EL SALÓN ELÉCTRICO
La última violación (en el cine)
Un recorrido por la violencia contra las mujeres en las películas y cómo el ojo del público se ha ido acostumbrando, hasta el punto de que algunos directores se han regodeado en ella
Pilar Ruiz 16/11/2021
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
“Me causa indignación oír a los hombres repetir que a muchas mujeres les gusta ser violadas, que no les molesta que un hombre las viole aunque protesten, que sus protestas son solo palabras. No puedo admitir que les cause placer esta violación”.
– Christina de Pizan
Filósofa, poeta, escritora, precursora del feminismo, Pizan fue una de las primeras mujeres de la Historia –borrada de ella, claro– en vivir de su trabajo intelectual. Como protegida de la reina de Francia, pudo presenciar ese duelo de película que acaba de estrenar Ridley Scott sobre el famosísimo juicio por combate celebrado en 1386 con Dios dirimiendo –a mandoble limpio– si la esposa de uno de los paladines miente cuando acusa al otro de violación. La vergüenza, la sospecha –hasta el día de hoy muchos historiadores afirman que mentía– y la amenaza de ser quemada en la hoguera por perjura de Marguerite de Carrouges puede que inspirara la obra más famosa de su contemporánea Christina de Pizan: La ciudad de las damas (1405). También su asociación femenina La querella de la Rosa,en la que reclamaba el acceso al conocimiento de las mujeres y que pervivió durante… ¡300 años!
Christine de Pizan: los siglos no pasan por ella
Pizan se convirtió en la paladina principal de la querella de las mujeres, un debate académico que recorrió Europa desde la publicación del panfleto misógino El romance de la rosa(1280) hasta la Revolución Francesa.
“Todas ustedes son, fueron o serán putas por acción o por intención”
– El romance de la Rosa
“Muchas mujeres preferían guardar silencio a arruinar su reputación o la de su familia al hacer público el crimen. En la práctica este delito a menudo no se castigaba, no se juzgaba o no se denunciaba”.
– Eric Jager, El último duelo (2020)
El medievalista Jager es el autor del exitoso ensayo histórico sobre el caso real del último juicio por combate en 1386, ahora convertido en película. Dado el olfato de Scott para ir de la mano de los tiempos, es fácil entender su interés por la historia de una violación del siglo XIV. El director quizá crea que poco ha cambiado la situación de las mujeres violadas desde aquel entonces, hogueras –no mediáticas– aparte. Un ejemplo; en España hay una denuncia de violación cada 8 horas, aunque solo llegan a notificarse una de cada 6 agresiones sexuales, según el Ministerio del Interior.
Con intención clara, los guionistas de la adaptación de El último duelo, Damon, Affleck y Nicole Holofcener –también directora– hacen referencia al Romance de la Rosa en un diálogo entre la protagonista y su violador número 2, porque el número 1 es su propio marido. Violador legal, tal y como hemos visto innumerables veces en películas de ambientación histórica. El matrimonio de conveniencia –o “violación de polisón”– representa el paradigma de privación de libertad, violencia y humillación contra la mujer. ¿Pasado?
“En el futuro, cuando veas que una mujer llora así, no se está divirtiendo”.
– Susan Sarandon –casi citando a Cristina de Pizan-–en Thelma y Louis (1991)
Tampoco sería la primera vez que Scott toca el tema; el resultón éxito de los 90 fue convertido en un alegato feminista a pesar de su final vergonzante y bobo. Eran tiempos en los que el feminismo apenas tenía celuloide que echarse a la boca, amigas.
Muy distinta, en la intención y en la forma, es Dos mujeres (Vittorio de Sica, 1960), adaptación de La Ciociaria, novela de Alberto Moravia (1957) con la que la Loren consiguió su primer Oscar. El recuerdo de ver la famosa escena de la violación de madre e hija –ese plano a ras de suelo– con 13 o 14 años, el terror que golpea aún más cuando ni sabes del todo lo que significa esa imagen porque tienes la misma edad que la niña violada, resulta indescriptible.
Norman Lewis, escritor y oficial británico que luchó en el frente de Italia, cuenta esto en su libro Napoli ‘44: “Todas las mujeres de Patrica, Pofi, Isoletta, Supino, y Morolo han sido violadas... En Lenola el 21 de mayo han sido violadas cincuenta mujeres, y como no había suficientes para todos han sido violadas también las niñas y ancianas. Los marroquíes normalmente agreden a las mujeres en parejas: mientras uno la viola de manera normal, el otro la sodomiza.”
Es historia, y no tan lejana como la medieval: “Marochinatte”, los desmanes cometidos por el cuerpo franco-marroquí de los Aliados tras la victoria de Montecassino. Con total descontrol por parte de sus mandos o quien sabe si castigo premeditado contra la población civil, las tropas francesas violaron a más de 2.000 mujeres de entre 11 y 86 años y a 600 hombres. Porque los hombres también violan a otros hombres. Donde las dan, las toman, parecen decir John Boorman o Quentin Tarantino. El primero en Deliverance (1972) con la escena del “cerdito” y el redneck –una de las más brutales de la historia del cine– y el segundo, en Pulp Fiction (1994). Gracias al personaje del mafioso Marcellus Wallace sabemos cómo se encuentra un hombre tras sufrir una violación: “Estoy a mil jodidas millas de estar bien”. Marcellus, nosotras sí te creemos. Aunque ciertos jueces/juezas no hayan visto Pulp Fiction; seguro que Tarantino les parece violento, no como una sentencia fetén. Ya no es un tabú, señores, hasta recientes series televisivas de temática romántica como Outlander muestra con pelos y señales al villano violando al guapísimo galán coprotagonista. Quizá el cambio de roles no sea más que un reflejo que señala el desajuste entre ficción y realidad. En cualquier caso, el cine enseña, muestra. También que la historia de una violación continúa cuando se pone en duda la palabra de la víctima habitual, una mujer. Ese es el material de El último duelo o el drama judicial Acusados (Kaplan, 1988). Lo cierto es que la violación en el cine no escandaliza ya a nadie, el ojo del público está acostumbrado a la violencia contra las mujeres. Cómo no recordar Perros de Paja (Peckimpah, 1971), La Naranja mecánica (Kubrick, 1971) o El manantial de la doncella (1960) con el mismísimo Bergman retratando esa Edad Media violadora de mujeres a la que ahora regresa Scott.
