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Querida comunidad de CTXT, querida lectora o lector,
enero me da una pereza terrible. Las luces de navidad todavía boquean sus últimos estertores, los polvorones agonizantes parecen llamarnos desde el oscuro rincón de la despensa, se terminan las vacaciones. A mediados de este mes, muchos medios gustan de recordarnos, un año más, el concepto pseudocientífico del Blue Monday. El Lunes de la Bajona no es más que una maniobra publicitaria a la que ningún periodista serio debería dar el menor pábulo. Por suerte, yo no soy periodista ni nada remotamente parecido, y puedo hablar, con la libertad de un niño, de cualquier cosa que me venga a la mente.
Bien, puede que el Blue Monday sea pseudocientífico, pero tampoco creo que vaya tan desencaminado. Enero es un mes chungo. Hace un frío raro, el sol se esconde temprano y calienta sin ganas, como a parches. Ya no quedan regalitos, ni comilonas, ni entrañables reencuentros familiares o vacaciones a la vista que sirvan de consuelo. De repente estás a solas con el altavoz bluetooth que te han traído los Reyes, el sablazo mortal que le has metido a la tarjeta, los tres kilos que has subido en dos semanas y los tiernos propósitos de Año Nuevo mirándote a los ojos con descaro. Mi experiencia, cuando curraba de cara al público, es que la gente en diciembre estaba exaltada y eléctrica, pero en enero más bien parecían tristes y de muy mala hostia. Quizá no tenga sentido hablar del Blue Monday porque todo enero es, en sí mismo, un lunes interminable que además dura como, no sé, unos cuatro meses.
Por otro lado, y yendo a lo que de verdad me interesa, cuando empieza un nuevo año o ciclo vital, se tiene por costumbre edificante y de buen gusto la de hacer los propósitos de los que antes hablé. Creo que yo lo intenté un par de veces, hace muchos años, influenciada por todas esas cosas de la psicología positiva, ya sabes: sonríe o muere, vístete para el trabajo que quieres, bebe tu café con ibuprofeno en tazas con mensaje simpático.
Después caí en la cuenta de que mis propósitos eran en realidad deseos, y de que muchas veces yo carecía de control real sobre la situación, o si acaso éste era escaso, escurridizo, volátil. Vamos, que yo era –soy– poco más que una hoja caída, reseca, cuarteada, reposando en el suelo y a merced del viento caprichoso. Ante esta revelación, que horrorizaría profundamente a la derecha entrepreneur, libertaria y meritocrática, a esos firmes abanderados del locus de control interno, abandoné la tradición de hacer propósitos de Año Nuevo por la costumbre, más honesta, de escribir simplemente mis deseos. Y luego olvidarme de ellos y enfrentar cada día con lo que éste traiga y con las fuerzas que yo sea capaz de encontrar. Con esta actitud, tan poco ejemplar, he aprendido a serpentear paralela a los extraños senderos de esta vida precaria que llevo. A veces me pregunto cómo será tener una vida asfaltada por certidumbres, una de esas vidas en las que una se propone apuntarse a alemán y a zumba en enero y simplemente se apunta y va a sus clases, y no tiene que andar pendiente de dónde estará viviendo o trabajando dentro de dos meses.
Pero no me quejo. Esta vida precaria, con más deseos que propósitos, también me ha permitido adaptarme a las extrañas oportunidades que han ido surgiendo. Al final aprendes a navegar la incertidumbre, como hacía de manera magistral mi recientemente desaparecido amigo Neil. Cuando me pidieron que escribiera en CTXT hace unos meses, me pareció profundamente absurdo, pero no más absurdo que mudarme a otro país para trabajar cuidando gatos y niños. Así que tampoco lo pensé mucho. Ahora me alegro de haber aceptado, estoy orgullosa de formar parte, aunque sea de un modo mínimo y tangencial, de un medio de comunicación que está bastante bien. Aquí probablemente nunca te hablarán del Blue Monday, ni del salario emocional, ni de qué nuevo y ultimísimo gadget tecnológico necesitas para mejorar tu vida de manera definitiva. Tampoco darán voz a gentuza que distribuye fake news negando el cambio climático o contra los derechos de las mujeres, las niñas, los trabajadores y los migrantes, por decir lo primero que me viene a la cabeza. Y eso, viendo el panorama que tenemos ahí fuera, para mí ya es más que estupendo.
Así que, querida lectora o lector que contribuyes a hacer posible este lugar: gracias por tu apoyo, por tu dinero, por tu interés. No te mortifiques mucho si estás ya atisbando que los propósitos de 2022 se van a ir al garete, o si tu año ha empezado siendo una soberana porquería: tu vida precaria no es menos digna ni valiosa que las vidas hechas de certidumbres y de propósitos que se cumplen con facilidad. Brindo a tu salud y me atrevo a expresar aquí un único deseo: ojalá sigamos leyéndonos durante, al menos, otro año más.
Querida comunidad de CTXT, querida lectora o lector,
enero me da una pereza terrible. Las luces de navidad todavía boquean sus últimos estertores, los polvorones agonizantes parecen llamarnos desde el oscuro rincón de la despensa, se terminan las vacaciones. A mediados de este mes,...
Autora >
Adriana T.
Treintañera exmigrante. Vengo aquí a hablar de lo mío. Autora de ‘Niñering’ (Escritos Contextatarios, 2022).
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