No se ha visto a un líder de la ultraderecha trabajar desde aquel día en que Tejero decidió madrugar para levantar España. Y la peonada, como sabemos, no resultó del todo productiva. Tan poca experiencia tenía el tipo en lo laboral que, al llegar al tajo, lo único que se le ocurrió para levantar el país fue sentar a todo el mundo y ponerlos a mirarse las caras durante horas. Décadas después, obsoleto ya el método tradicional del golpe militar por mucho que alguno se empeñase durante la pandemia en pedir que el ejército se alzase –un buen ultraderechista siempre pide que trabaje otro–, los exóticos tiempos traen nuevas formas de intentar que caiga un gobierno. 

La jugosa imagen de líderes franquistas vestidos de Spagnolo acercándose a apoyar la lucha de los transportistas en busca de la foto del desabastecimiento es una de ellas. Apoyamos vuestra huelga, comunicó a pie de carretera un enviado de Vox que, tras hacerse la foto, telefoneó para darle reporte a Don Iván Espinosa de los Monteros y Etcétera, Etcétera, hijo del Marqués de Valtierra que, entregado a la causa, no se pasó por si para montar un piquete hacía falta cargar algo. En Cádiz hay este año chirigotas que recuerdan cómo Vox pasó de votar contra la carga de trabajo de Astilleros llamándolos delincuentes a querer ponerse en la foto cuando olieron que allí había votos en juego. Para escribir chirigotas, claro, se necesita memoria. Y en Cádiz es raro que alguien no recuerde que lo único que tiene Abascal de astillero es la cara de acero.

El método, importado del laboratorio venezolano, es sencillo. Consiste en buscar la peor fotografía posible para un gobierno en tiempos revueltos como estos de guerra y pandemia: estanterías de supermercado vacías por culpa del desabastecimiento. Para ello, claro, antes hay que desabastecer. La huelga indefinida de parte de los transportistas no ha sido una huelga cualquiera. La falta de tanquetas antidisturbios de la Policía Nacional cargando, la ausencia de criminalización en las tertulias de Telecinco, el perfil bajísimo a la hora de informar sobre las agresiones sufridas por los camioneros que no secundan el paro o la propia presencia de partidos que sistemáticamente votan contra los intereses de los trabajadores y que llevan en su programa medidas para castigar movilizaciones como esta, confirman que no se trata de una huelga más. 

Más allá de su infinita torpeza por permitir que los carroñeros se acerquen a jugar con su pan, las reivindicaciones de los transportistas son legítimas y justas. Cualquiera que no sea votante de PP, Vox o Ciudadanos, entenderá sin dificultad que la economía no se regula sola, tal y como juran las teorías neoliberales, y que a menudo se necesita la regulación y la ayuda de papá Estado cuando las cosas vienen mal dadas. Y el precio de la gasolina viene tan mal dado que hay a quien no le sale a cuenta arrancar el camión para trabajar. El Gobierno llega tarde y llega mal. Mitad por falta de urgencia –las estanterías nunca han estado vacías por mucho que Antena 3 haya querido vestir de hambruna tener que pasar por dos supermercados para encontrar la leche semidesnatada sin lactosa de tu marca favorita–, mitad por un error de cálculo que empieza a ser dramático: Pedro Sánchez no quiere enterarse de que entramos en un ciclo político en el que, o la apuesta por el escudo social es total y valiente, o los buitres acabarán pillando cacho.