La soledad, no elegida, es una de las experiencias vitales y uno de los retos que sociedades desarrolladas, como la española, han de afrontar. Factores como el aumento de la esperanza de vida, el cambio en los modelos familiares, una organización diferente del uso del tiempo o incluso la transformación de los modelos de vivienda o urbanismo hacen que esta esté cada vez más presente en nuestras vidas. La falta de compañía afecta especialmente a las personas mayores, en una etapa de la vida caracterizada además por mayores posibilidades de pérdidas y vulnerabilidad.

Según un estudio realizado por la Fundación ‘la Caixa’, a partir de entrevistas a más de 14.000 personas mayores que acuden a sus centros sociales y de ocio, el 64% experimentaban en alguna medida sentimientos de soledad no deseada. Aunque entre la mayoría esa percepción era moderada, en el 14,8% de los participante podía calificarse de grave o muy grave. 

En la investigación se evaluó la soledad social –definida como la falta de satisfacción con las relaciones sociales, el sentimiento de no poder contar con nadie en caso de necesidad y la carencia de apoyo–  y la emocional –caracterizada por la ausencia de sentido en la vida, el abandono y la tristeza debido a la escasez de contactos sociales significativos–. Además, se abordaron las estrategias que emplean las personas mayores para hacer frente a esta situación.

La investigación muestra que no existen grandes diferencias entre hombres y mujeres en la sensación de soledad. Así, el 66,2% de los hombres señalan sentirse faltos de compañía. Para las mujeres, esta sensación aumenta hasta el 69,4% .

Donde sí se aprecia un desajuste es con respecto a las dos dimensiones de la soledad planteadas en el estudio. Así, los hombres acusan más la soledad social mientras que las mujeres inciden en la emocional. Es decir, viven esta situación de manera diferente. Si en ellos se manifiesta, sobre todo, en una percepción de falta de apoyo o como carencia de amistades, en ellas además tienen un mayor peso los sentimientos de vacío y de abandono, y el “echar de menos” a los seres queridos. 

El estado civil también influye. Así,  las personas que viven en pareja manifiestan menores sentimientos de soledad que las solteras, divorciadas o viudas, con diferencias de hasta un 10%. 

Otra variable que interviene es el nivel educativo. La soledad pesa más para aquellas personas mayores con menos estudios. La relación con la edad es, sin embargo, menos evidente. La soledad social se señala por igual en personas de todas las edades, pero la emocional tiende a tener mayor relevancia entre las más mayores.

Para afrontar la falta de compañía o el sentimiento de abandono y minimizar sus consecuencias más negativas, las personas mayores ponen en marcha varias estrategias, entre las que destacan tres: la proactividad, la visión positiva de la soledad y la pasividad.

Las más frecuente (con una media de 6,90 sobre 10 puntos) es tomar la iniciativa de una manera activa. Así, intentan cambiar sus pensamientos y emociones y aumentan sus actividades fuera del hogar o buscan el contacto social. Le sigue contar con una visión positiva de la soledad (puntuación media de 6,82 sobre 10) y tratar de realizar actividades gratificantes que se llevan a cabo en solitario como leer, escribir, escuchar música, pasear… La menos utilizada (con una media de 5,18 sobre 10) es la aceptación, la pasividad y la resignación,aunque esta aumenta a medida que se intensifica el sentimiento de soledad.

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Este artículo ha sido elaborado a partir de lo expuesto en el texto “La soledad no deseada en las personas mayores”,  de Javier Yanguas Lezaun, integrante del Programa de Personas Mayores de la Fundación ‘la Caixa’, publicado en El Observatorio Social de la Fundación ‘la Caixa’.