Salvajismo medieval que no cesa (El manantial de la doncella, 1960).
Tampoco escandaliza que la mujer se convierta en justiciera y de ahí nacen muchas pelis de serie B, C y D y de Abel Ferrara. Incluso de Paul Verhoeven, siempre turbador. La pesquisa y posterior venganza de Isabelle Huppert en Elle (2016) muestra una rabia callada y un mensaje: los violadores están muy cerca. A los directores del montón como Gaspar Noe se les ven las costuras que no muestran los grandes, el sensacionalismo y regodeo de voyeur evidentes de la famosa secuencia de 9 minutos en Irreversible (2002). Por eso no la colgamos aquí.
Nada que ver con el cine previo a los 70, cuando la censura se llamaba código Hays –o franquismo– y eso de abrir de piernas a una señora, a la fuerza o no, solo se podía mostrar mediante elipsis. Añadiendo eufemismos como “ultraje”, “abuso”, “atropello”, “deshonra”… sin mencionar la palabra infamante. A pesar de ello, la violación está muy presente en un género para todos los públicos como el Western, que no existiría sin el tema de la venganza como motor de la acción: Kirk Douglas busca a los niños pijos que violaron y mataron a su mujer india en El último tren a Gun Hill (Sturges, 1959) o la mismísima Centauros del desierto (Ford, 1956), donde el personaje de Natalie Wood es una niña raptada que termina siendo la esposa forzosa del jefe Cicatriz. Antes, en elegante –por supuesto– ardid de Ford, comprendemos que su hermana mayor ha sido violada y asesinada por los hombres de Cicatriz. Indios malvados, un clásico del cine que pinta de rojo el verdadero terror del amo blanco: los negros. Una vez exterminado el nativo americano, el colonizador se enfrenta a los antiguos esclavos y el gran tabú del racismo de los EE.UU. se cuela en el cine con cuentagotas, en películas como Matar a un ruiseñor (Mulligan, 1962) y su abogado Atticus Finch, defensor de un negro acusado injustamente de violar a una mujer blanca, el miedo ancestral.
A los directores del montón como Gaspar Noe se les ven las costuras, el sensacionalismo y regodeo de voyeur de la secuencia de 9 minutos en Irreversible
Pero el cine contemporáneo ya no paga gabelas: en Las inocentes (2016), de la directora Anne Fontaine, la Segunda Guerra Mundial y todos sus ejércitos han pasado por un convento polaco usando a sus monjas como botín de guerra. Sabemos, como narraba La Ciociaria, que la bandera de la violación ondea para todos los soldados sin importar la época, nacionalidad o condición.
La mirada aquí se aleja de los cánones a los que estamos acostumbradas. Es una directora. La tortura, el desgarro, la contradicción aparecen sin un ápice de sensacionalismo y no hacen falta flash-backs, ¿para qué? Solo vemos mujeres enfrentadas a un castigo humano y divino, al dolor, a la desesperación, a la muerte. La violación es el paso previo a ser asesinada, esa es la única verdad y todas las mujeres la conocemos.
“Los agresores se las arreglan para creer que si ellas sobreviven es que la cosa no les disgustaba tanto” (…) Una mujer que respeta su dignidad hubiera preferido que la mataran. Mi supervivencia, en sí misma, es una prueba que habla contra mí. El hecho de tener más miedo a la posibilidad de que te maten que a quedar traumatizada por los golpes de pelvis de tres cabrones.”
– Virginie Despentes, Teoría King Kong (2010)
Y no solo los agresores, Virginie, también sus cómplices. Desde tribunales, escaños, casas familiares, lugares de trabajo, tabernas, desde cualquier sitio que culpe a las mujeres, a los movimientos feministas, al activismo, a la educación que enseña en igualdad. Un ataque ideológico que pone en peligro a más del 50 por ciento de la ciudadanía, a la libertad y a la democracia. “La violación no terminará conmigo”, dice Despentes. Ella sobrevivió, lo contó y se hizo más fuerte. Otras muchas no pudieron. Recuerden: cada 8 horas. Conviene no olvidarlo.
“Me causa indignación oír a los hombres repetir que a muchas mujeres les gusta ser violadas, que no les molesta que un hombre las viole aunque protesten, que sus protestas son solo palabras. No puedo admitir que les cause placer esta violación”.
– Christina de Pizan...
Autora >
Pilar Ruiz
Periodista a veces y guionista el resto del tiempo. En una ocasión dirigió una película (Los nombres de Alicia, 2005) y cada tanto publica novelas. Su último libro es "La Virgen sin Cabeza" (Roca, 2003).
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí