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Urbanismo

Madrid villa y corte: ‘teleofobia’ o ciudad “a la malicia”

Los gobiernos municipal y autonómico han renunciado a la planificación en la región urbana de la capital

Javier Ruiz Sánchez (Revista Treball) 21/01/2022

<p>Vista de Madrid desde una terraza de la calle Alcalá.</p>

Vista de Madrid desde una terraza de la calle Alcalá.

Nicolas Vigier / Dominio público

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Mucho antes de las corralas, hacinamientos de vivienda mínima en alquiler para clases populares, y de las sucesivas formas urbanas entre medianerías que conformarían el ensanche burgués, el tipo edificatorio residencial madrileño por antonomasia, sin ningún referente foráneo, era la llamada “casa a la malicia”. Esta básicamente consistía en ofrecer una imagen al exterior lo suficientemente miserable (ocultando el volumen y contenido real del edificio) para evitar cualquier tentación de ejecutar la “regalía de aposento”, obligación de dar alojamiento en la parte noble de los edificios al enorme contingente de funcionarios de la corte para el que la modesta villa de Madrid no estaba preparada. La tan manida expresión “villa y corte” no es tan sólo un lema más o menos poético, sino que describe bien la ambivalencia de una ciudad que tardó en serlo y que nunca aspiró a corte. Madrid siempre ha sido una capital improbable, una villa relativamente joven, sin orígenes romanos ni especial importancia medieval, alejada de los mares que justifican el imperio, menos cualificada que, por ejemplo, Sevilla, Barcelona, Lisboa, o incluso la más cercana Valladolid.

Madrid como capital del reino jamás ha sido una ciudad ostentosa ni pretenciosa, antes al contrario. Los dos planos sobrepuestos correspondientes a la actividad capitalina y a la vida cotidiana de los madrileños se intersecan de manera sobria y espontánea, sin reclamar para nada magnificencia ni grandes proyectos. La artificialidad del ensamblaje del “Paisaje de la luz”, el conjunto de Paseo del Prado y Retiro declarado recientemente paisaje patrimonio de la humanidad por UNESCO, difícilmente perceptible como paisaje unitario, pese a su innegable calidad, es prueba de ello, como lo es la casi absoluta ignorancia por parte del madrileño medio de dicha declaración. A casi nadie importa una etiqueta al servicio de la atracción de turismo que venga a perturbar la incuestionable –para cualquier madrileño– calidad de vida en, “sin duda, la mejor ciudad del mundo”. Con estos atardeceres, con esta vida en las calles, esta capacidad de adaptación, y a tiro de piedra de la Sierra de Guadarrama y de la vega del Tajo, ¿quién necesita organizar unos Juegos Olímpicos? Madrid no sabe competir porque simple y llanamente carece de la ambición de ganar. 

Esto no es en absoluto una broma: la historia urbana de Madrid oscila entre los grandes proyectos impuestos desde arriba, proyectos muchas veces urbicidas (el ejemplo de la infame destrucción de la memoria urbana en la Plaza de Oriente, de los restos apenas enterrados de calles y edificios, para construir unos innecesarios aparcamiento turístico y túnel) propiciados por quienes directamente parecen odiar la ciudad y el territorio que gobiernan, y los silenciosos procesos autoorganizativos que posibilitan que el sistema urbano y regional madrileño sobreviva a la voluntad destructiva del poder: se trata de sojuzgar una ciudad de difícil gobierno –como cualquier ciudad madura que se precie– mediante la imposición de grandes obras, siguiendo los pasos de Luis Napoleón y el barón Haussmann en su represión del París popular y revolucionario y su transformación en un dócil paisaje urbano a la mayor gloria de la burguesía ascendente. 

La historia urbana de Madrid oscila entre los grandes proyectos impuestos desde arriba, muchas veces urbicidas y los silenciosos procesos autoorganizativos que posibilitan que el sistema urbano y regional sobreviva

La tensión entre la ausencia de pretensiones de los de abajo y la pretenciosidad de los de arriba no justifica la práctica ausencia de proyecto de ciudad, incluso de región, una vez que lo que llamamos Madrid trasciende los límites administrativos (en ausencia de una imagen metropolitana). Madrid región ha evolucionado y evoluciona de manera sutil, acompañando los procesos urbanos autorreguladores menos visibles que los tradicionalmente altos grados de libertad de acción permiten, y que incluso posibilitan corregir o difuminar las consecuencias de los grandes proyectos, casi siempre desafortunados.  Por ejemplo, frente al maltratado Salón del Prado, en que las disputas entre Ayuntamiento y Comunidad han impedido su necesaria y pendiente rehabilitación, los kilómetros de autopistas soterradas en la celebrada actuación conocida como Madrid-Río, cuyo efecto llamada posibilita el acceso de multitud de vehículos privados en menos de tres semáforos al propio Salón y a la devaluada zona central de bajas emisiones. 

