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El otro día, diez furgones de policía llegaron a una calle de Madrid para ejecutar el desahucio de una familia con dos hijos pequeños. Contenían varias decenas de agentes antidisturbios. El edificio había sido adquirido por un fondo de inversión a su anterior propietario, otro fondo de inversión. La nueva propiedad se negaba a negociar el alquiler. Dentro del portal había una treintena de activistas con la intención de frenar la expulsión, pero fue insuficiente ante tal despliegue.
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Esta operación de defensa del fondo buitre (defensa de la ley, mimimí, sí, ya lo sé…) la pagamos entre todos igual que la sanidad; de hecho, parece que la tendencia es pagar cada vez más policía y menos sanidad, lo que puede ser... curioso. (Lo cuenta Guillem Martínez en uno de sus últimos artículos).
Según Eurostat, una de cada diez personas en España no puede permitirse mantener su casa a una temperatura adecuada. Publicamos una cosa sobre ello hace poco, se lo dije a mi abuela y le dio mucha pena.
La última crisis de la Unión Europea está en la frontera entre Bielorrusia y Polonia. El motivo: el gobierno bielorruso estaría llevando a cientos de migrantes de Oriente Medio a cruzar esta frontera, una acción que la UE denomina como “guerra híbrida” (!). El ejército polaco se ha desplegado entre proclamas patrióticas y material antidisturbios; la UE ha recordado la necesidad de una respuesta coordinada, y el Reino Unido ha enviado tropas para ayudar a sus aliados ante esta terrible amenaza. En mayo sucedió algo similar por aquí, concretamente, en Ceuta. Marruecos decidió atacarnos con una peculiar “tropa” de migrantes, muchos de ellos menores, lo que fue interpretado como una grave crisis y mereció el despliegue a bombo y platillo del ejército español auténtico.
Hay muchos más muros en Europa hoy que cuando estaba en pie el Muro de Berlín, la mayoría son recientes. Parece que fortificar esta frontera con Bielorrusia será el próximo paso. Miles de personas mueren cada año en las fronteras, sobre todo en las marítimas, de la fortaleza. El enemigo, qué cosas, no lleva armas.
Leo que en Estados Unidos, en las últimas décadas, se ha estigmatizado la mera presencia de niños solos en espacios públicos. Una actitud habitual cuando se encuentra uno es llamar rápidamente a la policía. Esta puede llevar al adulto responsable ante un juez, que, más frecuentemente en el caso de madres racializadas y pobres, puede decidir quitar la custodia por este motivo.
En Seúl hay un puente sobre el río Han, el de Mapo, conocido como el Puente de los Suicidas. A finales de 2012, la compañía de seguros Samsung Life lo rebautizó como el Puente de la Vida, e instaló en él una serie de decoraciones y letreros con frases motivacionales que se iluminaban al detectar movimiento. La instalación tuvo una gran repercusión y ganó premios de publicidad, pero cuatro años después comenzó a ser retirada. Aunque esto puede deberse a múltiples factores, los intentos de suicidio en el puente habían aumentado. Corea del Sur es, entre otras cosas, el país con las jornadas laborales más largas del mundo desarrollado.
Todas estas son historias que han llegado a mí durante la última semana. No son las únicas, tenía más para escoger. Las escribo aquí juntas para recordar, simplemente, que la violencia es grande y constante.
Si estás leyendo esto, es porque en algún momento has puesto dinero para el mantenimiento de esta revista (¡gracias! ¡besitos para ti!), y por lo tanto, confías en la importancia de escribir un relato alternativo al de los grandes medios, que participan de la violencia. Quizás incluso crees en el periodismo. Y tienes razón, claro, eso es importante. Pero hasta cierto punto.
Hoy en día tenemos muchísima información sobre cualquier cosa a unos cuantos clicks. Tenemos incluso demasiada información, más de la que podemos procesar y asimilar de una forma coherente, tanta que acaba generando agobio y frustración o bien indiferencia, como las imágenes gore de los paquetes de tabaco. Es posible, a la vez, que te hayas agobiado con los párrafos anteriores.
Tampoco queda mucho que descubrir o desvelar, en el fondo. Vivimos, al menos en los países occidentales, en una época en la que casi todo el mal sucede en público, de forma obscena. Mucho se ha escrito sobre el papel de las fake news en el ascenso de Donald Trump y la importancia del periodismo para combatirlo, pero es interesante considerar la opinión expresada por el propio Trump durante su campaña para liderar el Partido Republicano, en lo que pretendía ser un elogio a sus seguidores: “Podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos”.
No nos falta información. Quizás lo que más falta, como ya ha dicho y escrito muchísima gente, es tiempo. En este sentido, la crisis de la covid parece haber llevado a muchos a comprender en toda su crudeza el absurdo de nuestras vidas entregadas casi totalmente a no se sabe qué, a cambio de poco. ‘La gran dimisión’ en Estados Unidos, acompañada de huelgas o la corriente denominada ‘quedarse tumbado’ en China son buenas noticias en este sentido. (Lo cuenta Vanesa Jiménez en su columna de esta semana).
Otro de los problemas es, digámoslo de esta forma tan cursi, el relativo al amor.
Durante mucho tiempo me encontré en un hábitat donde el amor apenas estaba presente (el enamoramiento sí, mucho, pero esa es otra cuestión). Cuando aparecía, el amor era boicoteado, no se daban las condiciones para su normal desarrollo en dicho ecosistema. Debido a esto, y como las personas tenemos una gran capacidad de adaptación, se me olvidó un poco que el amor existía.
En consecuencia, cuando el amor logró introducirse de nuevo en mi vida, gracias a una serie de circunstancias azarosas (entre ellas, por cierto, un botellón), yo no me lo creí. Miraba a todos lados intentando encontrar la cámara oculta, evitar la trampa, pillar el truco, porque yo soy muy lista, ¿sabes? Finalmente, tras algunos ridículos esfuerzos, tuve que admitir estupefacta que eso que iba brotando por varios sitios dentro y fuera de mí podía ser, en efecto, el amor. El amor volviendo a la ciudad, como en la canción de Manel.
Los simpatizantes de la cultura incel no son solo hombres cuyo marco mental les hace incapaces de considerar a las mujeres como seres humanos iguales a ellos, lo que es un problema de por sí, también son personas que han llegado a ese mismo convencimiento de que no existe el amor. Eliminado el amor de la fórmula, queda todo lo demás, que es, en efecto, muy feo. Queda solo el camino más difícil y frustrante. Eso produce monstruos.
Opino que hay que evitar siempre caer en ese camino. Ahora que tenemos más claras las prioridades, conviene preguntar, hablar, compincharse, descubrir la optimización de recursos que supone ser una persona maja y, como diría mi padre, ojo: “¡Conspirar!”.
Si has llegado hasta aquí, gracias por leer esta carta tan larga. Lo que quería decir es: a la mierda el trabajo eterno y las carreras sin línea de meta, viva el amor y las conspiraciones.
Y ya estaría. Un abrazo,
Elena
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El otro día, diez furgones de policía llegaron a una calle de Madrid para ejecutar el desahucio de una familia con dos hijos pequeños. Contenían varias decenas de agentes antidisturbios. El edificio había sido adquirido por un fondo de inversión a su...
Autora >
Elena de Sus
Es periodista, de Huesca, y forma parte de la redacción de CTXT.
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