Cartas entre generaciones II
Una carta para Jane Austen
Lucía Baskaran 31/01/2022
![<p>Retrato de Jane Austen.</p>](/images/cache/800x540/nocrop/images%7Ccms-image-000028464.jpg)
Retrato de Jane Austen.
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Confieso que la lluvia y el viento helado del norte me ponen georgiana y que es entonces cuando me apetece leerte. (Ahora que, además de leerte, te escribo, también noto que me estoy poniendo un poco cursi). Siempre te leo en otoño o en invierno y acompaño la lectura con tazas de té inglés, imaginando el verdor de los paisajes que describes, los carruajes atravesando la niebla, la ropa y los peinados de tus personajes. No tengo que hacer grandes esfuerzos imaginativos, en parte porque Euskal Herria, donde vivo, también es verde y lluviosa, pero sobre todo porque dispongo de Google, una herramienta que es una especie de enciclopedia interminable, una ventana al mundo desde la que puedes ver todo lo imaginable y disponer de información de manera infinita. Pensarás, como muchas pensamos en su día, que es una suerte tener algo así, que el libre acceso a la información es una panacea universal y que qué pena no vivir en esta era, pero te aseguro que la ventana se torna abismo si una no se anda con cuidado. El caso es que, cuando te leo, busco en Google cosas como “moda británica siglo XVIII”, “recetas británicas siglo XVIII” o “decoración británica siglo XVIII”. En menos de veinte segundos, dispongo de millones de imágenes que me ayudan a vestir a tus personajes, a ubicarlos y, en cierta manera, a conocerlos un poco mejor. Quizás esto te parezca una aberración para la imaginación y puede que no te falte razón.
Creo que Donostia te gustaría, al menos para pasar unas vacaciones. También he vivido en Madrid y en Barcelona, pero en ambas me pasó algo parecido a lo que te pasó en Bath: la idea de la ciudad era más excitante que la ciudad en sí y la precariedad, mucho más dura de soportar. A eso hay que sumarle las distracciones, que en tu caso eran muchas: cuando no tocaba un baile, había que visitar a algún vecino, o asistir a la ópera o a otro evento social en el que encontrar un marido. Ahora no está mal visto que las mujeres tengamos un trabajo asalariado además del doméstico (que sigue sin remunerarse) y no necesitamos un marido que provea, aunque sí a alguien con quien compartir los gastos porque un sueldo medio no es suficiente para mantener a una familia. El dinero sigue siendo una preocupación, especialmente para las mujeres, que de media cobramos menos que los hombres aún cuando desempeñamos el mismo trabajo. Seguro que esto último no te sorprende.
Vivir únicamente de la escritura también sigue siendo dificilísimo, y así como tú te mudaste con tu hermano para poder escribir Emma, yo me mudé con mi padre para poder escribir mi segunda novela. Para entonces ya eras una autora publicada, tus libros se vendieron bien, pero tu editor se quedó con casi todos los beneficios. Además, nadie te conocía por tu verdadero nombre, porque firmabas con “by a lady.” Pudiendo firmar bajo seudónimo masculino, elegiste firmar como mujer anónima, porque dinero no, pero socarronería tenías un rato.
Supongo que lo más probable es que no te casaras con Tom por no poder aportar una dote lo suficientemente cuantiosa, y que rechazaste a Harris, con quien hubieras podido disfrutar de una vida acomodada, por imbécil, o a lo mejor porque lo de tener que parir como un “pobre animal”, tal y como describiste a tu cuñada en una carta, te hacía la misma gracia que a mí. Es decir, ninguna. Tener una vida cómoda y estable, sin preocupaciones económicas, ayuda a escribir, claro, pero pasarte el día pariendo, por mucho que sea en un colchón mullido y rodeada de lujos, no parece ser la mejor forma de mantener la concentración. Imagino que había una parte de ti, por pequeña que fuera, que se regocijaba por no ser una buena candidata para el matrimonio.
La media de hijos que hoy en día tiene una mujer en Europa es de 1,6, y puede que con ese hijo y medio escribir sea una tarea bastante factible, pero la verdad es que no tengo ninguna gana de averiguarlo, entre otras cosas, porque nos estamos cargando el planeta. Ojalá fuera una forma de hablar, pero no lo es. Vivimos como si consumiéramos dos mundos, agotando los recursos naturales a un ritmo vertiginoso y como si fueran infinitos. Si crees que todas y cada una de las habitantes de la Tierra estamos haciendo lo imposible por salvar esta situación, siento decirte que te equivocas y que, por tanto, es posible que merezcamos la extinción de nuestra especie. El fin del mundo está tan cerca, que corremos como ratones enjaulados y nos centramos en el placer inmediato y el bienestar propio, tratando de mantener la calma mientras todo a nuestro alrededor arde. Puede que con esta información, lo del hijo y medio ya no te extrañe tanto e incluso pienses que es una barbaridad que la gente siga teniendo descendencia como si nada.
Me alegra saber que, finalmente, fue gracias a los cuidados de Martha y de Cassandra que pudiste seguir escribiendo, que tus últimos años de vida los pasaste en una casa habitada exclusivamente por mujeres y que estas hicieron tu vida más fácil. Pese a tenerlo todo en contra (ser mujer, ser lista, no casarte, querer escribir, no tener mucho dinero), encontraste varios recovecos en los que colarte y desde los que escribir, y gracias a esos rincones, tú pudiste trabajar y nosotras hoy podemos leerte, aunque sea desde el fin del mundo.
Mil gracias.
Con cariño,
Lucía
Confieso que la lluvia y el viento helado del norte me ponen georgiana y que es entonces cuando me apetece leerte. (Ahora que, además de leerte, te escribo, también noto que me estoy poniendo un poco cursi). Siempre te leo en otoño o en invierno y acompaño la lectura con tazas de té inglés, imaginando...
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Lucía Baskaran
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