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Déjame que te cuente, Javier Aristu. Ya no estás entre nosotros. El pasado 19 de septiembre la eutanasia te liberó de la usura del cuerpo. Nos legas tu presencia viva en escritos y recuerdos. Podemos dialogar con ellos. No es por supuesto como hacerlo contigo, con una persona que reunía la difícil cualidad de conjugar rigor y ponderación. Todo diálogo póstumo es, sin remedio, un diálogo ventrílocuo, mas no por ello ha de ser un soliloquio. Cuando se transmite un legado, hay posibilidad de coloquio. Puedo tener un monólogo contigo, Javier, y hasta, como si fuese una mesa redonda, con invitados. Sean Ignacio Sánchez-Cuenca, Amador Fernández-Savater y Javier Pérez Royo.
Recuerdo, Javier, que en tiempos prepandémicos aparecías a veces por mi despacho de la facultad a media mañana para tomar un café y platicar. Hablábamos de la trayectoria del penúltimo antifranquismo a propósito de lo que sería tu libro El oficio de resistir. Miradas de la izquierda en Andalucía durante los años sesenta (Comares, 2017). Charlábamos de la marcha de la revista online Pasos a la izquierda que tú fundaste y dirigiste; de la aventura de los Diálogos Andalucía-Cataluña / Catalunya-Andalusia que tú impulsaste y animaste, así como de asuntos de actualidad en la contienda política y las lides intelectuales. Departíamos así especialmente sobre tus empeños e iniciativas, con los que solía sintonizar. Tu talante y tu estilo se encuentran reflejados en el apellido del blog colectivo en el que participabas, En Campo Abierto. Helo: para debatir, discutir y promover la reflexión desde las ideas progresistas y la pluralidad de matices. ¿Fue de tu cosecha este nombre? Te retrata.
También observábamos andanzas y peripecias de antiguos camaradas y compañeros de viaje, ellos y ellas, por terrenos de la prensa de opinión y las tertulias mediáticas. Pues bien, Javier, te cuento. El principal testigo de cargo contra la inflación y degradación del pensamiento entre columnistas y otros analistas en la prensa periódica que es, como bien sabes, Ignacio Sánchez-Cuenca con su incisivo libro La desfachatez intelectual. Escritores e intelectuales ante la política (Catarata, 2016; edición ampliada, 2017), ha suscrito un contrato de contribución quincenal con El País, el órgano a cuya sección de opinión se dirigía buena parte de su alegato. Los tiempos cambian. Pepa Bueno, la actual directora, no es Antonio Caño, el director que imprimió un fuerte giro derechista a un periódico que, si mantiene sin muchos altibajos una buena imagen, es por el contraste de estar flanqueado de órganos poco menos que ultras los de mayor difusión entre la prensa de quiosco en riesgo de extinción. El panorama digital menos dependiente de intereses no estrictamente periodísticos es muy otro. Lo conoces bien, Javier, pues has contribuido no sólo con tus Pasos a la izquierda. Es curioso, o mejor dicho sintomático, que, en la red, un Diario de Derecho, el diario de diarios de Iustel, sólo registre artículos y noticias de la prensa de quiosco, como si eldiario.es, publico.es, infolibre.es, etc., no existieran. Tampoco suele escanear órganos no madrileños.
Lo del fichaje de Sánchez-Cuenca por El País quizás ya lo supieras pues su primera entrega, no digo contribución pues alguna esporádica había tenido en tiempos, se publicó poco antes de tu fallecimiento, entrado septiembre, el día siete. Se trata de un artículo que levantó ronchas como podía ya preverse por su título provocador, “Las élites enfurruñadas de la Transición”. De eso va: “Los notables de derecha e izquierda que construyeron la democracia han impuesto un cerrojazo conservador en lugar de admitir que la mejor defensa de su legado habría sido reformarlo y actualizarlo”. Como no se les escucha con el respeto que se creen merecer y no se les atiende con la autoridad que se atribuyen, así andan, enfurruñados y beligerantes. “No deja de ser curiosa la cantidad de políticos, altos funcionarios, empresarios, intelectuales y profesionales que vivieron la Transición, que están orgullosos de aquel periodo histórico y que, no obstante, han endurecido sus posiciones, desplazándose hacia la derecha, adoptando actitudes crecientemente conservadoras, intolerantes y excluyentes” .
