
Los candidatos de Soria ¡Ya! celebran el resultado en las elecciones autonómicas.
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Supongo que a partir del 14 de febrero, a excepción de las negociaciones para formar gobierno, Castilla y León desaparecerá otra vez del mapa. Del mapa mediático, entiéndanme ustedes. Volverá a ser ese agujero negro, olvidado y desdeñado. Tampoco es que se haya hablado mucho durante la campaña de los problemas reales de esta tierra en la que nací. La lectura suprarregional de los comicios estaba ya en la convocatoria: reforzar la figura de Casado frente a Ayuso, no dar tiempo a que se fortalezca la España vaciada y aglutinar el voto de Ciudadanos para tirar hasta la Moncloa. El PP, o al menos el PP de Casado, es un gigante miope que no alcanza a ver más allá de su ombligo. Y más abajo, tiene los pies de barro. No consigue encontrarse a sí mismo. Siente desde hace meses el aliento de Vox en la nuca, de ahí la crisis de proyecto que atraviesa. España no es como otros países de la Unión Europea. ¿Cómo se le hace un cordón sanitario a quienes tienen la misma ideología que muchos de sus propios integrantes? Aquí el fascismo está profundamente arraigado en instituciones y entre las élites políticas y económicas. Con lo que no se rompe del todo, siempre te acompaña. Y en esas sigue Casado, con las dudas sobre qué quiere ser de mayor, si es que le dejan llegar a serlo.
No ha andado mucho más fino el PSOE, metido como está en el interminable juego que la socialdemocracia europea empezó en el siglo XX. Su principal enemigo no parece estar a la derecha: inició la campaña asumiendo incluso los bulos contra Alberto Garzón, ministro de su Gobierno. Los resultados en Castilla y León fortalecerán su estrategia de avisar contra el lobo. Con el auge de Vox, abogarán por el voto útil para absorber, primero en Andalucía y luego en el resto del Estado, todo lo que se mueva a su izquierda. Tudanca llegó a poner el domingo su cargo sobre la mesa, consciente de que su figura está amortizada. El problema es que quizás ya lo estaba antes. No sé si es por ausencia de cuadros o simplemente una falta de apuesta por territorios que los socialistas dan por perdidos. Tengo la sensación de que Sánchez se sumó al carro solo cuando las encuestas le eran favorables. Estaba claro que Tudanca no era Illa, porque para el PSOE Castilla y León no es Catalunya. Los abandonos y los menosprecios duelen y calan. Quizás por eso no hay forma de desbancar a la derecha, porque los primeros que no apuestan por la región son los partidos de izquierda. Es muy probable que, tras los resultados, vengan las quejas sobre la utilidad de los tres escaños de Soria ¡Ya! No será que los ciudadanos de esta provincia no llevan tiempo trabajando para que se escuchen sus demandas. Nadie salvo ellos mismos las han recogido.
Las victorias de Soria ¡Ya! y de UPL suponen la confirmación de un cambio de paradigma que se venía advirtiendo
Las victorias de Soria ¡Ya! y de UPL suponen la confirmación de un cambio de paradigma que se venía advirtiendo. Quizás algunos pensaron que esa tendencia regionalista no iba a echar raíces en Castilla y León. No era rara la suposición si miramos atrás. A Castilla le arrebataron su identidad en el siglo XVI en los campos de Villalar. La posibilidad de impulsar una protoindustria basada en la lana y de asentar la pujanza de sus ciudades como centros comerciales con América y Europa. Lo hicieron las mismas élites, propias y extranjeras, que han ido cambiando de piel durante siglos. Las mismas que ahora vienen de salvadoras de la patria. Y a León, la autonomía se la robó el ministro franquista Martín Villa, que rechazó una región astur-leonesa en la Transición. Demasiados mineros de izquierdas juntos. Villa buscaba configurar una gran región donde el voto conservador hiciese frente al de vascos y catalanes. Su apuesta de entonces es la que, por desgracia, parecen seguir asumiendo como inevitable los partidos de izquierda. El PSOE podrá quejarse de la aparición de los espacios regionalistas, de la utilidad o inutilidad de sus escaños. Son la respuesta al abandono de tierras y pueblos, a las políticas y discursos desde el interior de la M-30. Nevar, nieva igual para todos, pero los copos no pesan igual según donde caigan.
