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“La guerra que vendrá”, escribió Bertolt Brecht, “no es la primera. Hubo otras guerras”. Verdad siempre cumplida: ninguna guerra es la primera, siempre hubo una guerra anterior. No es consuelo, ni bálsamo, ni antídoto. La memoria de cualquier guerra suele ser un proyecto de guerra preventiva. Como si solo nos enseñara a desconfiar de la vileza del enemigo y no a recelar de nuestros propios demonios. A estos les da alas el recuerdo de las atrocidades padecidas tanto como el de las cometidas. Se diría que la única emoción no suicida que suscita el recuerdo de una guerra es el miedo.
Por miedo, y a partir del recuerdo de una reciente Gran Guerra, los franceses construyeron entre 1929 y 1938 el complejo defensivo que conocemos con el nombre de “línea Maginot”: unos 500 kilómetros de acero y hormigón y más de un centenar de fuertes a lo largo de la frontera con Alemania y Luxemburgo. No se les ocurrió fortificarse contra sí mismos: nadie lo hace. El miedo al enemigo era el miedo a aquel que había sido su último enemigo, y la forma de enfrentarlo era aprender de los errores cometidos en la guerra anterior. La línea Maginot habría funcionado si la Primera Guerra Mundial se hubiera producido por segunda vez. No fue así, naturalmente.
Una defensa obsoleta para una guerra por completo diferente: eso fue la línea Maginot y ese es el peor de los periodismos que podría practicarse en nuestros días. Proyectar sobre una guerra del siglo XXI los clichés y la épica de los colosales enfrentamientos del siglo XX, como si alguno de los actores en escena se pareciera lo más mínimo a cualquiera de los de entonces. Suponiendo que los de entonces fueran tal y como lo contamos después de tantos años, de tantas victorias y, ¡ay!, derrotas. Con más pena que gloria recorre uno las páginas de los periódicos, los perfiles de Twitter e Instagram, los noticiarios y las tertulias de la televisión y la radio: maestros de la sospecha practicando el cinismo con cadáveres, resentidos de todo a un euro comparando churras con merinas, politólogos de gatillo fácil cobrándose deudas pendientes, aficionados a la geopolítica selectiva que ni se empeñan en explicar por qué lo de Etiopía con Tigray no es genocidio y sí lo de Rusia con Ucrania o lo de Ucrania con los rusos. Es difícil escoger entre tantos y tan suculentos manjares informativos: bodegones de un pasado que ya no podemos saborear, que solo sabe a tierra y a pintura y que alimenta tanto como el lienzo o la madera en que están pintados.
El periodismo Maginot sería el mejor de los análisis si la guerra de Ucrania fuese la Segunda Guerra Mundial, si Putin fuera Stalin y Zelensky, Hitler, o si Zelenski fuera Azaña y Putin, Franco, y si Biden se pareciera en algo a Franklin Delano Roosevelt. Como no es así, es un sistema obsoleto de fortificaciones verbales que ni permiten comprender el presente ni mucho menos vaticinar el futuro. Sobre todo, el periodismo Maginot, con sus colecciones de cromos de heroísmo y sacrificio, nos deja inermes frente al enemigo interior, nuestros propios miedos y espasmos mentales: la utilización descarada de las víctimas como abono para discursos partidistas y demagogias de todo menos baratas.
Las personas que desde el frente nos informan día a día de lo que ven y oyen son, todas y cada una de ellas, insustituibles. Desde el lado de acá de sus crónicas es imprescindible ayudarlas combatiendo los discursos maliciosos que se empeñan en retorcer esas informaciones por el simple afán de confundir, entretener o arrimar el ascua del discurso a la sardina de un partido o un gobierno. Pero también es importante no dejarse arrastrar por los viejos esquemas conceptuales según los cuales toda guerra es un combate entre el bien y el mal y el periodismo de guerra la pócima para desenmascarar a los malos disfrazados de buenos. En CTXT no estamos por las fortificaciones obsoletas. Esperamos seguir ofreciendo relatos y análisis que desborden la línea Maginot de nuestros viejos demonios y apunten, decididos, a la única línea que no se puede cruzar pero sin la cual no hay viaje que valga: la del horizonte. Gracias por acompañarnos en esta travesía.
“La guerra que vendrá”, escribió Bertolt Brecht, “no es la primera. Hubo otras guerras”. Verdad siempre cumplida: ninguna guerra es la primera, siempre hubo una guerra anterior. No es consuelo, ni bálsamo, ni antídoto. La memoria de cualquier guerra suele ser un proyecto de guerra preventiva. Como si solo nos...
Autor >
Xandru Fernández
Es profesor y escritor.
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