Tras el choque de la crisis sistémica actual, la que se precipita desde 2008, constata Sánchez-Cuenca que las “élites políticas, económicas y mediáticas han vivido como una afrenta personal y casi como una humillación que hayan surgido fuerzas políticas dispuestas a cuestionar la Transición”. El enfurruñamiento es transversal, a derechas y a antiguas izquierdas. El actual gobierno, aun solo centro-izquierdista, les pone en particular de los nervios: “Podemos y el independentismo son parte esencial de sus terrores nocturnos. Han pensado que destruyendo Podemos y criminalizando el independentismo catalán los problemas se disolverían”. Ante esta tesitura, lo que propugna Sánchez-Cuenca es la recuperación del espíritu original y la sustancia, eso sí, reformada de esa misma Transición representada otrora por esa mismísima élite. A ti, Javier, no tengo que decirte que Sánchez-Cuenca sabe de lo que habla. Es el autor de una penetrante crónica que se dirige precisamente a bajar los humos a las ínfulas hoy todavía imperantes de la Transición: Atado y mal atado. El suicidio institucional del franquismo y el surgimiento de la democracia (Alianza Editorial, 2014).
A lo que alcanzo, no ha habido respuesta pública por parte de los interpelados, alguno, de mediana relevancia, citado con nombre y apellido. La réplica vino de otro flanco. Amador Fernández-Savater publica a los dos días, el nueve de setiembre, en CTXT, una crítica a la totalidad de la parte propositiva de Las élites enfurruñadas. La titula “La lengua bífida de la Transición. Respuesta a Ignacio Sánchez-Cuenca”. Lo bífido es un epíteto muy suyo para indicar la doblez enmascarada. El contenido responde a un epígrafe tan detractor: “Propongo otra mirada: la Transición, como es sabido, fue un proceso ‘de la ley a la ley’. No se produjo una ‘ruptura’ con el orden franquista, sino una reforma desde dentro. Los privilegios de los llamados por entonces ‘poderes fácticos’ –oligarquías políticas, económicas, judiciales, etc.– fueron blindados a la vez que aggiornados a la nueva situación. Constituyen desde entonces los límites absolutos de nuestro marco de convivencia: las condiciones a priori del juego democrático”. ¿Qué sentido guarda, conforme a esta visión, la benevolencia y la nostalgia para con la transición, la rendición ante su doblez de conducta bífida?
Fernández-Savater entiende que la actitud actual de la nomenclatura de la transición arroja una sombra inquietante sobre la misma: “El enfurruñamiento de las élites no sería un desplazamiento por fuera de los valores de la transición, sino la cara B de nuestro sistema y nuestra cultura política”; “la cultura de la Transición nunca dejó de estar enfurruñada, guarda siempre una amenaza por debajo de su sonrisa. Pero ahora, cuando su relato de prosperidad y armonía se desploma, ya solo sabe estar enfurruñada”. En fin, en esta situación, la propuesta de recuperación del presunto espíritu de la Transición con mayúscula está a la vista que “1) no abre un debate donde se pongan en cuestión los límites profundos de nuestra democracia, y 2) no tiene fuerza para sacudir la inercia de años de relato consensual, que han sacralizado y fetichizado el régimen del 78 (Constitución incluida)”, algo más esto último que un mero paréntesis. Fernández-Savater también sabe de lo que habla. Entre los títulos de los que es responsable figura Economía libidinal de la transición (Museo Reina Sofía, 2018, en acceso libre online). Para el ajuste de cuentas propio y colectivo con la Transición, él se remite a su libro La fuerza de los débiles. El 15M en el laberinto español (Akal, 2021).
Sánchez-Cuenca replica haciéndose cargo de la contraposición: “Dos visiones de la Transición. Respuesta a Amador Fernández-Savater”, publicada por la misma revista CTXT el 25 de setiembre. Esto, Javier, ya no has podido leerlo. Te lo cuento entonces con mayor detalle. Algo concede Sánchez-Cuenca, bien que manteniendo firme su posición. Estima que Fernández-Savater está de acuerdo con el diagnóstico y disconforme en cambio con la prescripción sobre bases de entrada atendibles. “Toda transición política tiene una cara B, por utilizar la expresión de Fernández-Savater, eso no es exclusivo de la española. En nuestra Transición, se dejaron cosas decisivas fuera (la república, la memoria histórica, el laicismo). Ahora bien, ¿qué consecuencias ha tenido todo ello a largo plazo?”. Para su crítico, Fernández-Savater, “los resultados menguantes de nuestro sistema político serían consecuencia de las carencias o insuficiencias de nuestra Transición. Puesto que la Transición fue dirigida desde arriba y se llevó a cabo mediante la fórmula del continuismo legal (‘de la ley a la ley’), hubo unos vicios de partida que se han acabado manifestando con toda su crudeza décadas después”. Para el replicante, Sánchez- Cuenca, “el problema es que la política ha ido alejándose de los valores fundacionales de la Transición” Ésta respondió a principios que sus mismos paladines han dilapidado, lo que dice mal de estos, no de aquellos.
