TRIBUNA
Esperando a Yolanda
La mejor manera de recuperar el espíritu original de Podemos pasa por apoyar el proyecto de frente amplio. Es, además, la única manera de que las izquierdas puedan seguir gobernando
Ignacio Sánchez-Cuenca 4/05/2022
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Como se decía en otros tiempos, vayamos al análisis concreto de la situación concreta. Aunque el ritmo de cambio sea vertiginoso y puedan aún suceder cosas imprevistas que alteren profundamente la política española, intentaré ofrecer una interpretación del momento presente y sus posibles desarrollos.
En primer lugar, asistimos a una ofensiva importante de las derechas. Por un lado, los resultados de las elecciones anticipadas en Madrid (mayo de 2021) y Castilla-León (febrero de 2022), así como las primeras encuestas sobre las próximas elecciones andaluzas (junio de 2022), apuntan a un crecimiento del bloque formado por PP y Vox. Por otro lado, estos dos partidos cuentan con líderes fuertes y frescos. El PP ha atravesado una crisis profunda, pero se ha resuelto en un tiempo relativamente breve y parece que los votantes conservadores se encuentran en fase de “luna de miel” con Alberto Núñez Feijóo. Vox continúa beneficiándose de ser el partido más joven y rebelde, el que no se calla las cosas y defiende sin complejos su visión excluyente de España. En la sociedad se nota el empuje de Vox, de la misma manera que hace unos (cuantos) años se notaba el de Podemos. La presencia de las ideas y valores de Vox en la conversación colectiva es notable.
Si el PSOE no logra superar la barrera del 30% y UP no rompe su tendencia descendente, la probabilidad de una victoria de las derechas se eleva considerablemente
En segundo lugar, el Gobierno de coalición se ha enfrentado a mayores dificultades que cualquier gobierno anterior. No me refiero a la precariedad de sus apoyos parlamentarios, que se ha repetido en otros momentos de nuestra historia democrática, sino a que muchos de los planes iniciales quedaron aplazados, suspendidos o modificados debido a la pandemia primero y a la guerra de Ucrania después. Está siendo una legislatura anómala, con fuertes vaivenes en las expectativas económicas. La única parte positiva de todo esto es que los episodios más duros de estas crisis han permitido al Ejecutivo mostrar su compromiso con la protección de los colectivos más vulnerables, realizando políticas muy diferentes a las que sufrimos en los años posteriores a la Gran Recesión de 2008 (ERTE, ingreso mínimo vital, reforma laboral, protección de las pensiones, etc.). Por descontado, sin el cambio de posición de la Unión Europea, todo esto habría sido mucho más difícil.
En tercer lugar, si todo siguiera como hasta ahora de aquí a las elecciones, no cabe descartar una victoria de PP y Vox que les permita gobernar. El PSOE es claramente el socio dominante de la coalición, pero aun así acusa cierto desgaste entre sus votantes. Es razonable pensar que cuando se aproximen las elecciones y se produzca una movilización del electorado, obtenga entre un 25% y un 30% del voto, no alejándose demasiado, por arriba o por abajo, del 28% que consiguió en las elecciones de noviembre de 2019.
El problema es más serio con el socio menor de la coalición, Unidas Podemos (UP). Podemos ha perdido nervio y presencia en la sociedad, hace ya tiempo que no despierta el interés que tuvo en su etapa de crecimiento. Su proyecto parece desinflado, tanto por las contradicciones que le supone su presencia en el Gobierno como, fundamentalmente, por sus dinámicas internas. Elección tras elección, ha ido perdiendo apoyos, situándose en una posición no tan distinta de la Izquierda Unida clásica. En este sentido, la dimisión de Pablo Iglesias, primero de la vicepresidencia del Gobierno, después de la secretaría general de Podemos, no ha supuesto ni una renovación de cargos ni un debate sobre la crisis de madurez del partido.
Si el PSOE no logra superar la barrera del 30% y Podemos no rompe su tendencia descendente, la probabilidad de una victoria de las derechas se eleva considerablemente. A mi juicio, lo más urgente para reforzar a la coalición gobernante es que el magma de las fuerzas a la izquierda de la socialdemocracia recupere ilusión y se movilice de nuevo. Y eso, en estos momentos, sólo puede pasar por Yolanda Díaz.
