Pasión
Ese que me mira
Prólogo del libro ‘Memorias del Calderón’ de Ennio Sotanaz
Juan Luis Cano 22/12/2021
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Hay quien cree que el fútbol es algo frívolo que consiste en unos señores en pantalón corto corriendo detrás de una pelota en busca de una gloria estúpida y efímera, que enardece a los insustanciales. Algo similar podríamos pensar del cine o del teatro, si concibiésemos tales artes como una panda de mentirosos haciéndonos creer que sienten cosas que no sienten, que viven cosas que no viven, que aman u odian a quienes apenas conocen realmente, que son malvados, buenos, dulces o traidores, cruelmente, simulados.
Pero nadie se lo plantea así, porque el cine y el teatro son más, son mucho más. Son reflejos de nuestro ser, son espejos que nos enfrentan a nuestra manera de vivir, de pensar y sentir, que nos avergüenzan o nos enorgullecen, que nos sientan ante nuestras dudas y nuestras certezas y nos recuerdan tanto lo que somos como lo que no, y que nos hacen volar a mundos extraños, excitarnos, entristecernos, reír o sentir temor, es decir nos confirman las certezas de nuestra condición humana. Los actores y las actrices no mienten, los actores y las actrices somos nosotros mismos, pero al otro lado de la pantalla.
El fútbol también es el reflejo de nosotros mismos, de nuestras pasiones, nuestros miedos, nuestras emociones, amores e inquinas, es la encarnación deportiva de nuestra naturaleza y además abona nuestra memoria con recuerdos a los que es inevitable barnizar con una pátina de sentimentalismo. Recordamos escenas míticas, a personas que nos acompañaron en determinados momentos.
En mi caso, el fútbol, el Atleti, el Calderón, no están ubicados en mi memoria como nostalgias estancas, porque siempre irán unidas a la añorada presencia de mi padre, a esas tardes bajando por la cuesta del cementerio de San Isidro camino del Calderón junto él, junto a mi tío y mi primo. El fútbol, el Atleti, el Calderón también son un niño vestido con la camiseta rojiblanca, con el número nueve de Gárate recortado, torpemente, en escay negro por mi madre y cosido en la espalda. El fútbol, el Atleti, el Calderón, son tardes idealizadas, momentos mágicos y tristes, que forman parte de mi historia sentimental y de la de cada uno de los aficionados que vivieron aquel estadio.
El fútbol, como el teatro y como el cine, permite que podamos odiar de un modo irrefrenable, pero nos deja hacerlo sin causar auténticos daños, salvo, es cierto, en reprobables y lamentables ocasiones. Y permite, además, amar de un modo arrollador emblemas, colores, símbolos que, por sí solos, serían nada más que eso, simples cosas.
Un estadio es una construcción fría, de hormigón armado, ladrillo, metal y cemento. Pero si esa edificación vacua la asocias a gritos de alegría, llantos desconsolados, cánticos de ánimo, abrazos, disgustos, enfados, victorias y derrotas... Si a ese estadio le añades pasión, le estás confiriendo alma, le estás insuflando vida, están haciendo que pase a formar parte de la historia compleja de una vida.
Quienes crecimos habitando el Calderón maduramos y moldeamos nuestro espíritu con unas determinadas peculiaridades, por eso nos identificamos entre nosotros, por eso aunque las vidas de unos y de otros, nuestras ideologías, procedencias, gustos, caracteres o visiones de la vida sean dispares, sabemos reconocernos. El Calderón y todo lo que vivimos en él, no sé por qué será, hace que cuando nos miramos a los ojos, estemos donde estemos y sea cuando sea, nos identifiquemos y sepamos, de una manera inconsciente y bella, que ese con el que estás cruzando la mirada ha llorado, ha reído, ha saltado y ha vivido lo mismo que tú, por lo mismo que tú y en el mismo lugar.
¡Aúpa Atleti!
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Hay quien cree que el fútbol es algo frívolo que consiste en unos señores en pantalón corto corriendo detrás de una pelota en busca de una gloria estúpida y efímera, que enardece a los insustanciales. Algo similar podríamos pensar del cine o del teatro, si concibiésemos tales artes como una panda de mentirosos...
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Juan Luis Cano
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