Todos cambiamos, pero nadie lo hace nunca del todo. Lo que hay patente lo hubo larvado
En su réplica, Sánchez-Cuenca ofrece una ilustración de especial resonancia. “Me valdré de una imagen: el Alfonso Guerra cascarrabias que declara que los indultos a los líderes independentistas son ilegales, que rechaza la actual coalición de gobierno, que defiende la tesis de que el sistema educativo y mediático catalán envenena a la gente y que minimiza la corrupción de Juan Carlos I, poco tiene que ver con el Alfonso Guerra que negociaba el texto constitucional con Fernando Abril Martorell en 1978”. Ante evidencias cómo ésta, Sánchez-Cuenca puede concluir que su posición no resulta tan conservadora como Fernández-Savater le reprocha. “Partidos, medios e intelectuales se encargaron de ir vaciando el espacio que abrió la Transición. De ahí que tenga un punto divertidamente subversivo reclamar a las élites que recuperen sus valores fundacionales”. Ojalá no esté entre ellos la negociación en secreto de una Constitución. Queda ahí el interrogante de la sombra alarmante que el hoy arroja sobre el ayer.
Hay cosas que efectivamente se comparten. Similar es el ninguneo para con los “cascarrabias” ayunos de rigor o ponderación. ¿Era ésta también la mirada de Javier? No puedo hablar en su nombre, pero, si ahora, tras dicha polémica, nos reuniéramos a tomar café y charlar, seguro que no manifestaríamos ninguna simpatía por la beligerancia inaudita de los enfurruñados. No creo, sin embargo, que nos entretuviera mucho el caso de Alfonso Guerra, un faltón vocacional hoy marginal pues apenas le toman en serio la derecha más recalcitrante y comentaristas de medios sin mejores ideas que la de comentar comentarios. Si acaso, algo nos diríamos sobre el caso principal y más patético de Felipe González. Opiniones recientes de Javier sobre ellos, menos halagüeñas con aquel primero que con este segundo, pueden verse en sendas entradas de su blog En Campo Abierto (26/1/2019 y 15/4/2020). Yo, que les traté bastante de joven, desconfío ahora de mis recuerdos. Todos cambiamos, pero nadie lo hace nunca del todo. Lo que hay patente lo hubo larvado. La sombra retrospectiva ilumina un pasado, percibiéndose ahora lo que no se advirtió entonces. Conversando con Javier, algo nos diríamos sobre Felipe y Alfonso jóvenes y viejos para venir al cogollo del caso Sánchez-Cuenca versus Fernández-Savater. Casi seguro, Javier, que me propondrías que terciase en Pasos a la izquierda. Estoy cumpliendo más o menos con un encargo tuyo.
En nuestra conversación nos habríamos seguramente detenido en el extremo de la cara B del proceso constituyente español señalado por Fernández-Savater, extensible, para Sánchez-Cuenca, a todos los casos habidos y por haber. “¿Toda transición política tiene una cara B?” ¿Siempre se producen exclusiones y marginalizaciones a las que tendríamos entonces pragmáticamente que resignarnos? Sobre la marcha se me ocurriría un contraejemplo, el del último proceso constituyente boliviano, sobre el que además se cuenta con crónica y análisis: Salvador Schavelzon, El nacimiento del Estado Plurinacional de Bolivia. Etnografía de una Asamblea Constituyente (CLACSO, 2012, en acceso libre online). No me referiría con esto al desarrollo constitucional, que rebaja notablemente el perfil de claves antidiscriminatorias colectivas, sino al mero momento constituyente cuyo reportaje cumplido ahí se tiene. Cara B no hubo, eso es seguro. Cuando arriesgamos generalizaciones, nos solemos mover en el universo de una geografía limitada y excluyente, una geografía cultural, algo más que imaginaria, heredera todavía de los peores tiempos coloniales. En fin, mi contribución a la polémica en Pasos a la izquierda, tras la conversación con Javier, procuraría ir un tanto más allá de lo discutido entre unos y otros de forma aislada sobre el caso español.