Vox tiene un proyecto
Hablemos de Vox. De su proyecto. Daba miedo escuchar a Santiago Abascal la noche electoral. Pánico por lo directo de su discurso, por cómo bajó línea tras conocerse los resultados. Terrible que parezca la única formación con un proyecto. Fue el más rápido en detectar que el impulso regionalista que se inició con Teruel Existe es una tendencia en auge a quien tender la mano. Lo estamos viendo en el mundo cultural. Todos los cambios sociales y políticos se aprecian antes en el arte. La desafección y la indignación que caló tras la crisis de 2008 toma nuevas formas, y no parece que vayan a estar en escena los mismos actores, a tenor de los resultados de Unidas Podemos. El espacio amplio de Yolanda Díaz necesitará tener en cuenta estos factores, y no debería tardar mucho en ponerlo sobre la mesa. Cada semana que pasa se hincha más el globo de las expectativas.
Lo sucedido estos años en Catalunya ha tenido derivadas en el resto de regiones. La actual crisis será una crisis territorial en toda regla. Una crisis identitaria. ¿Acaso no están esas variantes en el discurso nacionalista madrileño de Ayuso? La pregunta ahora es quién va a recoger ese descontento, esa nueva desafección de los que se ven olvidados, y sin apelar al enfrentamiento entre regiones, sino a la solidaridad y a la defensa de lo público. Y lo más importante, quién va a convertir esa tendencia en políticas reales para mejorar la vida de la gente, viva en un pueblo de Valladolid o en un barrio obrero fuera de la M-30. Vox ya ha pisado el acelerador para el ciclo electoral que comienza.
Que a nadie le extrañe si a pesar de lo que han dicho Abascal y Juan García-Gallardo, Vox al final no entra en el gobierno de Castilla y León. Lo más probable es que estos comicios sean el inicio de una nueva etapa en la formación, la de probarse los trajes de vicepresidentes y consejeros de cara a las generales. Sin embargo, para la ultraderecha, lo más importante es que se sigan normalizando sus discursos y sus políticas, con un PP entregado a ello. Eso también lo dejó claro en su intervención el líder de Vox. Sobre la mesa de negociación estará su programa, con medidas que atacan a las mujeres, a los inmigrantes, a los colectivos LGTBI+ y al propio Estado de las autonomías. Pero también con otras que apelan directamente a los trabajadores, que hablan de la defensa del sector agrario y ganadero, de reindustrialización. Y de ayudas sociales prioritarias para los españoles. Es un giro a los orígenes del fascismo sin olvidar a la juventud. El Vox de ahora no es el de hace unos años, sabe adaptarse a las circunstancias y a los territorios. En la pandemia no han abogado por el discurso antivacunas tan propio de sus homólogos europeos y americanos, porque saben de lo impopular que resulta aquí. Ahora hacen lo propio con su esqueleto neoliberal, lo tapan porque no vende en un periodo donde lo público se ha demostrado como una red de seguridad. Solo dan pinceladas con mensajes populistas, como las bajadas de impuestos. Llegado el momento de aplicar su programa real, buscarán culpables en su listado de colectivos a los que odiar.
Al fin y al cabo, que pregunten al PSOE y a UP lo que desgasta un gobierno. De eso se ha cuidado Vox, centrado en su lema para estas elecciones: “Siembra”. Lo preocupante para los demócratas es que esa estrategia no busca un proyecto cortoplacista como el de Ciudadanos, que tan endeble se ha demostrado. Buscan una implantación territorial real, enganchar a los jóvenes con su guerra cultural, empleando el lenguaje de las redes sociales. Asentar sus caladeros de votos. Es una carrera de fondo y para triunfar, a la extrema derecha no le ha hecho falta hasta el momento estar en un gobierno, le ha bastado con que estén presentes sus discursos de odio. Con que los amplifiquen y normalicen esa maraña de medios y pseudoperiodistas echados al monte, verdaderos artífices de su auge, y que tan seriamente están poniendo en riesgo los derechos humanos y la democracia. Ahora la duda es si Vox continuará esta estrategia o si se inicia un nuevo ciclo de normalización para que, llegado el día, se amortigüe el impacto de pedir la vicepresidencia del gobierno, con vistas a Europa. Seguramente, el resto del país no se enterará de lo que suceda en esta tierra a partir de ahora. Quién va a hablar de Castilla y León cuando pase esto.
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Patricia García es periodista y escritora.
Supongo que a partir del 14 de febrero, a excepción de las negociaciones para formar gobierno, Castilla y León desaparecerá otra vez del mapa. Del mapa mediático, entiéndanme ustedes. Volverá a ser ese agujero negro, olvidado y desdeñado. Tampoco es que se haya hablado mucho durante la campaña de los problemas...
Autora >
Patricia García Herrero
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