Rosso di sera
Ni leyendo ni viajando
El periodista y político socialista Giacomo Matteotti nos avisó, hace casi cien años, de que el fascismo no es una opinión sino un crimen y por eso no puede ser legitimado en nombre de una mal entendida libertad de expresión. Mussolini lo hizo asesinar
Alba Sidera 29/10/2021
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Llegué a Roma a finales de los 2000. La primera Nochebuena que pasé aquí me marcó tanto que condicionó la dirección de mi vida profesional a partir de entonces. Aquella noche la terminé, de madrugada, en casa de amigos de unos amigos. Eran una pareja divertida y acogedora: Alessandro, músico precario, y Paola, maestra en la escuela pública. El piso estaba repleto de libros y vinilos interesantes; la fauna que más abundaba en la fiesta eran artistas melenudos que vestían ropa de segunda mano, hablaban de filosofía y ecología y fumaban tabaco de liar. Charlando sobre la genialidad de De Andrè y Pasolini la conversación se hizo profunda y terminamos hablando de la muerte. Mientras por la ventana de la cocina el amanecer teñía Roma de rojo, Alessandro profirió, solemne: “Yo ya tengo preparada la camisa negra con la que quiero que me entierren”.
Mi primera reacción fue la incredulidad. “¡Anda ya!”, solté con una sonrisa agarrotada. “Aquí somos fascistas, ¡y a mucha honra!”, me respondió, señalando un imán de il Duce pegado en la nevera, de los que inundan las tiendas de souvenirs de la ciudad. Mientras esperaba incómoda poder irme de allí, nos enzarzamos en discusiones espeluznantes: quisieron explicarme lo bien que hizo Mussolini al bombardear mi pueblo. Aquella pareja encantadora incluso me soltó un alegato final a favor de Hitler. Se quebrantaron todos mis esquemas. Hasta aquel momento, para mí los fascistas eran identificables: los cabezas rapadas con los que peleábamos en el barrio, los asesinos de Guillem Agulló, la señora enjoyada y enfundada en pieles que gritaba Arribaespaña. Pero no, los fascistas no son un ellos abstracto, lejano y caricaturizable; están entre nosotros.
¿Qué es sino clasismo considerar que el fascismo es cosa de incultos, de aquellos que no han podido permitirse el lujo de viajar y dedicar su tiempo libre a instruirse?
Me impactó tanto aquella fascio-velada que decidí dedicarme a investigar el fenómeno del fascismo en Italia. Constaté que, efectivamente, definirse aquí fascista estaba mucho menos estigmatizado que en España (al igual que definirse antifascista). En la cola de correos, en el mecánico, en la sala de espera del dentista... establecer conversación con desconocidos y que salga el tema del fútbol o la política es fácil en Italia, y basta con rascar un poco para que, a menudo, los más insospechados reconozcan simpatías fascistas. Décadas de berlusconismo –el ex cavaliere ha sido el gran blanqueador italiano del fascismo– con su “Mussolini hizo cosas buenas” han hecho mella. He podido observar cómo este fenómeno iba en aumento ante la indiferencia general, cómo la llegada de Salvini a la esfera pública legitimó aún más los discursos de odio (y las agresiones) hasta el punto de que definirse abiertamente homófobo y racista también dejó de ser tabú. Exactamente lo mismo que pasa en España con la irrupción de Vox: sus partidarios se han apropiado de la palabra facha para contraponerla a progre. Incluso la derecha se ha sumado a la moda con el “si te llaman fascista es que estás en el lado bueno de la historia” de IDA. Legitimar la extrema derecha en las instituciones siempre tiene el mismo efecto: arrastrar a la derecha más a la derecha.