Díaz ha sido bastante ambigua acerca de sus planes de futuro y no me refiero solo a las dudas que ella misma lanza sobre su voluntad de liderar el proyecto, sino también a la naturaleza del mismo. Todo parece indicar que quiere encabezar un movimiento, frente o plataforma en torno a su persona, huyendo de la forma “partido” y de las servidumbres organizativas y burocráticas que un partido supone, siempre con el ánimo de constituir una opción abierta y transversal que no quede reducida a la “esquinita izquierda” del PSOE.
Tras la experiencia del hiperliderazgo de Pablo Iglesias, son muchos quienes muestran escepticismo hacia un proyecto personalista como el de Díaz. Pero no debe olvidarse que los partidos se enfrentan a un descrédito generalizado en la sociedad (menos del 10% de los españoles confía en los partidos políticos). Podemos ha culminado su transformación en un partido verdadero, monolítico y jerárquico. Su marca, en estos momentos, está estancada, puede conservar apoyos pero no crecer. Si Díaz se transforma en la candidata de Podemos, quedará atrapada por la marca y la izquierda de la socialdemocracia se estancará o entrará en una decadencia irreversible. Pero las cosas son complicadas: también sucede que sin la infraestructura organizativa de Podemos, a Díaz le costará mucho poner en marcha su proyecto. De ahí la necesidad de cuadrar el círculo: encabezar un frente amplio, contar con el apoyo pleno de Podemos y mantener un liderazgo con fuerte autonomía.
Una reflexión fría y sobria por parte de Podemos debería llevar al partido a reconocer su debilidad. Lo mejor que puede hacer es ponerse al servicio de la candidata que el propio Iglesias eligió. Esto supone que Podemos se trague su orgullo político y no se deje llevar por una sensación de injusticia. Puede ser funcional que un Iglesias desatado lance algunas maldades hacia la candidata, pues así se confirma la diferencia y distancia entre ambos, lo que beneficia a Díaz, pero ahí debería acabar la cosa. Es evidente que, para Podemos, que estuvo a punto de superar al PSOE en 2015, adoptar esta posición subordinada se le va a hacer duro, va a ser un trago amargo, pero, me temo, no tiene alternativa. Si no asume esta posición subordinada, puede acabar como la IU de 2008.
La única manera en que Podemos puede aspirar a reconstruir el proyecto original y levantar un cierto entusiasmo en la izquierda pasa por diluir su presencia
Díaz lo tiene todo a su favor. Es una candidata a la izquierda de la socialdemocracia con experiencia de gobierno (algo inusitado en España y muy infrecuente en el mundo). Su gestión al frente del Ministerio de Trabajo es muy positiva. No procede de Podemos y por tanto puede aspirar a aglutinar un frente amplio, sin arrastrar pesados lastres ideológicos. Además, los españoles, como pone de manifiesto la encuesta de 40dB para El País y la SER del 4 de mayo, consideran que las mujeres son mejores líderes políticos que los hombres (salvo alguna crisis imprevista, los candidatos de PSOE, PP y Vox serán hombres). Díaz es una líder extremadamente bien valorada en muchas dimensiones (honradez, empatía, inteligencia, bonhomía).
Con una oportunidad así, sería el suicidio definitivo de la izquierda si no la aprovechara. La única manera en que Podemos puede aspirar a reconstruir el proyecto original y levantar un cierto entusiasmo en la izquierda pasa por diluir su presencia, tanto cuanto sea posible, en beneficio de Díaz.
En la actualidad, la principal motivación para votar a Unidas Podemos es lo que los estudiosos del comportamiento político llaman “voto compensatorio”: UP sirve para arrastrar las políticas del PSOE un poco a la izquierda. No quiero sugerir que esto sea irrelevante, pero queda muy lejos de lo que fue en su día el voto ilusionado, soñador e indignado que se aglutinó en torno a Podemos. La mejor manera de recuperar el espíritu original pasa por apoyar el proyecto de frente amplio que lidere Yolanda Díaz. Es, además, la única manera de que las izquierdas puedan seguir gobernando.
Como se decía en otros tiempos, vayamos al análisis concreto de la situación concreta. Aunque el ritmo de cambio sea vertiginoso y puedan aún suceder cosas imprevistas que alteren profundamente la política española, intentaré ofrecer una interpretación del momento presente y sus posibles desarrollos.
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Ignacio Sánchez-Cuenca
Es profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid. Entre sus últimos libros, La desfachatez intelectual (Catarata 2016), La impotencia democrática (Catarata, 2014) y La izquierda, fin de un ciclo (2019).
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