Desobediencia
Los cortes de Cádiz (y la ocultación deliberada de la Asamblea Ciudadana)
El poder teme a las protestas del metal y a la Asamblea Ciudadana para la transición ecológica por su capacidad para cuestionar el sistema y proponer medidas más valientes que las de los partidos políticos
Juan Bordera 25/11/2021
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Dos hechos singulares están teniendo lugar en estos últimos días del mes de noviembre. Bueno, en realidad tres, si no descontamos la incursión en la misa franquista de Pablo Casado –tu candidato de centro– que está dando la vuelta al mundo para nuestra vergüenza y escarnio. Pero vamos a fijarnos en dos hechos que guardan una relación quizá no tan aparente a simple vista.
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Desde hace poco más de dos semanas, en Cádiz, escenario de aquellas revolucionarias Cortes, famosas por su resistencia al invasor y por quitarle una parte del poder absoluto al rey, los obreros del metal están luchando organizada y decididamente para que se cumplan unos mínimos derechos, para que el convenio que rige su industria respete cosas tan básicas como el aumento del precio de la vida. Esto está suponiendo una serie de movilizaciones y una huelga con gran apoyo en muchos otros lugares del país y en casi todos los sectores. Un ejemplo peligroso y subversivo, pensarán en según qué despachos, temerosos de que triunfe y se sucedan réplicas.
Por otro lado, el mismo 20N en el que se produjo la excursión de Pablo Casado a la misa franquista con nocturnidad y –aunque disimulen– alevosía, se ponía en marcha un proyecto, la Asamblea Ciudadana, que podría ayudar mucho a recuperar parte de ese poder que ahora tienen las patronales nacionales, y sobre todo los inversores extranjeros.
La Asamblea Ciudadana es un órgano deliberativo compuesto por 100 ciudadanos, elegidos por sorteo, que asesorados por expertos de indiscutible prestigio, como el doctor en biología Fernando Valladares, deberán proponer medidas que ayuden a desenredar la transición ecológica y energética, ese laberinto en el que nadie quiere acabar perdiendo. Algo que, paradójicamente, acaba aumentando las probabilidades de que todos acabemos perdiendo. Pero eso es otra historia y el dilema del prisionero.
Volviendo a Cádiz, todos hemos visto la diferencia de trato. Caricias para los cayetanos, tanquetas para los gaditanos. En estos últimos días los sectores que han apoyado las huelgas han ido en aumento: el sindicato de estudiantes de Cádiz, que en el fondo son los hijos, los sobrinos o incluso los nietos de los que protestan y reciben porrazos inmisericordes de los antidisturbios también han secundado la huelga, y el temor de la patronal a que el movimiento coja cada vez más fuerza crece con cada apoyo que recibe la protesta. Desde su posición de privilegio es lógico, por eso han aumentado las críticas en sus medios de distracción, que acusan a los huelguistas de todo lo que se les puede acusar. Sin embargo, el discurso no está funcionando. Cada vez están más gastadas las tácticas.
Respecto a la deficiente Asamblea Ciudadana, que llega año y medio más tarde de lo previsto, vaciada de contenido, y de manera incomprensiblemente virtual –en Francia y Reino Unido fue presencial en los comienzos de la pandemia–, hay que señalar que aun así sigue siendo terriblemente útil. Trataré de ser muy claro en este punto: la política actual no está a la altura. La COP26 es un ejemplo fantástico de ello. Insuficiente. Llena de influencias de lobbies. Negocionista y retardista. Como el sistema de partidos políticos. Incapaz de enfrentar con la decisión y la valentía necesarias los retos que tenemos ya delante de nuestras narices.
Por eso es necesario que nos apoyemos, que creamos más en la inteligencia colectiva y la participación. Formatos como el de las Asambleas Ciudadanas –que también tendrán réplicas regionales, más en contacto directo con las problemáticas concretas– pueden ser muy peligrosos para aquellos que buscan mantener sus posiciones de privilegio porque, además de que podrían ayudar a desbloquear algunos de los retos de las transiciones necesarias, también podrían eliminar una buena parte de la influencia de los lobbies. Podrían proponer, contra ellos, medidas mucho más valientes que las formuladas por los grandes partidos políticos, tan atados y bien atados desde hace tanto tiempo. Por eso no se la está publicitando en absoluto. Por eso se la está ocultando deliberadamente. Porque, bien hecha, podría evidenciar que el sistema de partidos políticos está claramente obsoleto para los retos que tenemos por delante. Y los partidos no quieren promover mucho una alternativa que viene a evidenciar su decrepitud.
La Asamblea Ciudadana podría ser, además, una suerte de preludio, un entrenamiento para una asamblea constituyente posterior. El presidente de Francia, Emmanuel Macron la lanzó para librarse de los chalecos amarillos, no porque creyera en ella, como ha quedado demostrado porque desde entonces ha hecho todo lo posible por retardar los avances que de ella han salido. El gobierno más progresista de la historia tampoco parece pensar en ella más que como un compromiso que ha de llevar a cabo por obligación. Postureo participativo, pero que no pueda controlar los fondos destinados a la transición ecológica.
En Europa tenemos además un problema: salvo la excepción de Islandia –que por su pequeña población es un caso muy particular– es muy complicado ver procesos constituyentes recientes en los países más privilegiados. Es como si la población –debidamente desinformada– tuviera más miedo a perder lo que ya tiene que a lo que se puede ganar en el proceso y, por tanto, no activara los mecanismos necesarios para exigir una democracia más directa y participativa. Pues bien, quien piense así está terriblemente equivocado. Tenemos mucho más que perder que ganar si seguimos así, con una inercia que nos lleva a una crisis de civilización cuyo potencial destructivo cada vez nos cuesta menos imaginar. Lo que viene después de la COP 26, de las transiciones a gusto de los lobbies o del inmovilismo, es sin ninguna duda la desobediencia civil. Motor primordial del cambio a lo largo de la historia.
Los lobbies y el poder temen tanto a la Asamblea Ciudadana como a los cortes de Cádiz. Les interesa controlarlos bien para que no se salgan mucho del guion previsto y temen, sobre todo, que adquieran vida propia. Que triunfen. Que ilusionen. En este caso es más evidente que nunca: dime qué temen los lobbies y te diré qué es lo que hay que intentar hacer a toda costa.
Dos hechos singulares están teniendo lugar en estos últimos días del mes de noviembre. Bueno, en realidad tres, si no descontamos la incursión en la misa franquista de Pablo Casado –tu candidato de centro–
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Juan Bordera
Es guionista, periodista y activista en Extinction Rebellion y València en Transició. Es coautor del libro El otoño de la civilización (Escritos Contextatarios, 2022). Desde 2023 es diputado por Compromís a las Cortes Valencianas.
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