PROMESAS DE FUTURO
Mi verano de extremismo y conspiranoia
Durante agosto de 2021, el autor se infiltró en Gab.com, la red social de extrema derecha hogar de las teorías conspirativas de QAnon y de las comunicaciones de Trump tras ser expulsado de Twitter
Manuel Gare 14/10/2021
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Es agosto de 2021, hace más de cuarenta grados en la calle y esa última ráfaga del aire acondicionado me ha dado un poco de frío. Al contrario que la protagonista de Mi año de descanso y relajación, el libro de Ottessa Moshfegh, no necesito salir a la calle –menos mal– para poner en marcha mi plan de hibernación del mundo real. Tan solo un ordenador y una conexión a internet: todo lo que necesito está a un par de clics de distancia. Lo llevo haciendo toda la vida, desde que empecé a transitar aquellos foros de adolescente: me recuerdo perfectamente hablando con desconocidos, contándonos lo que nos preocupaba, dejando que nuestras vidas se fueran solapando poco a poco. Con todo, nunca llegábamos a más; la irrealidad de aquellas relaciones siempre permanecía en el plano virtual. Cuando nos cansábamos, desaparecíamos sin dejar rastro.
Me registro en Gab, la red social de ultraderecha conocida por haberse convertido en un bastión para los defensores de Donald Trump y ser epicentro de las teorías conspirativas del movimiento QAnon. En mi perfil, que recuerda a otras redes sociales como Twitter o Facebook, me pongo una foto que reza “FUCK TWITTER” y que encuentro fácilmente escribiendo “fuck twitter” en Google. Para la biografía, doy con una página de citas famosas sobre la censura. Elijo una de Ai Weiwei que, traducida, dice algo así: “La censura proclama: soy el que tiene la última palabra. Digas lo que digas, la conclusión es mía”. Reviso el perfil; no me convence del todo. Escribo un par de mensajes en mi muro denunciando las mentiras del gobierno de Biden. Comparto algunas publicaciones que encuentro en la página principal de Gab. Listo.
Aún me sorprendo al pensar en todas las horas que pasábamos en aquellos foros hablando entre extraños. ¿Qué estaría buscando? A día de hoy sé que es el desafecto hacia lo que a uno le rodea, la intensa búsqueda del sentimiento de pertenencia, de reconocimiento, de nuestra identidad como individuos, lo que lleva a una persona a asociarse con otras que cree semejantes. Pero, ¿hasta qué punto puede algo así convertirse en un catalizador de radicalidad? ¿Dónde está la línea que separa la curiosidad, el interés informativo, el pensamiento crítico, de la paranoia y el extremismo político? Por desgracia, mi experiencia adolescente en foros de Pokémon nunca me dio las respuestas a estas preguntas. Intentémoslo, pues, con Gab, la “red social que defiende la libertad de expresión, la libertad individual y el libre flujo de información online”.
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Enciendo el portátil, abro el navegador y compruebo las notificaciones de Gab. Tengo varios mensajes, dos nuevos seguidores y una respuesta a mi publicación en un grupo dedicado a Donald Trump. El inicio fue más complicado de lo que había previsto; pronto entendí que no podía mandar párrafos enteros en plan inquisitivo por mensaje privado. Tenía que dejarme llevar, mezclarme con el tempo de Gab, con sus discusiones, con sus creencias –las citas bíblicas y manifestaciones cristianas son habituales aquí–, con sus luchas. Pero, ¿iba a ser capaz de tragar con todo eso? Al parecer, sí. Con el paso de los días, empecé a dar con la tecla: agradecer informaciones compartidas, dar los buenos días, solidarizarse con causas ajenas. En el fondo, Gab funciona como cualquier otra red social a la que la gente entra en busca de un poco de caso y afecto.
Fue así como conocí a @ExTwittera –los nombres de los usuarios mencionados en el texto han sido alterados y recreados en castellano–, una activa usuaria de origen asiático que vive en Europa, si bien su principal interés es la política norteamericana: “Me echaron del puñetero Twitter y por eso estoy aquí”. A toro pasado, está contenta con el percance: “Si no, no habría conectado con tantas personas afines”. Mientras iba hablando con ella, no dejaba de darle vueltas a cómo alguien así podía acabar obsesionada con la política de un país ajeno, compartiendo las mismas noticias e indignaciones que el resto de usuarios de origen americano. “Estados Unidos es la última nación libre, y si cae, caerá el resto del mundo. ¡Los Estados Unidos importan! Por eso, hay que luchar junto a todos los patriotas estadounidenses: por el bien de la humanidad”, escribe en el chat.
En los días siguientes, le doy a like y comparto varias de las publicaciones de @ExTwittera. Entre ellas, la web Prepare for Change –un portal de noticias en torno a un evento cósmico que promete una suerte de liberación humana– publica una noticia falsa sobre una “confesión” de Justin Bieber en la que culpa a las élites de Hollywood de haber “matado” al hijo que esperaba junto a una de sus exparejas. La demencial historia, que incluye declaraciones inventadas del cantante, es parte de una narrativa mucho más grande que nace como parte de las teorías QAnon: según el grupo, las élites progresistas de Estados Unidos formarían parte de una red internacional de tráfico sexual de niños. Los elementos de la historia son dispares y terroríficos a partes iguales: canibalismo, pedofilia, satanismo y, como nexo de unión, el falso “golpe de estado” contra Trump de las últimas elecciones presidenciales.
Lo cierto es que, aún hoy, una parte considerable de las noticias falsas que se comparten en Gab tienen que ver con el supuesto “robo” de las elecciones estadounidenses de 2020 que dieron como vencedor a Joe Biden. El periódico ultraderechista The Epoch Times, fundado a principios de siglo por chino-americanos contrarios al Partido Comunista de China y fuente habitual de bulos relacionados con las esferas de Donald Trump y QAnon, publicaba en agosto que hay “cerca de 15 millones de papeletas electorales de las elecciones de 2020” pendientes de contabilizar. La noticia llega rápidamente a Gab, donde sus usuarios la comparten con comentarios como “¿Dónde están los votos, Joe?”. La fuente de la información es un informe de Public Interest Legal Foundation, un grupo afiliado al partido republicano presidido por J. Christian Adams, miembro de la comisión electoral de Donald Trump en 2016. Ya entonces denunció falsamente que durante aquellas elecciones se habían emitido votos por parte de personas en situación irregular, provocando que, a pesar de ganar las elecciones, Trump perdiera en el voto popular contra Hillary Clinton.
Según QAnon, las élites progresistas de Estados Unidos formarían parte de una red internacional de tráfico sexual de niños
Un día, después de intercambiar algunos mensajes, le pregunto a @TeoriasNazis cómo puedo unirme al movimiento QAnon, que tras sus últimos percances mediáticos –juicio por el asalto al Capitolio incluido– incide en hacerse llamar Q a secas. “Ya eres parte. Estás despierto, ves lo que está pasando. Tu salvación pasa por investigarlo todo”, me responde. Le pregunto por sus investigaciones, ¿qué ha descubierto? “Seguí el rastro del dinero, no me gustó lo que encontré”. @TeoriasNazis me cuenta que hay un rastro de dinero que va desde la fundación Clinton hasta las elecciones de 2020, y que involucra a empresas y organizaciones sin ánimo de lucro, responsables de financiar a los Demócratas. ¿No se financian así ambos partidos? “En realidad, todo empieza con Bush”, escribe. ¿Cómo? “Todo esto prueba que las elecciones previas y posteriores a Trump han sido amañadas. El último presidente legítimo que tuvimos fue Kennedy. Iba a sacarlo todo a la luz”. ¿Y qué pinta Trump en todo esto? “Era amigo de Kennedy Jr. y va a terminar lo que empezó su padre”, me responde.