Aquella Nochebuena aprendí la lección más importante sobre fascismo: no es fruto de la ignorancia y por lo tanto no, no se cura ni leyendo ni viajando. Es una creencia peligrosa porque subestima al enemigo, pero sobre todo esconde el peor de los prejuicios: el clasismo. ¿Qué es sino clasismo considerar que el fascismo es cosa de incultos, de aquellos que no han podido permitirse el lujo de viajar y dedicar su tiempo libre a instruirse? He conocido a docenas de fascistas declarados; la mayoría son muy leídos y muy viajados y están perfectamente al día de las sesudas discusiones que tenemos sobre ellos los del otro bando.
Estos días se ha hablado mucho del fascismo en Italia porque el partido neofascista Forza Nuova asaltó con violencia la sede del principal sindicato y sonaron las alarmas. Tarde. Los medios que llevan décadas legitimando el fascismo se preguntaron de dónde habían salido. Pero si incluso el fundador de Forza Nuova, el exterrorista nero Roberto Fiore, detenido en el asalto, fue entrevistado en 2018 con un compadreo bochornoso por el periodista estrella de la televisión pública italiana, Bruno Vespa, buen amigo de Berlusconi. Este tótem del periodismo político italiano escribe libros revisionistas sobre fascismo, y se los presenta el mismísimo trío al completo: Berlusconi, Salvini y Meloni.
Los de Forza Nuova asaltaron la sede del sindicato y no la de la patronal porque, por mucho que se vista de revolucionario al lado de los trabajadores, el fascismo está siempre arrimado al poder. Rema siempre a favor de los intereses de las clases dirigentes. Que les recuerdes esto es, con diferencia, lo que más les escuece. En cambio, lo que les divierte a carcajada limpia es el misterwonderfulismo intelectual de los que pretenden combatir el odio fascista diciendo a los malos qué malos que son y enseñándoles el buen camino. O la ingenuidad poco inocente de ciertos liberales, que quieren darle cancha para combatirlo en el campo de las ideas.
Estas semanas, mientras en Italia sufríamos en nuestras carnes la materialización, en forma de agresiones, de haber blanqueado y dado voz al fascismo durante décadas, la galaxia mediática del extremo centro liberal español se llenaba de señores explicando que la solución era dar voz a los fascistas y debatir sus opiniones, poniéndolas al mismo plano que los demócratas. “Tanto cuesta entender que la libertad comporta la incomodidad de escuchar opiniones nazis, racistas, homófobas, misóginas, xenófobas, machistas, bizarras, delirantes, y contraponer con tino, y seducir y convencer? Sí, cuesta: se opta por las bofetadas, no hay que pensar tanto”, decía por ejemplo el 11 de octubre en Twitter el crítico televisivo Víctor Amela.
No: el nazismo y el fascismo no son opiniones, son ideologías destructivas. El periodista y político socialista Giacomo Matteotti fue el primero que nos avisó, hace casi cien años, de que el fascismo no es una opinión sino un crimen, y por esto no puede ser legitimado en nombre de una mal entendida libertad de expresión. Por eso Mussolini lo hizo asesinar. Ha pasado un siglo y seguimos sin tener claras las bases: no se puede legitimar el fascismo, dialogar con quien quiere cargarse los derechos humanos y la democracia. Ese es su juego. Al fascismo se le combate exactamente al contrario: excluyéndolo de todo espacio público (instituciones, medios y barrios) y no comprando su marco ideológico: no debatiendo de sus temas sino creando debates sobre lo que queramos que sea el tema del día. Parece tan obvio, ¿verdad? Y en cambio, hace ya tiempo que la extrema derecha va ganando esta batalla en los grandes medios y en las redes. Y la única manera de revertirlo es entender de una vez que ser demócrata es ser antifascista.
Llegué a Roma a finales de los 2000. La primera Nochebuena que pasé aquí me marcó tanto que condicionó la dirección de mi vida profesional a partir de entonces. Aquella noche la terminé, de madrugada, en casa de amigos de unos amigos. Eran una pareja divertida y acogedora: Alessandro, músico precario, y Paola,...
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Alba Sidera
Periodista especializada en la extrema derecha y el análisis político. Vive en Roma desde el 2008, donde trabaja como corresponsal. Autora del libro 'Feixisme Persistent'.
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