La capacidad de absorción por parte de la ciudad y el territorio madrileño de los experimentos urbanos que, a lo largo de décadas y en forma de grandes proyectos, ha sufrido, ha generado una barrera comunicativa infranqueable entre los ciudadanos y sus gobernantes, estos sí reclamantes de notoriedad y ostentación, y cada vez a más. Por esta barrera aquí se está produciendo, en el ya bien entrado siglo XXI, una extraña paradoja que en un texto reciente bautizamos como teleofobia, es decir, un miedo efectivo a planificar en la región urbana de Madrid. Como datos, el Plan General de Madrid (1997) cumplirá un cuarto de siglo en breve sin horizonte de revisión; y el Plan Regional de Estrategia Territorial PRET enunciado por la legislación autonómica de Medidas de Política Territorial, Suelo y Urbanismo de hace aún más tiempo (1995) apenas si ha pasado de un esquema teórico sin vocación de tramitación administrativa, sustituido por un complejo aparato de justificación del impacto regional previo de cualquier plan que no sea de iniciativa autonómica, incluyendo los planes de ordenación municipal. Esta complicación, en ausencia de referencia objetiva en forma de PRET, hace en la práctica casi imposible la aprobación en plazo razonable de cualquier planeamiento con vocación de futuro. Mientras tanto, la Ley del Suelo regional (2001), que nació ya obsoleta, es permanentemente parcheada en leyes anuales de acompañamiento de presupuestos, medidas urgentes o modificaciones ad hoc que la han acabado convirtiendo en un artefacto a veces ilegible y plagado de defectos técnicos y contradicciones, a veces simplemente compendio de parches “a medida” de actuaciones concretas.

Nuestra hipótesis es que la voluntaria ausencia de planeamiento (y de voluntad de planeamiento) por parte de los gobiernos municipal y sobre todo autonómico madrileños esconde, por un lado, una renuncia explícita, rayana en el pánico, a la adquisición de compromisos futuros necesitados de un cierto consenso. Pero también, por otra parte, en ausencia de planeamiento como proyecto consensuado de futuro, la posibilidad de tener las manos libres tanto para la ejecución de grandes proyectos singulares bajo las figuras de interés regional y proyectos de alcance regional como para la toma de decisiones puntuales que oscilan entre la arbitrariedad y la frivolidad (como la limitación de altura de las nuevas edificaciones a tres plantas, en un intento explícito y sonrojante de convertir el paisaje del suburbio madrileño en un remedo de la campiña británica). El problema es que se ha sustituido un marco de anticipación del futuro (planeamiento) por un marco de respuesta cortoplacista a demandas ya pasadas o caducas (en forma de proyectos más o menos caprichosos, casi siempre oportunistas, que no siempre necesitan del planeamiento como garantía de legitimidad y de contemplación de su verdadero alcance en el sistema regional). Y esto, en un marco acelerado de cambios y progresiva incertidumbre, coloca a Madrid en una situación de vulnerabilidad extrema. 

Frente a la necesaria legitimidad de la acción en un planeamiento entendido como un ejercicio responsable y comprensivo de anticipación que contemple un amplio abanico de futuros posibles, se apuesta por la continuidad del enunciado de grandes proyectos, de contenido y estructura simples. El éxito de Madrid ha sido, tradicionalmente, su enorme e irreprimible capacidad de autorregulación, y mejor si está soportada en una planificación flexible y comunicativa. Frente a esto, la supuesta y publicitada libertad de acción, el todo vale, en realidad hoy sólo lo es bajo el plácet caprichoso del gobierno regional, cuyos criterios no es que parezcan escondidos en una oscura agenda oculta, es que, aún peor, sospechamos que simplemente no existen, que no hay ninguna mente inteligente imaginando el futuro posible de un territorio por otra parte tan abarcable y cuando tanto hace falta. Frente a la cada vez mayor incertidumbre, una verdadera y efectiva capacidad de anticipación.  

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Javier Ruiz Sánchez es Dr. Arquitecto y profesor titular de ETSAM. Este artículo se publicó originalmente en catalán en la Revista Treball.

Mucho antes de las corralas, hacinamientos de vivienda mínima en alquiler para clases populares, y de las sucesivas formas urbanas entre medianerías que conformarían el ensanche burgués, el tipo edificatorio residencial madrileño por antonomasia, sin ningún referente foráneo, era la llamada “casa a la...

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