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Querida suscriptora, querido suscriptor:
Escribo esta carta con la duda de si acabo de meter un pijamita manchado de caca en el lavavajillas. Lo cual me lleva a preguntarme si el plato con dibujos de animales que nos regalaron para las primeras papillas y que lleva un par de días desaparecido no se habrá pulverizado tras un buen centrifugado de la lavadora. Es lo que tiene no dormir. Desde hace siete meses tengo un bebé en casa. No es que lo haya robado de la cola del Carrefour –dicho así sonaría a esto– sino que resulta que desde el pasado octubre soy padre. Creo que es la primera vez que lo escribo. Soy padre. Cuando hablo con alguien que no lo sabe aún, tampoco suelo decirle que soy padre así, a las bravas. Suelo dar un buen rodeo y, como dando pistas, acercarme al meollo: tuvimos un bebé –pareciese que un día el recién nacido se fue a por tabaco y no nos importó, ya llegará–, estoy con la paternidad –que suena tan estúpido como si un bombero definiera lo suyo como estar con los incendios– o ahora me dedico a la crianza –que es lo que dicen quienes tienen la casa del campo llena de jaulas con perdigones–. Creo que lo hago por quitarle hierro al asunto. Porque tener un bebé es una cosa y ser padre, otra. Ser padre supone mucha más presión que tener un bebé. Cuidar un rato a un bebé lo hace cualquiera. Simplemente se trata de alargar ese rato hasta convertirlo en todo el tiempo. El cargo de padre, sin embargo, trae consigo responsabilidades no físicas, como ser figura de referencia, evitar inculcarle tus miedos, explicarle el mundo, intentar que sea buena persona… un marrón inmenso. Un marrón que, al final, entre pañales, papillas, muñecos que hablan con una voz de pito que se parece sospechosamente a la del padre y la madre, baños y paseos con el carrito evitando el ataque del sol, uno va introduciendo poco a poco, casi sin darse cuenta. Como se le introducen los cereales. Ser padre y madre es intentar que la criatura crea que su frágil vida se asienta sobre sólidos e inamovibles pilares. Ocultarle que, en realidad, todo es un croma, sujetado por dos personas abrumadas e inexpertas que se tropiezan mientras mueven el cartón de un lugar a otro intentando que la criatura perciba que todo está controlado. Así que seguramente y aunque no lo diga mucho, sea padre. Porque esto lo hacemos. Creo que sí, que el pijama está en el lavavajillas.
El otro día, mirando al bebé mientras dormía, estuve dándole vueltas a una idea terrible. No me refiero a esa en la que hay un incendio en el edificio y tengo que sacarlo por la azotea saltando al bloque contiguo cayendo un par de metros con él en brazos –creo que lo tendría controlado–, sino a que llegará el momento en que descubra lo del croma. Ese día me aterroriza más que el incendio. ¿Cómo se mira a los ojos a quien creía que los pilares del mundo eran robustos y se le confirma que, efectivamente, tal y como empezaba a sospechar, están apuntalados? No tengo ni idea. Espero que la instagramer que nos dice cómo introducirle el pescado lo explique en uno de los próximos vídeos. También me vino a la cabeza una idea inquietante, porque ser padre es alternar las ideas terribles con las inquietantes. Por diversificar. Pensé que tengo en estos momentos una vida absolutamente desquiciada. Y no me refiero a la falta de sueño o a los pijamas llenando de mierda los tenedores, que también, sino a la dualidad paternidad-oficio. En la paternidad me dedico a vender pilares sólidos. En el oficio, en mis columnas y crónicas, me dedico a señalar las grietas de la construcción. En la paternidad, el muñeco gigante de Epi –la mitad del dúo Epi y Blas– que me regalaron mis compañeros de CTXT es amigo íntimo e inseparable del tigre de goma. Les pasan muchas cosas divertidas, el bebé se ríe, luego le entra sueño, se engancha a la teta de su madre y se duerme. En ese momento, yo aprovecho y me siento ante el ordenador a poner en pie una de mis columnas en las que Epi tiene participación en las cloacas del Estado. O cuento cómo el tigre de goma ha querido hacer confluencia con el pato y el perro que venían en el mismo paquete de muñecos colgantes para el carrito de paseo, pero que, al final, se han liado a hostias unos con otros, no se hablan y la ultraderecha llama a la puerta.
Con los asuntos terroríficos e inquietantes momentáneamente archivados, se me vino a la cabeza una idea vaga, sin mucho peso, que completa la trilogía del cansancio de un padre primerizo y articula el motivo de escribirles esta carta. Cuando crecemos no debemos ser tratados como eternos niños, sino como lo que, por suerte o desgracia, nos toca ser. Los medios como CTXT existen para recordarnos que mantener la inocencia cuando ya no toca puede ser peligroso. Para explicarnos cómo algunos nos tratan de engañar colocándonos un croma como el que le coloco yo a mi hijo para tapar una realidad que debe ser conocida y explicada. Ustedes, suscriptores y suscriptoras de CTXT, lo saben bien. No son una muestra representativa de una sociedad que es educada en una protección envenenada: no pasa nada, su sueldo está bien, no se pregunten por las plusvalías; gracias a la monarquía tenemos estabilidad y democracia, que entren Trancas y Barrancas. Ustedes ayudan a financiar esta revista para que nosotros les contemos cosas terroríficas e inquietantes. Esto no es ‘El Hormiguero’, contenido que le pondría a mi hijo antes que cualquier artículo de Guillem Martínez o Yayo Herrero. Ustedes no vienen a divertirse, sino a entender cosas que duelen, indignan, desesperan, preocupan, desmotivan e incluso agotan. Gracias porque no es lo fácil. Ser ciudadanos responsables, igual que pasa en la paternidad, es saber que lo que conviene no suele coincidir muchas veces con lo más sencillo. Gracias otra vez porque en CTXT tenemos la suerte de escribir para cerebros adultos. Como ya he dicho, nada que no supieran, solo una idea vaga, una excusa como otra cualquiera para saludarles. Tengan en cuenta que escribo con mucho sueño, un buen puñado de dudas y la certeza absoluta de que, cuando acabe el programa del lavavajillas, tendré que ponerlo otra vez.
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Escribo esta carta con la duda de si acabo de meter un pijamita manchado de caca en el lavavajillas. Lo cual me lleva a preguntarme si el plato con dibujos de animales que nos regalaron para las primeras papillas y que lleva un par de días desaparecido no se habrá...
Autor >
Gerardo Tecé
Soy Gerardo Tecé. Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto. Es autor de 'España, óleo sobre lienzo'(Escritos Contextatarios).
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