¿Me sigo figurando nuestro encuentro? No tengo derecho, aunque alguna cosa podría añadir en base al legado de escritos y recuerdos de Javier. Entre las posiciones de Sánchez-Cuenca y las de Fernández-Savater no habríamos, ya de entrada, dudado. Pese a lo dicho por mi parte sobre la cara B, nos hubiéramos inclinado por las del primero. Javier le entrevistó con aprecio en Pasos a la izquierda (10/2/2016) a propósito de su oportuno libro La impotencia democrática. Sobre la crisis política de España (Catarata, 2014). ¿Por qué nos alinearíamos a su favor? Hay algo que opera de forma más bien intuitiva, la sensibilidad generacional, no de toda nuestra generación por entero, pero sí de quienes vivimos la experiencia de salida de la dictadura comprometiéndonos con la lucha por la Constitución. Aunque casos nunca falten, es difícil que la repudiemos ahora quienes ya entonces asumimos ese compromiso. Tendremos que aguantarnos con que la solidaridad generacional haya de extenderse a los enfurruñados. Cuando hablo en estos términos generacionales me refiero a Javier y a mí, pues Sánchez-Cuenca era por entonces un crío y Fernández-Savater, una criatura. Ser representativo el primero de la generación que le precede se lo ha ganado a pulso con sus investigaciones y sus obras. En cuanto a nosotros, Javier y yo, me pregunto si no nos inclinaríamos más hacia las posiciones de Fernández-Savater caso de pertenecer a su generación, de no contar así con esa historia personal a la que ser leales. No lo descarto, aunque abrigo mis dudas.
Si fuera causa suficiente la generacional, nos sumaríamos a esa pléyade eximia de enfurruñados ahora también, me imagino, contra Sánchez-Cuenca. Si pasamos de la intuición a la reflexión, cabe fácilmente detectar algún factor de más peso para nuestro respaldo de sus posiciones. A Fernández Savater podríamos seguirle algo, más de lo que él parece pensarse, en su crítica a la Transición, pero no más allá. Cuando en su repudio tajante incluye a la Constitución como expresión quintaesenciada de la misma Transición, ahí nos pararíamos en seco, aunque sin negar por esto que los demás, ellas y ellos, también tienen historias personales a las que ser leales, Dada la nuestra, sabemos bien ambos, Javier y yo, que la Transición se ha filtrado y hasta enquistado en la Constitución, hipotecándola, pero también nos consta que esta misma contiene bastante más, mucho más; esto es, todo un sistema de libertades y garantías con base de democracia. Si hay una cara B del nudo de la Transición, hay una cara A del grueso de la Constitución, cara hoy más velada porque viene siendo pervertida y se encuentra secuestrada. El problema radica en el punto identificado por Sánchez-Cuenca, en el desarrollo constitucional más que en la Constitución misma, aun con todos sus defectos. Ahí anida nuestro distanciamiento generacional con los enfurruñados. Por su parte, la contrariedad de la involución puede que desborde lo que el mismo Sánchez-Cuenca concede. Hasta qué extremo, me parece algo en lo que no estábamos totalmente de acuerdo Javier y yo. Por mi parte, puedo remitirme al libro Constitución a la deriva. Imprudencia de la justicia y otros desafueros (Pasado y Presente, 2019). Por la suya, se tienen especialmente sus contribuciones regulares al blog En Campo Abierto.
En todo caso, la recuperación planteada por Sánchez-Cuenca tiene sentido siempre que no lo sea de la Transición, sino de la Constitución. Una cosa es el espíritu de la primera y otra el de la segunda, fruto esta de aquella que, al desprenderse, la transciende. La defensa de la sustancia de la Constitución no necesita de la leyenda de la Tradición. La primera es además algo tangible mientras que la segunda resulta un mucho deletérea, por sí y por el abuso extremo al que ha sido sometida. Bueno sería, para evitarse contaminaciones, que el debate político del presente se centrase en la Constitución dejándose la Transición en manos de la historiografía. ¿Parece drástico? Podría tener la virtud de inhabilitar el uso como arma arrojadiza de la apología de aquel proceso constituyente contra las generaciones que no tuvieron ni voz ni voto. Esta es una gran cara B sobrevenida a la que ya ciertamente operase en 1978. ¿O es que vamos a seguir requiriendo gratuitamente solidaridad intergeneracional? No permitamos que los enfurruñados le ganen el pulso a los indignados, que encima son más. Uno de entre ellos es Fernández-Savater, alguien con pedigrí involuntario pues fuera conocido siendo aún menor de edad como destinatario de Ética para Amador (Ariel, 1991, con múltiples reediciones y traducciones) de Fernando Savater. Evidentemente no ha seguido las enseñanzas de su progenitor, otro de entre los distinguidos enfurruñados.
