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Hace un tiempo, tengo la sensación, o la fantasía, de que todos nuestros problemas se pueden resumir en tres palabras: futuro, imaginación, comunidad. Y de que en la izquierda nos fuimos resignando a abandonar esos tres territorios.
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Si la revolución debía obtener su poesía del porvenir, ese futuro parece hoy cancelado; es más, parece rimar con diferentes tipos de distopías. Si con la conquista de América se completó el conocimiento del mundo y la utopía pasó de otro lugar a otro tiempo, hoy en gran medida la utopía está anclada en el pasado, en las Arcadias perdidas… La nostalgia del pasado, que hasta ayer era patrimonio de las derechas, hoy es el sentimiento dominante entre las izquierdas. Añoramos la revolución, el trabajo industrial, el Estado de Bienestar, pero en verdad lo que echamos en falta son los tiempos en los que creíamos que el futuro iba a ser mejor. “Retroutopías, por un lado, y catastrofismo, por otro”, resume Marina Garcés en un librito precioso titulado Una nueva Ilustración radical. Pensamos que el presente es peor que el pasado y que el mundo se va a ir a la mierda. Y que no podemos evitarlo.
Philippe Corcuff advirtió que hoy vivimos una desconexión entre crítica y emancipación. Este quiebre no solo introduce confusión en la política de izquierdas, sino que por allí se cuelan muchas de las “nuevas” derechas, que han sabido sacar provecho de las vacilaciones del progresismo. À la limite, el hipercriticismo conspiranoico de este tiempo. La popularidad de las series y películas “anticapitalistas” parece el sucedáneo de cualquier posibilidad de acción real contra los poderosos… ahora los surcoreanos son nuestros vindicadores en la pantalla, con sus juegos del calamar o sus parásitos.
Asistimos sin duda a una crisis de imaginación. Parece imposible romper los límites mentales del “realismo capitalista”: no se trata solo de llevar adelante un proyecto alternativo sino de imaginarlo, de esbozarlo.
¿Y la comunidad?: si el socialismo fue fuerte fue porque pudo funcionar como una cultura, construir mundos que en el mientras tanto los trabajadores podían habitar como forma de desembrutecerse y confraternizar. Imaginar, prefigurar, la nueva sociedad sin renunciar al futuro.
Posiblemente el actual malestar en la izquierda se asocie a esta triple crisis y a su desconexión con una memoria perdida, oculta y olvidada que necesita ser redimida (Traverso). Por ahora, ni la añoranza de las izquierdas conservadoras ni las apuestas más autonomistas o “inmanentistas” han funcionado.
El ensayista argentino Alejandro Galliano escribió un libro titulado Por qué el capitalismo puede soñar y nosotros no, que funciona como una provocación. Mientras la izquierda renunció a la utopía, un grupo de capitalistas dementes la potenciaron en sus apuestas por el transhumanismo o por la conquista de otros planetas. Y no solo disputan el futuro y la imaginación, sino también la idea de comunidad. “Estamos haciendo kibbutz capitalistas”, dijo Adam Neumann, el cofundador de WeWork. “Una vez que entras a WeWork, eliges ser parte de algo más we que me”. Se puede sonreír o denunciar el descaro de estas afirmaciones, o mostrar los fracasos de varias de estas utopías capitalistas, pero ahí están.
Mientras tanto, en la izquierda, terminamos siendo víctimas del “desencantamiento” del mundo. El cinismo de los tiempos nos hizo encerrarnos en un fukuyamismo vergonzante mientras nos reímos de Fukuyama y su fin de la historia (Slavoj Žižek se burlaba un poco de esto) y tememos ser acusados de utópicos.
Por eso es tan importante una revista. De hecho, hay cada vez menos, sobre todo en el mundo hispanohablante. Futuro, imaginación y comunidad son tres ingredientes de cualquier proyecto revisteril comprometido y transformador. Quizás, como dijo Amador en su carta, lo subversivo de mantener en pie una revista sea su aparente anacronismo. Tomarse tiempo para pensar, discutir, repensar, imaginar en libertad… y convencer a los lectores de que se suscriban. O como escribió Roberto Arlt en el prólogo de Los Lanzallamas, con un optimismo del que hoy carecemos, ganar el futuro con sudor de tinta y rechinar de dientes al teclear sobre una Underwood (o una PC).
La historia intelectual nos dice que las revistas son, sobre todo, espacios de sociabilidad. Con un lenguaje menos académico, podríamos decir “redes de compañerismo”; como se ha insistido varias veces respecto de CTXT, comunidad de lectura, de pensamiento en voz alta. (Una comunidad que me recibió en mi venida a España, 71 años después de que mis abuelos y mi madre bercianos hicieran, en condiciones mucho menos confortables que las mías, su viaje sin retorno a la Argentina en la posguerra civil).
Como se decía en otras épocas, CTXT busca, y en gran medida logra con el apoyo de suscriptores y suscriptoras, ser “contemporánea de su tiempo”. De nuestro tiempo. Esa voluntad de crear una comunidad de lectores, de aunar la crítica a una búsqueda de futuros posibles y deseables nos brinda un poco de la poesía que tanto nos falta.
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Hace un tiempo, tengo la sensación, o la fantasía, de que todos nuestros problemas se pueden resumir en tres palabras: futuro, imaginación, comunidad. Y de que en la izquierda nos fuimos resignando a abandonar esos tres territorios.
Autor >
Pablo Stefanoni
Periodista e historiador. Investigador asociado de la Fundación Carolina. Autor de '¿La rebeldía se volvió de derechas?' (Clave Intelectual/Siglo Veintiuno, Madrid, 2021).
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