Gab no ofrece demasiada información sobre el uso de la plataforma: en su último informe anual público, la red social contabilizaba, a fecha de abril de 2020, 1,15 millones de usuarios y 3,7 millones de visitas mensuales. Según datos estimados de SimilarWeb, durante los meses de verano de 2021, Gab registró 2.5 millones de usuarios únicos y más de 18 millones de visitas al mes. Los datos lo sitúan muy por encima de su principal competidor, Parler, que está en los 700 mil usuarios y los 2 millones de visitas mensuales. De audiencia predominantemente anglosajona y estadounidense –dos tercios, seguidos, en menor medida, de usuarios de Canadá y Reino Unido–, la mayoría accede a los contenidos a Gab directamente, sin pasar por otras vías. Del tráfico proveniente de otras redes sociales, Youtube ha representado en los últimos meses un 35% de las visitas que llegan a Gab, por delante de Twitter y Facebook. No es de extrañar: Youtube continúa siendo, a pesar de los aparentes esfuerzos de Google, un pozo de fake news.
Muchos de esos vídeos acaban en Gab. Un pedazo de comparecencia se convierte en un vídeo titulado “El comité del Senado confirma que los animales se morían uno detrás de otro durante las pruebas de la vacuna Covid-19”, que sigue colgado en Youtube. Vídeos sobre Bill Gates, control de la población, el comunismo acechante, The Great Reset –una teoría de la conspiración que involucra al Foro Económico Mundial–, la dictadura de la cultura woke. El grado de manipulación es total: Gab convierte el vídeo de una TikToker con miedo a las agujas en un reclamo antivacunas –“Vacunan a una adolescente contra su voluntad”– con cientos de interacciones. Un desmayo en una zona de vacunación se convierte en un “matadero” contra el que “nadie hace nada”. La variante Delta muta hasta el punto de convertirse en “los efectos secundarios de la vacunación masiva”. En un vídeo colgado directamente en Gab, una mujer denuncia que su jefe de Fox News le obligó a “no hablar de las miles de muertes provocadas por la vacuna”.
En su último informe anual público, la red social contabilizaba, a fecha de abril de 2020, 1,15 millones de usuarios y 3,7 millones de visitas mensuales
Pequeñas píldoras en vídeo, de corta duración, habitualmente de mala calidad, manipuladas, con una carga ideológica mayúscula, que saben perfectamente cómo apelar a su público. ¡Claro que son de mala calidad, claro que no salen en los grandes medios! Todo esto que veis aquí en Gab –en Parler, en 4chan, en los grupos de Telegram de QAnon; la red de difusión es, en realidad, bastante grande–, cada teoría, cada descubrimiento, jamás verá la luz. Es esa simple idea la que sostiene toda la red de bulos, la que produce éxtasis en quienes la consumen, conscientes del privilegio informativo, de la revelación, que se cierne ante ellos. Es esa semillita la que te lleva de la incredulidad al ¿y si…? Solo que sí ven la luz. Están por todas partes. Entrar a Gab u otro espacio online similar, hacerse una cuenta y empezar a consumir todo esto, apenas lleva unos minutos. Dejarlo, salir de aquí, es otra historia.
Una de las claves del éxito reciente de Gab está en enero de 2021, cuando Gab batió récords en motores de búsqueda –Google y DuckDuckGo, principalmente– con 4,2 millones de consultas realizadas, viniendo de una media de entre 200 y 300 mil mensuales. No fue casual: una de las consecuencias del asalto al Capitolio promovido por QAnon fue la caída en desgracia de Parler, desde donde se movilizó a parte de los atacantes. Con Parler inaccesible por el veto de las tecnológicas, muchos encontraron en Gab un nuevo hogar. A dicha tesitura hay que añadir la decisión de Twitter de suspender permanentemente la cuenta de Donald Trump y los bloqueos de cuentas afines que promovían discursos de odio. Todo ello condujo a un éxodo masivo de usuarios que hizo a Gab contabilizar más de 10.000 nuevos registros por hora. “Gab ha ganado más usuarios en los últimos dos días que en nuestros dos primeros años de existencia”, decía la compañía en un tuit ahora eliminado.
A principios de febrero, Trump volvía a las redes sociales y elegía Gab como nuevo medio de difusión de sus comunicaciones escritas; desde entonces, las publicaciones del expresidente de los Estados Unidos mantienen una cadencia prácticamente diaria. El 20 de agosto, Trump escribía en Gab: “Lo de Afganistán con Biden al mando no ha sido una retirada, ha sido una rendición”. Un día más tarde: “Hoy, en tendencias de Twitter: ¡TRUMP TENÍA RAZÓN!”. Horas después –el 21 de agostó llegó a hacer cuatro publicaciones diferentes–, decía: “El desastre en Afganistán no habría pasado con Trump. Los talibanes sabían que llovería fuego y furia sobre ellos si el personal o los intereses estadounidenses resultaban perjudicados”. El toot –en Gab, los tweets son toots– es idéntico a algo que ya dijo Trump en 2017, dirigido entonces a Corea del Norte. Desde entonces, la situación en Afganistán y los insultos en Gab a Biden no hacen sino aumentar. Alcanzaron su punto más alto durante el ataque terrorista en el aeropuerto de Kabul, el 26 de agosto.
@TeoriasNazis saca la artillería pesada: seres subterráneos, la Sociedad Vril y el ocultismo del Tercer Reich, las Piedras Guía de Georgia y tecnología alienígena
En opinión de @ExTwittera, el atentado en el aeropuerto es demasiado “sospechoso”. “¿La CIA tiene una reunión con los turbantes malolientes [se refiere aquí a los talibanes] el día de antes y justo al siguiente hay un ataque? ¡Hay algo muy jodido ahí!”, me escribe. No importa cuántas veces saltemos de tema: la política siempre reaparece en nuestras conversaciones. No es que nuestro small talk no admita otros asuntos, sino que todos pasan por ahí. Me cuenta que ha dejado de hablarse con su hermano porque obligó a sus padres a vacunarse; que acaba de volver del gimnasio; que el ejercicio y una dieta saludable es la mejor vacuna posible; que, probablemente, Trump se contagió de covid-19 a propósito para probar que fármacos como la ivermectina –su uso en humanos no está probado y la FDA lo desaconseja por sus riesgos– son el mejor tratamiento para el virus; que su padre está fenomenal de la tensión; que es católica, pero que está en contra del Papa; que entiende mis reticencias sobre QAnon, pero que no debo profundizar demasiado en sus teorías. Durante un tiempo, hablo a diario con @ExTwittera, desarrollo mis respuestas, empatizo con ella. ¿Qué me está pasando?
Cuanto más me introduzco en las redes ideológicas de Gab, más me sorprende cómo este grupo de gente ha encontrado en Trump un líder, más que político, espiritual. La figura del expresidente representa, prácticamente, una razón de ser para todas estas personas. Es la promesa de un sueño, la promesa de un futuro que nunca llega –poco importa que el empresario millonario ya haya ostentando el puesto de máximo poder mundial sin ofrecer respuestas a sus anhelos– y que, precisamente por eso, sirve como gasolina constante para quienes ponen sus esperanzas en él. Con todo, Trump ha tenido algunos problemas gestionando lo que el público de Gab espera del mandatario: con decenas de teorías conspirativas difundiéndose entre sus seguidores, en las que Trump se erige como un salvador que promete sacar a la luz todo tipo de trapos sucios sobre los demócratas, cualquier atisbo de duda hace peligrar el castillo de naipes.
