si el asesinato de Samuel, entre gritos de maricón, era un crimen homófobo. Y la palabra ilegal volvió a los diarios para señalar a las personas extranjeras. Esto ya está pasando. De nuevo.
A menudo me pregunto si los medios configuramos las sociedades y los territorios que contamos, o si solo somos el reflejo de un momento, de un relato, de un marco. Supongo que hacemos las dos cosas al mismo tiempo; a veces, como ahora, bastante más la primera. Las voces racistas, xenófobas, homófobas, machistas han encontrado multitud de tribunas en los medios de comunicación, que se esconden y se amparan en una falsa pluralidad donde todo vale y nada se interpela. ¿Cómo era aquello de que todas las opiniones eran respetables (sic)?
Hay un dicho en Cádiz que es ‘estar al liquindoi’, abreviado, que ya saben que lo acortamos todo menos las fiestas, ‘al liqui’. Siempre lo he leído asociado a la expresión inglesa ‘look and do it’, que, según cuenta la tradición y yo no soy capaz de confirmar ni desmentir, le dijo el capitán de un barco inglés a un marinero para que vigilara el cargamento. Al liqui, que se supone que es la traducción al gaditano de aquello oído en el siglo XVIII o XIX en el muelle de la ciudad, es estar atento, alerta, pendiente. Y eso es lo que nos toca ahora. Porque seguirán mintiendo.
Cuando nos digan que la violencia machista no existe, que no existen los ataques homófobos, transfóbicos; que los niños menores no acompañados no merecen amparo ni vida digna; que las personas no tienen derecho a buscar vidas mejores en otros lugares… tendremos que gritar no ni ná. Será un trabajo diario, constante. Como periodista, creo que es el más importante que tendré nunca.
No ni ná. Así se llaman estas columnas que hoy estreno. Una triple negación que encierra una afirmación absoluta, un sí total, una verdad incuestionable. Aprendí a decirla donde aprendí a decir casi todo, en Cádiz, pronunciada muy rápido, como una sola palabra. Si alguien allí te suelta un no ni ná,...
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Vanesa Jiménez
Periodista desde hace casi 25 años, cinturón negro de Tan-Gue (arte marcial gaditano) y experta en bricolajes varios. Es directora adjunta de CTXT. Antes, en El Mundo, El País y lainformacion.com.
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