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A estas mismas horas, Siniestro Total se despiden de los escenarios para siempre –o eso nos han hecho creer– con un espectáculo que se llama “40 años sin pisar la Audiencia Nacional”. No dejan de tener su mérito las dos cosas. Los 40 años de ruta y las cuatro décadas sin pisar los juzgados con letras con menciones a tres o cuatro grupos armados, entre otras inconveniencias. Y también lo tiene, y mucho, llegar a los ocho lustros en activo con unos temas trufados de incorrecciones políticas sin haber sido víctimas de cancelación alguna. Hubo sitios, sí, en los que les pidieron que no tocasen alguna canción concreta. En Tordesillas, por ejemplo, recién implantada la prohibición de linchar al Toro de la Vega, les sugirieron que no sería muy oportuno tocar “Alégrame el día, torero”. “No la íbamos a tocar, pero ahora tenga por seguro que sí. Lo hicimos y no pasó nada”, comentaba el líder de la banda, Julián Hernández. También les pidieron en Mallorca, con el mismo resultado, que no incluyesen en el menú “Cuánta puta y yo qué viejo”. “Quizás eso, la falta de demandas judiciales y de cancelaciones, se deba a que cuando haces las cosas con humor es mucho más difícil que se las tomen en serio”. Puede ser que la permisividad con los bufones sea una más de las numerosas reminiscencias medievales que persisten en la actualidad, pero yo creo que el asunto deriva a que ya ni nos va a salvar el sentido del humor, por lo menos en los medios.
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Los gallegos (no todos) decimos que dios es bueno, pero el demonio no es malo. Desafortunadamente, lo blanco/negro no solo es tendencia en el prêt-à-porter. Siempre me sorprendió, rozando la sana envidia, lo claro que lo tiene alguna gente. Por ejemplo, aquellos devotos cristianos del siglo II que, arrebatados por la fe, comían solamente bellotas y frutos, bebían solo agua, y se abstenían del matrimonio, y que a pesar de ser declarados herejes –les podrían haber llamado los veganos, pero son desconocidos como los encratitas– perduraron un par de siglos. Con tiempo incluso para generar escisiones como los acuarianos o hidropasianos, que en su rechazo al vino celebraban la comunión con agua, o los sacóforos, que solo admitían el saco como outfit. O los entregados militantes de cualquier partido de extrema izquierda que de pronto descubrían, por diferencias en la interpretación de las Tesis de Abril y su aplicación práctica a la realidad del momento, que una parte sustancial de sus camaradas, que siempre habían tenido unas convicciones de hierro colado, eran unos quintacolumnistas burgueses a sueldo de la CIA. O de las corrientes feministas que, en base al desacuerdo sobre las fases del proceso de abolición de la prostitución o acerca del libre albedrío sobre el propio cuerpo, proclaman urbi et orbi que las otras están patrocinadas por la Internacional Proxeneta. (Es curiosa la firme creencia de muchos colectivos en la prodigalidad de organismos e instituciones del sector del mal, como si no existiesen multitud de oportunidades de escoger opciones equivocadas gratis o incluso pagando).
Volviendo a los medios, que es como empezamos y como deberíamos acabar, no hemos necesitado ni una de esas unidades de 40 años tan utilizadas en la historia de España para pasar del contraste de pareceres al prietas las filas. En la clasificación de la libertad de prensa que hace Reporteros sin Fronteras, este país figura este año en el puesto 32 de 180 (situación “más bien buena”, pero más cerca de la “problemática” que de la “buena”) por detrás de Timor Oriental, Namibia o República Dominicana. Para que se hagan una idea, Portugal está en el séptimo lugar. España ha bajado tres puestos respecto a 2021, sobre todo a causa de la polarización de los medios y de la enorme dependencia económica. Ignoro cómo influirá en la clasificación de 2023 –en el concreto apartado “polarización”– la circunstancia de que en el conflicto bélico ucraniano estemos plenamente satisfechos con la dieta informativa de un único bando –por mucho que sea el bueno–. Que se admita como normal el silenciamiento de medios de los malos y de periodistas que colaboran en ellos (y en otros). O que toda una televisión pública se permita colorear durante un tiempo su mosca identificativa con los colores de una de las banderas –aunque sea la buena–. No estaría de más recordar que hasta el germanófilo diario ABC mantuvo en la I Guerra Mundial corresponsales en las trincheras de ambos bandos.
Solemos achacar a los más jóvenes su escasa resistencia a la frustración y su impaciencia, entre otras cosas, a sus hábitos de consumo de productos audiovisuales en donde las tramas tienen que enganchar en los primeros momentos y no hace falta ya ni soportar las interrupciones publicitarias. Todo es a la carta y ya. Pues exigir lo mismo de la muy compleja realidad, no soportar ni un matiz de desacuerdo, tener siempre sacado el seguro de la denuncia pública, no es sinceramente una actitud adulta. Deberíamos hacer caso a Siniestro Total: ante todo, mucha calma. Y si es posible, apaguen las antorchas.
Xosé Manuel Pereiro
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Xosé Manuel Pereiro
Es periodista y codirector de 'Luzes'. Tiene una banda de rock y ha publicado los libros 'Si, home si', 'Prestige. Tal como fuimos' y 'Diario de un repugnante'. Favores por los que se anticipan gracias
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