La noche del 21 de agosto, durante un mitin, Trump le dijo a sus seguidores que debían vacunarse. El resultado fue más bien regulero: los presentes lo abuchearon, y las reacciones en Gab no tardaron. Un par de días más tarde, expongo mis “dudas” al respecto en los principales grupos sobre Trump y QAnon de Gab. Las respuestas aparecen rápidamente. @TíoMike se muestra muy crítico con Trump. “Nos ha dejado muy fríos, a mí y a muchos de quienes forman parte del movimiento MAGA [Make America Great Again]. No entiendo por qué no se da cuenta. Así que me bajo del tren de Trump, en busca de un nuevo abanderado [del movimiento]”. @USA_2020 confronta mis palabras, en las que sugería que, pidiendo que nos vacunásemos, Trump se estaba vendiendo: “Nadie ha comprado a Trump”. @AnimalistaPorTrump: “Lo odio. Odio cuando hace presión. Siempre pensé que [Trump] era antivacunas”. @EnLaSombra cree que lo ha dicho, o bien para contrarrestar la “prensa negativa” o bien para “recordar a los vacunados que él ayudó a crear la vacuna, porque tienden a negar que lo hizo”. @VivaLaLibertad: “Trump es el anticristo”.
Entre las respuestas, reaparece @TeoriasNazis: “Él sabe que sus seguidores no se van a vacunar, porque son críticos con lo que escuchan. Y nunca ganará nuevos adeptos si no les dice lo que quieren creer. ¡Siguen dormidos!”. En una auto-contestación a su respuesta, aclara que el gesto es parte del “juego mediático” para que, a través de sus declaraciones, la gente llegue al “verdadero” mensaje de Trump. Aprovecho la oportunidad para retomar nuestra conversación por mensaje privado. Le pido más información sobre lo que está pasando y @TeoriasNazis saca la artillería pesada: seres subterráneos, la Sociedad Vril y el ocultismo del Tercer Reich, las Piedras Guía de Georgia –otro de los supuestos enredos de las élites progres–, tecnología alienígena. Al día siguiente, me tiro a la piscina: le digo que, según lo que he estado leyendo, uno de mis vecinos podría pertenecer a la raza Vril. Su respuesta me deja de piedra: “No hay mucho que puedas hacer, yo no me preocuparía: van a purgar la Tierra y nada puede parar lo que se viene. Relájate y disfruta la vida. Piensa en positivo”. Ningún exterminio de la humanidad que no pueda arreglar un poco de mindfulness.
A finales de agosto, tras los acontecimientos en Kabul, Andrew Torba, el fundador de Gab, publica en su cuenta que ha tenido una reunión con el equipo de moderación de la red social. Aunque la política de Gab es dejar a todo el mundo expresar lo que quiera –apenas unas semanas antes, en una publicación similar, sacaba pecho al respecto–, Torba manifestaba su preocupación por el creciente “número de cuentas que publican publicaciones y promueven la violencia”, algunas de ellas de reciente creación, incluyendo “posibles infiltrados”. Glups. “Entiendo que, con todo lo que está sucediendo en el mundo en este momento, la gente necesite desahogarse [...] pero tenemos una política de tolerancia cero para estas cosas por una muy buena razón”, escribía. La razón: va en contra de la ley estadounidense. Además, añadía, “lo hacemos para proteger a nuestros usuarios de que los federales se presenten en su casa porque estaban haciendo el idiota y publicando amenazas o promoviendo la violencia en Internet. Sé prudente y déjate de tonterías, por tu propio bien y por el de Gab”.
La fina línea que separa la teoría de la conspiración de la psicosis se cruza constantemente en Gab
En medio de la vorágine afgana, Gab acaba cayendo presa de su propia política-promesa de libertad de expresión y –probablemente con la mirada puesta en el fatídico caso de Parler– Torba intenta reaccionar. Demasiado tarde, quizá. No son pocos los usuarios que publican en la red social defendiendo algo parecido a un golpe de estado en Estados Unidos o que se “cuelgue” a los demócratas. En plena escalada de tensión interna, Bill Mitchell –una especie de influencer del movimiento MAGA– se enfrenta a algunos usuarios que abogan por no votar en las próximas elecciones y emprender otro tipo de acciones más drásticas. Los llama imbéciles y denomina su actitud un “suicidio político”. “Luego, cuando las ciudades ardan y los bebés mueran en tu pequeña Guerra Civil, ¿a quién ponemos al cargo? ¿A ti?”, responde a un usuario.