No es que un monarca se haya corrompido en los últimos años. Es que una corrupción monumental estaba ahí desde tiempos de la dictadura franquista
Para tales situaciones de desfase más que generacional se han inventado la reforma constitucional y, caso de encontrarse esta bloqueada como en el caso español, la convención constituyente. Hoy parece impertinente hablar sobre esto porque no están a la vista las mayorías precisas. ¿Cómo, si no, van a formarse? Intercambié con Javier impresiones al respecto cuando me solicitó para Pasos a la izquierda (26/11/2015) un comentario sobre La reforma constitucional inviable de Javier Pérez Royo (Catarata, 2015). Dado el bloqueo y entendiéndose como decisivo que en toda la historia española no haya experiencia seria de reforma constitucional, en este libro prácticamente se desahucia la Constitución. Es un caso que no guarda solidaridad generacional o con el sí mismo de aquellos años de la Transición. Me permito la autocita: “Que los problemas a la vista en un horizonte nada sereno son de órdago ya está dicho, pero, si de algo estoy seguro, es de la inexistencia de una ‘maldición’ histórica que incapacite a la ciudadanía española, aun con toda su complejidad plurinacional, para la activación de la revisión constituyente”. Para este proceso se podría emplear la fórmula “de la ley a la ley” mejor que para la Transición puesto que ésta partía de una legalidad ilegítima por dictatorial. Ahora hay derecho del que partir o, mejor dicho, derechos firmes en los que basarse, siempre que no hayamos tirado la Constitución con el agua sucia de la Transición o que no la inhabilitemos por la dificultad ciertamente extrema de su revisión. Incluso, si no desesperamos, aun sin reforma, hay mucho por recuperar de la Constitución.
Abundemos en el diagnóstico de Sánchez-Cuenca yendo algún paso más allá en dirección a las reservas interpuestas por Fernández-Savater. Insisto en que distingamos. Una cosa es la Constitución y otra, lo que unas élites, no sólo las ahora enfurruñadas, han hecho con ella desde antes de la crisis de 2008, desde la misma Transición como el periodismo y la historiografía, tras años de reiteraciones machaconas y variopintas de la leyenda, se muestran más dispuestos a no evadirse. Ha venido operando una especie corporativa de autocensura. No es que un monarca se haya corrompido en los últimos años. Es que una corrupción monumental estaba ahí desde tiempos de la dictadura franquista, heredándose no sólo por el sucesor más directo. Y digo corrupción en el significado no sólo ni puramente económico, incluyendo así la bifidez transversal denunciada por Fernández-Savater. ¿Podemos depurar en el buen sentido? De momento, ante la imagen de la Constitución sin el envoltorio opaco de la Transición, siempre que no nos arrodillemos, pueden seguirse entonando cantinelas ilusas: “Déjame que te cuente, camarada. Déjame que te diga la gloria del ensueño que evoca la memoria”.
En Economía libidinosa de la transición, Fernández-Savater conversa con Germán Labrador, el autor de Culpables por la literatura. Imaginación política y contracultura en la transición española, 1968-1986 (Akal, 2017). Dice este: “No puede haber ninguna sociedad que no se imagine una manera de dialogar con los que ya no están y que formaban parte de ella. En cada sociedad hay una manera de mantener esa conversación, aunque también de negarla”. Habla de víctimas no sólo políticas, como tampoco tan sólo del terrorismo y del antiterrorismo, durante aquellos años esperanzados y a la vez aciagos. Escuchemos la polifonía. La transición fue más que la Transición, igual que la Constitución original era potencialmente y podría volver a ser más y mejor, mucho más y mucho mejor, de lo que es hoy en día la constitución. Por lo que nos cabe, contribuyamos a debatir, discutir y promover la reflexión desde las ideas progresistas y la pluralidad de matices. Cooperemos en activar la potencialidad.
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Bartolomé Clavero es jurista e historiador, especialista en Historia del Derecho. Es catedrático de la Universidad de Sevilla.
Déjame que te cuente, Javier Aristu. Ya no estás entre nosotros. El pasado 19 de septiembre la eutanasia te liberó de la usura del cuerpo. Nos legas tu presencia viva en escritos y recuerdos. Podemos dialogar con ellos. No es por supuesto como hacerlo contigo, con una persona que reunía la difícil cualidad de...
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Bartolomé Clavero
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