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Cómo conocí a Pablo Casado
Cuando la propaganda se impone, la democracia tiene un problema. El plano se abre. El líder del PP guiña un ojo y ordena descolgar una pata cinco jotas. Toca celebrar
Gerardo Tecé 1/02/2022
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En un crudo primer plano, Pablo Casado se dirige a una de las muchas cámaras de televisión que lo acompañan en su último mitin, esta vez frente a una pared repleta de patas de jamón colgando: quizá te estés preguntando cómo he llegado hasta aquí, diría el líder del PP y así debería comenzar una serie de HBO, si se hiciese, sobre la carrera política del comandante en jefe de la actual derecha española. Por supuesto, sería tragicomedia, no queda más remedio. Cómo conocí a Pablo Casado, no sería mal título.
A Pablo Casado, mediático canterano de las juventudes del Partido Popular, lo conocemos desde hace muchos años. Sin embargo, todo líder político que juegue en primera división necesita enfrentarse a determinadas circunstancias de peso para que lo único importante a la hora de definir una carrera, su obra, se presente ante la sociedad. Una pandemia mundial ha sido la circunstancia adecuada para conocer en lo importante al líder de la oposición y candidato a presidir España. Si hacemos un flashback –sería necesario en esta serie– abandonando al Pablo Casado que siembra dudas sobre la gestión de los fondos europeos desde una fábrica de jamones y viajamos a principios del año 2020, conoceremos al Pablo Casado del peor momento de la pandemia. Con todo el continente encerrado en casa, lo veremos jugando a hacer oposición con el estado de alarma: primero exigiendo con vehemencia su implantación y, pocas semanas después, denunciando la entrada de España en el eje de las dictaduras soviéticas vía toque de queda. A Pablo Casado lo conocimos por aquel entonces responsabilizando al Gobierno de las muertes de miles de ciudadanos de este país y lo conocimos también escaqueándose con una sonrisa pilla si un micrófono le preguntaba por los pasillos del Congreso por qué la Comunidad de Madrid se negaba a investigar lo ocurrido en las residencias. Con España convertida en líder mundial en vacunación, a Casado lo conocimos hablando de “el caos de las vacunas”. Never forget aquella indignación que recorrió sus venas tras destaparse que, en el palé que transportaba las primeras vacunas adquiridas por el Gobierno de España, había una pegatina en la que ponía –siéntense que viene un sobresalto– Gobierno de España. Tiempo después llegó el momento de que Europa pensase en qué hacer con una economía de la zona euro arrasada por la crisis sanitaria. Fue entonces cuando conocimos al Pablo Casado que se puso del lado de Países Bajos en aquellas duras negociaciones, exigiendo que España fuese sometida en lugar de socorrida. Por suerte, Holanda y Casado perdieron aquella batalla y hoy, con las primeras inyecciones económicas llegando a España y con los socios conservadores europeos de Casado felicitando a Sánchez, volvemos a un presente en el que el líder del PP anuncia el caos que vendrá frente a secaderos de jamón y con argumentos como que nos gastaremos el dinero en –literal– sindicatos, guerra civil y traer “turismo de otras razas”. ¿…? Si el próximo verano ven a E.T. remojando el dedo en Sanxenxo, que no les pille por sorpresa.
En cualquier tiempo anterior a este, los méritos políticos contaban a la hora de hacer carrera. También el tono. Aunque en la era Casado nos hayamos acostumbrado a niveles máximos de crispación –felón, golpista, traidor, terrorista, aquelarre comunista–, antes de todo esto el insulto desmedido no era la forma que tenían gobierno y oposición de relacionarse. Un ejemplo. Con un PP rebosante de casos de corrupción, el entonces líder de la oposición Pedro Sánchez se vino arriba durante un cara a cara televisado con Rajoy atreviéndose a decirle que no lo consideraba un político decente. El presidente Rajoy, poco acostumbrado a tonos tan agresivos, se puso tan nervioso que olvidó dónde había dejado la lengua y le espetó al otro que era un Ruiz.
Pero estamos en este tiempo y en este lugar. Y al Pablo Casado que además de crispación acumula demostrada irresponsabilidad institucional, una carrera académica con másteres regalados, misas en homenaje a quien asesinó a millones de españoles o mítines frente a rebaños de ovejas –no metafóricas–, ninguno de estos elementos, cada uno de ellos merecedores de dimisión en democracias saneadas, le pasa factura. Cómo conocí a Pablo Casado podría ser la serie que explicase el increíble fenómeno de cómo aquel tipo absolutamente desbordado, que clama contra la economía de su propio país desde un secadero de jamones, acabó siendo presidente del Gobierno. Si los guionistas de la serie quisieran encontrar explicación deberían bucear en las hemerotecas. Allí descubrirían cómo, mientras Casado apostaba contra España en Bruselas, el debate del momento era si la vestimenta de Yolanda Díaz durante el homenaje a las víctimas de la pandemia había sido la adecuada. Mientras el líder del PP sembraba dudas sobre la llegada de los fondos europeos para desconcierto de antiguos ministros de su propio partido, el debate social era si el comunismo español acabaría con la ganadería. Cuando los altavoces logran que los méritos y deméritos cosechados en momentos importantes no valgan nada, cuando la propaganda se impone con tal fuerza que la obra política y la propia realidad pasan inadvertidas, la democracia tiene un problema. El plano se abre. Pablo Casado guiña un ojo y ordena descolgar de la pared una pata cinco jotas. Toca celebrar.
En un crudo primer plano, Pablo Casado se dirige a una de las muchas cámaras de televisión que lo acompañan en su último mitin, esta vez frente a una pared repleta de patas de jamón colgando: quizá te estés preguntando cómo he llegado hasta aquí, diría el líder del PP y así debería comenzar una serie de HBO, si...
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Gerardo Tecé
Soy Gerardo Tecé. Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto. Es autor de 'España, óleo sobre lienzo'(Escritos Contextatarios).
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