La fina línea que separa la teoría de la conspiración de la psicosis se cruza constantemente en Gab. Cuando @InfiltradoCIA publica unas imágenes en las que se ponen en duda los atentados del 11S, comparándolos con la “mentira” de la covid-19, @AméricaProfunda estalla: “Eres un gilipollas. Mi tía estaba allí cuando los aviones se estrellaron contra las torres y lo vio con sus propios ojos”. Por mensaje privado, escribo a @AméricaProfunda simpatizando con él. Tras saludarnos, le pregunto por su experiencia en Gab: “Hay mucho loco, pero es una plataforma de libertad de expresión, por lo que todo el mundo puede decir lo que quiera independientemente de lo idiota que sea”. ¿Y cómo distinguir lo que es real de lo que es falso? “Yo no me creo nada hasta que hago mis propias investigaciones”. Aún así, ¿no está todo demasiado contaminado? “Sí, la verdad es que no te puedes creer nada. Al final, se trata de ver lo que tiene más sentido para ti”.
***
Estoy al borde de la enajenación. Llevo horas leyendo publicaciones en Gab, viendo vídeos, intercambiando mensajes. Todo cuanto aparece en la pantalla apunta en la misma dirección. Pedacitos infinitos de información fabricada, declaraciones y reflexiones que repiten los mismos mantras: libertad, élites, elecciones robadas, élites, antivacunismo, élites. Biden tiene que irse. No, ¡hay que echarlo! ¿Elecciones en 2024? ¡Una mierda! ¡Elecciones ya! ¡Queremos a Trump de vuelta! Qué vergüenza lo de Afganistán. Qué ridículo mundial sin precedentes. Un vídeo de Biden haciendo una gracieta en mitad de la crisis. ¿Qué le pasa a este tío? Me está empezando a caer mal. Igual sí que debería irse. ¿Será verdad lo de las élites? Fantaseo con la posibilidad de que haya algo de real en todo esto. Valoro pasarme a Gab PRO, la versión de pago con la que se financia todo el tinglado. Empiezo a respirar lo mismo que los usuarios de Gab. Los pequeños resquicios de duda, las conjeturas propias y ajenas, se van haciendo más y más grandes. Cierro el portátil, angustiado.
Al día siguiente, accedo desde el móvil y le cuento a @ExTwittera que he tomado la decisión, después de mucho meditar, de despedirme de Gab: no aguanto más la negatividad que se respira en la red social, ¡me está afectando! Claro que –esto lo pienso ahora, mientras escribo–, según el día, podría decir lo mismo de Twitter o de otros rincones de internet. “Te entiendo, sé que puede ser emocionalmente agotador, porque es mucho por lo que estamos pasando en este momento a nivel mundial. Por tu bienestar, por favor, tómate un descanso de Gab”. ¡No, no, no! ¡Por favor, cualquier cosa menos comprensión! “Ha sido un placer conocerte, ya sabes dónde encontrarme. ¡Ah! Mañana retomo mis clases de natación. Cuídate”. Me quedo mirando la pantalla en silencio, deslizando el dedo a través de nuestro larguísimo chat, hasta que un escalofrío me sacude el cuerpo. Dios, creo que voy a echarla de menos.
Es agosto de 2021, hace más de cuarenta grados en la calle y esa última ráfaga del aire acondicionado me ha dado un poco de frío. Al contrario que la protagonista de Mi año de descanso y relajación, el libro de Ottessa Moshfegh, no necesito salir a la calle –menos mal– para poner en marcha mi plan de...
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Manuel Gare
Escribano veinteañero.
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